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autor: Javier de Viana textos disponibles


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Contradicciones

Javier de Viana


Cuento


A Vicente Martínez Cuitiño.


Cuando yo conocí a don Cleto Medina, era éste un paisano viejísimo. Según la crónica comarcana, había comido dos rodeos de vacas, había consumido más de cien bocoys de caña de la Habana y había arrancado una fabulosa cantidad de pasto para... entretenerse.

Profesaba una filosofía optimista de acuerdo con su obesidad, su salud robusta y su rigidez. Tenía un optimismo a lo Leibnitz. Para él, como para el ecléctico pensador germano, nuestro mundo era el mejor de los mundos posibles, creyendo, como aquél, que hasta las más horrorizantes monstruosidades tienen por finalidad una acción salutífera.

Yo dudo de que don Cleto hubiese leído la "Teodicea", ni "Ale enmandatine primae philophiae", ni siquiera "Monadología"; primero porque, según creo, tampoco sabía leer. De cualquier modo, el enciclopédico sabio alemán y el ignaro filósofo gaucho, llegaban a idénticas conclusiones; lo que parece demostrar que tratándose del corazón humano, poco auxilio da la sabiduría para desentrañar problemas y tender deducciones.

Según don Cleto, ningún hombre, por malo que fuese, era malo siempre y con todos. Además, su maldad resultaba siempre inútil, aun cuando la observación superficial no descubriese el beneficio. Una vez me dijo:

—Los caraguataces duros y espinosos, la paja brava, toda la chusma montarás de los esteros, son malos, hacen daño, y uno se pregunta pa qué habrán sido criados... ¡Velay! Han sido criados pa una cosa güeña: pa impedir que los animales sedientos se suman en el bañao ande el agua es mala y ande apeligran quedar empantanaos...

La reflexión era digna de Bernardino de Saint Pierre.

Para comprobar su teoría, cierta tarde me contó la siguiente historia, que doy vertida del gaucho, porque ya queda muy poca gente que entienda el gaucho:


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5 págs. / 9 minutos / 29 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Conversando

Javier de Viana


Cuento


—...Era pa decirle, mi tío, que me pensaba casar...

—¿Casar?

—La muchacha... usted sabe, l’hija’el puestero don Esmil... la muchacha es güeña...

—¿Güeña?...

—¡Tan güeña!.. Trabajadora como un güey, mansa como lechera de ordeñar sin manea, y como un perro ’e fiel, fiel hasta ser cargosa.

—¿Cargosa?

—Cargosa ansina, por demasíao bondá ¿compriende?

—Compriendo: es como maleta demasiao llena que fastidea al montar.

—¡Clavao!... Sólo que, usté sabe, mi tío, que una maleta hinchada, incomoda un poco la asentadera, pero se tiene la satisfación de que en llegando al rancho no le falta a uno nada.

—¡Hum!... No le falta a uno nada, o le falta todo: maleta demasiao cargada, es muy fácil de perder!... Los gauchos de aura viajan en caballo ’e tiro y si les toca hacer noche en despoblao, atan el flete a soga y un zorro les corta el maniador, quedan a pie y embobaos, cantándole un triste a la estaca. Cuando yo era gaucho, mi reserva eran las boleadoras, y, gracias a Dios, mi recao no anduvo nunca sobre mi lomo!...

—¿Y de hay colige mi tío?...


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 30 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Cosas que Pasan

Javier de Viana


Cuento


A Ezeauiel Ubaiubá.


Desde la tarde en que Ismael Martínez se enderezó y echando a la nuca el chambergo había gritado:

—¡No permito que naides hable de la finada mi mujer!—ninguno se atrevió a mentar en su presencia la dolorosa historia.

La historia era vulgar como un aguacero en invierno: un hombre joven, buen mozo, fuerte, trabajador, sin vicios, a quien su mujer engaña a los pocos días de casado. Él quiso matarla; luego, reflexionando que ni rebenque ni espuela, hacen andar al caballo cansado, prefirió desensillar y largar. La largó, en la esperanza de recomenzar la vida y alzar de nuevo el rancho caído.

Sin embargo, había pasado un año y la tristeza parecía aquerenciada en el alma del gauchito.

—¡Esto no va a salir nunca—dijo una vez;—esto es como palo ande dentra la polilla: no tiene remedio.

Lo dijo en un obscurecer caliginoso, bajo un ombú que había oído prosiar a los blandengues de Artigas; y el viejo Torcuato, que, bajo el mismo ombú había escuchado lamentarse a los guayaquises de Rivera, le pialó la frase y la volcó de lomo:

—¡Palo que vive no se apelolla nunca!...

De seguida, aprovechando el momentáneo sometimiento del mozo, echóse a decir:


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Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 28 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Crimen de Amor

Javier de Viana


Cuento


A Emilio Becher.


Cuando todavía existían en el Entre Ríos gaucho la estancia nativa, la hacienda chúcara, el potro bravo y el paisano de ley, Aquilino Platero habíase conquistado, allá en los pagos de Yuquerí, una triple fama de bravo, de diestro y de buen mozo.

Las dos cualidades primeras le fueron quizá impuestas por la última, á fin de poner á raya la mofa campera. Aquilino tenía, en efecto, una belleza demasiado femenina. Era de mediana estatura, de abultadas caderas, de cintura estrecha, de pequeñas manos y de pequeños pies. La hermosa cabellera rubia, cuyos rulos caían sobre la espalda, sombreaba suavemente un rostro ovalado, fino, con grandes ojos azules de mirar aterciopelado, con su nariz correcta, ligeramente aguileña y con su boca mujeril coronada de una rala pelusilla de oro. La voz suave y un leve ceceo, contribuían á darle el aspecto de feminidad que le obligaba á ser temerariamente bravo, para desvirituar apariencias, desdorosas en aquel medio de virilidades extremas.

Por demás está decir que Aquillino hacía valer su hermosura, realzada en el espíritu de las criollas, por sus habilidades de bailarín, de cantor y de guitarrero. Era el ídolo y el tormento de todas las buenas mozas del pago, y sobre todo de Rosa María, la linda trigueña del Puerto Chico. Cortejábala Aquilino de igual modo y sin mayor preferencia que á las demás; lo cual traía fuera de sí á la joven que experimentaba por él un amor salvaje, absoluto, intransigente, dominador.

—¡Aquilino será mío, mío; mío sola! solía exclamar en sus noches de fiebre, de rabia y de celos.

Ella multiplicaba las coqueterías á fin de rendir el corazón del desdeñoso galán; pero sus rivales luchaban también y el gauchillo se dejaba adormecer por la música de ese coro amoroso, confiado en que siempre tendría tiempo para decidirse.


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2 págs. / 4 minutos / 29 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Crímenes Gauchos

Javier de Viana


Cuento


Agotábase el día, lentamente, como en un bostezo de fastidio; de fastidio y de rabia por la rigurosa inclemencia del sol.

Huyendo del galpón, —que con sus muros de piedra y su techo de cinc ofrecía la temperatura de un horno caldeado al rojo blanco,— los peones preparaban el asado bajo la enramada, tomando, entretanto, el cimarrón con agua tibia.

Todos estaban fatigados con la ruda labor del día, idéntica repetición de la que venían ejecutando desde una quincena atrás. Desde el alba hasta el crepúsculo, pasábanlo en el campo, sin comer, sin matear, cuereando las docenas de vacunos y los centenares de lanares que el carbunclo y el saguaipé, en infame consorcio, abatían diariamente.

Ninguno protestó, sin embargo, ni a ninguno se le ocurrió exigir aumento de salario. Es verdad que al frente de ellos, estaban el patrón, el septuagenario don Amadeo, y sus cinco hijos varones, estimulándolos con el ejemplo y obligándolos a la abnegación y al sacrificio. Y es verdad también que don Amadeo era el padre y el amigo de todos ellos. Con ese elocuente grafismo de la parla gaucha, alguien lo definió diciendo:

—Pal patrón, un tajito en cualquier parte del cuerpo le resultaría una puñalada mortal, porque el corazón le enllena tuito el cuerpo.

Mientras los peones descansaban, esperando ansiosos que estuviese a punto el asado, don Amadeo inspeccionaba los cueros vacunos estaqueados en el patio y los lanares colgados del cerco de alambre. De pronto se irguió para mirar a! campo.

—Ahí viene llegando un forastero, —dijo;— y pu’el caballo tordillo de sobrepaso, se me hace qu'es mi compadre Aranga.

—Y es él, mesmo... ¿Qué diablos lo trairán a mi compadre Uranga a estas horas?...


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3 págs. / 5 minutos / 25 visitas.

Publicado el 9 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Crítica Autorizada

Javier de Viana


Cuento


¡Noche de incomparable alegría! Una alegría silenciosa a fuer de intensa.

Los aplausos prodigados por el público durante toda la representación y la delirante ovación que subsiguió a la lenta caída del telón en el último acto, hicieron que doña Ruperta y su sobrina Julieta lloraran a lágrima viva, en el paroxismo de la emoción.

Una emoción que no era producida por las intensas situaciones del drama, sino por el entusiasmo de los espectadores, por la embriaguez del triunfo. La buena señora necesitó emplear grandes energías para dominar el vehemente deseo de erguirse en el palco y gritarle a la multitud:

—¡El autor de esa maravilla es mi hijo, mi hijo Baltasar!...»

Y a la pequeña Julieta se le llenaban los ojos de lágrimas y la emoción echábale un nudo en la garganta, pensando de cuántos esfuerzos y abnegaciones habría menester, para hacerse digna de su glorioso prometido.

Don Fidelio, halagado en su vanidad de padre, tosía de cuando en cuando para mantener digna compostura.

Al regreso a casa, todos hablaban al mismo tiempo comentando la victoriosa jornada.

Baltasar no habría seguramente, de dedicarse a fabricar comedias haciendo de ello una profesión.

Él era rico; faltábale un año para recibir su diploma de abogado: un brillante porvenir le esperaba; pero aquel éxito completo obtenido ante un auditorio selecto era la consagración de los talentos de Baltasar, la evidencia de que, simple «virtuoso» era capaz de producir obras de arte más bellas y emocionantes que las de nuestros profesionales del teatro.

Más tarde, las horas de ocio que le dejaran la atención de su bufete, las agitaciones políticas y los deberes sociales, escribiría otras obras, dándose de tiempo en tiempo la satisfacción de un baño de luz de gloria. Y ante las felicitaciones de los amigos, sonreiría desdeñosamente y respondería parodiando a Eugenio Cambacéres:


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3 págs. / 6 minutos / 19 visitas.

Publicado el 5 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Cuando la Leña es Fuerte

Javier de Viana


Cuento


El puesto de don Epifanio estaba situado a quince cuadras del Arroyo Malo, que forma allí una hoz pronunciada.

Por el este, y casi desde encima de las casas, el parque de frondosos eucaliptos y el monte frutal que aquel resguarda de los vientos malos, se extienden hasta confundirse en el bosque, espeso y sucio que bordea el río. Ábrese allí la boca de una angostísima, tortuosa y escondida «picada», de muy pocos conocida. Aparte de ella no se encuentra otro vado hasta el Paso del Sauce, cinco leguas más abajo de su curso.

Al sur de las poblaciones, se extendían la huerta y la chacra, —un maizal de treinta hectáreas de extensión,— y que llegaba hasta la linde del estero, que en ese paraje, servía de vanguardia al bosque del arroyo. El pajonal era en aquel sitio, tupido como gramilla y con más de dos metros de altura. Hondos zanjones y pérfidas ciénagas dormían ocultas, como recelosos ofidios y en connivencia con ellos, dispuestos a tragarse al viajero que se aventurara temerariamente por allí.

El arroyo Malo no usurpa su nombre. Su cauce es en partes encajonado, de fondo peñascoso y de violento empuje.

Es malo, en verdad, aquel curso de agua, y reúne las tres condiciones esenciales e indispensables para ser eficazmente malo: la fuerza, la perfidia y el disimulo. Como todos lo creen insignificante, lo desprecian y él, taimado, a quien no puede estrangular con los músculos de su corriente formidable, lo sumerge y lo asfixia en el lodo pestilente del tremedal...

Como el puesto de don Epifanio estaba enclavado en aquel rincón sin tránsito, muy pocas personas conocían los secretos del arroyo en su conjunto. La margen opuesta servia de fondo a un inmenso potrero cubierto de esteros, espadaña y paja brava, donde los ganados no penetraban nunca, y las gentes menos.


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2 págs. / 4 minutos / 22 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Cuento de Perros

Javier de Viana


Cuento


Es en la madrugada. La niebla cubre el campo y hace un frío terrible, un frío contra el cual nada pueden las grandes brasas de coronilla que rojean en el fogón.

Hay orden de pasar rodeo para un aparte; desde hace más de una hora los peones tienen ensillados los caballos, prendidos los lazos a los tientos y bien apretada la cincha, como para correr sin miedo en las cuestas arriba y en las cuestas abajo, sin peligro de que, echada a la verija, los redomones se desensillen solos corcoveando.

Empero, fuerza es esperar a que se levante la helada de un todo y se trague el sol la neblina.

Han churrasqueado, tienen ya verdes las tripas de tanto cimarronear, y, bostezando y restregándose las manos, se aburren en la rueda del fogón.

Camilo dijo de pronto:

—Hace más de media hora que don Cantalicio no abre la jeta ni pa largar un resuello... ¿Se le ha yelao la lengua, viejo?

Don Cantalicio hizo un esfuerzo para desprender el pucho que se le había pegado a los labios y respondió, pausada, perezosa, cansadamente:

—No es pa menos, che... Parece que con la crisis, hasta Tata Dios se ha güelto agarrao...

—¡D'endeveras!... Ya ni agua gasta: van como pa tres meses que no llueve...

—Verdá, los campos se están quejando.

—Y los pulperos estrilan y han aumentado el precio'el vino y la caña.

—¡Pero, en cambio, tuitas las noches cain unas heladas como pa poncho'e dijunto!

—Y la otro día nos dan un piacito'e sol que alumbra menos que vela'e baño.

—A gatas si redite l'escarcha.

—Y no alcanza ni pa calentar los pieses.

—¡La leña está muy cara, che, y como el fogón del sol come mucho, Tata Dios economiza!...

—Güeno,—habló Camilo, dirigiéndose a don Cantalicio;—pa medio desentumirnos, cuentenós el cuento del perro overo que nos ofreció la vez pasada.

—El perro overo... lo llamaban Iguana...


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Publicado el 16 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Cuestión de Carnadas

Javier de Viana


Cuento


La barranca, cortada a pique. Diez metros más abajo, el río, ancho, silencioso, argentado por pródigo baño de luz lunar. A tres metros del borde de la barranca, la selva; la selva alta, apiñada, hirsuta y agresiva.

Es pasada media noche. Casi absoluto silencio. En su sitio habitual, sentado al borde del barranco, colgando las piernas sobre el río, «pitando» de continuo, y con frecuencia echando mano al porrón de ginebra, don Liborio —el pescador famoso— esperaba pacientemente que los dorados, surubíes o pacús, se decidieran a morder en alguno de los tres anzuelos de los tres aparejos, horas hacía, sumergidos en la linfa.

Noche serena, de mucha luna y con las aguas en violento repunte, no era nada propicia para la pesca. Un axioma. Pero don Liborio no se impacientaba. Profesional, sabía que el éxito de la pesca estriba en la paciencia. Hay peces vivos y peces zonzos. Empeñarse en atrapar los primeros es perder el tiempo. Carece esperar, hacerse el zonzo y con esa táctica siempre cae de zonzo algún vivo.

Cuando, de pronto, crujieron las ramas, denunciando que alguien avanzaba por la estrecha vereda que conducía al playo pesquero, don Liborio no se dignó volver la cabeza: de pumas, ya ni rastros quedaban en la comarca; malevos, algunos; contrabandistas, muchos; pero todos amigos: él era como cueva de ñacurutú, campo neutral, donde solían albergarse, fraternalmente, peludos y lechuzas, aperiases y culebras.

Recién se dignó volver la cabeza cuando una voz conocida dijo a su espalda:

—Güeña noche, don Liborio...

—Dios te guarde, hijo... ¡Ah! ¿Sos vos Ulogio?...

—Yo mesmo.

—¿Y qué venís'hacer a esta hora, en la costa’el rio?...

—A pescar, no más.

—Yo creiba —replicó maliciosamente el viejo— que vos sólo pescabas en el pueblo, pescado con polleras ...

Y él, compungido:


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2 págs. / 4 minutos / 22 visitas.

Publicado el 6 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

¡Dame Tiempo, Hermano!

Javier de Viana


Cuento


A Francisco de Viana.


Indalecio y Juan Antonio eran como chanchos.

En el concepto gaucho, esto quiere decir que se revolcaban juntos, se rascaban mutuamente y relinchaban a tiempo.

Es posible que mucha gente entienda tanto esto después como antes de la explicación; y entonces será mejor que no siga leyendo, porque tampoco podrá explicarse el conflicto psicológico que se plantea en estás páginas.

¡Bueno! Indalecio y Juan Antonio eran como chanchos. Peones en la misma estancia, obreros en la misma labor, durante años habían recibido la platita del patrón y los rezongos de la patrona. Juntos se habían achicharrado en los estíos y se habían helado en los inviernos lluviosos y habían dormido juntos, muchísimas veces a campo raso, rondando novillos en las lomas, o hachando coronillas en el bosque; y otras muchísimas habían dormido en el fondo del galpón, sobre cueros de vacunos o sobre fardos de lana, cuerpo contra cuerpo, poncho sobre poncho. En fin, eran como chanchos.

Juan Antonio era huérfano; huérfano como uno de esos talas que nacen entre las piedras sin que nadie los plante.

Indalecio era huérfano, asemejándose su origen al de esos ombúes brotados en las cuchillas como por milagro, sin que ninguna mano humana hubiese cavado un hoyo y depositado una simiente.

Ambos eran guachos; pero con una diferencia: el ombú es siempre solitario, hijo único de un viento vagabundo de un tordo bohemio. Los talas, en cambio, proceden de ovarios prolíferos y generalmente crecen en caterva.

Así, mientras Indalecio era solo como el lucero, Juan Antonio tenía tres hermanos y una hermana. Los hermanos andaban desparramados por ahí, pero Benita se había criado de peona en la estancia.


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2 págs. / 4 minutos / 27 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

7891011