Textos más descargados de Javier de Viana disponibles | pág. 12

Mostrando 111 a 120 de 306 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Javier de Viana textos disponibles


1011121314

Patrón Elías

Javier de Viana


Cuento


No estoy bien seguro de sí esta narración es una historia verídica o un engendro imaginativo.

Quien me la comunicó afirma que se trata de un «suceso sucedido». Por mi parte, no tengo inconveniente en aceptarlo como tal, pues estoy convencido de que la historia es un cuento con fechas y nombres propios, y el cuento una historia, generalmente más verídica, por cuando el narrador obra con entera libertad, sin supeditar su fantasía creadora a los convencionalismos y las restricciones que imponen las fechas y los nombres propios.

Historia o cuento, allá va él, tal como me lo narraron. El hecho ocurrió en Santa Fe, en el departamento de Vera, en la época de mayor incremento de la explotación agrícola. Diversas colonias, recién nacidas, producían riquezas inesperadas, merced al consorcio de la tierra extremadamente fecunda, y de los obreros animosos.

Y al amparo de esa prosperidad industrial, se desarrollaban pequeños comercios, despreciables boliches, cuyos propietarios giraban por valor de centenares de miles de pesos.

En el comercio local predominaban los buhoneros turcos, y sobre todo ellos, Elías, quien a poco andar se transformó en «Patrón Elías», potentado, ante quien inclinábase respetuosamente hasta las mismas autoridades.

«Patrón Elías» era un hombre alto, grueso, fornido, de tez trigueña, de grandes ojos negros.

No sabía leer ni escribir, expresábase en una jerga extraña, incomprensible para quienes no estaban habituados a escucharle.

Cierta vez llegó a su casa un joven italiano vestido con prolijidad de pueblero presumido, una indumentaria que contrastaba con la tosca y añeja del comerciante.

«Patrón Elías» observó atentamente al forastero y preguntóle:

—¿Qué querés?

—Quiero comer; tengo hambre, —respondió el mozo.

La contestación impresionó favorablemente al buhonero, ya satisfecho de aquel físico robusto.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 20 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Pata Blanca y Grandeeship

Javier de Viana


Cuento


A las siete, más o menos, todas las tardes Pata Blanca llegaba al Parque 3 de Febrero y se detenía siempre en el mismo sitio, junto a la baranda que limita el emparrado del restaurant. Cuando el patrón descendía del pescante del carricoche y cargando con las cestas de pan se internaba en el edificio, él, Pata Blanca, estiraba el pescuezo dedicándose a contemplar el gran árbol que se erguía enfrente. El patrón solía quedarse hasta cosa de una hora allá adentro, haciendo quien sabe qué, —emborrachándose tal vez;— pero esto no le interesaba a Pata Blanca, como no le interesaban los tangos tocados por la orquesta, dado que, para sus orejas refinadas, los tangos eran algo así como música en putrefacción, cebada ardida o maíz con pajarilla: serían buenos los tangos, también el cardo dicen que es bueno: pero sólo los burros lo comen. Unos bichos parecidos a hombres y otros bichos parecidos a mujeres, que entraban y salían, tampoco le interesaban. Su preocupación única era el árbol. Muchas veces tuvo tentaciones de hablarle, pensando que siendo él caballo criollo y ombú el árbol, quizá se entendieran. Sin embargo, esquivando decepciones, prefirió callar.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 22 visitas.

Publicado el 5 de diciembre de 2022 por Edu Robsy.

Partición Extraña

Javier de Viana


Cuento


Con una voz que parecía tener el matiz de varias penas juntas, Alipio interrogó suplicando aún:

—¿De modo, tata, que v'a dejar no más que m'embarguen y me arreen la majadita?

—Así ha ’e ser, —respondió impasible el viejo, aquel viejo de cabeza y barbas patriarcales, de ojos serenos, de gran nariz curva; aquel viejo cuyo rostro hacía presentir un santo varón dispuesto siempre a tender la mano caritativa al prójimo afligido.

Él joven guardó silencio un momento, mientras buscaba en la maleza de su conturbado espíritu, una frase, un argumento capaz de conmover el corazón de su padre.

—Usté sabe que yo siempre he sido trabajador y juicioso y si me ha ido mal...

—Trabajar no es mérito; la cuestión es aprovechar el trabajo.

—¿Pero será posible, tata, que por dos mil pesos miserables me haga quedar en la calle, sin tener con qué darles la comida a mi mujer y a mis hijos, teniendo usted una gran fortuna?...

—Si la tengo es porque siempre supe rascarme p’adentro, dejando que cada uno pele el mondongo con la uña que tiene. Si me hubiese puesto a cuartear a tuitos los empantanaos que me han pedido ayuda, a la fecha estaría más pelao que corral de ovejas.

Prolongado silencio sucedió a esa frase del viejo. Alipio, agotado, aniquilado, hizo como el náufrago que, tras el postrer esfuerzo por vivir, por salvarse, se entrega resignándose, a la muerte.

Sin rencor, sin vehemencia, dijo:

—Güero: adiós, tata.

Y el viejo, con la misma impertubable tranquilidad:

—Adiós, hijo; que Dios te ayude, —respondió.

Cuando Alipio hubo partido, él avivó el fuego, y se puso a preparar la cena, una piltrafa negra, reseca, guisada con fariña y grasa mezclada con sebo; más sebo que grasa.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 26 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Palabra Dada

Javier de Viana


Cuento


Muy de mañana, Petronila, la ahijada del patrón, fué como todos los días a llevar los baldes y los jarros al corral, donde Venancio estaba maneando las lecheras.

Recién se había instalado el dia, luminoso y fresco. Con la humedad del rocío desprendíase de las gramillas una fragancia suave y sana, que, mezclándose al olor fuerte del estiércol pulverizado del piso del corral, formaba un perfume extraño, excitante y deletéreo como el que emana de la tierra reseca en un chaparrón de estío.

A llegada de la moza, Venancio, que, en cuclillas, remangado el chiripá y al aire los brazos musculosos, terminaba de manear una barcina, respondió torpemente al saludo. Luego, enderezándose, apoyóse en el anca huesuda de la lechera y se inmovilizó contemplando en silencio a Petronila, ocupaba entonces en alinear los cachorros.

Estaba más linda que nunca, la linda morocha, cuyas mejillas, color de trigo, encendía el fresco matinal, y cuyos ojos, inquietos como cachilas, brillaban intensamente, pregonando alegría y salud.

Venancio, mortificado, como atorado por las frases que tenía prontas para decirle y que no quisieron salir de su garganta, dirigióse al chiquero inmediato, y largó un ternerito, que brincando y balando, corrió a prenderse golosamente a la ubre opulenta.

—¿Y hasta cuándo vas a dejar que mame el ternero? —interrogó ella.

Estremecióse el mozo, y retirando el mamón fué a atarlo en un palo del corral. Luego murmuró a manera de excusa:

—Estaba pensando en vos.

—Pensá en ordeñar ligero, que la patrona está esperando la leche pal mate, —replicó ella con cierta violencia.

—¿Te fastidia que piense en vos?

—¡Dejuro! Ya es tiempo que concluyás de cargociarme. Es bobo estar siempre codiciando una prenda que tiene dueño.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 22 visitas.

Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.

Paisanas

Javier de Viana


Cuentos, colección


La revancha

Pedro Pancho, ante la prueba abrumadora de su delito, comprendió que era inútil la defensa..

Por eso se concretó a decirle a Secundino:

—Lindo pial. Pero no olvides que una refalada no es cáida, y que de la cárcel se sale. Prepárate pa la revancha.

—En todo caso, siempre habrá lugar pa la güena,—respondió taimadamente el capataz;—empardar no es matar.

—Dejuro, correremos la güena, que a mí nunca, me gustaron las empatadas... ¡y es difícil que no la gane!...

—¡Claro! Como la cana v'a ser larga, tenés tiempo pa estudiar al naipe y marcarlo.

—Descuida: algunas cartas ya las tengo marcadas—respondió Pedro Pancho con extraña entonación que dejó pensativo a su rival.

Los peones comentaban el suceso.

—Estoy seguro que Pedro Pancho es inocente—observó uno.

—Y yo lo mismo—confirmó otro.—La contraseñalada de los borregos la hizo el mesmo capataz pa fundirlo al otro, a quien le tiene miedo.

—Ya dije yo—filosofó Dionisio—que Secundino es como coscuta en alfalfar y que ha 'e concluir con todos nosotros. Por lo pronto se va formando cercao. Ya despió a Pantaleón y a Liandro pa reemplazarlos por dos papanatas que son mancarrones de su marca. Cualesquier día nos toca a nosotros salir cantando bajito...

Transcurrió el tiempo.

Las predicciones de Dionisio se cumplieron en breve plazo. Uno con un pretexto, otro por otro, todos los antiguos peones fueron eliminados y substituidos por personas que—debiéndole el conchabo—obedecían ciegamente a Secundino.

Rápidamente adquirió una autoridad despótica en la administración de la estancia. Don Eulalio intentó varias veces rebelarse contra aquella absorción de facultades de su subordinado.

Cedió siempre, sin embargo, bajo la presión de Eufrasia, decidida protectora del capataz.


Leer / Descargar texto

Dominio público
90 págs. / 2 horas, 38 minutos / 48 visitas.

Publicado el 9 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Pa Ser Hay que Ser

Javier de Viana


Cuento


Se acercaba el invierno, y Próspero Mendieta, que llevaba ya muy cargada la maleta de los años, púsose a imaginar en qué estancia confortable encontraría apacible asilo su pereza innata.

No presentaba fácil solución el problema. La mayor parte de los establecimientos de la comarca, actualmente propiedad de gringos o agringaos, ya no ofrecían a los gauchos vagabundos la tradicional hospitalidad de antaño.

Entre las pocas estancias de corte y usanza antiguas que subsistían, estaba la de Yerbalito; pero su propietario, João Maneco Leivas de Figueredo, era un viejo brasileño famoso en todo el pago por su egoísmo y su tacañería sin ejemplo.

Sin embargo, fué por el que se decidió Próspero Mendieta. Hombre de recursos —como que de ellos había vivido toda su vida, obligado por su natural aversión al trabajo,— había combinado un plan digno del adversario que proponíase atacar. Una vez más dispúsose a sacarle jugo a su fama de gaucho bravo, peleador sin asco, de esos que «ande quiera bolean la pierna y la corren con el que enfrenen, porque no tienen el cuero pa negocio ni el puñal pa cortar tientos.»

Seguro del éxito de su plan, aceptó tranquilamente, el nada cordial recibimiento, pues tras un seco «bájese», lo hicieron pasar al galpón, excusando la habitual frase de cortesía paisana:

—¿No gusta desensillar?

Los diez o doce peones —en su mayoría negros y mulatos— que rodeaban el fogón, acogieron con mal semblante al forastero que iba a restarles una parte de la nunca abundante merienda.

Pero él apenas probó la pejoada de charque rancio y porotos apolillados. Violentando su proverbial verbosidad, se limitó a responder brevemente a las escasas palabras que se le dirigieron durante el almuerzo. Al final, como el capataz lo interrogara:

—¿Va de paso?

—No —respondió con cierto aire de misterio— Vine hast’acá no más.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 22 visitas.

Publicado el 7 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

P'Hacerlo Rabiar al Otro

Javier de Viana


Cuento


—Me vi' a dir.

—¿P' ande?

Pa cualisquier pago que tenga arroyos ande uno pueda arrojarse...

—¿Tenés ganas de augarte?

—...o campos fieros, con serranías o cangrejales que permitan quebrarse el pescuezo de una rodada!...

—¡La pucha!... Sabe aparcero qu' está más fúnebre que cajón de difunto?... ¿Qué le acontece?.. ¿Carnió a lo gringo y cortó la vegiga de la yel?...

—¡Cuasi asina!... ¡De la res qu'he carniao, tuitas las tripas me resultan tripas amargas!...

—¿Y d' ahí?... El remedio está acollarao con la enfermedá: deje las achuras pa los perros y meriende los costillares y la pulpa...

—¡Si la res que carnié no tiene más que achuras!...

Esta última frase la pronunció Trifón con tal acento de amargura y de descorazonamiento, que su amigo Silverio, condolido, cambió de tono y exclamó afectuosamente:

—Estás desagerando, muchacho... Por ruin que sea la lonja, ningún lazo se rompe de la primera enlazada... ¿Qué te pasa para ponerte blandito asina?...

—¡Que m' ha de pasar!... Usté lo sabe bien.

—Carculo no más... Yo no he dentrao al rancho 'e tu alma pa saber si la cama está renga.

—No carece dentrar al agua pa saber qu' el arroyo está de nado.

—Sí; cuando se tiene seña. En el paso chico del Auspon, pu' ejemplo, yo sé que cuando l' agua llega al primer ñudo del sauce viejo de la derecha, moja las verijas del mancarrón, y cuando sube hasta la horqueta, baña el lomo... Eso sé, porque lo vide sinfinidad de ocasiones... Pero en tu caso...

—Mi caso es más claro entuavía,—respondió violentamente Trifón. Y echándose sobre los ojos el chambergo, se fué de la enramada.

Silverio, gaucho maduro ya, lo miró partir con lástima, sacudió la cabeza, sacó la tabaquera y mientras armaba un cigarrillo, exclamó:


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 37 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Oí Cuando Ella Dijo

Javier de Viana


Cuento


—¡Salí! ¡salí! ¡basura!... ¡Vos sos como la flor del cardo, que no se puede oler porque pincha!... ¡Y como la flor del cardo sólo servís pa cuajar la leche!...

—¡Sujeta, Jacinta!...

—¿Pa qué?... Yo estoy acostumbrada a galopiar en cuesta abajo y no les temo a los tucu-tucus.

—¡Jacinta!

—Como siempre he sido zonza y he andao atrás tuyo, siguiéndote como sigue un cordero estraviao de la madre a cualesquiera que cruza el campo, sé que vos tenes parentesco con los aperiases y con las culebras; que te gustan los bañaos onde hay pajas y barro, onde no dentra el sol porque le d’asco, onde no dentran las gentes porque les da repunancía.

—¡Mirá Jacinta!

—Yo m’ensuciao las patas pa seguirte y he visto que sos haragán como lagarto, blando como palo’e seibo y falso como rial d’estaño.

—Mirá china, que yo...

—Vos sos lo mesmo qu’esos sancochos de penca pobre: pura partida, y al largar quedan paraos.

—¡No me calentés, Jacinta!...

—¡Si a vos no te calienta ni el sol de enero... porque si hace sol te acostás bajo un ombú a dormir y roncar como un perro!...

—¡Si yo me enojo... Jacinta...!

—¡Enójate de una vez!.., ¿En qué topa que no dentra, mozo?... ¡Yo no tengo miedo al rayo, y entre vos y el rayo,.. fíjate sí hay que galopiar, Lucindo!

—Si yo juese rayo...

—Yo me vestiría de blanco, trotaría por las cuchillas y cuando castigase mucho el aguacero, me apearía al pie de un árbol copudo!... ¡Ja, já, já!... Si vos jueses rayo, si todos los rayos juesen como vos, los rayos, sabes, serian más mansos que terneros guachos y no harían mal a naides!

—¡Jacinta!... ¿Vos cres que yo soy maula?...


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 26 visitas.

Publicado el 4 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

Obra Buena

Javier de Viana


Cuento


¿Cuántos años habían transcurrido desde la memorable conferencia que tuvieron Marco Julio y Juan José, en un perezoso atardecer otoñal en la montaña, sentados ambos al pie de un algarrobo centenario?

Marco Julio no lo recordaba, como no recordaba la edad que entonces tenían, él y su amigo, porque en aquella de la primera juventud, con toda la vida por delante, no preocupa la contabilidad de los años.

En cambio persistían nítidos en su memoria los detalles de la escena.

Hacía tiempo que ambos muchachos incubaban un plan atrevido, haciéndolo lentamente, reflexivamente, con la prudencia con que avanzan las mulas cuyanas por los desfiladeros andinos. Un día Juan José dijo:

—Ya tenemos cortados y pelados los mimbres: es momento de encomenzar a tejer el cesto.

—Es momento —asintió Marco Julio.

—Lueguito, en la afuera, junto al algarrobo grande.

—Lueguito allí.

Puntualmente acudieron a la cita, y tras cortas frases y largos silencios, decidieron ultimar el proyecto, por demás atrevido, de abandonar el estrecho, asfixiante valle nativo para correr fantástica aventura, trasladándose a Buenos Aires, la misteriosa; ave única capaz de empollar los huevos de sus desmedidas ambiciones juveniles.

Marco Julio y Juan José se conocían y se querían, como se conocían y querían sus respectivos ranchos paternos, que desde un siglo atrás se estaban mirando de sol a sol y de luna a luna, por encima del medianero tapial de cinacinas.

De tiempo inmemorial los ascendientes de Marco Julio se fueron sucediendo, de padres a hijos, en el cargo, tan honroso como misérrimo, de desasnadores de los chicos del lugar.

Y de padres a hijos, la estirpe de Juan José transmitía el banco de carpintero, el serrucho, la garlopa, el formón y el tarro de la cola.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 19 visitas.

Publicado el 2 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Nupcial

Javier de Viana


Cuento


La prolongada sequía estival convirtió en polvo las pasturas de los serranos campos del norte.

Los cañadones mostraban áridas y ardientes, como la piel del desierto, las doradas arenas de sus lechos.

Los arroyos quedaron reducidos a exiguas lagunetas, aisladas unas de otras por los médanos de los altos fondos.

Los grandes ríos, exhaustos, acostumbrados a decir imperativamente al viajador: ¡por aquí nadie pasa!... semejábanse en su magrura a gigantes éticos, y debían sufrir viendo cribada de portillos su imponente muralla líquida.

El aire caldeado, cargado con las emanaciones de los millares de osamentas de vacunos, era casi irrespirable.

Ni un clavel, ni un malvón, ni un toronjil resistieron a la aridez feroz. Cayeron achicharradas las hojas de los cedrones, y se consumieron sin madurar las rojas frutas de los ñangapirés.

Los hacendados más pudientes resolvieron trashumar sus haciendas, —los animales que aún caminaban,— en busca de las tierras del sud, más fértiles, menos castigadas por la sequía.


* * *


Una tarde, después de angustiosa recorrida del campo, Maneco de Souza penetró en el galpón y encarándose con Yuca Fleitas, el hijo de su viejo mayordomo y su peón de más confianza, le dijo:

—Esto es el acabóse. Ya la gente no alcanza ni pa cueriar la animalada que muere... ¿Te animás a marchar pal sur con una tropa de tres mil novillos?. ..

—Yo me animo a tuito lo que me mande, patrón.

—Hay que dir más de cincuenta leguas p'abajo.

—Iré.

—Con seguridá que vas a dir dejando el tendal de novillos pu’el camino.

—Anque me quede uno solo he llegar al destino, con la ayuda de Dios...

—Güeno; mañana, al clariar el día, paramos rodeo y apartamo lo mejorcito, y lo que llegue que llegue, y que lo que ha de llevar el diablo, que cargue cuantiantes con él!...


* * *


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 3 minutos / 18 visitas.

Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

1011121314