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autor: Javier de Viana textos disponibles


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La Casa de los Guachos

Javier de Viana


Cuento


Al oriental chaqueño Nicolás Sifredi.


—¿Qué es aquello?—pregunté á mi guía, indicándole un numeroso grupo de jinetes que, á lo lejos, se veía avanzar lentamente por el camino real.

—Debe ser un entierro—respondió; y en seguida:—Sí, pues; el entierro del finao don Tiburcio Morales... ¿No ve aquello que blanquea d’este lao del cerrillo?... Es el pantión de la estancia.

—Don Tiburcio Morales ¿no era un estanciero muy rico, muy querido en el pago?...

—El mesmo... Luego vamo á pasar por su casa... la «Casa ’e los Guachos»..como le dicen...

Al final de un cuarto de hora de trote llegamos al «cementerio», donde resolvimos esperar la fúnebre comitiva, observando la sencilla necrópolis gaucha. Diez varas de terreno cercado por cuatro hilos de alambre; emergiendo de la hierba alta y copiosa, varias cruces de hierro enmohecidas, inclinadas, como si ellas también ansiaran acostarse ó dormir junto á los muertos, cuyos nombres recuerdan en los corazones enclavados entre sus brazos. Al frente, sobre la orilla misma del camino, se alzaba el «panteón»: cuatro paredes ruinosas, verdes de musgo, una puerta descalabrada y un techo de hierro, comido por el orín... Poco confortable la morada, pero... ¿qué más necesitan las osamentas de quienes pasaron la vida desafiando el rigor de todas las intemperies?...

La comitiva llegaba. Delante, en un carrito de dos ruedas, llevado á la cincha, iba el modesto ataúd, la caja idéntica para todos los muertos, pobres y ricos, de la campaña: cuatro tablas de pino forradas de merino negro, y en la tapa una cruz blanca, hecha con cinta de hilera. Seguían luego, en formación de á cuatro, unas cinco docenas de personas. Iban viejos, iban jóvenes é iban niños, y todos guardaban el mismo respetuoso silencio, idéntica actitud de condolencia.


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Publicado el 22 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Cadena

Javier de Viana


Cuento


El reloj de pared sonó las diez con una lenta y cascada voz de viejo.

A esa voz, don Manuel levantóse sobresaltado de la silla en que se había quedado dormido. Su vista vaga, indecisa, paseóse por el salón, desconociéndolo.

La vieja lámpara que pendía del techo, derrababa una luz amarillenta y triste sobre las anaquelerías atascadas de artículos diversos, sobre el hule descascarado que tapizaba el mostrador y sobre las botellas y los vasos alineados sobre el zinc del despacho de bebidas.

En lo alto de los muros blanqueados, proyectaban sombras raras los objetos suspendidos de las vigas del techo: frenos, tazas, cinchas, cazuelas, riendas y maneas, jarros y guitarras, una disparatada población de bric-a-brac.

Don Manuel observaba el lugar con creciente sorpresa. Miró la armazón de enfrente, la mayor, en cuyos estantes se apilaban las piezas de tela, las blancas cajas de cartón conteniendo festones y puntillas, las verdes cajas guardando medias y calcetines, todo parecióle extraño, desconocido.

Y sin embargo, todo allí, todo, en conjunto, y en detalles, le era familiar. Probablemente no existía en la casa un solo objeto que no hubiese pasado por sus manos; un solo artículo cuya colocación, calidad, precio de costo y de venta, ignorase, y eso que los había en cantidad respetable y en mescolanza original, dado que la casa era: «almacén, tienda y ferretería», con el aditamento de librería y farmacia, más el obligado apéndice de acopio de frutos del país: trigo, maíz, lana, cueros, cerda, aspas, etc., y la yapa de «agencia de correos y venta de papel sellado y timbres»; un «Louvre» o un «Bon Marché» en plena Pampa.


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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Borrega Guacha

Javier de Viana


Cuento


La familia continuaba aún de sobremesa cuando Julia regresó de la cocina cargada con la vajilla que, como de costumbre, había levantado en un santiamén.

—Apúrate en levantar la mesa pa zurcirme en seguida la boca 'el poncho grueso,—ordenó don Pablo.

—Está bien, tata,—respondió ella con su humildad habitual.

—Y hacé ligero, porque dispués tenes que dir al arroyo, porque ya sabés que no me gusta amontonar ropa sucia.

—Está bien, mama.

—Pero antes,—intervino Jaime,—tenés que plancharme la bombacha blanca.

—Ya tengo la plancha en el fuego.

Y las órdenes dadas, ninguno se preocupó más de la muchacha, quien, con asombrosa celeridad zurció el poncho, y planchó la bombacha y, luego echándose al hombro un gran lío de ropa, se dispuso a partir para el lavadero, mientras los otros ganaban sus camas respectivas para dormir tranquilamente la siesta.

Abrumada, más que por el peso de la carga por el dardear feroz del sol de enero, Julia recorrió las diez cuadras que mediaban entre las casas y el lavadero.

No se le ocurrió una queja ni un reproche. Aquella desconsideración era tan antigua, que habíase acostumbrado a considerarla como algo natural, lógico y hasta de perfecta justicia.

¿Qué derecho tenía para protestar?... Tanto como los bueyes aradores o el matungo carretonero, pues, al final de cuentas, ella era, cual aquéllos, un animal doméstico, obligado a pagar con el trabajo el sustento y el albergue que le daban.


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Publicado el 8 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Jugada Sin Desquite

Javier de Viana


Cuento


Había llovido hasta fastidiar a los sapos.

Todo el campo estaba lleno de agua. Las cañadas parecían ríos; parecían cocineras pavoneándose con los vestidos de seda de las patronas ausentes.

En la chacra recién arada, cada surco era un flete argentado qué hizo decir al bobo Cleto:

—¡Mirá che!... Parece el papel con rayas que venden los turcos pa escribir a la novia!...

No habiendo nada que hacer en tanto no bajasen las aguas y se secasen los campos, la peonada se lo pasaba en el galpón, tomando mate, jugando al truco o contando cuentos; engordando.

Algunos, aburridos de «estar al ñudo», mataban el tiempo recomponiendo «guascas». Entre estos hallábase Setembrino Lunarejo, un forastero.

Había caído al pago unos seis meses atrás. Pidió trabajo.

El capataz lo observó atentamente; le gustó, la estampa del mozo y como le hacía falta gente para una monteada, preguntóle:

—¿Si quiere ir a voltear unos palos?... ¿Sabe?

—Yo sé hacer todo lo que saben hacer los gauchos,—respondió con altanería. Y después, sonriendo enigmáticamente:

—Y hoy por hoy, pa la salú, prefiero trabajo e'monte.

El capataz había comprendido perfectamente y sin entrar en averiguaciones indiscretas, lo tomó.

Como resultara excelente, al concluirse el trabajo de monte le ofreció tomarlo como peón de campo, y él aceptó, haciendo la advertencia de que era posible alzara el vuelo el día menos pensado.

Buen compañero, siempre servicial, Setembrino no intimaba con nadie, sin embargo. Sin ser huraño, su reserva era extrema y sólo cuando las circunstancias lo exigían, tomaba parte en las conversaciones de los camaradas, ni tampoco en sus diversiones..

Pedro Lemos, que sentía por él una gran simpatía, tentó muchas veces, inútilmente, arrancarle el secreto de su taciturnidad o arrastrarlo a bailes y jaranas.


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2 págs. / 4 minutos / 22 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

¡Imposible!

Javier de Viana


Cuento


En aquel día el sol había hecho lo de un viejo quemado por el rescoldo de ardientes pasiones juveniles: todo el día, pero todo el día, desde la hora de ordeñar hasta la hora de acostarse las gallinas, estuvo derramando oro líquido sobre las colinas y los valles. Al caer la noche, los pastos, borrachos de luz, pálidos, ajados, se doblaban sobre sus tallos esperando la ducha restauradora del rocío nocturno.

En el cielo, las Tres Marías iban elevándose muy lentamente; y en rumbo opuesto, el Lucero, «rastaquere» del firmamento, centelleaba como brillante de coronel brasileño y avanzaba con cautela a fin de hallarse en el cénit, justo a media noche. Al sur, la Cruz Americana abría los brazos a una multitud de estrellas menores, en tanto, a su izquierda, el Saco de Carbón dibujaba tres sombras irregulares, sobre la sombra regular del todo de la tierra.

A lo lejos parpadeaba Venus en guiños de coqueta; y más lejos aún, en lo remoto de lo remoto, Sirio, sultán celeste, dominaba con el sereno fulgor de su pupila a la luz de las pupilas temblorosas de las estrellas de su harem.

Un enjambre de luces taraceaba la bóveda obscura; una diversidad de luces; blancas algunas, como gotas de argento, como ascuas otras; serenas luces de planetas, padres de familia; luces inquietas de soles vírgenes; luces infantiles de asteroides y luces opalinas de nebulosas, que pasean por el espacio con orgullosa desvergüenza el vientre inflamado en su preñez de mundos.

La luna demoraba en salir.

Tras los montes, la divina pastora juntaba nácares, perlas y lirios, esperando que el aliento de los prados y de las selvas hubiesen perfumado el ambiente, que se acallaran todos los rumores de la vigilia afanosa, a fin de que pudiese llegar hasta ella la elegía de los suspiros y la endecha de los besos.

La luna demoraba en salir.


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Publicado el 7 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

Huevo Guacho

Javier de Viana


Cuento


Don Plácido y doña Mariquita son dos muchachos de cabellos blancos. El anda orillando los sesenta y ella pisa ya el umbral del medio siglo.

Al verlos, bajo el verde parral del patio de la Estancia, en las mansas tardes del estío, se les tomaría por un casal de chicuelos con pelucas enharinadas.

Ambos son, en efecto, de pequeña estatura, regordetes, de rostro fresco y sonrosado, de vivos ojos y de unas dentaduras tan blancas, sanas y parejas que causarían envidia a un mocetón congolés.

Misia Mariquita tejía, con ágiles dedos, una colcha de crochet, empezada en el invierno anterior y a la fecha a medio hacer.

Don Plácido leía «Mundo Argentino», que le llegaba los viernes y que al final del viernes subsiguiente aun no lo había concluido de leer.

Durante horas y horas, hasta que empezaba a apagarse el día, la chinita Pampa «acarreaba» el mate dulce, con cáscara de naranja y azúcar quemada, para la patrona; en tanto, el negrito Tordo iba y venía incesante con el amargo para el patrón.

Y uno leía y la otra tejía, pero interrumpiendo con frecuencia sus respectivas ocupaciones para bromearse mutuamente.

—Me parece que antes que vos concluyas esa colcha va’parir la yaguané machorra...

—Y en antes que vos acabes de ler el «Mundo» van a pasar dos veranos... Cuatro, cinco, seis...

—¡Sos inorante!... ¿Te pensás qu’el «Mundo» es un campito como el nuestro, que en dos horas, se recorre al tranco?...

—¡Callate vejestorio!... Siete, ocho, nueve...

—¡Mirá, mirá! —exclamó alegremente don Plácido, cogiendo un mechón de cabellos de su esposa;— mirá, mirá!... ti ha salido un pelo negro! t’estás golviendo moza!...

—¡Sosegate, impertinente! —manifestó ella con fingido enojo;— ya m’hiciste equivocar los puntos, y tengo que deshacer la hilera... Uno, dos, tres...


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Publicado el 1 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Fin de Ensueño

Javier de Viana


Cuento


Transcurría una de esas noches de invierno, obscuras, frías, largas, silenciosas, sembradoras de miedo, en las cuales el grito de un chajá ó el ladrido de un perro resuenan con eco trágico en las soledades campesinas. Noches espesas que intensifican las angustias y aceran los insomnios; noches de gloría para los trogloditas alados y para el matrero errabundo!....

Matrero de avinagrada existencia era Paulino Aldabe, a quien una locura fugitiva impulsó al primer delito, imponiéndole el dilema de la expiación carcelaria o el triste iterinario de la perpetua zozobra: su alma criolla sólo podía decidirse por lo último, la libertad, tanto más preciada cuanto a mayores esfuerzos obligara su conservación, cuanto a más riesgos condujera su defensa.

Paulino, joven y vigoroso, experimentaba como una voluptuosidad de jugador en aquella lucha incesante, en la que el valor y la astucia eran únicas garantías de su existencia libre. Perseguido sin descanso, cuando lograba hallarse en seguridad, apenas repuesto de las fatigas o curado de las heridas, una fuerza irresistible lo empujaba de nuevo al peligro, a las aventuras temerarias. De ese modo, iba agregando al delito inicial nuevos delitos que hicieron imposible la reconciliación con la sociedad. ¡La cárcel por toda la vida!... Antes, mil muertes...

Mientras trotaba lentamente entre las sombras espesas, descuidado, seguro de no ser sorprendido, iba recordando el torbellino de los últimos cinco años de su existencia. En aquel mismo pago —al que recién regresaba después del lance fatal,— había nacido y se había criado. Fué siempre un muchacho bueno, rudo para el trabajo. Excelente camarada. Su mala suerte hizo que se prendara de Aquilina, la hija del puestero Demetrio, viejo egoísta, haragán y vicioso, que había derrochado un regular patrimonio, y soñaba con un yerno rico para recomenzar su vida de placer y de holganza.


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Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.

Falsos Héroes

Javier de Viana


Cuento


Junto al guarda patio estaba la carrada de leña, recién traída.

—Mucha rama y poco tronco,—consideró don Brígido.—Y madera floja, cuasi toda...

El viejo Díaz, afectado por el reproche, intentó justificarse:

—El arroyo está ancho y se han puesto muy fieras las picadas pa dentrar a las coronillas...

—¡Ya sé, ya sé!—confirmó benévolamente el patrón.

En los dos primeros meses de aquel otoño no había caído una gota de agua. Los campos hallábanse resecos, los cañodones agotados, y mal podía estar «ancho» el arroyo. La verdad era que los brazos del viejo Díaz, con más de sesenta años de uso constante, no tenían ya fuerzas para hachar troncos de coronilla y de quebracho, los hierros de la selva.

Bien lo sabía don Brígido, y muy lejos de su ánimo estaba el ofender a su fidelísimo servidor, amigo invariable desde el amanecer hasta el crepúsculo; lo mismo en los tiempos de auge de la Estancia Rosada, cuando había varias leguas de campo y muchos miles de vacunos, que en su bochornosa reducción a una poco más que chacra...

Juntos y estrechamente ligados se mantuvieron en la prosperidad ascendente, y más amigos y más unidos desde el día en que brusca adversidad derrumbó el edificio en cuya construcción emplearon tantos años y tantos esfuerzos y tantos cariños...

—Maliseo que d'esta noche no pasa sin llover: vi'a picar un poco'e leña,—dijo don Brígido; y cogiendo el hacha se dispuso a la tarea.

—Déjame a mí,—propuso Díaz; mas el patrón lo rechazó ordenando:

—Vos estás cansao... Andá ver si Panchita precisa algo.

El viento aumentaba én violencia y el frío hacíase intenso, al propio tiempo que se nublaba el cielo en pronóstico de borrasca.

A golpes lentos, don Brígido hachaba la leña y, fatigado, iba ya a dar por terminada la tarea, cuando vió que se acercaba a las casas un viajero a quien creyó reconocer de inmediato.


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Publicado el 11 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Entre Púrpuras

Javier de Viana


Cuento


A Eduardo Ferreira.


Policarpo había visto desfilar la triste caravana apeado, junto a unas talas, en compañía del teniente Donato y los seis soldados que le acompañaban en su reciente excursión. Cuando todo el ejército hubo pasado, cuando ya se le veía distante, ondulando como una inmensa culebra parda, se volvió hacia sus compañeros y les dijo:

—Muchachos, traigo una "picana" gorda bajo los cojinillos, y mi "chifle" está preñado: todo esto es para luego, si me acompañan hasta aquí cerquita.

—Ande mande, capitán—respondieron los soldados a coro; y Donato, mostrando su dentadura de perro de presa, agregó:

—Vos sabes, hermano Policarpo, que yo soy como el carancho: ande hay carniza me abajo.

—¿Por qué no decís como el cuervo?—replicó uno de los soldados en son de mofa. A lo que replicó airado el negro:

—¡No te cayés, mal hablao, verás si te sumo el facón y te saco el sebo pa engrasar mis garras!

—¡No t'enojes, tizón!...

—¡Tizón te vi'a meter yo!

Policarpo tuvo que intervenir para hacer cesar la disputa, que, sobre el mismo tema, se repetía veinte veces al día.

—Güeno—dijo Montón de humo, —por respeto a vos, me cayo; alcanza el chifle pa que se me pase la rabia.

Alcanzóle el mozo la cantimplora; él absorbió un buen trago de caña, y limpiándose la boca con el revés de la mano:

—Aura sí—exclamó,—y'asta pronto el indio.

Y como otro soldado dijera:

—El negro, será;—Donato se amoscó de nuevo y gritó furioso, dirigiéndose a Policarpo:

—¡A ver si aprienden de una vez a rispetar a los superiores!... ¡Che! Capitán: ¿yo soy teniente, o no soy teniente?...

Y antes de que nadie hubiera tenido tiempo de replicarle, lanzó una sonora carcajada, y, sacudiendo la cabeza, agregó burlonamente:

—¿Ande vamos?...

—A un ranchito de aquí cerca.

—¡A chimar el mozo!


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Publicado el 28 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

En la Orilla

Javier de Viana


Cuento


Al eximio pintor nacional Pío Collivadino.


Casi en seguida de cenar, apenas absorbidos dos cimarrones, Santiago abandonó el balcón y fué á recostarse al cerco del guardapatio, recibiendo con fruición la gruesa garúa que no tardó en empaparle la camisa. Con el cuerpo en actitud de absoluto abandono, con el chambergo en la nuca, tenía la mirada persistentemente fija en el horizonte obscuro.

En su mente de baqueano desarrollábase, con precisión de detalles, todo el paisaje borrado por las sombras: la loma acuchillada; un cañadón pedregoso, tras el cual el alambrado y la cancela, abriéndose sobre el camino real que corre, casi en línea recta, cosa de cinco leguas hasta el fangoso y temido paso de la Espadaña en el sucio Cambaí; después, cortando campo —y cortando alambrados— se podía, en cuatro horas de buen galope, ganar la frontera brasileña; en total, unas veinte leguas, una bagatela, no obstante estar pesados los caminos con la persistente llovizna de tres días...

Más de veinte minutos permaneció Santiago en muda contemplación; y más tarde, trasponiendo el guardapatio, fué hasta donde pacía, atado á soga, su doradillo. Le tanteó el cogote, le palmeó el anca, le acarició el lomo, y volvió, con calmosa lentitud, hacia las casas. Penetró en su cuartito; puso sobre el cajón que le servía de baúl el cinto, la pistola y el facón; armó y encendió un cigarrillo y se tiró vestido, boca arriba, sobre el catre de cuero, aflojándole la rienda al pingo de la imaginación.

Estaba tranquilo. La agitación febril de los días anteriores desapareció cuando su espíritu se hubo detenido en una resolución irrevocable: Bonifacio no se casaría con Josefa por la suprema razón de que los muertos no pueden desposarse.


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Publicado el 23 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

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