Textos de Javier de Viana disponibles | pág. 6

Mostrando 51 a 60 de 305 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Javier de Viana textos disponibles


45678

Oí Cuando Ella Dijo

Javier de Viana


Cuento


—¡Salí! ¡salí! ¡basura!... ¡Vos sos como la flor del cardo, que no se puede oler porque pincha!... ¡Y como la flor del cardo sólo servís pa cuajar la leche!...

—¡Sujeta, Jacinta!...

—¿Pa qué?... Yo estoy acostumbrada a galopiar en cuesta abajo y no les temo a los tucu-tucus.

—¡Jacinta!

—Como siempre he sido zonza y he andao atrás tuyo, siguiéndote como sigue un cordero estraviao de la madre a cualesquiera que cruza el campo, sé que vos tenes parentesco con los aperiases y con las culebras; que te gustan los bañaos onde hay pajas y barro, onde no dentra el sol porque le d’asco, onde no dentran las gentes porque les da repunancía.

—¡Mirá Jacinta!

—Yo m’ensuciao las patas pa seguirte y he visto que sos haragán como lagarto, blando como palo’e seibo y falso como rial d’estaño.

—Mirá china, que yo...

—Vos sos lo mesmo qu’esos sancochos de penca pobre: pura partida, y al largar quedan paraos.

—¡No me calentés, Jacinta!...

—¡Si a vos no te calienta ni el sol de enero... porque si hace sol te acostás bajo un ombú a dormir y roncar como un perro!...

—¡Si yo me enojo... Jacinta...!

—¡Enójate de una vez!.., ¿En qué topa que no dentra, mozo?... ¡Yo no tengo miedo al rayo, y entre vos y el rayo,.. fíjate sí hay que galopiar, Lucindo!

—Si yo juese rayo...

—Yo me vestiría de blanco, trotaría por las cuchillas y cuando castigase mucho el aguacero, me apearía al pie de un árbol copudo!... ¡Ja, já, já!... Si vos jueses rayo, si todos los rayos juesen como vos, los rayos, sabes, serian más mansos que terneros guachos y no harían mal a naides!

—¡Jacinta!... ¿Vos cres que yo soy maula?...


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 26 visitas.

Publicado el 4 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

Conversando

Javier de Viana


Cuento


—...Era pa decirle, mi tío, que me pensaba casar...

—¿Casar?

—La muchacha... usted sabe, l’hija’el puestero don Esmil... la muchacha es güeña...

—¿Güeña?...

—¡Tan güeña!.. Trabajadora como un güey, mansa como lechera de ordeñar sin manea, y como un perro ’e fiel, fiel hasta ser cargosa.

—¿Cargosa?

—Cargosa ansina, por demasíao bondá ¿compriende?

—Compriendo: es como maleta demasiao llena que fastidea al montar.

—¡Clavao!... Sólo que, usté sabe, mi tío, que una maleta hinchada, incomoda un poco la asentadera, pero se tiene la satisfación de que en llegando al rancho no le falta a uno nada.

—¡Hum!... No le falta a uno nada, o le falta todo: maleta demasiao cargada, es muy fácil de perder!... Los gauchos de aura viajan en caballo ’e tiro y si les toca hacer noche en despoblao, atan el flete a soga y un zorro les corta el maniador, quedan a pie y embobaos, cantándole un triste a la estaca. Cuando yo era gaucho, mi reserva eran las boleadoras, y, gracias a Dios, mi recao no anduvo nunca sobre mi lomo!...

—¿Y de hay colige mi tío?...


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 30 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Mendocina

Javier de Viana


Cuento


En el fondo de un zanjón cuyos bordes semejan los cárdenos labios de una herida se enverdece un mísero filete de agua, bien escondido entre ásperas masiegas, sin duda para evitar la codicia de la inmensa llanura devorada por la sed.

Tras un bosquecillo de chañar —donde los troncos dorados parecen lingotes de oro sosteniendo negra ramazón de hierro,— luce una joven alameda, que presta sombra a la finca, deteniendo en parte la incesante llovizna de arenas finísimas que los vientos recogen de la pampa.

El edificio, bajo, con muros de adobones con techos de caña embarrada, con su color gríseo —un extraño color de mulato enfermizo,— presenta un no sé qué de triste, de melancólico, de casa de silencio y de duelo.

Sin embargo hay fiesta en la finca.

A la sombra de álamos y sauces, se ven bostezar varios de esos bravos caballitos mendocinos que Fader ha pintado con asombrosa verdad; se ven dormitar varias de esas gallardas mulas andinas, la mitad de! cuerpo oculto en la silla montañés, de la que penden los estribos de cuero con guardamontes y capacho en la cabeza enteramente oculta con los innumerables caireles de lonja.

Y desde adentro, desde la sala —cuya puerta perfuman como boca de mujer, tupidos racimos de glicinas,— las guitarras lanzan torrentes de armonías.

Las «tonadas» chilenas —que traen reminiscencias del viejo romance español,— se balancean en cadencias de una dulzura y de una melancolía de cosas muy lejanas, de cosas idas: cantos dolientes de una raza desesperanzada; cantos que parecen coros de viudas sin consuelo junto al túmulo del esposo muerto. Cada compás es un quejido; cada estrofa un lamento, y cuando la música cesa y las voces callan, parece que se escuchara el susurro de un eco quejumbroso, el eco de ruegos extraños que fueran resbalando por las peñas de las cumbres, sin encontrar abismo asaz profundo donde disolverse en las sombras.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 3 minutos / 25 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Charla Gaucha

Javier de Viana


Cuento


Algo más de dos horas después de cerrar la noche, habría de ser. Noche asfixiante. El sol había desparramado tanto calor durante el dia, que por la tarde, al retirarse, no lo pudo juntar todo y llevárselo para su cueva de occidente.

Entre nubes pardas, la luna subía la cuesta arriba del cielo; y al encontrarse en alguna como lagunita blanca que la dejaba visible, parecía acelerar la marcha, buscando un nubarrón donde ocultarse.

Las voces que llegaban desde el patio de la estancia, advertían la presencia del patrón y su familia bajo el toldo verde del parral, prefiriendo sin duda, el fastidio de espantar mosquitos y el peligro de los grandes gusanos verdes que suelen caer del zarzo, al horno de zinc de las habitaciones, a esas horas herméticamente cerradas, para impedir la entrada de murciélagos, terror de doña Nicomedes, la patrona.

En el playo de frente al galpón, semidesnudos, echados sobre vellones, la peonada charlaba tomando mate «tibión y labao.»

Los bichos de luz rayaban el cielo en todas direcciones; los «cascarudos» silvadores y hediondos, casi ciegos y borrachos de un todo, pechaban contra un brazo, una cabeza, un muslo, y al caer al suelo sonaban como cosa de importancia, haciendo decir a Faustino:

—Esta sabandija es como nágua’e china comadrona: mucho ruido, mucho viento y al primer apretón se aplasta.

—Pero no jiede.

—¿Qué sabés vos?..

—Es verdá... ¡disculpe, maistro!

Volando muy bajito, sin hacer ruido, los dormilones iban y venían, atiborrándose de insectos en sus, al parecer, giros idiotas.

De rato en rato lloraba algún sapo desde la garganta de alguna culebra que le tenia medio tragado. Un enjambre de insectos pequeñitos zumbaban sin tregua. A veces una lechuza castañeteaba el pico y graznaba lúgubremente desde el negro silencio de la llanura.

—¿Pa qué hará chus chus la lechuza? —interrogó Serapio.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 31 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Rifa del Pardo Abdón

Javier de Viana


Cuento


Bajo el ombú centenario que cerca del galpón ofrece grata sombra en el bochorno de enero, don Ventura, en mangas de camisa y en chancletas, recién levantado de la siesta, amargueaba en compañía de dos viajeros amigos que habían pasado en su casa el medio día.

Amargueaba y charlaba, cuando, caballero en un rocín peli-rojo y pernituerto, llegó al tranquito un muchachuelo haraposo que se quitó zurdamente el chambergo informe, gruñó un «güeñas tardes» y contestó a la indicación de apearse con el siguiente rosario, cantado de un tirón:

—Muchas gracias no señor manda decir mamita que memorias y cómo sigue la señora y que si le quiere hacer el por favor de comprarle un numerito d’esta rifa qu'es una toalla bordada por las muchachas que se corre el domingo en la pulpería e don Manuel en cincuenta números de a un realito cada número porque tiene mucha necesidá y como un favor y qu’es por eso que lo incomoda y que dispense.

Resolló al fin el chico y enseñó una vieja caja de cartón donde debía estar la prenda. Pero don Ventura, sonriendo, lo detuvo con un gesto, sin darle tiempo para enseñarla; y alcanzándole una moneda:

—Toma el realito y andate, —le dijo— yo no dentro nunca en rifas.

Luego dirigiéndose a sus tertulianos:

—Palabra, —exclamó,— no dentro en rifas de ninguna laya; y eso qu’antes era mu dentrador: pero, dende una pitada machaza que me hicieron...

—Ha de ser divertido; largúela pues.

—No, es que ustedes van a decir qu’es cuento, y les asiguro qu’es más verdá qu’el bendito...

—No, don Ventura; ya sabemos que usted no miente, —dijo uno.

—Cuando ronca, — completó el otro.

Y el viejo, que se pirraba por darle a la sin hueso, haciendo caso omiso de la anticipada duda del auditorio, empezó así:


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 24 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Como Alpargata

Javier de Viana


Cuento


—¡Ladiate!

—¡Ay!... cuasi me descoyuntas el cuadril con la pechada!...

—¡Y por qué no das lao!...

—Lao!,.. lao!... Dende que nací nu’hago otra cosa que darles lao a tuitos, porque en la cancha e la vida se olvidaron de dejarme senda pa mí! ¡Suerte de oveja!...

Y lentamente arrastrando la pierna dolorida, escupiendo el pasto, refunfuñando reproches, Castillo se alejó; en tanto Faustino, orgulloso de su fuerte juventud triunfadora, iba a recoger admiraciones en un grupo de polleras almidonadas.

—¡Cristiano maula! —exclamó el indiecito Venancio, mirando a Castillo con profundo desprecio. Éste le oyó, se detuvo,y con la cara grande y plácida iluminada por un relámpago de coraje, dijo:

—¿Maula?... ¿Creen que de maula no le quebré la carretilla de un trompazo a ese gallito cacareador?...

—¿De prudente, entonces?...

—De escarmentao. Yo sé que dispués de concluir con ése tendría que empezar con otro y con otro, sin término, como quien cuenta estrellas. ¿Pa qué correrla sabiendo que no he'e ganar, que si me sobra caballo se me atraviesa un aujero, y que si por chiripa gano, me la ha de embrollar el juez?...

Y sin esperar respuesta, continuó alejándose aquel pobre diablo eternamente castigado por las inclemencias de la vida, cordero sin madre que no ha de mamar por más que bale, taba sin suerte que es el ñudo hacer correr!...

—¡Vida de oveja! ¡Vida de oveja! —iba mascullando mientras se alejaba en busca de un fogón abandonado donde pudiese tomar un amargo con la cebadura que otros dejaron cansada, con el agua recocida y tibia.

Allí, en cuclillas, con la pava entre las piernas, con la cabeza gacha, chupaba, chupaba el líquido insulso, sin escuchar las músicas y las risas que desparramaban por el monte las alegrías juveniles. En aquel domingo de holgorio su alma permanecía obscura y desolada. ¡Si su alma no tenía domingos!...


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 23 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Tísica

Javier de Viana


Cuento


Yo la quería, la quería mucho a mi princesita gaucha, de rostro color de trigo, de ojos color de pena, de labios color de pitanga marchita.

Tenía una cara pequeña, pequeña y afilada como la de un cuzco: era toda pequeña y humilde. Bajo el batón de percal, su cuerpo de virgen apenas acusaba curvas ligerisimas: un pobre cuerpo de chicuela anémica. Sus pies aparecían diminutos, aún dentro de las burdas alpargatas, sus manos desaparecían en el exceso de manga de la tosca camiseta de algodón.

A veces, cuando se levantaba a ordeñar, en las madrugadas crudas, tosía. Sobre todo, tosía cuando se enojaba haciendo inútiles esfuerzos para separar de la ubre el ternero grande, en el «apoyo». Era la tisis que andaba rondando sobre sus pulmoncitos indefensos. Todavía no era tísica. Médico, yo, lo había constatado.

Hablaba raras veces y con una voz extremadamente dulce. Los peones no le dirigían la palabra sino para ofenderla y empurpurarla con alguna obcenidad repulsiva. Los patrones mismos —buenas gentes, sin embargo,— la estimaban poco, considerándola máquina animal de escaso rendimiento.

Para todos era «La Tísica».

Era linda, pero su belleza enfermiza, sin los atributos incitantes de la mujer, no despertaba codicias. Y las gentes de la estancia, brutales, casi la odiaban por eso: el yaribá, el caraguatá, todas esas plantas que dan frutos incomestibles, estaban en su caso.

Ella conocía tal inquina y lejos de ofenderse, pagaba con un jarro de apoyo a quien más cruelmente la había herido. Ante los insultos y las ofensas, no tenía más venganza que la mirada tristísima de sus ojos, muy grandes, de pupilas muy negras, nadando en unas corneas de un blanco azulado que le servían de marco admirable. Jamás había una lágrima en esos ojos que parecían llorar siempre.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 292 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Soledad

Javier de Viana


Cuento


Había una sierra baja, lampiña, insignificante, que parecía una arruga de la tierra. En un canalizo de bordes rojos, se estancaba el agua turbia, salobre, recalentada por el sol.

A la derecha del canalizo, extendíase una meseta de campo ruin, donde amarilleaban las masiegas de paja brava y cola de zorro, y que se iba allá lejos, hasta el fondo del horizonte, desierta y desolada y fastidiosa como el zumbido de una misma idea repetida sin cesar.

A la izquierda, formando como costurón rugoso de un gris opaco, el serrijón se replegaba sobre sí mismo, dibujando una curva irregular salpicada de asperezas. Y en la cumbre, en donde las rocas parecen hendidas por un tajo de bruto, ha crecido un canelón que tiene el tronco torcido y jiboso, la copa semejante a cabeza despeinada y en conjunto, el aspecto de una contorsión dolorosa que naciera del tormento de sus raíces aprisionadas, oprimidas, por las rocas donde está enclavado.

Casi al pie del árbol solitario, dormitaba una choza que parecía construida para servir de albergue a la miseria; pero a una miseria altanera, rencorosa, de aristas cortantes y de agujados vértices. Más allá, los lastrales sin defensa y los picachos adustos, se sucedían prolongándose en ancha extensión desierta que mostraba al ardoroso sol de enero la vergüenza de su desolada aridez. Y en todas partes, a los cuatro vientos de la rosa, y hasta en el cielo, de un azul uniforme, se notaba idéntica expresión de infinita y abrumadora soledad.

No cantaban los chajaes en el pajonal vecino, ni gritaban los teros a la vera del cañadón menguado, ni silbaban, volando al ras del suelo, sobre las masiegas de paja mansa, las tímidas perdices. La naturaleza allí, no tiene lengua; el corazón de la tierra no palpita allí. El sol abrasador del mes de enero, calcina las rocas, agrieta el suelo, achicharra las yerbas, seca los regatos, y sin embargo, se siente frío en aquel sitio.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 34 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Sentencias

Javier de Viana


Cuento, aforismos


¿Quién lo dijo?

Lo dijo la experiencia por boca de cien gauchos viejos curtidos a guascazos en las perrerías de la vida.

Y cada uno construyó un versículo y de su conjunto nació la Biblia nuestra, de autor anónimo, como todos los libros sagrados, producto de la sabiduría popular, que es la suprema sabiduría.

Y conjuntemos las canciones de gesta y la voz de todos los rapsodas, en un libro único que lee, sin comentarlo y sin admitir comentarios, un Homero gaucho.

Imaginémoslo un viejo de abundosa cabellera, de luengas barbas, —cañaveral de argento,— un busto erguido, no obstante las carradas de años, —madera dura y espinosa,— descargada sobre sus lomos; de unos ojos que aún alumbran con la luz intensa y cálida del lucero del alba; con unos labios grandes que se abren ampliamente para dar paso a la palabra honrada, sin formar ningún pliegue por el cual pudiera deslizarse solapadamente el inmundo reptil de la mentira.

Imaginémoslo con su aspecto de patriarca, sentado sobre un trozo de ceibo, rodeado de catecúmenos, para quienes evangelizaba así:...


“Quien no tiene cariño pa su Patria, en tampoco lo ha tenido pa su madre; y solo los hijos de tordo no tienen cariño pa su madre.”


* * *


“Tené presente, y esto meteteló en lo más hondo de los sesos, que si has hecho mil sacrificios por la Patria, el día que reclames poniendo precio a uno solo de ellos, habrás perdido todo tu capital.”


* * *


“Ser bueno con la esperanza de la recompensa, es baja acción de agiotista. Bueno, realmente bueno, es quien siembra el bien, sin preocuparse de quienes utilizarán la cosecha, ni de si algo le corresponderá en lo rendido por la cosecha.”


* * *


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 30 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

El Poncho Más Pesado

Javier de Viana


Cuento


Don Cantalicio iba con su hijo atravesando el campo. Lo notaba extraño, nervioso, violento; en esto aprovechó para hablarlo.

—¡Ruperto!

—¿Qué quiere, tata? —interrogó el mozo.

Recostados ambos en la culata de la carreta, ambos en ese instante indiferentes a la lluvia que arreciaba, el viejo fijó en su hijo la mirada severa y empezó:

—Vamo arreglar cuentas.

—Yo nunca se las he pedido.

—Porque no tenes derecho... Nunca se las pedí yo a mi padre, pero él a mí, sí, y siempre supe dárselas!

—Vaya diciendo, —rindió el mozo, sometido.

Con expresión más suave, el viejo comenzó:

—P’algo sirven los años y la esperencia. Yo sé que vos estás sufriendo de mal de amores. Palabra de mujer...

—¡Es como renguera ’e perro'... ¡Nu hay que crerla nunca!...

—Y cuando no se cre, se monta a caballo y se marcha; p’algo tiene caballo el gaucho.

—¡Y p’algo tiene facón tamién! —rugió con violencia Ruperto.

Medió un silencio. Con voz más angustiosa que el chirriar de las ruedas de la carreta girando sobre los ejes desengrasados, habló don Cantalicio:

—¡Ya me lo malisiaba!... ¡Tenes las manos manchadas de sangre!... ¡Lo compriendo!... Ella t’engañó... Fuiste en busca ’el rival, se toparon, lo peliastes y te tocó matarlo!... ¡Compriendo!... Es triste... ¡Pero el corazón es una achura que manda más que un ray!... ¡Pobre hijo mío!... ¡Compriendo!...

—¡No compriende!... ¡A quién mate no jué a él!

—¿No jué a él?...

—No. A ella. Le sumí cinco veces el facón!...

Hizo el viejo un brusco ademán, púsose muy pálido, agitó los brazos, tembláronle los dedos y se le nubló la vista. Durante varios minutos permaneció en estado de inconsciencia. Luego, con voz majestuosa, dijo:


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 18 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

45678