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autor: Isabel Petrus etiqueta: Cuento textos disponibles


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Historia de Desamor

Isabel Petrus


Cuento


I

Él le dijo:

—Quiero amarte ahora.

Y ella se olvidó de todo.

Se dejó amar, en los atardeceres lentos, en las noches perdidas, en todos los momentos que robaron a la normalidad, a la vida.

Descubrieron, eso sí, que la vida eran los escasos momentos que pasaban juntos, que el resto del tiempo era sólo esto: tiempo, para vivir lo más deprisa posible, entre uno y otro encuentro.

Ella aprendió, de nuevo, a enamorarse. Y se enamoró de sus defectos, de sus escasas virtudes, de sus ausencias largas. Aprendió a valorar el poco tiempo de que disponían, a vivir una doble vida entre estos espacios que llenaban su felicidad, y la vida normal, que, hasta entonces, le pareció lógica, y, desde entonces, vacía y sin sentido. Lo terrible era volver a casa. Esta casa que había aceptado hasta ahora como propia, y que se volvió, de repente, extraña, una prisión para su tiempo.

Sus cosas no eran ya sus cosas, y hasta el ángel de lo más querido se le fue difuminando, perdiendo valor, en las esperas.

Él le decía:

—Te quiero ahora.

Y ella quería lo que el quería, en el mismo momento, en el mismo segundo.

Por él se volvió arriesgada, valiente, inconsciente casi, por complacerle. Descubrió que el amor era mucho más que lo que había conocido hasta entonces. El amor era perderse despacio, amarse poco a poco, encontrarse de nuevo, con el corazón en la boca.

El amor, para ella, pasó a ser mucho más que sudor de dos cuerpos, mucho más que complacencia rápida. Descubrió que se puede amar con los ojos, en la distancia.

Descubrió el placer de compartir su presencia, aunque estuviesen lejos, sin hablar. Descubrió que el amor más dulce es el amor robado, prohibido, inconsciente.

Aprendió a amar despacio, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Pero el reloj era su peor enemigo.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Tiempo sobre una Roca

Isabel Petrus


Cuento


I

Ella había sido de las primeras en llegar a Es Murtar, cuando sólo había cinco casas, hacía más de cincuenta años. Los veranos de entonces eran mucho más largos, casi eternos, en un tiempo que aún no había inventado la prisa, y que disfrutaba del silencio y la tranquilidad. Se iba a la casita de la playa el fin de semana, solamente, con la comida de dos días preparada, con ganas de cantar, de reír, de disfrutar, y dispuestos para una larga caminata.

No había frigoríficos, televisores, ni artilugios que hoy consideramos imprescindibles. Todo ocurrió en uno de estos domingos alegres, que se rompió justo en la mitad con sus gritos, y rompió a la vez su vida, partiéndola en dos, antes y después de este mediodía.

No se dieron cuenta de nada, hasta que encontraron el cuerpecito del niño flotando, inerte, en el agua. No saben cómo pasó, y era inútil lanzar reproches, buscar culpables. Simplemente, había pasado. En un momento, en un descuido, se rompieron dos vidas: la de un niño, casi sin darse cuenta, y la de una madre, que dejó, en la orilla, su alegría y su sentido común. Tras el primer grito, no volvió a ser la misma. Notaba, por segundos, que se le escapaba la vida y la cordura por la boca.

Vivió la madre todavía varios años, a un paso siempre de recuperar la razón, una razón que estaba perdida definitivamente. Creo que ni intentó recuperarla jamás, pues la realidad de una vida sin su hijo era demasiado desastrosa. Nunca más, mientras vivió, volvieron a dejarla acercarse al mar, por temor a remover en ella un dolor demasiado terrible.

Al fin, murió de la misma forma que había pasado sus últimos años: sin darse cuenta, sin quejarse apenas. En realidad, murió su cuerpo, pues su alma hacía tiempo, años ya, que había muerto.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Última Carta

Isabel Petrus


Cuento


Querido Juan:


Hoy, de repente, he amanecido un poco más valiente.

No lo creía posible. Durante mucho tiempo, me acostumbré a ser tu sombra, tu deseo, el cuerpo exacto de tu ausencia. Durante mucho tiempo, las líneas de mi cuerpo han sido, solamente, el dibujo exacto de tus huidas, la parodia de tus ausencias. Durante demasiado tiempo, he sido, solamente, lo que tú has querido, a un paso exacto entre la ilusión y el olvido.

Pero se acabó. Hoy he hecho mis maletas. He puesto en ellas, solamente, lo que más necesito: una cucharada de ilusión, toneladas de olvido, y este montón de ausencias que me has regalado últimamente. Y te he escrito ésta, mi última carta, mi último cuento, con la esperanza exacta de que no la esperes, de que te pille por sorpresa, de que tardes, como las anteriores, en leerla, para que me de tiempo para estar muy lejos.

Porque mi valor no alcanza para tanto. Igual, en el último momento, me convences. Y no quiero. Pretendo, por una vez, romper los barrotes de esta cárcel absurda en que me muevo, y volar de nuevo, sola, hacia otros rumbos, a compartir otras presencias. Fue bueno. Te juro que fue bueno mientras duró. Y podría haber durado mucho tiempo. Pero nadie se cree ya tus excusas, tus soluciones fáciles, que me mantienen atada a tus llamadas, pendiente de ti, sin solución ni remedio.

Por esto me voy. Emprendo el viaje sola, casi sin equipaje. Para mí, también, los caminos de la mar son inmensos, y las noches demasiado dulces, como para compartirlas con un sueño. Y me voy. Me voy mientras abrazo todavía tus recuerdos. Cada una de tus caricias, cada una de tus palabras. Pero ya las supero. Porque, de repente, he decidido volver a ser yo misma. Me he cansado, y espero que para siempre, de ser solamente lo que tu quieras, pendiente de tu voz, de tus ausencias. Demasiado, demasiado tiempo he vivido sólo para ti.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Mujer Lunar

Isabel Petrus


Cuento


Siempre fue una soñadora. Una vez, en que decidió buscar el porqué de su razón de ser, le dijeron que era una mujer lunar: influenciada por la luna, vivía de sueños, de quimeras, y los anteponía a sus realidades, a su cada día.

Lo pensó lentamente, mientras escuchaba. Y decidió que le gustaba así. Era feliz de esta forma, evadiendo realidades, tan duras a veces, y jugando con un mundo de sueños que se anteponían a su vida, que la hacían vivir, un poco más feliz, aunque a contrapunto de lo real, en un mundo que, al fin, ella elegía.

No consideraba que tuviera que dar explicaciones a nadie por ello. Había decidido ser así, y esto le ayudaba a superar los problemas, a enfrentarse a la vida.

En su vida de sueños, era una quimera en busca de realidades. Amaba y se enamoraba del amor, perseguía sus sueños en un mundo irreal, y formaba realidades con sus sueños. Pero se daba trompazos imposibles cuando intentaba convertir en verdades estos sueños, cuando realizaba, de algún modo, sus deseos.

Se enamoraba, y amaba a sus sueños y deseos en cada hombre. Deseaba la felicidad, cuando ellos sólo deseaban su cuerpo. Se enamoraba de los vértices del alma que imaginaba en sus amantes, y ellos sólo amaban el borde agudo de sus pechos, la concavidad dulce de su sexo. Buscaba, en cualquier relación, la compañía, la soledad compartida, la conversación lenta. Y ellos buscaban el placer rápido y escondido, el cuerpo cálido en el que enterrar su deseo, la curvatura exacta de sus caderas.

Nunca se dio cuenta exacta de que no la amaban a ella. Pero su insatisfacción debió dejarle alguna duda, cuando iba, de uno a otro, persiguiendo lo que no hallaba en ninguno.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Escritora de Historias

Isabel Petrus


Cuento


Las tenía de todos los tamaños, de todas las medidas, de todos los sabores, de todos los colores.

Lo suyo era visceral, total: amaba escribir historias, y hacía de ello su vida misma. Pasaba las horas ante su máquina de escribir, y se olvidaba, al hacerlo, de hablar, de comer, de dormir. Cuando sentía nacer una historia en su interior, nada era capaz de detener el impulso que la llevaba a agarrar su máquina, y llenar aquel folio blanco que era como una tentación, como un pecado.

Había empezado como un juego, y acabó siendo más fuerte que la vida misma. Y arrancaba chispas a su máquina de escribir, mientras su imaginación volaba por libre, descubriendo mundos, inventando realidades que, hasta que ella aparecía, se escondían muchas veces detrás de la realidad misma. Y lo que escribía era tan obvio, tan real, tan cierto, que nadie dudaba de que su vida era rica y densa, interesante, como sus mismas historias. Nadie podía escribir con tal intensidad, convenciendo tanto, sin ser parte real de lo contado.

Cuando ella hablaba de amor, una imaginaba las más ardientes historias, los más densos romances, los besos más apasionados, los más agotadores clímax. No podía ser de otro modo. Y, quienes la leían, sentían envidia de sus vivencias, e intentaban imitarla, igualar lo que ella explicaba:

«Sus ojos la subyugaban. Y ella se dejaba hipnotizar. Sus caricias, ¡ah, sus caricias!. Y el placer inmenso se extendía en oleadas, mientras besaba su cuello, y sus manos recorrían su cuerpo, sin darle un momento de reposo...».

¿Cómo no creer que era la mejor amante del mundo? Se preguntaba más de una, mientras suspiraba resignada, mirando al manta de su marido, que nunca la llevaba a estas colas de placer, ni le hacía sentir algo parecido, y que se limitaba a darse la vuelta, en la cama, tras musitar un:


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Una Casa con Mucho Amor

Isabel Petrus


Cuento


Habían empezado como en un sueño. Despacito, poco a poco, a costa de ataques de nervios continuos, convirtieron aquella especie de nave inmensa, esto sí, muy bien situada, en la casa de sus sueños.

Me explicaban, entre la ilusión y el ensueño, cómo se habían colocado las baldosas del baño, minúsculas, una a una, cómo cada uno de los detalles se había discutido hasta la saciedad, y cómo cada uno de los logros acumulados era fruto de discusiones continuas con los albañiles, con todo el personal que compartió los sabores y sinsabores de tan magna obra.

Doscientos metros cuadrados arrancados a la vulgaridad, a la nada, para convertirlos en un sueño hecho realidad: ellos podían hacerlo, tenían los medios, el lugar, los sueños y la ilusión, y, poco a poco, lo convirtieron en esta presencia viva que les envolvió, después, durante años, y les hizo más fácil la convivencia, el ensueño, la continua presencia que significa, de repente, pasar de ser uno a ser dos, con los inmensos problemas que ello conlleva.

Discutir sobre azulejos, madera de parquet, o acabados de obra, une mucho. Durante algún tiempo uno no necesita ser chistoso, ocurrente o extraordinario, porque no hace falta inventar temas de conversación: la decoración lo llena todo, y los posibles vacíos se llenan con cemento de obra, mármol, lechos y molduras de yeso. Esto siempre da un respiro a uno mismo, y uno juega a ser genio, por encima de cualquier vulgaridad, uno se siente al pairo de tantos problemas de cada día.

Poco a poco, fue tomando forma y color aquel sueño que les había ocupado, y liberado, anocheceres y discusiones, que había hecho de ellos genios creadores, y había llenado vacíos llenos de sinamor, pero ocupados al fin.

Nadie les había avisado del peligro que corrían al terminar su aventura, nadie imaginaba lo que podía pasar después. Verdaderamente, era difícil de adivinar.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Quince Años

Isabel Petrus


Cuento


Ella tiene quince años en esta foto. Y luego, en la misma caja de recuerdos, hay fotos de quince, dieciséis, dieciocho años: estos años que compartimos, en los que los sueños se acumulaban, hablar de ellos era hablar de todo un mundo, y nuestras ilusiones jugaban a la par con nuestras ansias.

Como digo, en esta foto, ella tiene quince años. A su lado, a mi lado, otros chicos y chicas de quince y dieciséis años miran expectantes a la cámara, como preguntándole al tiempo que será de ellos, que pasará con su vida.

Pero ella no lo pregunta. Ella se queda anclada en estos quince años que la satisfacen en este momento, y que nunca más, nunca más, se repetirán.

Porque después de esta época, la vida fue, para ella, distinta. Aquí, en sus quince años, acumula todavía la ilusión, y esto le basta. Sabe que la vida no la ha favorecido hasta este momento, con muchas cosas. Por ello, espera una compensación, y está segura de obtenerla. Qué inocente.

Pero siempre fue muy dura. Obstinada. Consecuente. Ella dejaba pasar las tardes del domingo, con el libro de la mano, repasando lecciones difíciles, mientras nosotros dábamos vueltas a la Explanada, perseguíamos al chico de ojos claros que nos enredaba el alma, y dejábamos transcurrir un tiempo difícil, a la sombra de esta dorada inocencia. Pero ella no. Ella, estudiaba, luchaba, porque estaba segura de que tarde o temprano la vida le devolvería lo que le había robado.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

¿Quién Teme al Lobo Feroz?

Isabel Petrus


Cuento


Es un jueves cualquiera, o podría serlo. Pero no. Es jueves, siete de enero, y son las diez y media de la noche. Mi amiga Laly lleva ocho horas en el quirófano, y yo estoy sentada al lado del teléfono, esperando una llamada que me diga, simplemente:

—Todo ha ido bien. No hay peligro, y Laly se recupera.

Pero no. No llega esta llamada, que me haría reconciliarme hoy con el mundo. Elisa, amiga mutua y cuñada de Laly, ha prometido llamarme apenas su marido, Paco, la llame desde la clínica Quirón. Y yo mato las horas y la angustia escribiendo, mientras este maldito teléfono se empeña en permanecer mudo.

Porque Laly es mucha Laly, incluso dormida, incluso bajo los efectos de la anestesia. Incluso luchando, como hace ahora, por volver a la vida normal, esta vida que nos gusta a todos, y que suele despertarse cualquier viernes, cuando me llama.

—¿Bel? ¿Terminarás hoy muy tarde?

Y yo ya sé, entonces, que es una buena noche para dar una vuelta, para despejar fantasmas, para enfrentamos juntas a este vivir de cada día que se asoma sin remedio, sin solución, y que sólo estos buenos ratos nos ayudan a sobrellevar.

Y a Laly y a mí, entonces, nos encanta tomar una pizza en el puerto, cuando el buen tiempo nos lo permite, o cualquier cosa en La Jarrita. La noche, aunque sea larga, resulta corta para estas amigas que, de vez en cuando, juegan a recuperar unos tiempos que, de ningún modo, pueden morir en el recuerdo. Luego, por supuesto, Es Cau, es nuestro mejor sitio. Allí mueren muchas angustias, entre las canciones de Biel, la dulce guitarra de Curro, y los comentarios que bordean la broma:

—Manitas de plata, eres un manitas de plata —repite Biel, entre canción y canción.

Y yo les pido, como siempre, que canten «Si tu me dices ven», esta canción que hace soñar, imaginar un mundo imposible.


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Pesadillas

Isabel Petrus


Cuento


No tenía ningún motivo para ello. Pero vivía aterrorizada.

En cualquier momento, sin avisar, sin motivo aparente, aparecía una imagen en su mente que rompía toda la armonía, que lo estropeaba lodo.

Por ejemplo, este verano. Era un día soleado, de piscina, de niños jugando, un día ideal, en una palabra. Se quedó dormida. Influyó en ello este sol, adormecedor, el aperitivo, el bienestar. Los niños jugaban, tranquilamente.

De repente, despertó sobresaltada. Había un extraño silencio a su alrededor, que contrastaba profundamente con el bullicio anterior. No se movía ninguna hoja de los árboles, el agua estaba extrañamente calmada. Ningún ruido turbaba una paz que, de ningún modo, correspondía a una mañana de agosto en un complejo de apartamentos de Menorca.

Sobresaltada, quiso gritar. Ningún ruido salió de su boca. Quiso moverse, hacer algo. Pero todo estaba quieto, parado y silencioso, como ella, y no se veía a nadie allí.

La sensación de ahogo, de impotencia, la embargó. Y estuvo así un rato, un momento eterno, que parecía no acabar nunca.

Cerró los ojos, al fin, un minuto. Y al abrirlos de nuevo, todo había vuelto a la normalidad. Los niños jugaban, el agua no estaba calmada ni por un momento, la gente bordeaba la piscina, se lanzaba a ella. Había vuelto al mundo real, al que conocía. Tomó un sorbo rápido de su aperitivo, se aseguró de no cerrar los ojos de nuevo, y siguió disfrutando del verano, sin dejarse avasallar por las imágenes extrañas.

Pero hubo más veces. Antes, y después de ésta. Y algunas muy extrañas. Casi irrepetibles. De hecho, prefería no acordarse de ellas, pues eran demasiado terroríficas. Pero no podía evitar que, de vez en cuando, le volvieran a la memoria, le quitaran el sueño durante la noche.

Recordaba una en especial. Era de noche. Una noche lluviosa, oscura como pocas. Conducía cansada ya, con ganas de llegar a casa.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Maruja S.L.

Isabel Petrus


Cuento


Maruja es cualquier cosa menos una sociedad limitada.

Derrocha tiempo, humanidad, presencia a su alrededor. Corre de un lado para otro desde que empieza el día porque, claro, ella no trabaja, y, ante esto, todo el mundo en casa se siente capacitado para pedirle algo, exigirle más, esperar que ella se desmonte por piezas por el resto de la familia.

Anda en esta edad indecisa, que se difumina en su cara y en su cuerpo como una nube, bordeando los cuarenta, aunque a veces ha de esforzarse para recordar que ya ha cumplido los treinta.

Y es que, todo, absolutamente todo, parece que pasó ayer. Ha de contar mentalmente los años que han transcurrido desde su boda, desde el nacimiento de Carlos, desde que Lorena hizo la primera comunión. Claro que guarda un álbum gordote y estropeado en los bordes, en el que todo el mundo le sonríe desde la distancia en el tiempo, en el que ella, más que nadie, conoce fechas y felicidades, aventuras y desventuras, sin necesidad de que nadie le recuerde el cuándo, el cómo, el dónde.

Sin ella saberlo, es un prototipo ideal. Es, exactamente, lo que no quiere ser su hija, lo que no fue su madre, lo que no querría ser ella misma.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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