Crítica Autorizada
Javier de Viana
Cuento
¡Noche de incomparable alegría! Una alegría silenciosa a fuer de intensa.
Los aplausos prodigados por el público durante toda la representación y la delirante ovación que subsiguió a la lenta caída del telón en el último acto, hicieron que doña Ruperta y su sobrina Julieta lloraran a lágrima viva, en el paroxismo de la emoción.
Una emoción que no era producida por las intensas situaciones del drama, sino por el entusiasmo de los espectadores, por la embriaguez del triunfo. La buena señora necesitó emplear grandes energías para dominar el vehemente deseo de erguirse en el palco y gritarle a la multitud:
—¡El autor de esa maravilla es mi hijo, mi hijo Baltasar!...»
Y a la pequeña Julieta se le llenaban los ojos de lágrimas y la emoción echábale un nudo en la garganta, pensando de cuántos esfuerzos y abnegaciones habría menester, para hacerse digna de su glorioso prometido.
Don Fidelio, halagado en su vanidad de padre, tosía de cuando en cuando para mantener digna compostura.
Al regreso a casa, todos hablaban al mismo tiempo comentando la victoriosa jornada.
Baltasar no habría seguramente, de dedicarse a fabricar comedias haciendo de ello una profesión.
Él era rico; faltábale un año para recibir su diploma de abogado: un brillante porvenir le esperaba; pero aquel éxito completo obtenido ante un auditorio selecto era la consagración de los talentos de Baltasar, la evidencia de que, simple «virtuoso» era capaz de producir obras de arte más bellas y emocionantes que las de nuestros profesionales del teatro.
Más tarde, las horas de ocio que le dejaran la atención de su bufete, las agitaciones políticas y los deberes sociales, escribiría otras obras, dándose de tiempo en tiempo la satisfacción de un baño de luz de gloria. Y ante las felicitaciones de los amigos, sonreiría desdeñosamente y respondería parodiando a Eugenio Cambacéres:
Dominio público
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Publicado el 5 de octubre de 2022 por Edu Robsy.