La Escondida Senda
Isidoro Fernández Flórez
Cuento
En aquel tiempo, Madrid era muy chiquito. Debía parecer así como uno de esos Nacimientos que se venden por Navidad en la plaza de San ta Cruz.
Era un recinto amurallado, con un alcázar y muchos raros grupos de casucas entre una red de estrechas, torcidas y sucias calles.
Este cinturón de piedra estaba rodeado de espesos bosques.
De bosques poblados por animales, hoy fabulosos, en los alrededores... El ciervo, que iba sacudiendo de bote en bote su ornamentada cabeza; el colmilludo jabalí; el oso, aficionado á robar panales y á comérselos.
Madrid estaba todavía en poder de los moros.
Corría el siglo once, como diría un novelista.
Y no era afrenta, por lo tanto, como es hoy en día, vender en las esquinas babuchas, pastillas de la Arabia y dátiles.
Los elegantes de aquel tiempo llevaban turbante y alquicel; no entraban y salían como ahora para ir á tirar al pichón ó jugar al tennis, sino para cambiar de armas, caballos...
Era un siglo de lucha incesante, universal; era el reinado de la fuerza.
Los castillos, los pueblos, las ciudades, eran nidos de buitres, de donde salían hombres de hierro.
Nosotros ejercíamos en la Villa empleos humildes. Para los moros, la adarga y la lanza; para los cristianos, la azada y el arado.
Esto de cultivar la tierra fué siempre oficio bajo; y no fué siempre noble devastarla, incendiarla y ensangrentarla.
Isidro era cristiano y era criado de un labrador. Los biógrafos no se han resignado fácilmente con que Isidro fuese de baja cuna. Indican que pudo vivir sin trabajar, porque sus padres tenían algo.
Pero la religión de Isidro era mucha; su deseo de obedecer á Dios, infinito; y un día entró en la iglesia y oyó la voz bíblica, que decía:
«¡Ganarás el pan con el sudor de tu frente!»
Dominio público
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Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.