Mientras Llueve
Javier de Viana
Cuento
Rueda de fogón.
Un fogón inmenso, como cuadra allí, donde el bosque de ñandubays se va insolentamente sobre «las casas».
Y el ñandubay, la leña noble, que arde sin humo y hace brasas como hierro de fragua, que iluminan el galpón con luces purpúreas, vence el frío y la obscuridad que reinan fuera, en el campo abofeteado por lluvia torrencial.
Es poco más de mediodía.
Cuanto más; la hora aproximada es imposible saberlo, pues que el sol, reloj preciso y único, está invisible.
Por otra parte, como no hay nada que hacer, fuera del gozo de mirar la lluvia bajo abrigado techo, nada interesa la medida del tiempo.
Circula sin tregua el cimarrón; el humo de los cigarrillos forma una corona de ascendentes espirales azules, y en el sitio de honor, repantigado en una silla de vaqueta que humilla a los bancos de ceibo, el viejo Aldao, el sabio agreste que, como el Daniel de la Biblia, sabe soltar dudas y desatar preguntas, explica marcas; indica el yuyo con que se cura la «culebrilla» y el amuleto contra el dolor de muelas; explica el modo de «componer» un naipe y «cargar una taba» sin que el más ladino advierta el engaño; y luego, a pedido general cuenta un cuento.
—«Les vi'a contar—comenzó,—cómo el ñato Lucas Piedra le ganó una carrera al Diablo.
«Ustedes, que son unos charavones, no conocieron a Lucas Piedra, que supo ser el pierna más pierna en este pago, ande quien no era rayo era centella y el más zonzo rejucilo.
«Lucas Piedra era carrerista de profesión, y si alguna vez le ganaban una carrera, no había peligro de que perdiese. Pa jugar, a cualquier juego era más sucio que bajera'e negro y con más letra menuda que un precurador de campaña, y cuando vía qu'iba a perderla la jugada a los tajos, y como era baquiano pa la daga y como luz pal cuerpeo y de güen coraje, le costaba poco estropiar un cristiano o hacer un dijunto.
Dominio público
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Publicado el 11 de agosto de 2022 por Edu Robsy.