Textos más populares esta semana de Javier de Viana disponibles | pág. 18

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Bichito

Javier de Viana


Cuento


Como érase en primavera y en pleno campo —donde el sol no encuentra estorbos a sus amores fecundos,— el amor reía en el bosque con los rojos labios de los ceibos en flor; reía en las lomas con las boquitas multicromadas de los pastos florecidos; reía con el saltarín montoncito de plumas del chingolo; reía en las plácidas pupilas de las potrancas y en las pupilas de fuego y en las crines eréctiles de los potros; en la luciente piel de los vacunos; en la blanca bondad de los ovinos; en el polvo que burbujeaba en el aire, y en la abismante suavidad celeste del gran techo.

Ese cálido efluvio que, penetrando en el alma de todos los seres les obligaba a hincharse y a reventar en flor sacudió la timidez de Horacio, decidiéndole a jugar de una vez los últimos realitos de esperanza amorosa que le restaban.

El domingo temprano recogió el bayo de las crines de ópalo, lo lavó, rasqueteó y cepilló con esmero, lo aperó cuidadosamente y, poco después de mediodía, partió a trote corto, rumbo a la casa de Ana Fermina.

Llegó demasiado temprano; los perros, cuya digestión iba a turbar, lo recibieron con inusitada belicosidad; las muchachas sorprendidas con las cabezas empapeladas y los trapillos de entre casa, tuvieron para con él una agria cortesía. Lo condujeron a la sala, se sentaron, cambiáronse frases sin objeto y dificultosamente expresadas. Dos minutos después, Rómula, la mayor, se levantó y con un breve:

—Con permiso —desapareció.

Josefa no demoró en imitarla, con el pretexto de ordenar a Bichita que cebase el mate; pero ya su hermana debió adelantarse en la galantería, pues cuando Horacio se reconfortaba con lo que consideró una táctica convenida para dejarlos solos, entró la chica con el amargo. Como concluyera en dos sorbos, Ana Fermina se levantó diciendo:


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Publicado el 7 de enero de 2023 por Edu Robsy.

La Canalla Fórmica

Javier de Viana


Cuento


Era una de esas tardes de otoño en que, tras lluvias copiosas, diáfano el cielo, los rayos solares caían sobre la tierra indefensa como agujas enrojecidas.

Momento propicio para que la sabandija troglodita, rabiosa con el obligado encierro, se echase al campo para saciar sus hambres en despiadadas depredaciones.

En el corredor de la finca,—un corredor cubierto y toldado por orgullosas frondescencias de glicinas y madreselvas,—Félix Alberto de San Fernando dormitaba en su mecedora de mimbre. El diario, que más que leer miraba, había caído de sus manos.

Absorbido en la lectura del periódico, su cuñado Pantaleón, un demócrata fanático que no creía en Dios, pero sí en la infalibilidad de la prensa,—se interrumpió de pronto para exclamar:

—¡Qué admirable!

—¿Admirable qué?—preguntó Félix Alberto, volviendo a la superficie de la vida real.

—¡El esfuerzo ruso!

—¡Ah!... ¿Reconquistaron Varsovia?

—¡Han hecho algo mucho más grande!... Han derrumbado en tres días, convertido en escombros, el tres veces centenario edificio de la autocracia. Una nueva y grande democracia nace a la faz del mundo. ¡Rusia es libre!

—¡Bravo!... ¿Ya tiene la libertad de elegir sus tiranos?... Algo es algo.

Pantaleón observó por debajo de los lentes a su cuñado, tuvo para él una mirada de suprema piedad, y diciéndose in mente: «Pobrecito, está chiflado, completamente chiflado», tornó a sumergirse en la lectura de su diario, su biblia y su oráculo.

Pantaleón era un excelente burgués, ventrudo, comilón, sin otras aspiraciones que gozar tranquilamente de los goces materiales de la vida, dentro de un perfecto egoísmo, sin que ello le impidiera ser, ideológica y platónicamente, humanitarista, igualitario, enemigo irreductible de los privilegios, en toda sus formas, desde la armada y brutal hasta la corruptora de aterciopelamientos bizantinos.


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Publicado el 11 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

No Hay que Sestear el Domingo

Javier de Viana


Cuento


Un candil, produciendo más humo que luz, alumbraba débilmente la mezquina estancia, cuyo pajizo techo estremecíase a cada instante, sacudido por las ráfagas.

Sentado sobre el borde del catre, la cabeza gacha, don Epifanio estaba tan abstraído, que ni siquiera advirtió que la brasa del pucho le chamuscaba el recio bigote gris. Recién al sentir el calor sobre la «jeta» tornó a la realidad.

—¡Tiempo apestao!—clasificó con rabia.

Silvino, que sentado sobre un baúl, frente al catre, atormentaba una vieja guitarra llena de parches, asintió:

—Asqueroso... Con la húmeda, las cuerdas se aflojan, nu hay tiemple que resista, y asina, es claro, no me puede salir esta polca quebrallona qu'estoy componiendo pal familiar del domingo...

Don Epifanio lo miró con lástima.

—Siempre has de ser el mesmo—dijo;—siempre más preocupao en el lujo del apero qu'en el cuidao del caballo.

Silvino cruzó la pierna, acostó en ella la vihuela y, sonriendo con una sonrisa infantil que iluminaba su lindo rostro bronceado, respondió:

—¿Y en qué quiere que piense?... El cachorro, el potranco, el ternero y la borrega, sólo atinan a jugar, a divertirse; y bien disgraciaos serían si con el calostro en los labios comenzaran a riflisionar sobre los rebencazos que vendrán, las pinchaduras de las espuelas, el peso del yugo y el filo del cuchillo!...

—¡Vos te pensás que tuita la vida es domingo!...

—No, viejo, no; yo creo que la juventud es el domingo'e la vida, y que hay que aprovecharlo hasta el güeso, del mesmo modo que no se ha de tirar la botella mientras tenga un trago'e caña.

—En comparancia con la semana, el domingo es muy chiquito.

—¡Dejuro!... ¡Y por eso obliga sacarle el jugo, pelar bien la costilla sabrosa, criendo juerzas pa mascar la pulpa'e cogote que nos han de servir dende el clariar del lunes!...

—Mucho comer indigesta.


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Publicado el 11 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Por Robar Sandías

Javier de Viana


Cuento


En el cielo, casi uniformemente encenizado, la luna plena, casi sin cambiar de sitio, parecía en vertiginosa carrera, mostrando ahora la triunfal perfección de su disco de argento, y empalideciendo en seguida y hasta borrando su silueta, según las gradaciones del gris de las nubes.

El día fué sofocante; pero en las primeras horas de la noche, una brisa del sur empujando la tormenta había producido una temperatura agradable.

La peonada de la estancia, terminada la cena, formó círculo para cimarronear afuera frente a la gran puerta del galpón.

Y según hábito inveterado, el viejo don Armodio «tallaba», narrando sucesos en parte verídicos, en parte embusteros—más embuste que verdad—producto de lo que había visto y oído en cerca de ochenta años de existencia y de lo que sea capaz de crear su fantasía vigorosa aún.

—Pa curioso, el caso'e Bruno Menchaca.

—¿Y cómo jué lo de Bruno Menchaca?...

—¿Lo de Bruno Menchaca?... Ah, m'hijitos, jué un caso clavao pa probar qu'el amor es un cañuto con un aujero solo y que una vez que uno se ha metido adentro no puede salir porque no puede darse güelta...

—Sucedió d'esta laya.. Ustedes deben recordar, por las mentas, a don Sinforoso Segura, estanciero ricacho del rincón de Echerique. ¿Recuerdan?... Güeno; era muy rico y más duro que un ñandubay y más espinoso que un tala. Era arisco como tararira y roncador como bagre pintado. En dos por tres lo achataba a uno de un tiro o le bajaba las tripas de una puñalada, un poco valido de qu'era de buen coraje y mucho de que contaba con moneda p'hacerle perder el rumbo a la polecía y el olfato a la justicia...

Juan Cienfuentes interrumpió:

—Con tantos cojinillos v'a recargarse el caballo.

—Y se va dentrar el sol sin correr la carrera—completó Laguna.


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Publicado el 12 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Hija del Chacarero

Javier de Viana


Cuento


Rojeaban apenas las barras del día cuando don Cipriano terminó de uncir los bueyes de la última yunta.

Después sorbió con calma el amargo que le «acarreaba» Palmira y al devolverle la calabaza, díjole con voz saturada de cariño:

—Gracias m'hijita.

—¿Ya va marchar, tata?—interrogó la joven.

—Sí; el tirón es largo, el camino está pesao y los güeyes flaquerones. Hasta la güelta m'hijita... y no olvide mis recomendaciones.

La besó, montó a caballo, tocó con la picada los pertigueros, y la pesada carreta echó a rodar lentamente por la tierra plana, reblandecida con las recientes lluvias.

Palmira, recostada a un poste del palenque, la estuvo observando hasta que se perdió de vista, Ocultándose detrás de un copioso monte de álamos.

El rostro de la paisanita, expresaba honda pena, bajo la garra de una situación anímica que se reproducía, siempre igual, cada vez que el padre emprendía un viaje.

Ella adoraba al buen viejo, que era, puede decirse, toda su familia, pues su tía Martina, paralítica, casi ciega, semi idiota, podía considerarse como un muerto insepulto.

Ella adoraba al buen viejo y remordíale horriblemente la conciencia, valerse de su ilimitada confianza para engañarlo.

Empero, si grande era su cariño al autor de sus días, no le iba en zaga el que profesaba a Marcos Obregón, el gauchito ladino y zalamero, que supo cautivarla con las redes de sus galanos mentires. La primera vez que habló a su padre de aquel amor, el viejo respondióle categóricamente:

—¡Cualesquiera menos ese! Lo conozco como a mis güeyes. Es un vago, jugador, vicioso y pendenciero que te habría de hacer muy desgraciada!

—¡Yo lo quiero, tata!—gimió Palmira; pero don Cipriano respondió inflexible:


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Publicado el 15 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Arurera y el Ombú

Javier de Viana


Cuento


De cuando en cuando, las furiosas ráfagas del pampero hacían estremecer al rancho; pero los cuatro horcones de coronilla, casi centenarios, gemían sin aflojar el garrón.

Y apenas apagado el bramido del viento, reventaba estruendosamente el trueno y el chaparrón castigaba el viejo techo pajizo con gotas gruesas como munición ñanducera.

—¡Golpiá, que te van'abrir!—dijo el viejo Pascasio, mientras, imperturbable, le cambiaba la tercera cebadura al mate.

Muchos años tenían los cernos de coronilla, y ia cumbrera de guayabo colorado y las «tijeras» de palma, y las alfajías de tacuara y la quincha imperial, y los muros de cebato. Viejo de nevada cabellera era su propietario actual; y sin embargo le faltaba vivir diez años más para alcanzar la edad a que se resignó a dormir el «sueño largo» su padre, quien, con sus propias manos, lo edificó, siendo mozo.

Podían ladrar los vientos, podían chicotear las lluvias y romperse las nubes escupiendo rayos... ¡en aquella casa no entraba nadie si el amo no abría la puerta!...

—Los que pagan el pato son los árboles,—dijo uno; y el viejo aprovechó la bolada para sacarle punta a un cuento:

—Esta tormenta recuerda el sucedido de la Laguna Pelada.

—¿Qué pasó?

—¿Ustedes han conocido alguna vez un árbol en la orilla de la Laguna Pelada?...

—Pues en un tiempo supo estar escondida detrás de un monte flor.

—Hará mucho...

—Hace añares... «Allá en aquel tiempo en que Jesucristo tuavía no había cáido a estos pagos, la laguna estaba tan lampiña como aura; más lampiña, por que ni yuyos tenía.

«Pero aconteció que una punta 'e semillas de árboles, que andaban buscando sitio pa poblar, llegaron a la Laguna Pelada al escurecer, hicieron noche allí, y al otro día, cuando diban a ensillar pa seguir viaje, la semilla 'e Quebracho, qu'era la jefa, dijo asina:


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Publicado el 16 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Cómo se Vive

Javier de Viana


Cuento


A mi buen compañero I. Medina Vara.


Felisa había permanecido toda la noche en vela.

Era una noche de invierno, del áspero invierno campero, impetuoso como un toro cerril, soberbio como río salido de madre, inclemente como el granizo.

Una noche amedrentadora.

El cielo era negro cual hollín de cocina vieja. Ni una sola estrella habíase atrevido á aventurarse en lobreguez semejante.

A ratos, reventaba el trueno en las lejanas cavernas del firmamento.

A ratos zigzagueaba un relámpago, semejando el brillo fosforescente de los ojos de un felino rampante entre húmedos pajonales.

El viento, en ráfagas discontinuas, silbaba agrias melodías al enredarse en las férreas ramazones de los eucaliptos, donde anidaban águilas... ó voltejeaba, al ras de la tierra, resquebrajando y humillando á los rosales y á los jazmines, á las camelias y á las glicinas...

Solita, en el sobrado de la Estancia, solita en el lecho, que parecíale inmenso para ella sola, Felisa, sentía helársele la sangre á cada centelleo eléctrico, que inundaba de luz el cuarto y á cada retumbo de trueno que hacía estremecer las tejas del techado...

Luego, en un reposo de ruidos y luces amenazantes, tras un pequeño silencio, la lluvia empezó á caer, á caer en gotas gruesas, espaciadas, lentas... Cesó de pronto... En seguida, violentamente, ferozmente, el aguacero se desplomó con ansias de exterminio, mientras rugían los truenos, y se cruzaban en todo sentido los relámpagos, marcando arrugas lívidas sobre la faz carbonosa de la noche.

Noche de rabia. Una de esas noches en que el pavón nocturno y el cuervo simbólico y el buho agorero, parecen reunirse en fatídica trilogía para salmonear la divinidad del suicidio y el encanto del precipicio, para las almas transidas, exhaustas y deshojadas...


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Publicado el 25 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Justicia Humana

Javier de Viana


Cuento


Al Dr. Victoriano Martínez.


Ya no se veía más que un pedacito de sol,—como un trapo rojo colgado en las crestas agudas de la serranía de occidente,—cuando don Panta, echando la caldera sobre el rescoldo y el mate al lado, apoyando en el pico de aquella la bombilla de éste, ordenó al decir:

—Vamos p'adentro, qu'el día está desensillando.

Cruzaron el patio, entre ortigas, malvabiscos, vértebras y canillas de carnero; y tras un puntapié dado al perro que dormitaba junto a la puerta y que salió gritando y rengueando, patrón y huéspedes entraron en el comedor de la estancia.

Los tres invitados rodearon la mesa y permanecieron de pie, el sombrero en la mano, los brazos caídos inmóviles.

En eso entró la patrona, una china adiposa y petiza que andaba con un pesado balanceo de pata vieja. La saludaron; los gauchos pidieron permiso para quitarse los ponchos y las armas; se sentaron; la peona trajo el hervido; cenaron. Durante la comida, la patrona se mostró disgustada, y no era para menos ¡no había podido entablar una conversación! Primero habló de la mujer del pulpero López, que era una gallega sucia, y los invitados respondieron a coro:

—Sí, señora.

Luego dijo que las hijas de don Camilo se echaban harina en la cara, no teniendo para comprar polvos y reventaban pitangas para darse colorete; y los gauchos tragando a prisa un bocado, atestiguaron diciendo:

—Sí, señora.

Después manifestó la mala opinión que tenía de la esposa del vecino Lucas; su indignación por la haraganería de las hermanas Gutiérrez; la repugnancia que le causaba la mujer de Fagúndez y el asco que sentía por la barragana del comisario. Y los invitados mascando, mascando, respondían siempre:

—Sí, señora.


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Recuerdos

Javier de Viana


Cuento


A Carlos Roxlo.


Eramos cuatro: un letrado estanciero, muy rico y muy noble; mi joven político a quien un ventarrón llevó de su aldea al parlamento y de éste al ejército revolucionario; un poeta exquisito y yo, anomo.

El hacendado, el joven político y yo, teníamos sobre el poeta tres indiscutibles superioridades: la primera saber andar a caballo; la segunda, llevar unas libras esterlinas en el cinto; la tercera... no ser poetas.

Él no poseía más caudal que su gran talento. Ahora bien: podéis creerme a no, pero os aseguro bajo mi palabra de honor que el talento es de una escasísima utilidad para un soldado revolucionario.

Allí, en nuestra guerra gaucha, el ser buen jinete permite gozar el summum de las comodidades, —léase: soportar el mínimun posible de molestias —sin contar con los servicios que puede prestar a los prudentes en un día de batalla, y a todos, hasta a los temerarios, en un día de derrota.

Y el poeta era un maturrango sin enmienda. Montaba unas veces por la izquierda y otras por la derecha, argumentando con aparente lógica que, siendo el caballo igualmente alto de un lado y del otro, y teniendo la silla idénticos estribos a diestra y siniestra, no existía razón para someterse al precepto rutinario que ordena subir por la izquierda. Desgraciadamente, los caballos no querían comprender este acertado razonamiento y con frecuencia aporreaban sin piedad al poeta.

En aquella campaña, larga y ruda, nuestro trovador pasó horas amargas. Él no sabía nada más que cantar, y sus cantos suaves, tiernos, melódicos no podían interesar allí, donde, casi diariamente oíase el canto de los fusiles y los cañones. ¡Cualquiera escucha una vidalita cuando está hablando un Canet!...


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

¿Compriende?

Javier de Viana


Cuento


A Leoncio Monge.


—Hermano ¿cómo es el estilo de aquella décima que cantó el Overito en la reunión de Tabeira?

—No mi acuerdo.

— ¿No es así?

Y Pepe López, apoyado en el mango del hacha, silbó un estilo.

—¿Es ese?

—Puede. No mi acuerdo.

Y cubierto de sudor el rostro color de arcilla, bien afirmado sobre las recias piernas desnudas, Evaristo tornó a levantar el hacha que, con ritmo lento y majestuoso, caía sonoramente sobre el tronco grueso y duro de una arnera.

Pepe López se escupió las manos y continuó embistiendo a su árbol.

Durante un cuarto de hora sólo se oyó el ruido sordo de las herramientos mordiendo la leña viva. El sol caía a plomo sobre la gramilla y las zarzas y los árboles abatidos en el reducido potril. En el contorno, los guayabos, los coronillas, los virarós apretados, estrechadas sus armazones que habían resistido a los zarpazos de los vientos, se inmovilizaban, serenos y nobles, con la tristeza augusta del héroe que va a morir una muerte obscura. Las pavas del monte, escondidas en lo más hondo y obscuro, lanzaban su queja en un canto semejante a un ruego. Muy arriba, en plena luz solar, sobre penachos de los yatays, las águilas permanecían quietas, silenciosas, solemnes, como los últimos representantes de la raza madre en el martillo.

—Hermano ¿m'empresta su tostao pa dentrar en la penca'e Farías?

—No puedo, lo necesito.

—¿Pa matreriar?

—¡Quién sabe!—replicó Evaristo siempre taciturno.

Pepe López meneó la cabeza y siguió hachando.

—¡Me caigo... y no me levanto! —gritó.—¡Siempre ha de haber un ñudo pa un apurao y un bagual pa un maturrango!... ¡Cuasi me desloma este guayabo que se volió pal lao de enlazar como gringo recién llegao!...

Rió, cantó una vidalita, y luego, con el mismo tono irónico y jaranista, preguntó:


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

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