Don Juan
Javier de Viana
Cuento
En las crudas noches de invierno, la peonada que ha trabajado desde el alba hasta el crepúsculo, soportando estoicamente el frío, el viento y la lluvia, semidesnudo a veces, sin probar bocado a veces, sin tomar un amargo, olvida todas las fatigas al sentarse alrededor del fogón.
Las llamaradas del hogar secan sus ropas, calientan sus cuerpos y reavivan el buen humor, que nunca se apaga en el alma de aquellos hombros sanos, fuertes y buenos.
Mientras beben con fruición el mate, insuperable bálsamo, y observan con avidez cómo se va dorando lentamente el costillar ensartado en el asador, comienzan las guerrillas de epigramas, de retruécanos, de dicharachos.
Y terminada la cena viene la segunda tanda del cimarrón, y con ella los cuentos, siempre ingeniosos y pintorescos,
Y difícilmente escapa al relato de algún episodio de la historia de “Don Juan’’, historia interminable, porque la fecunda imaginación del gaucho le va agregando de continuo nuevos episodios en que interviene toda la fauna conocida por él.
Las aventuras, variadas al infinito, tienen siempre por protagonista a Don Juan, quien, como el negro Misericordia de los fantoches, sale siempre triunfador.
El gaucho tiene singular simpatía por Don Juan, —el zorro,— y no le guarda rencor por las muchas fechorías de que le hace víctima el astuto animalito.
¿Que en ocasiones, —en las largas travesías,— mientras duerme tranquilo sobre una loma, le corta el maneador y lo deja a pie en medio de la soledad del campo?
Una travesura que lo encoleriza por un rato y que bien pronto olvida.
Él mata corderos, asalta gallineros, roba guascas, pero su viveza, su astucia, su gracia, su audacia le hacen perdonar sus arterías.
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.