Textos mejor valorados de Iván Turguéniev no disponibles | pág. 2

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¡U-á… U-á!

Iván Turguéniev


Cuento


Yo vivía entonces en Suiza… Era muy joven, tenía mucho amor propio y estaba muy solo. Yo vivía de modo penoso, sin júbilo. Sin haber visto nada aún, ya me aburría, agotaba y enojaba. Todo en la tierra me parecía ínfimo y trivial, y, como sucede a menudo con los hombres muy jóvenes, acariciaba con malicia secreta la idea del… suicidio. “Les probaré… me vengaré…” —pensaba… ¿Pero qué probar? ¿Qué vengar? Eso yo mismo no lo sabía. En mí, simplemente, se fermentaba la sangre, como el vino en un recipiente taponeado… y me parecía, que debía dejar que se derramara ese vino al exterior, y que era hora de romper el recipiente que lo constreñía… Byron era mi ídolo, Manfredo mi héroe.

Una vez, al atardecer, yo, como Manfredo, decidí dirigirme allí, a la cima de la montaña, por encima de los glaciares, lejos de los hombres, allí donde no había, incluso, vida vegetal, donde se apilaban solo peñascos muertos, donde se helaba todo sonido, ¡donde no se oía, incluso, el rugido de la cascada!

¿Qué intentaba hacer allí?… yo no sabía… ¡¿Acaso terminar con mi vida?!

Yo me dirigí…

Anduve largo tiempo, primero por un camino, después por un sendero, subía más alto… más alto. Ya hacía tiempo que había pasado las últimas casas, los últimos árboles… Las piedras, solo piedras había alrededor; una nieve cercana, pero aún invisible, soplaba hacia mí un frío áspero; por todas partes, en masas negras, avanzaban las sombras nocturnas.

Yo me detuve, finalmente.

¡Qué silencio terrible!

Era el reino de la muerte.

Y yo estaba solo allí, un hombre vivo, con toda su pena arrogante, desolación y desprecio… Un hombre vivo, consciente, que se había alejado de la vida y no deseaba vivir. Un terror secreto me helaba, ¡pero yo me imaginaba grandioso!..

¡Un Manfredo, y basta!


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1 pág. / 3 minutos / 53 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Un Sueño

Iván Turguéniev


Cuento


I

Yo vivía entonces con mi madre en una pequeña ciudad del litoral. Había cumplido diecisiete años y mi madre no llegaba a los treinta y cinco: se había casado muy joven. Cuando falleció mi padre yo tenía solamente seis, pero lo recordaba muy bien. Mi madre era una mujer más bien bajita, rubia, de rostro encantador aunque eternamente apenado, voz apagada y cansina y movimientos tímidos. De joven había tenido fama por su belleza, y hasta el final de sus días fue atractiva y amable. Yo no he visto ojos más profundos, más dulces y tristes, cabellos más finos y suaves; no he visto manos más elegantes. Yo la adoraba y ella me quería… No obstante, nuestra vida transcurría sin alegría: se hubiera dicho que un dolor oculto, incurable e inmerecido, consumía permanentemente la raíz misma de su existencia. La explicación de aquel dolor no estaba sólo en el duelo por mi padre, aun cuando fuese muy grande, aun cuando mi madre lo hubiera amado con pasión, aun cuando honrara piadosamente su memoria… ¡No! Allí se ocultaba algo más que yo no entendía, pero que llegaba a percibir, de modo confuso y hondo, apenas me fijaba fortuitamente en aquellos ojos apacibles y quietos, en aquellos maravillosos labios, también quietos, aunque no contraídos por la amargura, sino como helados de por siempre.


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22 págs. / 38 minutos / 97 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Remanso de Paz

Iván Turguéniev


Novela corta


I

En una habitación bastante espaciosa, recién encalada, de la casa señorial de la aldea de Sasovo, en el distrito provincia de T., delante de una vieja mesita alabeada, un hombre joven, con el abrigo puesto, estaba sentado en una estrecha silla de madera y examinaba unas cuentas. Dos velas de estearina ardían en plateados candelabros de viaje; en un extremo, sobre un banco, descansaba un cofrecillo abierto; en otro rincón un criado estaba armando una cama de hierro. Al otro lado del bajo tabique borboteaba y silbaba un samovar; un perro se revolcaba en una brazada de paja que acababan de traer. En el vano de la puerta aguardaba un campesino de barba larga y rostro inteligente, con un abrigo nuevo anudado con una banda roja: el starosta, según todas las apariencias. Miraba con atención al joven sentado. Pegado a una de las paredes había un piano antiquísimo, al lado de una cómoda no menos vetusta, con agujeros en lugar de cerraduras; entre las ventanas se veía un espejo oscuro; del tabique colgaba un viejo retrato, casi todo descascarillado, que representaba a una mujer empolvada con miriñaque y una cinta negra en el fino cuello. A juzgar por la pronunciada curvatura del techo y la pendiente del agrietado suelo, la casa en la que acabamos de introducir al lector existía desde hacía mucho tiempo. Nadie vivía en ella de manera permanente y se utilizaba para alojar a las visitas del amo. El joven sentado a la mesa era precisamente el dueño de la aldea de Sasovo. Había llegado la víspera, procedente de su hacienda principal, que se encontraba a unas cien verstas de allí, y se disponía a partir al día siguiente, una vez concluida la inspección de la hacienda, escuchadas las peticiones de los campesinos y verificados todos los papeles.


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86 págs. / 2 horas, 31 minutos / 211 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Yákov Páskinov

Iván Turguéniev


Novela corta


I

Los hechos sucedieron en San Petersburgo, en invierno, el primer día del carnaval. Un compañero de pensión, que en su juventud tenía fama de ser tan apocado como una pudorosa muchacha y que más adelante dio muestras de haber perdido cualquier rastro de timidez, me había invitado a comer. Ahora ya ha muerto, como la mayor parte de mis compañeros. Aparte de mí, habían prometido acudir al ágape un tal Konstantín Aleksándrovich Asánov y una celebridad literaria de la época, que se hizo esperar y finalmente envió una nota anunciando que no vendría; en su lugar se presentó un señor menudo y rubio, uno de esos inevitables huéspedes no deseados que tanto abundan en San Petersburgo.

La comida se prolongó largo rato; el anfitrión no escatimó el vino, que poco a poco se nos fue subiendo a la cabeza. Todo lo que cada uno de nosotros ocultaba en el fondo de su alma —¿quién no oculta algo en el fondo de su alma?— acabó saliendo a la luz del día. El rostro del anfitrión había perdido de pronto su expresión púdica y reservada; sus ojos miraban con descaro, y una sonrisa vulgar torcía sus labios; el señor rubio estallaba en carcajadas abyectas, ruidosas y estúpidas; no obstante, fue Asánov quien me sorprendió más. Ese hombre siempre se había distinguido por su sentido del decoro, pero de repente se puso a pasarse la mano por la frente, a darse aires, a jactarse de sus relaciones, a mencionar a cada momento a un tío suyo, personaje muy importante... La verdad es que no le reconocía; se burlaba de nosotros sin el menor reparo... Era como si despreciara nuestra compañía. La insolencia de Asánov me puso furioso.

—Escuche —le dije—, si a sus ojos somos tan insignificantes, váyase a visitar a su ilustre tío. ¿O tal vez no le autoriza a entrar en su casa?

Asánov no me respondió y siguió pasándose la mano por la frente.


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47 págs. / 1 hora, 23 minutos / 77 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Una Desdichada

Iván Turguéniev


Novela


—Sí, sí —empezó Piotr Gavrilovich—, fueron unos tiempos difíciles... y la verdad es que no me apetece rememorarlos... Pero, ya que se lo he prometido, les contaré toda la historia. Escuchen.

I

Vivía yo por entonces (corría el invierno de 1835) en Moscú, en casa de una tía, hermana de mi difunta madre. Tenía dieciocho años. Acababa de pasar del segundo al tercer curso de la Facultad «de letras» (así se llamaba en aquella época) de la Universidad de Moscú. Mi tía era una mujer dulce y apacible, que se había quedado viuda. Ocupaba una casa de madera de gran tamaño en la calle Ostozhenka, caldeada en exceso, de esas que sólo pueden encontrarse en Moscú. Apenas recibía visitas y se pasaba en la salita de la mañana a la noche, con dos damas de compañía, tomando té perla, haciendo solitarios y ordenando cada dos por tres que sahumaran la pieza. Las damas de compañía salían corriendo al recibidor y al cabo de unos minutos aparecía un viejo criado, vestido de librea, con una bandeja de cobre en la que descansaba un ladrillo caliente con una ramita de menta. Avanzaba a grandes pasos por las estrechas alfombras y rociaba las hojas con vinagre. Un vapor blancuzco envolvía el rostro arrugado del fámulo, que se apartaba con el ceño fruncido, mientras los canarios, excitados por el crepitar de la menta, rompían a cantar en el comedor.


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99 págs. / 2 horas, 54 minutos / 89 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Humo

Iván Turguéniev


Novela


1

El 10 de agosto de 1862, a las cuatro de la tarde, y ante el famoso salón de conversación de Baden-Baden, había extraordinaria concurrencia. El tiempo era delicioso: los árboles verdes, las blancas casas de la coqueta ciudad, las montañas que la coronan, todo respiraba un aire de fiesta y brillaba bajo los rayos del sol esplendente; todo sonreía, y un reflejo de esa sonrisa indecisa y encantadora vagaba sobre los rostros, viejos y jóvenes, feos y agradables. Las caras pintadas y pálidas de las loretas parisienses no llegaban a destruir esa impresión de alegría general; las cintas llamativas, las plumas, el oro y el acero, cuyos destellos aparecían sobre los sombreros y los velos, evocaban el animado brillo y el leve estremecimiento de flores primaverales y de alas jaspeadas; pero las notas disonantes de la jerga francesa que hablaban aquellas mujeres no tenía nada de común con el canto de los pájaros.


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186 págs. / 5 horas, 25 minutos / 258 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Suelo Virgen

Iván Turguéniev


Novela


PRIMERA PARTE

Para hacer que aflore el suelo virgen no debe usarse el arado de madera, que se desliza por la superficie, sino un arado que penetre hondo.

De las notas de un agricultor

I

A la una de la tarde de un día de la primavera del 1868 un joven de veintisiete años, vestido de manera descuidada y pobre, subía la escalera oscura de una casa de cinco pisos en la calle de los Oficiales, en San Petersburgo. Golpeando pesadamente con las galochas gastadas, balanceando lentamente su cuerpo pesado, torpe, llegó finalmente al último rellano, se detuvo ante una estropeada puerta entreabierta y, sin tocar el timbre, entró en un pequeño pasillo oscuro.

—¿Está Nezhdánov? —preguntó con voz alta y ruda. —No. Pero yo sí; entre —respondió desde la sala de al lado una voz, también bastante ruda, de mujer. —¿Es Mashúrina? —preguntó el recién llegado. —Sí, soy yo. Y usted, ¿es Ostrodúmov?

—Pimen Ostrodúmov —respondió él y, después de quitarse cuidadosamente las galochas y colgar en un clavo el abrigo gastado por el uso, entró en la habitación de donde venía la voz femenina.


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290 págs. / 8 horas, 28 minutos / 137 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Aguas Primaverales

Iván Turguéniev


Novela


A eso de la una de la madrugada regresó a su gabinete de trabajo, despidió al criado que había encendido las velas. Y sentándose en una butaca junto al fuego, cubrióse el rostro con ambas manos.

Nunca había sentido tal desfallecimiento físico y moral. Había pasado la velada con amables damas e inteligentes caballeros. Muchas de aquellas damas eran bonitas; la mayor parte de los caballeros distinguíanse por el talento y el ingenio; él mismo se había mostrado en la conversación interlocutor agradable y hasta brillante... y a pesar de todo eso, nunca se había encontrado tan irresistiblemente acometido y opreso por aquel taedium vitae de que hablaban ya los antiguos romanos.

Si hubiese sido más joven, hubiera llorado de fastidio, de angustia y de enervamiento; un amargor corrosivo y urente, como el del ajenjo, llenaba su alma entera; cierto no sé qué denso, helado, tétrico, le envolvía por todas partes como una oscura noche, y no sabía cómo desembarazarse de esa oscuridad, de ese amargor. Era inútil recurrir al sueño, presentía que el sueño no iba a venir en su auxilio.

Insensiblemente se sumió en largas y lentas reflexiones, deshilvanadas y tristes.


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156 págs. / 4 horas, 33 minutos / 266 visitas.

Publicado el 18 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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