Textos más vistos de Jack London publicados por Edu Robsy no disponibles | pág. 2

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autor: Jack London editor: Edu Robsy textos no disponibles


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El Diente de Ballena

Jack London


Cuento


En los primeros días de las islas Fidji, John Starhurst entró en la casa—misión del pueblecito de Rewa y anunció su propósito de propagar las enseñanzas de la Biblia a través de todo el archipiélago de Viti Levu. Viti Levu quiere decir «País grande», y es la mayor de todas las islas del archipiélago. Aquí y allá, a lo largo de las costas, viven del modo más precario un grupo de misioneros, mercaderes y desertores de barcos balleneros.

La devoción y la fe progresaban muy poco, nada, y algunas veces los al parecer convictos arrepentíanse de un modo lamentable. Jefes que presumían de ser cristianos, y eran por tanto admitidos en la capilla, tenían la desesperante costumbre de dar al olvido cuanto habían aprendido para darse el placer de participar del banquete en el que la carne de algún enemigo servía de alimento. Comer a otro o ser comido por los demás era la única ley imperante en aquel país, la cual tenía trazas de perdurar eternamente en aquellas islas. Había jefes como Tanoa, Tuiveikoso y Tuikilakila, que se habían comido cientos de seres humanos. Pero entre estos glotones descollaba uno, llamado Ra Undreundre.

Vivía en Takiraki, y registraba cuidadamente sus banquetes. Una hilera de piedras colocadas delante de su casa marcaba el número de personas que se había comido. La hilera tenía una extensión de doscientos cincuenta pasos y las piedras sumaban un total de ochocientas setenta y dos, representando cada una de ellas a una de las víctimas. La hilera hubiera llegado a ser mayor si no hubiese sucedido el que Ra Undreundre recibió un estacazo en la cabeza en una ligera escaramuza que hubo en Sorno Sorno, a continuación de la cual fue servido en la mesa de Naungavuli, cuya mediocre hilera de piedras alcanzó tan sólo el exiguo total de ochenta y ocho.


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9 págs. / 17 minutos / 134 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Lobo de Mar

Jack London


Novela


CAPITULO I

Apenas sé por dónde empezar; pero a veces, en broma, pongo la causa de todo ello en la cuenta de Charley Furuseth. Este poseía una residencia de verano en Mill Valley, a la sombra del monte Tamalpaís, pero ocupábala solamente cuando descansaba en los meses de invierno y leía a Nietzsche y a Schopenhauer para dar reposo a su espíritu. Al llegar el verano, se entregaba a la existencia calurosa y polvorienta de la ciudad y trabajaba incesantemente. De no haber tenido la costumbre de ir a verle todos los sábados y permanecer a su lado hasta el lunes, aquella mañana de un lunes de enero no me hubiese sorprendido navegando por la bahía de San Francisco.

No es que navegara en una embarcación poco segura, porque el Martínez era un vapor nuevo que hacia la cuarta o quinta travesía entre Sausalito y San Francisco. El peligro residía en la tupida niebla que cubría al mar, y de la que yo, hombre de tierra, no recelaba lo más mínimo. Es más: recuerdo la plácida exaltación con que me instalé en el puente de proa, junto a la garita del piloto, y dejé que el misterio de la niebla se apoderara de mi imaginación. Soplaba una brisa fresca, y durante un buen rato permanecí solo en la húmeda penumbra, aunque no del todo, pues sentía vagamente la presencia del piloto y del que ocupaba la garita de cristales situada a la altura de mi cabeza, que supuse sería el capitán.


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294 págs. / 8 horas, 34 minutos / 205 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Mexicano

Jack London


Cuento


I

Nadie conocía su historia, y menos los de la Junta. Él era el «pequeño misterio», el «gran patriota» y, a su manera, trabajaba tan duro como ellos por la inminente Revolución Mexicana. No estaban muy dispuestos a reconocerlo, pues a nadie en la Junta le gustaba aquel hombre. El día en que apareció por primera vez en los cuartos atestados y bulliciosos, todos sospecharon que era un espía, uno de los agentes comprados por el servicio secreto de Díaz. Demasiados de sus camaradas estaban en las cárceles civiles y militares de los Estados Unidos, y otros, encadenados, seguían siendo conducidos hasta la frontera para ser fusilados contra paredones de adobe.

A primera vista, el muchacho no los impresionó favorablemente. Era un muchacho, sí, de no más de dieciocho años, y no demasiado desarrollado para su edad. Anunció que se llamaba Felipe Rivera y que deseaba trabajar para la Revolución. Eso fue todo: ni una palabra de más, ni una explicación. Se quedó de pie, esperando. No apareció una sonrisa en sus labios, ni benevolencia en sus ojos. El gallardo Paulino Vera tuvo un estremecimiento. Había en ese muchacho algo siniestro, terrible, inescrutable. Había algo venenoso en sus ojos negros, parecidos a los de una serpiente. Ardían como un fuego frío, como con una gran amargura concentrada. Los paseaba de las caras de los conspiradores a la máquina de escribir que la pequeña señorita Sethby usaba industriosamente. Sus ojos se posaron en los de ella un solo instante —se había arriesgado a levantar la vista—, y también ella sintió algo innominado que la hizo detenerse. Tuvo que releer para recuperar el hilo de la carta que estaba escribiendo.


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29 págs. / 51 minutos / 261 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Talón de Hierro

Jack London


Novela


Prólogo

No se puede considerar el Manuscrito Everhard como un documento histórico importante. Según los historiadores, está plagado de errores —no errores factuales, sino de interpretación—. Al retroceder los siete siglos transcurridos desde que Avis Everhard completara ese manuscrito, los acontecimientos y sus consecuencias, para ella confusos y oscuros, aparecen más claros para nosotros. Avis no dispuso de perspectiva. Estuvo demasiado cerca de los hechos que relató. Mejor dicho, estuvo inmersa en esos sucesos.

No obstante, y como documento personal, el Manuscrito Everhard posee un inestimable valor, aunque nos encontremos, junto con los errores de perspectiva, con la parcialidad del amor. En cualquier caso, sentimos un gran aprecio por su trabajo y disculpamos generosamente a Avis Everhard por el tono épico con que describió a su esposo. Sabemos, hoy día, que no fue tan colosal la figura de su hombre, y que tuvo que afrontar aquellos sucesos con menor grandeza que la que el manuscrito tiende a hacernos creer.

No hay duda de que Ernest Everhard fue un personaje excepcional, aunque no tan grandioso como lo concibió su mujer. Ernest fue, en todo caso, uno más dentro del amplio conjunto de héroes que a lo ancho del mundo han dedicado su vida a la revolución; aunque hemos de concederle un mérito singular: su elaboración e interpretación de la filosofía de la clase trabajadora. «Ciencia proletaria» y «Filosofía proletaria» eran los términos con que se refería en su ideario; con lo que mostraba cierto provincianismo ideológico —un defecto, no obstante, al que nadie en aquellos tiempos podía escapar.


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250 págs. / 7 horas, 18 minutos / 177 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Valle de la Luna

Jack London


Novela


LIBRO PRIMERO

I

—¿Escuchas, Saxon? Ven aquí. ¿Y qué sucedería si fuesen los albañiles? Allí tengo amigos que son verdaderos caballeros, al igual que tú. Vendrá la banda de Al Vista, y ya sabes que toca como el cielo. Y sobre todo a ti te gustará, que bailas…

Muy cerca de ellas, una mujer corpulenta y madura cortó las insinuaciones de la muchacha. Era una mujer de espaldas móviles, abultadas y deformes, y comenzó a agitarse convulsivamente.

—¡Dios! —gritó—. ¡Oh, Dios!

Echaba miradas salvajes hacia los costados de la habitación de paredes descoloridas, llena de calor y muy sofocante por el vapor que se escapaba de las telas mojadas, que eran alisadas por las planchas encendidas, manejadas por numerosas mujeres. Parecía un animal acorralado. Las rápidas miradas de sus compañeras de labor se clavaron en ella. Hasta ese instante habían agitado firmemente los hierros a bastante velocidad, y entonces el trabajo y la eficiencia se resintieron. El grito que había lanzado esa mujer produjo un efecto semejante a una pérdida de dinero, entre aquellas planchadoras de ropa almidonada que trabajaban a destajo.

Después de un esfuerzo visible, la muchacha se reprimió, y la plancha se detuvo sobre el vestido humedecido, de delicados volados, que estaba extendido sobre la mesa.

—¡Y suponía que ella ya lo tenía de nuevo!… ¿No creías lo mismo? —dijo la joven.

—Es una vergüenza… Es una mujer de edad y de cierta condición… —respondió Saxon, mientras alisaba el vuelo de un encaje con la plancha de rejilla. Sus movimientos eran delicados, rápidos y seguros, y aunque su rostro estaba pálido por la fatiga y el calor abrumador, sin embargo no había lentitud en el ritmo de su tarea.


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567 págs. / 16 horas, 32 minutos / 123 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Vagabundo y el Hada

Jack London


Cuento


Tendido de espaldas dormía con sueño tan pesado y profundo que no le despertaban en absoluto los ruidos —el martilleo de los pasos de los caballos y los gritos de los carreteros— que llegaban del puente tendido sobre el arroyo. Era el tiempo de la vendimia y sobre el puente se sucedían sin interrupción las pesadas carretas cargadas de uva que remontaban el valle para dirigirse a los lagares; cada vez que una de ellas se las había con su malvado pavimento, era algo así como una explosión de sonidos, una conmoción general en la calma indolente de la tarde.

Pero el hombre no se había turbado. Su cabeza se había salido del periódico plegado que le servía de almohada. Briznas de yerba y motas de tierra seca se adherían en forma de placas a su desordenada cabellera. No era agradable verlo. Dormía con la boca completamente abierta, exhibiendo una mandíbula superior en la que faltaban varios dientes rotos de un puñetazo. Roncaba ruidosamente, gruñendo y gimiendo a veces en su penoso sueño. Estaba muy agitado: tan pronto sus brazos batían el aire en bruscos molinetes convulsivos, como rodaba de derecha a izquierda su cabeza bamboleante sobre los terrones en que reposaba. Ese nerviosismo parecía debido en parte a algún malestar interno, y, en parte, al sol que le bañaba la cara y a las moscas que zumbaban a su alrededor, se posaban y se paseaban por su nariz, sus párpados y sus mejillas —que eran, además, los únicos lugares que podían explorar, porque el resto de su cara desaparecía bajo una barba hirsuta, ligeramente canosa, aunque muy sucia y descolorida por la intemperie.

Los pómulos de su cara estaban salpicados de manchas rojas provocadas por el aflujo de sangre. Ese sueño de plomo venía con toda seguridad de una juerga reciente, que explicaba también la obstinación de las moscas en formar enjambre en torno a su boca, atraídas por las exhalaciones de alcohol.


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18 págs. / 31 minutos / 70 visitas.

Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Encender una Hoguera

Jack London


Cuento


Acababa de amanecer un día gris y frío, enormemente gris y frío, cuando el hombre abandonó la ruta principal del Yukón y trepó el alto terraplén por donde un sendero apenas visible y escasamente transitado se abría hacia el este entre bosques de gruesos abetos. La ladera era muy pronunciada, y al llegar a la cumbre el hombre se detuvo a cobrar aliento, disculpándose a sí mismo el descanso con el pretexto de mirar su reloj. Eran las nueve en punto. Aunque no había en el cielo una sola nube, no se veía el sol ni se vislumbraba siquiera su destello. Era un día despejado y, sin embargo, cubría la superficie de las cosas una especie de manto intangible, una melancolía sutil que oscurecía el ambiente, y se debía a la ausencia de sol. El hecho no le preocupaba. Estaba hecho a la ausencia de sol. Habían pasado ya muchos días desde que lo había visto por última vez, y sabía que habían de pasar muchos más antes de que su órbita alentadora asomara fugazmente por el horizonte para ocultarse prontamente a su vista en dirección al sur.


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22 págs. / 38 minutos / 158 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Escritos Políticos

Jack London


Ensayo, Política


Cómo me hice socialista

Es bastante justo decir que me hice socialista de un modo similar a como los teutones paganos se hicieron cristianos: a golpes de martillo. En el momento de mi conversión, yo no sólo no estaba buscando el socialismo sino que lo estaba combatiendo. Era muy joven e inexperto, no sabía casi nada, y aunque nunca había oído hablar siquiera de una escuela llamada “individualismo”, cantaba el himno de los fuertes con todo el corazón.

Esto era así porque yo mismo era fuerte. Por fuerte quiero decir que tenía buena salud y músculos firmes, ambas cualidades fácilmente explicables. Había pasado mi niñez en los ranchos de California, mi adolescencia repartiendo periódicos en las calles de una lozana ciudad del Oeste, y mi juventud en las aguas cargadas de ozono de la Bahía de San Francisco y del Océano Pacífico. Me encantaba la vida al aire libre, y al aire libre me afanaba en los trabajos más duros. Sin aprender ningún oficio, yendo de empleo en empleo, contemplaba el mundo y lo encontraba bueno hasta en el último detalle. Permítanme que lo repita: este optimismo se debía a que era sano y fuerte, no estaba preocupado por dolencias ni debilidades, nunca me había rechazado ningún patrón por no parecer apto, y siempre era capaz de conseguir un trabajo paleando carbón, como marinero, o haciendo algún tipo de trabajo manual.


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58 págs. / 1 hora, 42 minutos / 104 visitas.

Publicado el 6 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Hombres que Creen

Jack London


Cuento


—Te repito que jugar un poco —dijo uno de aquellos dos hombres.

—No está mal —contestó el interpelado, volviéndose, al hablar, hacia el indio que en un rincón de la cabaña, remendaba unos zapatos para la nieve—. Tú, Billebedam, corre como un buen muchacho a la cabaña de Oleson, y dile que deseamos que nos preste la caja de dados.

Este encargo inesperado, hecho después de una conversación sobre salarios y alimentos, sorprendió a Billebedam. Además, eran las primeras horas de la mañana y él nunca había visto a hombres de la categoría de Pentfield y Hutchinson jugar a los dados hasta después de terminado el trabajo diurno. Pero cuando se puso los mitones y se dirigió a la puerta, su semblante estaba impasible, como el de todo indio del Yukon.

A pesar de que ya eran las ocho, fuera reinaba todavía la oscuridad y la cabaña estaba alumbrada por una vela de grasa clavada en una botella vacía de whisky colocada sobre una mesa de pino entre un amasijo de platos de estaño, sucios. La grasa de innumerables bujías había goteado por el largo cuello de la botella y se había endurecido formando un glaciar en miniatura. La pequeña habitación presentaba el mismo desorden que la mesa; en un extremo, junto a la pared, había una litera con las mantas revueltas, tal como las habían dejado los dos hombres al levantarse.


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15 págs. / 27 minutos / 95 visitas.

Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Casa de Mapuhi

Jack London


Cuento


No obstante la pesada torpeza de sus líneas, el Aorai maniobró fácilmente en la brisa ligera, y su capitán lo condujo hacia adelante antes de virar apenas fuera del oleaje. El atolón de Hikueru —un círculo de fina arena de coral de un centenar de metros de ancho, con una circunferencia de veinte millas— se extendía bajo el agua, y emergía entre un metro y un metro y medio del límite de la alta marea. En el lecho de la inmensa laguna cristalina existía abundancia de ostras perlíferas, y desde el puente de la goleta, a través del ligero anillo del atolón, podía verse trabajar a los buzos. Pero la laguna no tenía acceso, ni siquiera para una goleta mercante. Con brisa favorable, los cúters podían penetrar a través del canal tortuoso y poco profundo, pero las goletas anclaban fuera y enviaban sus chalupas adentro.


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28 págs. / 49 minutos / 1.175 visitas.

Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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