Textos mejor valorados de Jack London | pág. 3

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autor: Jack London


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Por el Hombre que Está en la Pista

Jack London


Cuento


—¡Échalo de una vez!

—Óyeme, Kid. Esto va a resultar demasiado fuerte. La mezcla del whisky y el alcohol ya es bastante explosiva. Y si además le añades coñac, pimienta y…

—¡Te digo que lo eches! ¿No soy yo el autor de este ponche? ¡Pues obedece!

Dicho esto, Malemute Kid sonrió bondadosamente en la atmósfera saturada de vapores y añadió:

—Cuando lleves tanto tiempo como yo en este país, hijito, y hayas tenido que seguir los rastros de los conejos, y que comer tripas de salmón para no morirte de hambre, sabrás que la Navidad sólo se celebra una vez al año, y que una Navidad sin ponche es algo tan triste como abrir un pozo en la roca viva sin encontrar un filón que recompense el duro trabajo.

—Haz lo que te dicen —intervino Big Jim Belden, que había llegado de Mazy May, su propiedad ya denunciada, para pasar con Malemute Kid las Navidades.

Todos sabían que Big se había alimentado de carne de alce durante los dos últimos meses.

—¿Te acuerdas —preguntó— del ponche que preparamos en el Tanana?

—¡Claro que me acuerdo! No se pueden imaginar, muchachos, la pítima que cogieron los tananas. Total, por un simple fermento de azúcar y levadura. Esto fue antes de que tú vinieses —continuó Malemute Kid, dirigiéndose a Stanley Prince, un joven que llevaba dos años en el país y era experto en cuestiones mineras—. En aquel entonces aún no había mujeres blancas en la región, y Mason quería casarse. El padre de Ruth, jefe de los tananas, se oponía a la boda, como los restantes miembros de la tribu… ¿Que era fuerte el brebaje? Pues le eché la última libra de azúcar que me quedaba; es de lo mejorcito que he hecho en mi vida… Fue cosa de ver la persecución río abajo y por los trechos en que había que pasar las canoas a hombros.


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11 págs. / 20 minutos / 60 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Un Millar de Muertes

Jack London


Cuento


Había estado en el agua aproximadamente una hora, y el frío y el cansancio, aunados al terrible calambre en el muslo derecho, me hacían pensar que había llegado mi fin. Luchando vanamente contra la poderosa marea descendente, había contemplado la enloquecedora procesión de las luces costeras, pero ya había dejado de luchar con la corriente y me contentaba con los amargos recuerdos de mi vida malgastada, ahora cercana a su fin.

Había tenido la suerte de descender de un buen linaje inglés, pero de padres cuya fortuna en las bancas excedía en mucho sus conocimientos de la naturaleza y educación de los hijos. Aunque nacido con una cuchara de plata en la boca, la bendita atmósfera del círculo hogareño me era desconocida. Mi padre, un hombre culto y reputado anticuario, no dedicaba su atención a la familia, sino que estaba constantemente perdido en medio de las abstracciones de su estudio mientras que mi madre, más famosa por su belleza que por su buen sentido, se sentía satisfecha con las adulaciones de la sociedad en la que parecía permanentemente sumergida. Pasé la habitual rutina de la enseñanza primaria y media como cualquier otro muchacho de la burguesía inglesa y, a medida que los años incrementaban mi fuerza y mis pasiones, mis padres se dieron cuenta, de pronto, de que yo poseía un alma inmortal, y trataron de poner riendas a mis ímpetus. Pero era demasiado tarde; perpetré la más audaz y descabellada locura y fui desheredado por mi familia y condenado al ostracismo por la sociedad a la que había ultrajado tanto tiempo. Con las mil libras que me dio mi padre, con la promesa de no volverme a ver ni a suministrarme más dinero, obtuve un pasaje de primera clase rumbo a Australia.


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12 págs. / 22 minutos / 60 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Aventura

Jack London


Novela


1. Algo que hacer

Podía verse perfectamente lo enfermo que se encontraba el hombre blanco. Lo cargaba a cuestas un negro salvaje, de cabello lanudo y orejas tan bestialmente perforadas que el lóbulo de una de ellas se había desgarrado y el de la otra amenazaba con seguir el mismo camino, estirado por un anillo de tres pulgadas de diámetro. La oreja rasgada, taladrada nuevamente en lo que sobraba de carne blanda, no se sometía a otra violencia que el adorno de una pipa de barro. El caballo humano aparecía grasiento, manchado de barro, y su vestimenta era apenas un harapo sucio ceñido a los muslos. No por eso el blanco dejaba de aferrarse a él con sus últimas energías. A veces dejaba caer su cabeza desmayada hasta la zamarra de su porteador, y al levantarla nuevamente dejaba vagar su apagada mirada entre las palmeras que se elevaban como velas encendidas por la llama del sol. Vestía también con poca ropa, apenas una simple camiseta y una faja de algodón que le caía desde la cadera hasta las rodillas. Se protegía la cabeza con un viejo y gastado sombrero «Baden Powell», y de su cinto colgaba una pistola automática de gran calibre y una cartuchera, en previsión de cualquier peligro.

Tras ellos caminaba un muchacho de color de catorce o quince años, cargado con botellas, un recipiente de agua hervida y un botiquín.


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215 págs. / 6 horas, 16 minutos / 116 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Combate Entre Jeffries y Johnson

Jack London


Crónica, Crónica deportiva


El New York Herald mandó a London a Reno para cubrir el combate y escribir una crónica al día durante los diez días que le precedieron.

RENO (NEVADA), 23 DE JUNIO. Reno siempre ha sido una ciudad viva, pero en estos momentos está cobrando una creciente efervescencia, mayor de la que nunca haya conocido. Todos los trenes, ya vengan del Este o del Oeste, traen a aficionados, a seguidores de los combates o a los inevitables corresponsales. Es sorprendente. O quizás no, por otra parte. Debe de quedar mucho de sanguinario en la raza anglófona para manifestar tan tremendo interés por este deporte de deportes que ella misma creó y desarrolló hasta adaptarlo hoy a las reglas del marqués de Queensberry, que representan la cristalización de muchas generaciones.

Todo el mundo está llegando a Reno. Uno vuelve a encontrarse aquí, en la metrópolis de Nevada, a todos los hombres que ha conocido en cualquier lugar de la tierra. Están todos aquí: desde los héroes de los viejos tiempos hasta los últimos novatos, desde los aficionados encanecidos y avejentados que recuerdan hechos anteriores a los dolorosos 39 asaltos entre Sullivan y Mitchell en Chantilly (Francia) hasta los jovencitos que se chupaban el dedo cuando Corbett y Fitzsimmons disputaron aquel combate histórico en Carson (Nevada).


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42 págs. / 1 hora, 15 minutos / 57 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Combate

Jack London


Cuento


I

Todo tipo de alfombras se extendían en el suelo, a sus pies; dos de ellas, procedentes de Bruselas, fueron las primeras que vieron y parecían ser el término de la búsqueda, mientras otras veinte también atraían su atención, prolongando el debate entre el deseo y el bolsillo. El jefe de sección en persona era quien les hacía el honor de esperar su decisión; o más bien le hacía el honor a Joe, ella lo sabía muy bien, pues había notado la reverencia boquiabierta del ascensorista, que parecía absorberlo con los ojos mientras los conducía al primer piso; tampoco había dejado de ver el respeto que le demostraban a Joe los chicos y los grupos de jóvenes en las esquinas de las calles cuando había atravesado tomada de su brazo el vecindario, en la parte oeste de la ciudad.

El jefe de sección los había dejado para responder el teléfono, y ella fue invadida por una duda y una ansiedad que ponían en segundo plano la espléndida promesa de las alfombras y el fastidio por el gasto.

—¡Francamente, no entiendo qué es lo que te gusta! —dijo ella con una voz suave, cuya firmeza traicionaba recientes discusiones no resueltas.

Una sombra fugaz vino a oscurecer los rasgos juveniles de Joe, pronto reemplazada por un destello de ternura. No era más que un muchacho, y ella apenas una niña: una pareja de seres jóvenes en el umbral de la vida que se instalaban y compraban alfombras juntos.

—¿Por qué te preocupas? —preguntó él—. Es la última vez, la última de las últimas.

Le sonrió, pero ella vio en sus labios un inconsciente suspiro que desmentía esa promesa, y con el instintivo monopolio de la mujer sobre su compañero, temió a ese adversario que no comprendía y que lo tenía tan dominado.


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49 págs. / 1 hora, 26 minutos / 118 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Crucero del Dazzler

Jack London


Novela


I. HERMANO Y HERMANA

Cruzaron corriendo la arena luminosa, dejando tras ellos el Pacífico con el estrépito atronador de la resaca; al llegar a la calzada montaron en las bicicletas y, con extraordinaria rapidez se hundieron en las verdes avenidas del parque. Eran tres, tres muchachos, vistiendo jerseys de vivos colores, y se deslizaban por el andén de las bicicletas a una velocidad tan peligrosamente cercana a la máxima, como suelen hacerlo todos los chicos que visten jerseys de brillantes colores. Y hasta es posible que excediesen la velocidad máxima. Así al menos lo creyó un policía montado del parque; pero no estando seguro se contentó con amonestarles cuando pasaron por su lado como una exhalación. Instantáneamente se dieron por enterados del aviso, pero a la vuelta siguiente ya lo habían olvidado con igual rapidez, lo cual también es costumbre de los muchachos que usan jerseys de vivos colores.

Salieron disparados del Parque de la Puerta de Oro, tomaron la dirección de San Francisco y emprendieron el descenso de las colinas, tan desenfrenadamente, que los peatones se volvían a mirarles con inquietud. Los brillantes jerseys volaban por las calles de la ciudad, daban rodeos rehuyendo el subir por las colinas más empinadas y, cuando esto era inevitable, se detenían un instante para ver quién llegaba antes a la cumbre.

Sus compañeros llamaban Joe al muchacho que, con más frecuencia, abría la marcha, dirigía las carreras o iniciaba las paradas. Se trataba de «seguir al guía», y él, el más alegre y audaz de todos, les guiaba. Pero cuando pasaron por la Western Addition, entre las lujosas y espléndidas residencias su risa se tornó menos ruidosa y frecuente, y sin darse cuenta se fue rezagando hasta quedarse el último. En el cruce de las calles Laguna y Vallejo sus compañeros torcieron a la derecha.


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109 págs. / 3 horas, 10 minutos / 185 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Mexicano

Jack London


Cuento


I

Nadie conocía su historia, y menos los de la Junta. Él era el «pequeño misterio», el «gran patriota» y, a su manera, trabajaba tan duro como ellos por la inminente Revolución Mexicana. No estaban muy dispuestos a reconocerlo, pues a nadie en la Junta le gustaba aquel hombre. El día en que apareció por primera vez en los cuartos atestados y bulliciosos, todos sospecharon que era un espía, uno de los agentes comprados por el servicio secreto de Díaz. Demasiados de sus camaradas estaban en las cárceles civiles y militares de los Estados Unidos, y otros, encadenados, seguían siendo conducidos hasta la frontera para ser fusilados contra paredones de adobe.

A primera vista, el muchacho no los impresionó favorablemente. Era un muchacho, sí, de no más de dieciocho años, y no demasiado desarrollado para su edad. Anunció que se llamaba Felipe Rivera y que deseaba trabajar para la Revolución. Eso fue todo: ni una palabra de más, ni una explicación. Se quedó de pie, esperando. No apareció una sonrisa en sus labios, ni benevolencia en sus ojos. El gallardo Paulino Vera tuvo un estremecimiento. Había en ese muchacho algo siniestro, terrible, inescrutable. Había algo venenoso en sus ojos negros, parecidos a los de una serpiente. Ardían como un fuego frío, como con una gran amargura concentrada. Los paseaba de las caras de los conspiradores a la máquina de escribir que la pequeña señorita Sethby usaba industriosamente. Sus ojos se posaron en los de ella un solo instante —se había arriesgado a levantar la vista—, y también ella sintió algo innominado que la hizo detenerse. Tuvo que releer para recuperar el hilo de la carta que estaba escribiendo.


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29 págs. / 51 minutos / 250 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Martin Eden

Jack London


Novela


Capítulo I

Abrió la puerta con una llave y entró, seguido de un joven que se quitó torpemente la gorra. Su rudo atuendo evocaba el mar, y era obvio que no estaba en su elemento en aquel espacioso vestíbulo. No sabía qué hacer con la gorra, e iba a guardarla en el bolsillo del abrigo cuando el otro se la cogió. Lo hizo en silencio, con naturalidad, y el joven se lo agradeció.

«Él se hace cargo —pensó—. Me echará una mano».

Siguió a su compañero balanceando los hombros y con las piernas muy separadas, como si pisara la cubierta de un barco que cabecease. Las amplias habitaciones parecían demasiado estrechas para su paso bamboleante, y temía que sus anchos hombros chocaran con las puertas o tiraran los adornos de las repisas. Se movía de un lado a otro, multiplicando los obstáculos que existían únicamente en su imaginación. Pasó angustiado entre un piano de cola y una mesa llena de libros, aunque había espacio para media docena de personas. Sus brazos fornidos colgaban inertes a ambos costados. No sabía qué hacer con ellos, ni con las manos; y, cuando en medio de su nerviosismo creyó que un brazo iba a chocar contra los libros, retrocedió como un caballo asustado y estuvo a punto de derribar la banqueta del piano. Observó el paso tranquilo del hombre que le precedía, y cayó en la cuenta de que él no andaba como los demás. Sintió una punzada de vergüenza. Su frente se cubrió de diminutas gotas de sudor, y se detuvo para enjugar con el pañuelo su rostro curtido por el sol.

—Un momento, Arthur —exclamó, tratando de disimular su inquietud con una broma—. Es demasiado para mí… Espera que me tranquilice un poco. Ya sabes que no quería venir, y tampoco creo que tu familia se muera de ganas de conocerme.

—No pasa nada —le animó su amigo—. No debes tener miedo de nosotros. Somos gente sencilla. ¡Vaya! Hay una carta para mí…


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426 págs. / 12 horas, 26 minutos / 164 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Hijo del Lobo

Jack London


Cuento


El hombre raras veces hace una evaluación justa de las mujeres, al menos no hasta verse privado de ellas. No tiene idea sobre la atmósfera sutil exhalada por el sexo femenino, mientras se baña en ella; pero déjeselo aislado, y un vacío creciente comienza a manifestarse en su existencia, y se vuelve ávido de una manera vaga y hacia algo tan indefinido que no puede caracterizarlo. Si sus camaradas no tienen más experiencia que él mismo, agitarán sus cabezas con aire dubitativo y le aconsejarán alguna medicación fuerte. Pero la ansiedad continúa y se acrecienta; perderá el interés en las cosas de cada día, y se sentirá enfermo; y un día, cuando la vacuidad se ha vuelto insoportable, una revelación descenderá sobre él.

En la región del Yukón, cuando esto sucede, el hombre por lo común se provee de una embarcación, si es verano; y si es invierno, coloca los arneses a sus perros, y se dirige al Sur. Unos pocos meses más tarde, suponiendo que esté poseído por una fe en el país, regresa con una esposa para que comparta con él esa fe, e incidentalmente sus dificultades. Esto sirve, sin embargo, para mostrar el egoísmo innato del hombre. Nos lleva, también, al drama de "Cogote" Mackenzie, que tuvo lugar en los viejos días, antes de que la región fuera desbandada y cercada por una marea de che-cha-quo , y cuando el Klondike solo era noticia por sus pesquerías de salmón.


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20 págs. / 36 minutos / 121 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Lobo de Mar

Jack London


Novela


CAPITULO I

Apenas sé por dónde empezar; pero a veces, en broma, pongo la causa de todo ello en la cuenta de Charley Furuseth. Este poseía una residencia de verano en Mill Valley, a la sombra del monte Tamalpaís, pero ocupábala solamente cuando descansaba en los meses de invierno y leía a Nietzsche y a Schopenhauer para dar reposo a su espíritu. Al llegar el verano, se entregaba a la existencia calurosa y polvorienta de la ciudad y trabajaba incesantemente. De no haber tenido la costumbre de ir a verle todos los sábados y permanecer a su lado hasta el lunes, aquella mañana de un lunes de enero no me hubiese sorprendido navegando por la bahía de San Francisco.

No es que navegara en una embarcación poco segura, porque el Martínez era un vapor nuevo que hacia la cuarta o quinta travesía entre Sausalito y San Francisco. El peligro residía en la tupida niebla que cubría al mar, y de la que yo, hombre de tierra, no recelaba lo más mínimo. Es más: recuerdo la plácida exaltación con que me instalé en el puente de proa, junto a la garita del piloto, y dejé que el misterio de la niebla se apoderara de mi imaginación. Soplaba una brisa fresca, y durante un buen rato permanecí solo en la húmeda penumbra, aunque no del todo, pues sentía vagamente la presencia del piloto y del que ocupaba la garita de cristales situada a la altura de mi cabeza, que supuse sería el capitán.


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294 págs. / 8 horas, 34 minutos / 193 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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