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autor: Jacinto Octavio Picón editor: Edu Robsy textos disponibles


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Lobo en Cepo

Jacinto Octavio Picón


Cuento


I

A una ilustre ciudad española, donde los hombres trabajadores y valientes nacen de mujeres virtuosas y bellas, llegaron hace años dos viajeros, cuyos trajes negros ni eran enteramente seglares ni del todo eclesiásticos. Uno de ellos hablaba, aunque dulcemente, como superior; otro escuchaba con humildad y respondía con respeto. Eran ambos de continente severo, rostro lampiño y mirada que apareciera humilde si no fuese por lo tenaz, reveladora de una voluntad poderosísima. Tenían mansedumbre en la voz, daban a sus palabras el acento de una afabilidad melosa y persuasiva, pero a veces sus pupilas parecían incendiarse en el rápido e involuntario fulgurar de una energía indomable.

Pocas horas después de su llegada celebraron varias entrevistas misteriosas con gentes adineradas de la población, y a los tres días firmaron, ante notario y como subditos de potencia extranjera, la escritura de compra de un caserón antiguo convertido en fábrica por un industrial que, arruinado durante la guerra civil, tuvo que malvender su hacienda. De esta suerte la paz vino a ser provechosa, quizá, para los mismos que atizaron la lucha.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 56 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Nieto

Jacinto Octavio Picón


Cuento


El general don León Bravo de la Brecha y Pérez Esforzado, décimo cuarto conde de la Algarada de Lucena, primer marqués de Durobando, noble hasta la médula de los huesos, senador por derecho propio, modelo de caballeros, carácter de acero y corazón de oro, feo de rostro y hermosísimo de alma, era hombre que haciéndose querer inspiraba respeto, mas en tal grado religioso, autoritario y linajudo, en una palabra, tan montado a la antigua que parecía la viva encarnación de todos aquellos ideales que cumplida su misión en la vida, van quedando honrosamente almacenados en la historia por la inflexible mano del tiempo.

A bueno nadie le ganaba, a severo le aventajaban pocos, y en punto a reaccionario no había quien le igualase. Fue feliz durante casi toda su vida, porque la Fortuna le halagó propicia, siendo para él en la juventud novia cariñosa, en la edad viril mujer amante y luego sumisa compañera; únicamente en la vejez, cuando creía tenerla más sujeta, comenzó a mostrársele rebelde, como hembra cansada de ser fiel mucho tiempo.

El general veía con pena que cuanto amparó con su prestigio y cuanto defendió con su espada se iba desmoronando. La fe se bastardeaba convirtiéndose en devoción superficial y mundana; las clases sociales se fundían derretidas por la fiebre del oro; el principio de autoridad cedía en vez de resistir; todo lo que él consideró esclarecido y alto tendía a oscurecerse y caer, todo lo vil y bajo a brillar y subir; lo poco antes calificado de utopia era casi realidad, los sueños se hacían tangibles y a las amenazas se respondía con reformas; lo que en su mocedad se dominaba a tiros, ahora se arreglaba con fórmulas.


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6 págs. / 11 minutos / 39 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Santificar las Fiestas

Jacinto Octavio Picón


Cuento


Lunes, 9 de Mayo de 1892, tomó don Cándido posesión de su curato en Santa Cruz de Lugarejo, ocupándose inmediatamente en arreglarse la casa con los pobres y viejos muebles que trajo en una carreta del pueblecillo donde vivió hasta entonces, siendo amparo de necesitados y ejemplo de virtuosos. Durante más de cuarenta y ocho horas, nadie se dio cuenta de que allí había cura nuevo.

Algunos días después, las pocas personas que le vieron y hablaron esparcieron la voz de que parecía buena persona. Y no se equivocaban los que tan presto formaron de él juicio favorable, porque don Cándido era un bendito. Por su estatura, rostro y porte traía a la memoria el retrato que hizo Cervantes de su Hidalgo inmortal. También don Cándido frisaba con los cincuenta años y era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador, y si no amigo de la caza, como don Quijote, incansable en el ejercicio de buscar tristezas para aliviarlas.

Sus condiciones morales todas buenas: la piedad sincera, el trato afable, el lenguaje humilde, la caridad modesta, y en todo tan compasivo y tolerante, que, con ser grande el respeto que imponía, aún era mayor la cariñosa confianza que inspiraba. Su ilustración no debía de ser extraordinaria. En un cofrecillo muy chico cabían los libros que poseía, siendo el de encuadernación más resentida por el continuo uso y el de hojas más manoseadas, los Santos Evangelios. Ni los Padres de la Iglesia ni los excelsos místicos le deleitaban tanto como aquellos sencillos versículos que ofrecen, a quien sabe leerlos, mundos de pensamientos encerrados en frases sobrias.


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4 págs. / 7 minutos / 45 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Sacramento

Jacinto Octavio Picón


Cuento


Justa y Engracia eran hijas de una familia honrada, linajuda y rica, ambas casadas; Justa con un propietario que vivía de sus cuantiosas rentas, sin más trabajo que cuidar de aumentarlas, y de quien no tuvo hijos; Engracia con un bolsista de intachable reputación, pero tan confiado en su estrella que aventuraba en jugadas peligrosas más de lo que permite la prudencia. De este matrimonio nacieron dos niñas: María de la Soledad y María del Sacramento.

A poco de cumplir veintidós años la primera y uno más la segunda, su padre quedó alcanzado en una liquidación de fin de mes, y no pudiendo cumplir los compromisos contraídos, se suicidó de un pistoletazo. Engracia murió de pena algunos meses después; y Justa, mediante la cariñosa conformidad de Luis, su marido, se hizo cargo de las dos sobrinas huérfanas; doblemente impulsada, primero por cierta natural bondad, no incompatible con su dureza de carácter, y luego por el firme convencimiento de que las dos muchachas no podían decorosamente vivir solas.

Para Justa y Luis el decoro era la mitad de la vida: estaban persuadidos de que el error y el pecado son inherentes a la naturaleza humana, y de que la disculpa y el perdón forman la gloria principal con que el bueno se aventaja al malo; pero con el escándalo no transigían nunca. La opinión del prójimo, si no valía, importaba a sus ojos tanto como la misma virtud: temían más al comentario y la maledicencia que a la falta, siendo partidarios acérrimos del refrán que dice: «Pecado ignorado medio perdonado». Con tales ideas no habían de permitir que sus sobrinas viviesen solas.

Soledad y Sacramento no parecían hermanas. Eran sus cualidades morales tan diferentes y sus tipos tan opuestos, que quien ignorase la honradez de su madre pudiera suponerlas engendradas por dos amores distintos.


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9 págs. / 16 minutos / 60 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Honrada

Jacinto Octavio Picón


Novela


I

El día fue muy caluroso, de legítimo verano madrileño; pero quedó la noche tan fresca y apacible, que Plácida y doña Susana —hija y madre— prolongaron la velada permaneciendo en el gabinete hasta más tarde de lo acostumbrado.

El airecillo que penetraba por los anchos huecos de los balcones venía impregnado en el perfume de las acacias de la Castellana, y era tan suave que apenas movía el fleco de los cortinajes. Los ruidos que la circulación produce disminuían poco a poco; pasaban menos coches, y los tranvías a más largos intervalos, oyéndose con mayor facilidad las voces de las gentes que llamaban al sereno y las carreras que éste daba para abrir las puertas. Según iba avanzando la noche era tal el silencio, que sonaba claro y distinto el pertinaz chirrido de un grillo preso en la vecindad para recreo de chicos, y si por el paseo se acercaba un grupo de caballeros, se entendían frases enteras del diálogo. También cruzaban por entre los troncos de los árboles parejas de hombre y mujer, andando despacito y de bracete; pero de lo que éstos decían no era posible sorprender palabra, confundiéndose su amoroso cuchicheo con el apagado son que movían las ramas al rozarse. En el reloj de un convento cercano dieron las doce, vibrando lenta y pausadamente las campanadas.


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225 págs. / 6 horas, 35 minutos / 153 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2019 por Edu Robsy.

La Buhardilla

Jacinto Octavio Picón


Cuento


I

La casa de los duques de las Vistillas era de las mejores entre las buenas viviendas nobiliarias del antiguo Madrid. No podía compararse con ella la de los Guevaras, ni la de los Peraltas, ni la de los Zapatas, ni aun la de los Salvajes: se parecía a las de Oñate y Miraflores. Sus dueños le decían el palacio... y, sin embargo, no pasaba de ser un caserón destartalado, de grandes salones, tremendos patios y pasillos laberínticos. La fachada era de agramillado y berroqueña del Guadarrama: tenía zócalo de granito con respiraderos de sótano, planta baja con descomunales rejas dadas de negro, principal de anchos huecos con fuertes jambas, recios dinteles y guarda polvos casi monumentales: sobre el balcón del centro, que caía encima del zaguán, ostentaba un enorme escudo nobiliario, ilustre jeroglífico compuesto por cabezas de moros, perros, cadenas, bandas y calderos; todo ello dominado por un soberbio casco de piedra caliza que el tiempo iba enrojeciendo con el chorreo de las lluvias mezclado a la herrumbre del balconaje. El piso segundo, bajo de techo y a manera de ático, tenía ventanas pequeñas, y sobre el entablamento descollaban las buhardillas altas, aisladas, recubiertas de tejas, guarnecidas de verdosas vidrieras, ante las cuales se veían desde lejos las ropas recién lavadas y tendidas que goteaban sobre estrechos cajoncitos, plantados de yerba luisa, albahaca, yerba de gato y claveles.


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 53 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Amenaza

Jacinto Octavio Picón


Cuento


I

Sonaron las campanadas del medio día y de allí a poco la puerta comenzó a despedir en oleadas de marea humana la muchedumbre cansada y silenciosa que componía el personal de los talleres. Nadie hablaba: no hacía el varón caso de la hembra, ni buscaba la muchacha el halago del mozo, ni el niño se detenía a jugar. Los fuertes parecían rendidos, los jóvenes avejentados, los viejos medio muertos. ¡Casta dos veces oprimida por la ignorancia propia y el egoísmo ajeno!

El gentío se fue desparramando como nube que el viento fracciona y desvanece: pasó primero en turbas, luego en grupos y después en parejas que calladamente solían dividirse sin despedida ni saludo, tomando unos el camino de su casa, entrando otros en ventorrillos y tabernas, diseminándose y perdiéndose, confundidos todos y sorbidos por la agitada circulación del arrabal.

Uno de los últimos que salieron fue Gaspar Santigós, alias, el Grande o Gasparón, porque era de tremendas fuerzas, muy alto y muy fornido. Hacíanle simpático el semblante apacible, la frente despejada, el mirar franco, y era tan corpulento, que parecía Hércules con blusa.


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6 págs. / 10 minutos / 49 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Juan Vulgar

Jacinto Octavio Picón


Novela corta


I

Tiene, al comenzar este verídico relato, diecisiete años. Su infancia ha sido la de casi todos los muchachos de pueblo. Nunca estuvo para él la fruta demasiado alta, ni logró su abuela esconder las golosinas en sitio que no descubriera, ni había en la comarca perro que no le temiese. A pedradas turbaba él sosiego de los pájaros ocultos en las frondas, y entre burlas y veras, con sus requiebros, traía desasosegados los corazones de las mozas. Más de una cuando él a la fuente se acercaba, fingió que no podía con el cántaro para que Juan la ayudase a levantarlo, mientras otra, dejándole ver los remangados brazos, alzaba vigorosamente el suyo, como dándole a entender cuán apretado lazo formaría con ellos en torno de su cuello.


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47 págs. / 1 hora, 22 minutos / 154 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2019 por Edu Robsy.

El Hijo del Camino

Jacinto Octavio Picón


Cuento


I

Era el tiempo en que para trasladar a los presos y penados de cárcel a cárcel, de penal a penal, se les llevaba todavía a pie por los caminos, entre destacamentos de gente armada.

Tras el día de calor insufrible, vino la noche sin brisa, cálida y sofocante.

No corría un pelo de aire, ni se alzaba del suelo un átomo de polvo. La carretera abierta en la dilatada extensión de la llanura, se destacaba interrumpiendo el gris terroso de los campos, como una cinta blanca y ancha tendida sobre los surcos en rastrojo.

Por su centro iba la cuerda, la reata humana, doblemente rendida a la pesadumbre de la fatiga y del delito.

Quién llevaba morral, quién alforjas, quién manta, los más, nada; veíanse muchos descalzos, despeados; pocos fumaban, no reía ninguno. A los lados marchaba la tropa obligada a meterse por la estrecha hondura de las cunetas, o a subirse en los montones de guija y pedernal recién partido, mientras el brillo de las armas, iluminadas por la luna, limitaba la movible masa de aquella triste muchedumbre. Los grillos y las cigarras cantaban libremente; voces humanas se oían pocas, y esas eran blasfemias; tal vez envidia de los animalillos, desahogo propio de gente forzada del rey que iba a las galeras.

En la Venta de la Mora se hizo alto: la cuerda se recogió a un lado del camino, en un repecho: los soldados desataron los cabos de bramante, y luego, apartándose y formando extenso círculo en torno de los presos, colocaron centinelas. De allí a poco salieron de la venta quince o veinte mujeres harapientas, sucias, miserables, y esquivando a los de uniforme corrieron hacia los del grupo central, aunándose con ellos en parejas que desaparecían tras un tronco, tras un peñasco, en un repliegue del terreno, donde pudieran ocultarse.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 235 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Dulce y Sabrosa

Jacinto Octavio Picón


Novela


Advertencia para esta edición

Si creyera que el publicar un escritor sus obras completas implica falta de modestia, no reimprimiría las mías. Lo hago porque están casi todas agotadas; pensando que es deber de padre no consentir que mueran sus hijos, aunque no sean tan buenos ni tan hermosos como él quiso engendrarlos; y también porque considero que el hombre tiene derecho a despedirse de la juventud recordando lo que durante ella hizo honradamente y con amor.

Otra disculpa pienso que atenúa mi atrevimiento. Porque ser partidario del arte por el arte, y yo lo soy muy convencido, no puede amenguar ni estorbar, aun cultivando esta que se llama amena literatura, el entusiasmo por ideas de distinta índole; las cuales unas veces veladamente se transparentan y otras ostensiblemente se muestran en la labor de cada uno; pues no es posible, y menos en nuestra época, que el literato y el artista sientan y piensen ajenos al ambiente que respiran. Quien carece de fuerzas para conquistar la costosa gloria de adelantarse a su tiempo, tenga la persistente virtud de servirle: así lo he pretendido; mas él ha caminado tan deprisa, que hoy acaso parezcamos tímidos los que ayer fuimos osados. De éstos quise ser: de los que al estudiar lo pasado y observar lo presente procuran preparar lo porvenir y se esperanzan con ello. Por eso rindo tributo de constancia y firmeza a las ideas de mi juventud, algunas hoy tan combatidas, reuniendo estos pobres libros, sin que me arredre el recuerdo de cómo unos fueron censurados, ni espere que retoñe la benevolencia con que otros fueron alabados. Discurro al igual de aquel gran prosista que decía: «No es temor, como no es vanidad».

Bien quisiera, lector, que pensáramos a dúo y que mi conciencia hallase siempre eco en la tuya: si por torpe desespero de lograrlo, por sincero creo merecerlo.


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Dominio público
271 págs. / 7 horas, 55 minutos / 200 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2019 por Edu Robsy.

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