Los Inservibles
Javier de Viana
Cuento
Alto, flaco, cargado de espaldas, la cara ancha, larga, color ocre, el labio inferior perezosamente caído, los grandes ojos pardos llenos de inteligencia, solitario y silencioso de costumbre, sin duda porque sus frases eran ideas, y desdeñaba echarlas—margaritas a los puerco—a la multitud ignara a que hallábase mezclado, constituía uno de los tantos exóticos, pieza sin objeto, elemento inútil, en aquella efervescencia pasional colectiva, donde ni su corazón ni su cerebro conseguían armonizar.
En un atardecer hermoso llegóse a mi carpa y mesándose los largos cabellos lacios con sus dedos afilados, en un gesto habitual, me preguntó con su voz extraña, que tenía un timbre varonil aterciopelado por un yo no sé qué de femenino:
—Hermano, ¿no te han traído pulpa?
—No, respondí; sé que carnearon y he visto varios fogones donde los asados se chamuscan, pero para nosotros...
—¡Nosotros somos los maporras!—interrumpió con una sonrisa amarga;—tenemos derecho a comer lo que sobra, como los perros!...
Y sentándose en el suelo, sobre el pasto, agregó:
—Alcanzame un amargo: para regenerar el país hay que alimentarse de alguna manera, aun cuando más no sea con agua sucia...
Tosió. Volvió a sacudir con sus finos dedos de tuberculoso la negra melena y dijo con agria ironía:
—De esta vez lo regeneramos. La indiada se pone panzona y puede quedarse quieta un año; después del año, si hay vacas gordas...
En ese momento se presentó el doctor X., médico ilustre, patriota insigne, descollante, personalidad del partido.
—¿Tiene carne?—preguntó.
—No, ¿y ustedes?
—Tampoco. Parece que nosotros no tenemos derecho a comer.
—¡Para lo que servimos!—replicó con su amarga sonrisa el hombre alto, flaco, cargado de espaldas.
Dominio público
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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.