Textos más populares esta semana de Jacinto Octavio Picón etiquetados como Cuento | pág. 2

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autor: Jacinto Octavio Picón etiqueta: Cuento


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La Cuarta Virtud

Jacinto Octavio Picón


Cuento


Estaba el deán tomando chocolate y leyendo entre sorbo y sopa un diario neo católico, cuando entró en su cuarto el ama, diciendo sobresaltada:

— Señor, ahí está Garcerín, y dice que la catedral se viene abajo.

El deán, alma de la diócesis, porque el señor obispo de puro bueno no servía para nada, agitó con la cucharilla el vaso de agua donde se estaba deshaciendo el azucarillo, bebióselo tranquilamente, se limpió los labios con la servilleta, y mientras encendía un cigarro de papel, más grueso que puro, repuso sin alterarse:

— Lo de siempre... ganas de asustar... algo menos será. Dile que pase.

Garcerín, el monaguillo más listo y endiablado de la santa basílica, traía el espanto pintado en la cara.

— ¿Qué hay, buen mozo?

— Señor, que esta vez va de veras.

— Cuenta, cuenta.

— Pues, ahora mismo estaba yo quitando los cabos de los candeleros del Carmen, junto al crucero, cuando sonó por arriba, muy arribota, un ruido como si crujiera una piedra al partirse, y cayeron tres o cuatro pedazos mayores que manzanas. Yo creí que serían, como otras veces, de la mezcla que une los sillares, pero miré a lo alto y vi que no: eran de la piedra blanca de la cornisa, donde hay un adorno que parece una fila de huevos y otra de hojas... de pronto ¡pum! otro pedazo gordo, como su cabeza de usted, y dio en la esquina del altar, y partió el mármol... y eché a correr hacia la sacristía.

— ¿Quién estaba allí?


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7 págs. / 13 minutos / 46 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Triunfos del Dolor

Jacinto Octavio Picón


Cuento


En una extensa planicie formada por tierras de panllevar, estaba la casa solariega de los Niharra, donde descuidada del mundo, cuidadosa de su hacienda y soñadora con sus recuerdos, vivía doña Inés, a quien en los contornos apellidaban la Santa. Nombrarla en la comarca era casi, y para muchos sin casi, nombrar a la Providencia; porque a veces, quien imploraba algo del cielo, que lo puede todo, solía no alcanzarlo, mientras ella nada negaba estando en su mano concederlo. Perdonar arriendos, rebajar censos, dotar doncellas y redimir mozos de quintas, era para doña Inés el pan nuestro de cada día. De sus armarios salían las ropas para los pobres; de su despensa los comestibles para los desvalidos; de sus trojes el grano para los labradores arruinados; costeaba médico y botica; por su precepto, iban los niños a la escuela; con su prudencia enfrenaba discordias, desvanecía rencores, y añadiendo a la limosna que puede dar el rico la compasión que solo siente el bueno, siempre y para todos, tenía piedad en el corazón y consuelo en los labios. Si alguna vez se ensoberbeció la ingratitud contra ella, supo ahogarla a fuerza de beneficios; así que por dónde quiera que iba, salían las gentes a su paso, muchas a pedir, y muchas más, aunque parezca increíble, a mostrarse agradecidas. Las frases de bendición y de respeto que escuchaba, la riqueza que le permitía hacer tanta caridad y el justo regocijo de su conciencia, sobre todo, debieran de infundirle aquella tranquilidad de espíritu en que la verdadera felicidad se funda, y sin embargo, no daba señales de ser dichosa.

Al recuerdo de amores contrariados no había que achatarlo; primero, porque ni su lenguaje, ni su rostro, delataban la tristeza apacible, pero indeleble, que deja en los resignados el dolor; y, además, porque los años todo lo aminoran, y ella contaba tantos, que bien podían haberle ido borrando del pensamiento las memorias tristes, por muchas que tuviese.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Plegarias

Jacinto Octavio Picón


Cuento


I

Al dar la una y media comenzaron a despedirse los contertulios: a las dos sólo quedaban en el magnífico salón los dueños de la casa, marido y mujer, ambos jóvenes, hermosos y al parecer felices: él se puso a leer un periódico de la noche y ella se entretuvo escribiendo con un lápiz de oro al dorso de una tarjeta las visitas y compras que pensaba hacer al día siguiente.

Después hablaron un rato de cosas de poca monta, y, por fin, ella, levantándose de pronto, le dijo mirándole amorosamente:

— Me voy a recoger el pelo. ¿Tardarás?

— Acuéstate. Enseguida voy.

Luego de retirarse la dama, el hombre pasó del salón a su despacho, que era la habitación contigua, y oprimiendo un resorte oculto entre los cortinajes, dio luz a las lámparas eléctricas.

Los muros estaban cubiertos de verdaderos tapices góticos, los estantes llenos de buenos libros, en un testero había un magnífico retrato de familia a cuyos lados brillaban dos panoplias de armas antiguas, y en otro lienzo de pared destacaba sobre el fondo multicolor y borroso del tapiz un santo pintado por Zurbarán. Cuanto allí había era prueba de exquisito gusto, cultura y riqueza bien empleada. Indudablemente el lujo de relumbrón, las antiguallas falsificadas y los caprichos absurdos impuestos por la moda, no tenían entrada en aquella casa.

Sentose el caballero ante la mesa, sacó de un cajón una cartera, y tras consultar rápidamente varios papeles, apuntó, poco más o menos de este modo, lo que se proponía hacer al otro día:


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4 págs. / 7 minutos / 43 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Santificar las Fiestas

Jacinto Octavio Picón


Cuento


Lunes, 9 de Mayo de 1892, tomó don Cándido posesión de su curato en Santa Cruz de Lugarejo, ocupándose inmediatamente en arreglarse la casa con los pobres y viejos muebles que trajo en una carreta del pueblecillo donde vivió hasta entonces, siendo amparo de necesitados y ejemplo de virtuosos. Durante más de cuarenta y ocho horas, nadie se dio cuenta de que allí había cura nuevo.

Algunos días después, las pocas personas que le vieron y hablaron esparcieron la voz de que parecía buena persona. Y no se equivocaban los que tan presto formaron de él juicio favorable, porque don Cándido era un bendito. Por su estatura, rostro y porte traía a la memoria el retrato que hizo Cervantes de su Hidalgo inmortal. También don Cándido frisaba con los cincuenta años y era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador, y si no amigo de la caza, como don Quijote, incansable en el ejercicio de buscar tristezas para aliviarlas.

Sus condiciones morales todas buenas: la piedad sincera, el trato afable, el lenguaje humilde, la caridad modesta, y en todo tan compasivo y tolerante, que, con ser grande el respeto que imponía, aún era mayor la cariñosa confianza que inspiraba. Su ilustración no debía de ser extraordinaria. En un cofrecillo muy chico cabían los libros que poseía, siendo el de encuadernación más resentida por el continuo uso y el de hojas más manoseadas, los Santos Evangelios. Ni los Padres de la Iglesia ni los excelsos místicos le deleitaban tanto como aquellos sencillos versículos que ofrecen, a quien sabe leerlos, mundos de pensamientos encerrados en frases sobrias.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Milagro

Jacinto Octavio Picón


Cuento


Damián y su mujer Casilda, él de cuarenta y cinco, y ella de algunos menos, tenían en el barrio fama de ricos, y sobre todo de roñosos. No se les podía tildar de avaros, pues en vivir bien, a su modo, gastaban con largueza; pero la palabra prójimo era para ellos letra muerta.

Delataban su holgura la bien rellena cesta que su criada Severiana les traía de la compra, la costosa ropa que vestían, y algún viaje de veraneo que, aun hecho en tren botijo, era mirado por los vecinos como rasgo de insolente lujo. Además, con cualquier pretexto, disponían comidas extraordinarias o se iban un día entero de campo con coche que les llevara a los Viveros o El Pardo, y esperase hasta la puesta del sol, trayéndoles bien repletos de voluminosas tortillas, perdices estofadas, arroz con muchas cosas, magras de jamón y vino en abundancia.

De estos despilfarros solo protestaba la vecindad con cierta disculpable envidia: lo malo era que marido y mujer no comían ni se iban de campo solos, como recién casados o amantes de poco tiempo, sino que siempre les acompañaban dos hermanos, Luis y Genoveva, de los cuales el primero cortejaba a Casilda, mientras la segunda bromeaba con Damián: si el tal cortejo era platónico y las tales bromas inocentes, ellos lo sabrían; pero un conocido que les vio merendando más allá de la Bombilla, decía que aquéllo era un escándalo, que cuando les sorprendió, Luis tenía a Casilda cogida por la cintura, y que Genoveva retozaba con Damián.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Dichas Humanas

Jacinto Octavio Picón


Cuento


A la parte de Oriente, por cima de las arboledas del Retiro, comienza a despuntar el día, desvaneciéndose y borrándose el lucero del alba en una faja de luz pálida y blanquecina, que se dilata y extiende poco a poco en el espacio.

Los faroles están apagados, los serenos se han ido, las buñoleras no han llegado, las tahonas están cerradas, las tabernas no se han abierto, y un norte glacial barre las aceras, arremolinando en los cruces de las calles las hojas secas, el polvo y los papeles. Se oyen de cuando en cuando los pasos rápidos de alguien que ha trasnochado por necesidad o por vicio; suenan a lo lejos las campanas de maitines en la torrecilla de un convento, y tras las vallas de un solar convertido en corral, lanza un gallo su canto bravío y vigoroso, como si estuviera en el campo.

De entre las sombras que van desvaneciéndose surgen las líneas y la mole de una casa magnífica, casi un palacio, con jardín a la iglesia, ancho portalón y verja de remates dorados. Dos balcones del piso principal están interiormente iluminados por un resplandor medio amarillento, medio rojizo, formado por las llamas de la chimenea y la luz de una gran lámpara con enorme pantalla de seda color de oro. Desde la calle no se ven más que los huecos bañados en claridad misteriosa, los cristales de una sola pieza y los visillos de muselina, en cuyos centros campean cifras artísticas de letras entrelazadas.

La habitación es suntuosa. Hay en ella muebles soberbios, telas rarísimas, cuadros con firmas de maestros, retratos admirables, plantas exóticas criadas en la atmósfera tibia del invernadero, jarrones, japoneses decorados con cigüeñas de plata que vuelan en paisajes fantásticos, alfombras en que los pies se hunden y arañas de vidrios multicolores, donde centellean en temblor irisado los reflejos, de la chimenea. La riqueza y el buen gusto parecen haber reunido allí todos los primores del lujo moderno.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Elvira-Nicolasa

Jacinto Octavio Picón


Cuento


Acabábamos de cenar Elvira y yo en un gabinetito de una fonda donde le gustaba que la llevase a tomar mariscos y vino blanco. Disputando por celos, en el calor de las recriminaciones, dejé escapar una frase ofensiva: debí de decirle algo muy duro, sin duda una verdad muy grande, porque entonces, avivada su locuacidad con la injuria y suelta su lengua con el estímulo de la bebida, se recostó en el diván con provocativa indolencia y, poniéndose muy seria, repuso:

— Sí, ¿eh? ¿Tan mala crees que soy? Pues aquí donde me ves, tan coqueta, tan amiga de haceros rabiar, porque todos sois iguales, y no merece más ni menos uno que otro, tan orgullosa de haber arruinado a unos y puesto en ridículo a otros, yo, aunque no lo creas, tengo en mi vida un rasgo bueno, y tendría muchos si no hubiese sido en mi niñez tan desgraciada.

Me creí amenazado de la eterna historia de una seducción vulgar; pero, prefiriendo oírla a verla emborracharse, me dispuse a escuchar, y ella siguió de este modo:


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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