El Padre Eterno
Isidoro Fernández Flórez
Cuento
(Cuento de niños)
La tarde está hermosa, y como ninguna para dar un paseito. Esto
han pensado Lolita y Agustín, dos buenos mozos que reúnen una docena de
años. Han dejado su casa; han dejado el pueblo, y con la confianza de
quienes habitan entre gente honrada, van por el campo, sin rumbo, solos,
solitos.
Como Lolita es tan cariñosa, al llegar á la última casa de la calle ha vuelto la cabeza y levantado el brazo derecho, abriendo y cerrando muchas veces la mano.
Su madre, desde la puerta, bajo el emparrado, la contesta con una sonrisa de bienaventurada, mientras con la mano, á su vez, la promete una azotaina para la vuelta, por la escapatoria.
¡No haya cuidado! ¡No la pondrá las rosas como cerezas!
Hace mucho calor, y la sinfonía del campo así lo proclama; se diría que millones de insectos, frotando sus millones de élitros, cantan sus dichosos esponsales. ¡Llénase el aire con la voz estridente de su ventura, y esta voz parece que da un alma al universo!
A la salida del pueblo todo es campo, huertas, prados. Sólo á lo lejos una raya alta, obscura, como un encaje negro sobre fuego, indica que se puede encontrar un refugio contra los calores. Pero la tarde declina; el sol se entristece; levántase un vientecillo consolador, y sobre todo... los chicos son como las lagartijas: aman el sol.
Dije que Lolita y Agustín iban solitos. No es cierto. Van muy acompañados. Ella lleva su compañía de siempre. Es decir, una muñeca de cartón muy grande entre los brazos y su cabrita Pizpireta detrás. A las órdenes del chico va su fiel Chis, un perrillo gordinflocete, canelo, largo de orejas, que da con la panza en el suelo: perro sabihondo, difícil en conceder sus caricias, y que sólo en los grandes acontecimientos menea el rabo.
¡Seres más dichosos en este momento, acaso no se encuentren en la tierra!
Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 25 visitas.
Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.