Textos más cortos de Javier de Viana disponibles | pág. 10

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autor: Javier de Viana textos disponibles


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Los Agregados

Javier de Viana


Cuento


—¿Hasta el lobuno?

—¡Hast’el lobuno, amigo!

—¡Hombre hereje!...

—Los güeyes y el petizo tubiano; nadita más me deja tener en el campo!.. ¡Parece mentira, amigo!...

Y mientras amargueaba y convidaba a su amigo, bajo la sombra escasa de un tala guacho, el viejo Venancio continuó lamentándose... ¿Podía creerse?... En aquel campo había nacido, allí habían nacido su mujer y sus hijos, y allí pensaba morir tranquilamente entre los cuatro terrones de su rancho, cuando apareció el nuevo dueño de la estancia, «el hombrecito rubio», cuyos ojos azules eran duros como piedra de afilar y cuya palabra silbaba como látigo. En la primera parada de rodeo, empezó por decir:

—De aquí en adelante no quiero que haya en el campo más marca ni más señal que la mía... Todos esos animales ajenos tienen que salir: o los venden, o se los llevan. Tienen dos meses para buscar acomodo.

Y asi fué. A los dos meses inexorablemente obligó a vender o levantar las diversas haciendas de los varios «agregados». Venancio tenía su ganadito —algo más de cien reses,— su majadita y una tropilla de caballos. Los «patrones viejos» le habían dado el derecho de criar allí esos «animalitos», como le habían dado la población y la chacra, donde todos los años semblaba sus cuatro hectáreas de maíz, «pa choclos, pa las gallinas, pa engordar un chancho y pa preparar un parejero en invierno». Así había sido siempre, para él y para varios otros pobres como él, antiguos servidores, hijos de antiguos servidores, nietos de antiguos servidores de la estancia. ¿Qué podrían importarle una cuantas centenas de hectáreas al propietario de las treinta leguas que constituían el establecimiento del «Duraznillo»?... Nada, de fijo; pero el «hombrecito rubio» no quería al paisano, ni las cosas criollas, y trataba de espantarlos...


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 19 visitas.

Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.

Juan Pedro

Javier de Viana


Cuento


Apenas el bravo y barullento decauville ha trotado una quincena de cuadras, saliendo de Resistencia, ya la selva empieza a venirse encima, angostando el embudo hasta no dejar libre nada más que la estrecha senda sobre la cual se tienden los rieles de minúsculo ferrocarril.

Sin embargo, de pronto se abre un enorme pórtico y la mirada se zambulle en un vallecito circular, alegremente verde guardado por formidable muralla viva.

Casi en el fondo de ese vallecito—la Vicentina—pegados al bosque, se ven blanquear unos edificios que, a la distancia, y por contraposición con la altura gigantesca de los quebrachos, urundays, lapachos y guayacanes, se les confundiría con un grupito de ovejas, o con un montón de piedras... si hubiera piedras en el Chaco.

En aquellos edificios estaba instalado un colegio, uno de los más importantes colegios del territorio, por cuanto asistían a él los niños del alto personal de las fábricas de tanino, de azúcar y de aceite de tártaro.

Entre esa falange selecta, desentonaba Juan Pedro, un toba—el único en la escuela—a quien la maestra prestaba la mayor simpatía por su carácter humilde y por su fina inteligencia.

Juan Pedro tenía quince años, aún cuando representara escasamente doce. Ultima rama de una raza consumida por la avaricia inhumana de sus explotadores, era flacucho, endeble, bien que la ancha caja torácica evidenciara un sólido armazón óseo.

La cara, redonda, achatada, la piel áspera, bastante bruna, tenía en su favor la boca que expresaba gracia bondadosa, y los ojos, grandes, de una negrura y de un brillo extraordinarios, pero de un brillo suave, melancólico, casi femenino, expresión de una tristeza muy honda y de una esperanza infinita.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 26 visitas.

Publicado el 12 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Desempate

Javier de Viana


Cuento


Más de treinta dias iban transcurridos desde aquél en que dejaron a don Emiliano reposando en la falda pedregosa del cerrito de los Espinos, y aún persistía en la estancia el estupor producido por la brusca desaparición del jefe. Desde que cesó de oírse su voz fuerte y buena, pesaba sobre la casa un silencio espeso. Las mujeres semejaban fantasmas negros, atravesando el patio rápidas y sin ruido; los hombres, al reunirse en la tertulia nocturna del fogón, encontrábanse sin asunto, pues cualesquiera fuesen los temas tocados, todos ellos traían el recuerdo del patrón, y entonces, entristecidos, callaban.

Mateo y Santos, los dos hijos varones del finado, se ensombrecían cada vez más, y habían concluido por adquirir un aspecto fúnebre. Terminada la cena y retirada la familia, ellos permanecían con los codos apoyados en la mesa y la cabeza en las manos, dolorosamente abstraídos, hasta que Mariano, después de haber retirado el servicio, les ponía delante la vela de sebo, el mazo de naipes y el platito con los granos de maíz.

Entonces los hermanos cruzaban una mirada indefinible. Uno de ellos tomaba las cartas y se eternizaba mezclándolas, sin que el otro diese signos de impaciencia. Ninguno tenía prisa; ambos temblaban pensando en el resultado de aquella horrible jugada, emprendida cinco noches atrás.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 23 visitas.

Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.

Por un Olvido

Javier de Viana


Cuento


A Enrique Queirolo.


Invierno aborrecido aquel!... Era un llover que parecía que el cielo se hubiese agujereado por todas partes; y los vientos medio como locos, remolineaban, corriendo de aquí para allá, chiflaban con rabia y tan pronto se agachaban, arrastrándose por el suelo, barriendo el campo, y cacheteando bárbaramente a los árboles, como subían al cielo, llevándose por delante a los pájaros que se inclinaban, como buque que se va a pique.

—Y el frío!... ¡Virgen santísima!... El frío andaba suelto, mordiendo carnes con ferocidad de perro cimarrón.

A todo esto el sol, el único que podía sujetar un poco a aquellos tres bandidos,—la lluvia, el viento y el frío,—asomaba un poco la cabeza, miraba con un ojo solo, y se mandaba mudar en seguida, sin lástima, no digo por los hombres, pero al menos por los árboles y por los pobres corderitos recién nacidos.

¡Qué invierno canalla!

Recuerdo una vez, estaba anocheciendo y Paulino Suárez había desuñido junto al paso real de las Mulas. El arroyo estaba hondo, y si caía un chaparrón, el paso atrancado y un par de días de demora, pagando pastoreo en campo más pelado que badana.

Paulino Suárez, es claro, estaba con un humor de perro viejo acosado por la sabandija.

—¡Echa más leña, gurí!—de rezongó al muchacho que, arrollado junto al fogón, temblaba de frío lo mismo que cachila al pie de una masiega.—Y todavía no se había enderezado el chico, cuando ya el padre gritaba:

—¡Pero sopla el juego, haragán! ¿No ves que m'está augando el humo'?...

En eso se oyó a lo lejos el prolongado y triste rechinar de una carreta. El viejo prestó el oído y dijo:

—Son las carretas del pardo Serapio. ¡Siempre cachaciento el pardo!...


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2 págs. / 4 minutos / 26 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Don Bruno el Perverso

Javier de Viana


Cuento


A Otto Miguel Cione.


Si por hombre bueno se entiende aquel que ríe siempre, que divierte á los demás con sus decires, que perdona ofensas y renuncia derechos, que infamado, tiene lástima por el infamador, que robado, prefiere perder su bien á abrirle la cárcel al ladrón; al que siente lástimas, compasiones y misericordias; al que, frente á la falta ó al delito, busca atenuantes en vez de agravantes... don Bruno Sepulveda no era un hombre bueno.

Todo lo contrario. Era estúpidamente honrado y recto; tenía un carácter absurdamente inflexible, y no existían para él sino hombres honrados y hombres pillos, hombres trabajadores y hombres haraganes. Para aquel á quien juzgaba dotado de las dos cualidades primarias de honestidad y laboriosidad, su bolsa estaba siempre abierta, por grandes ó por pequeñas sumas. Abría y reabría créditos y en ocasiones tomaba el grueso lápiz de carpintero, que usaba para sus apuntes, y borraba de un rayón una deuda.

Cuando alguien necesitaba de su ayuda para trabajar, su ayuda era segura; pero implacablemente impedía desensillar y le negaba un churrasco al gaucho vagabundo y haragán, que rueda de rancho en rancho imponiendo el prestigio de sus habilidades en el manejo de la guitarra y del facón.

Con tal carácter, don Bruno Sepúlveda, pasaba en el pago por un hombre malo. Casi siempre y en casi todas partes acontece lo mismo: al que es fuerte y justo, se le califica de malo.


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2 págs. / 4 minutos / 32 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Conversando

Javier de Viana


Cuento


—...Era pa decirle, mi tío, que me pensaba casar...

—¿Casar?

—La muchacha... usted sabe, l’hija’el puestero don Esmil... la muchacha es güeña...

—¿Güeña?...

—¡Tan güeña!.. Trabajadora como un güey, mansa como lechera de ordeñar sin manea, y como un perro ’e fiel, fiel hasta ser cargosa.

—¿Cargosa?

—Cargosa ansina, por demasíao bondá ¿compriende?

—Compriendo: es como maleta demasiao llena que fastidea al montar.

—¡Clavao!... Sólo que, usté sabe, mi tío, que una maleta hinchada, incomoda un poco la asentadera, pero se tiene la satisfación de que en llegando al rancho no le falta a uno nada.

—¡Hum!... No le falta a uno nada, o le falta todo: maleta demasiao cargada, es muy fácil de perder!... Los gauchos de aura viajan en caballo ’e tiro y si les toca hacer noche en despoblao, atan el flete a soga y un zorro les corta el maniador, quedan a pie y embobaos, cantándole un triste a la estaca. Cuando yo era gaucho, mi reserva eran las boleadoras, y, gracias a Dios, mi recao no anduvo nunca sobre mi lomo!...

—¿Y de hay colige mi tío?...


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2 págs. / 4 minutos / 31 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Las Dos Ramas de una Horqueta

Javier de Viana


Cuento


El indiecito Dalmiro dijo:

—El mate está labáo, el agua está fría, s’está apagando el juego, y don Eulalio entuavía por contarnos el cuento prometido.

—Es que no encuentro muchacho.

—¡No va encontrar usté qu’es capaz den encontrar en una noche escura un arija perdida entre el pasto!...

—De un tiempo no digo; pero aura, m’está dentrando la cerrazón en la memoria.

—Con el sol de la voluntá no hay cerrazón que no se redita.

—Es que hasta la voluntá maulea cuando el carro ’e la vida está muy recargao de años.

—¡Mañas, no más, don Eulalio!...

¡Si usté por cada año que carga, tira dos en la orilla del camino!

—Don Eulalio, —afirmó Marcelo,— es mesmamente como las higueras: a la caída ’e cada invierno parece que se han secao, y al puntiar la primavera reverdecen y retoñan.

—Y las brevas son más lindas cuanti más añares tienen.

Sonrió el viejo, halagado en su vanidad, y contestó de este modo:

—Dan higos mejores, pero dan más menos.

El indiecito Dalmacio, el único que se permitía irreverencias con el patriarca de la estancia, exclamó:

—¡Dejesé de amolar! A usté le gusta que le rueguen como a niña bonita!... Está mentando vejeces y entuavía la semana pasada se l'enhorquetó al redomón rabicano de Mauricio y lo hizo sentar en los garrones a tironazos!...

—El poder de la esperencía, muchacho, nada más qu’el poder de la esperencia...

—Si; y pu'el poder de la esperencia cualquier día v'a salir encontrando novia y volviéndose a casar... Y, a propósito, don Eulalio... ¿por qué no nos cuenta como jué su casorio?... D’eso si ha ’e acordar.

—Dijuro. ¡Disgraciao el hombre que se olvida de eso y de la madre!

—Güeno, dejesé de chairar y corte.


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2 págs. / 4 minutos / 20 visitas.

Publicado el 5 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Realidades Amargas

Javier de Viana


Cuento


El viejo Nicéforo no profesaba simpatía ninguna por la escuela. ¡Oh, ninguna!

Su espíritu rutinario, arraigado al suelo con tentáculos de ombú, negábase a aceptar la utilidad de aquello que nunca necesitaron los antiguos para vivir bien y honestamente.

Las personas «sabidas» que él conoció, fueron los procuradores, los jueces y los pulperos, y de todos ellos tuvo siempre el concepto de que eran «árboles espinosos a quien nadie podía acercarse sin salir pinchao».

Pero, aparte de eso, la experiencia en carne propia justificaba su rencor. En efecto, de sus tres hijas, la menor, Sofía, se crió en el pueblo con la patrona del campo, misia Sofía, su madrina.

Cuando, cumplidos doce años, regresó al rancho paterno, estaba convertida en una «señorita».

Orgullosa de su superioridad, trataba desdeñosamente a sus hermanas; estomagábanle las rudas ocupaciones a que ellas se consagraban con valentía y llenaba sus ocios mofándose de sus ignorancias, de su hablar «campuso», de sus desgarbos, de sus timideces.

Resistióse formalmente a ordeñar, lavar y cocinar, alegando su desconocimiento de tales quehaceres viles que echan a perder las manos. Y ella cuidaba con extrema coquetería sus pequeñas y regordetas manos de criolla.

Su único comedimiento era para hacer dulces y golosinas, las cuales, a fuerza de complicadas, repugnaban las más veces a las hermanas y, con mayor razón al hermano Pedro y a don Nicéforo.

—¡Salí con esas misturanzas que parecen remedios de botica! —rechazaba el último.— A mí dame mazamorra con leche, arroz con leche, zapallo con leche, pero no me vengas con esas pueblerías de engrudos perfumados!

—¡Claro, a lo gaucho no más!

—¿Y qué?... ¿Somos manates nosotros?

—Vos no, pero yo sí.


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Publicado el 9 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Isto e uma porquera!

Javier de Viana


Cuento


—¿Saben a quién prendió la policía ’el Payubre?

—¿A quién?

—A Sinforiano Benítez.

—No conozco animal de esa marca...

—¿No conoces a Sinforiano Benítez, el matrero de Montiel, de más menta y más asesino que el finao Manduquiña Mascareñas?...

—¿Y quién te dijo a vos, —interrumpió don Melchor, patriarca del fogón,— qu’el finao Manduquiña fué un asesino?..

—Las malas lenguas, quizá...

—¡Como la tuya!...

—Pero no sería por santo que lo ajusilaron.

—Por santo no, pero sí por zonzo, que viene a ser cuasi lo mesmo.

—Usted conoce l'historia ’e Manduquiña Mascareñas?

—¡No vi’a conocer!... ¿Se han creído que soy ternero mamón, como ustedes?... Lo conocí dende potranco. Él era de Uruguayana, pero supo vivir mucho tiempo aquí en Corrientes, puestero del portugués Sousa Cabrera Pintos, que tuvo una gran estancia en el Batel...

—Que también anduvo enredao en el crimen...

—Que jue el verdadero criminal.

—Sin embargo, la justicia no le dió pena...

Irguióse el viejo y agitando violentamente la diestra, sentenció:

—¡Lo asolvieron los jueces!... ¡Los jueces no son la justicia!... Pónete ese pucho en l’oreja!...

—Güeno yo no porfío; pero a la fin, ¿Manduquiña mató o no mató?

—Mató.

—¿A una mujer?

—Y a la cría.

—¿Y no jué asesino?...

—No. El asesino jué l’otro.

—¿Cuál?

—Sousa Cabrera Pintos.

—Güeno, viejo; pero desenriede, porque ansina est’atando muchos tientos, pero la trenza no se ve!...

Agachó el lomo el viejo hasta casi tocar las cenizas de sus barbas las cenizas del fogón, y dijo con aspereza:

—Al eje ’e las carretas hay qu’engrasarlo pá que no se queme, y al tragadero ’el cristiano hay que remojarlo con caña pa que refalen las palabras...


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Publicado el 3 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Prosiando

Javier de Viana


Cuento


A Bernardo Maupeu.


Como cueva de peludo era el potrero. Serpeante senda, tan angosta que las zarzas castigaban ambos flancos del caballo, y tan bajamente techada por el entrecruzamiento de las ramazones que debía el jinete mantenerse todo el tiempo echado sobre las crines; larguísima y obscura senda, en parte cortada por canalizos, en sitios obstruida por troncos atravesados, conducía al playo liso, limpio y verde, donde los matreros reposaban en absoluta seguridad.

Afuera, en el campo libre debía estar sobrando luz todavía, porque aún no habían vuelto las palomas de su excursión a los rastrojos, ni cantado la calandria la oración de silencio; pero allí, en el potril diminuto, enmurallado por árboles de veinte metros de altura y con más ramas que hijos tiene un matrimonio pobre, amulatábase el cielo y podía darse por ido el día.

Al pie de un vivaró que se alzaba a manera de torrejón sobre la chusma montaraz, el viejo don Tiburcio y el imberbe Saturno cimarroneaban y proseaban a la espera de los compañeros que salieron al mediodía en busca de carne.

Las circunstancias, el sitio, la hora, todo era propicio a la meditación, a pasar revista al pretérito, desgajando, descascarando, poniendo al descubierto el "cerno" del palo, lo que resiste, lo que perdura, lo que deslinda y orienta.

Decía el viejo:

—Asina es j'el destino 'e los hombre... Pero yo siempre he creído qu'el destino no es un bicho ciego que sacude palo p'acá y p'allá, sin carcular ni eligir, voltiando lo mesmo al inocente y al indino... No; qué querés: no creo. El destino no marca asina no más, al puro ñudo, sino que cuando tira una lechiguana pa un lao y desparrama la yel pal otro, razón no le ha de faltar p'hacerlo.


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2 págs. / 4 minutos / 22 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

89101112