Textos por orden alfabético inverso de Javier de Viana disponibles publicados el 12 de octubre de 2022 | pág. 2

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autor: Javier de Viana textos disponibles fecha: 12-10-2022


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El Flete

Javier de Viana


Cuento


Es el primero y el más persistente de los amores gauchos.

Es el complemento de todos los otros, el instrumento indispensable a las satisfacciones de todas sus vanidades y de todos sus orgullos.

El flete es el potrillo que él eligió entre los cien potrillos de la marcación del año.

Elección difícil, realizada después de innumerables vueltas y revueltas por el interior de la manguera, donde se agita inquieta y bravía la manada.

La primera preocupación ha de ser el pelo. El “colorado sangre de toro” es el preferido, pero abunda poco. El “zaino negro”, el “tostado”, el “picazo cabos blancos”, el “moro” y el “tordillo”, son los pelajes preferidos. Nadie elegirá un “lobuno”, un “pampa”, un “rabicano” y mucho menos un “tubiano”, por más linda que sea su estampa, como nadie preferirá un “lunanco”, un “cacunda” ni un “sillón”.

E! flete debe ser lindo, pero es indispensable que reuna a la vez las cualidades de guapeza más ponderables. Los ojos han de ser vivos, las orejas nerviosas, ancho el encuentro, finos los remos, recias las caderas.

Un gaucho puede tener una o más tropillas de buenos, hasta de excelentes caballos, pero el flete es único.

Él dejará difícilmente pasar un día sin echarle un vistazo a “su potrillo”, siguiendo su crecimiento, extasiándose como una madre, al ver afirmarse, de semana en semana, la belleza de sus formas.

Él mismo lo amansa, él mismo lo doma, con prolijidad, con paciencia, con cariño. No tiene prisa.

Cuando se aproxima el día de su “debut” en la pista, el joven gaucho vive casi exclusivamente consagrado a su flete. No es raro que el patrón, —quien, como todos, ha pasado por ese trance,— lo exima siempre de toda ocupación durante ese período, y los compañeros se prestan gustosos a reforzar sus tareas propias para suplir su falta y hasta para ayudarlo en el entrenamiento del parejero.


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Dominio público
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Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Amiguitos

Javier de Viana


Cuento


Cuando el forastero pronunció el sacramental “Ave María Purísima”, Candelaria, a los tirones con un ternero yaguané que se resistía a dejarse atar, contestó sin volver la cabeza:

—“¡Sin pecado concebida... Abajesé”.

Puestos frente a frente se dieron la mano y quedaron mirándose, haciendo mutuos esfuerzos para reconocerse.

—¿Vos sos Candelaria?

—¿Y vos Saturno?

Y guardando silencio bajaron la cabeza como avergonzados. Muchos años atrás él la conoció linda y ágil como un chivito, y ahora era una cuarentona flaca, seca, encorvada, miserable.

Y el galán apuesto que supo ganar su corazón virginal, ofrecía mayor aspecto de ruina humana. Largos cabellos, más blancos que negros, e incultas barbas, más tordillas aún, cubrían cabeza y rostro, dejando ver tan sólo los grandes ojos hundidos en las órbitas, ardientes de fiebre, y la nariz corva y aguzada como una hoz.

—Vamos p'adentro, —dijo Candelaria.

Saturno la siguió, tratando de ahogar con la vieja boa que le rodeaba el cuello, un rudo golpe de tos.

Penetraron en el rancho, en una pieza casi a obscuras, pues bien que fuese poco más de las cinco, el cielo plomizo de aquella tarde invernal tendía sobre el campo una noche prematura.

En medio de la habitación, junto a una pequeña mesa de pino, estaba hundida en rústico sillón de asiento y respaldo de cuero peludo, una viejecita que temblaba de frío.

—Mama, aquí está Saturno, —anunció Candelaria.

—¿Saturno Rodríguez? —inquirió ella,— ¡María Santísima! Acércate muchacho. ¡Jesús! ¡Si hace tiempo te créibamos muerto!...

Y mientras Candelaria salía para ir a preparar un mate, la viejecita indagaba:

—¿Qué ha sido de tu vida? ¡Tantos años!... La pobre m’hija t'esperaba siempre...

El forastero interrogó tímidamente:

—¿No... se casó?...


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Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Altivez

Javier de Viana


Cuento


Manuel Rodríguez era uno de aquellos “godos” que, adustos por temperamento, se habían inflado de orgullo, un orgullo creciente, que se iba hacia la soberbia y la insolencia, a medida que amontonábanse las onzas de oro en sus botijos.

Su boliche, —un ranchejo de cebato y paja, perdido en un valle excavado en la sierra fronteriza, fué transformándose en tan rápido progreso, que al término de un decenio era una imponente fábrica de cal y canto; inexpugnable fortaleza, contra la cual las más famosas pandillas de bandoleros sentíanse impotentes y pasaban de largo...

O llegaban para traficar con el altanero comerciante, quien los recibía detrás de la formidable reja de la glorieta, rodeado por una guardia de negros esclavos armados hasta los dientes.

Altanero y despreciativo, obsequiaba con vasos de caña y ginebra a su canallesca parroquia; contrabandistas, cuatreros, ladrones y asesinos. Con su valioso concurso y el agotamiento de vecinos necesitados había realizado don Manuel Rodríguez su considerable fortuna.

Egoísta por temperamento, corazón árido, conciencia maleable, no le conmovía ningún dolor ajeno, no era capaz de un servicio que no le fuese usurariamente recompensado.

Y aconteció, entre muchísimas incidencias semejantes, la de Constancio Olivera, capataz de tropa, avecindado en la comarca, quien, encontrándose enfermo, le solicitó el préstamo de veinte patacones.

Respondió el indigno:

—Dígale a Constancio que la plata se cuida con la plata; que me mande los ocho tordillos de su tropilla y le mandaré los veinte patacones.

—Es un caso de necesidá...

—¡Razón de más! En caso de necesidad no hay que medir el sacrificio. Dígale que con la tropilla me ha de enviar también la petiza madrina...

Olivera rechazó la oferta indignado...

Transcurrieron varios años.


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Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

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