Textos más populares esta semana de Javier de Viana disponibles | pág. 22

Mostrando 211 a 220 de 306 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Javier de Viana textos disponibles


2021222324

¡Imposible!

Javier de Viana


Cuento


En aquel día el sol había hecho lo de un viejo quemado por el rescoldo de ardientes pasiones juveniles: todo el día, pero todo el día, desde la hora de ordeñar hasta la hora de acostarse las gallinas, estuvo derramando oro líquido sobre las colinas y los valles. Al caer la noche, los pastos, borrachos de luz, pálidos, ajados, se doblaban sobre sus tallos esperando la ducha restauradora del rocío nocturno.

En el cielo, las Tres Marías iban elevándose muy lentamente; y en rumbo opuesto, el Lucero, «rastaquere» del firmamento, centelleaba como brillante de coronel brasileño y avanzaba con cautela a fin de hallarse en el cénit, justo a media noche. Al sur, la Cruz Americana abría los brazos a una multitud de estrellas menores, en tanto, a su izquierda, el Saco de Carbón dibujaba tres sombras irregulares, sobre la sombra regular del todo de la tierra.

A lo lejos parpadeaba Venus en guiños de coqueta; y más lejos aún, en lo remoto de lo remoto, Sirio, sultán celeste, dominaba con el sereno fulgor de su pupila a la luz de las pupilas temblorosas de las estrellas de su harem.

Un enjambre de luces taraceaba la bóveda obscura; una diversidad de luces; blancas algunas, como gotas de argento, como ascuas otras; serenas luces de planetas, padres de familia; luces inquietas de soles vírgenes; luces infantiles de asteroides y luces opalinas de nebulosas, que pasean por el espacio con orgullosa desvergüenza el vientre inflamado en su preñez de mundos.

La luna demoraba en salir.

Tras los montes, la divina pastora juntaba nácares, perlas y lirios, esperando que el aliento de los prados y de las selvas hubiesen perfumado el ambiente, que se acallaran todos los rumores de la vigilia afanosa, a fin de que pudiese llegar hasta ella la elegía de los suspiros y la endecha de los besos.

La luna demoraba en salir.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 24 visitas.

Publicado el 7 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

Juicio de Imprenta

Javier de Viana


Cuento


La copiosa cuanto intempestiva lluvia obligó a suspender las carreras y al atardecer no quedaban arriba de 20 personas en la pulpería.

Algunos «rialudos» adueñáronse de las dos únicas carpas de vivanderos, entregándose a «trucos» barullentos o a silenciosas partidas de monte, mientras la chusma, refugiada en la «glorieta», derrochaba charla y ginebra.

Más de una docena de harapientos habíanse juntado allí; y si bien todos metían baza, gritando, como de estilo el tallador era el viejo Malaquías.

Menguando en carnes cuanto opulento en pelos, presentaba Malaquias una simpática y original fisonomía. Sus grandes ojos pardos, rebosantes de malicia, parecían reir siempre, con una risa burlona, y despectiva. Con una cara larga y flaca, con su nariz curva y fina, ofrecía un cierto aspecto de pájaro —de urraca— decían algunos.

Sus cuentos sabrosos, su charla amena, sus hirientes invectivas, permitíanle vivir de gorra, vagando de rancho en rancho y de pulpería en pulpería, sin más bien que su yegüita tubiana y su «recado de negro».

Sin ser muy vasto su repertorio, sabía él variar sus historias, renovando los dicharachos y adjuntando episodios inéditos. Pero de todas ellas, la más grata al paisanaje era la del juicio de imprenta, en que había actuado como protagonista.

Aquella tarde, el auditorio, saturado de alcohol, le había exigido relatos escandalosos —de los cuales tenía buen acopio,— pero al fin clamaron por la famosa aventura, que los encantaba, como todas las vivezas gauchas.

Condescendiente, Malaquias apuró un vaso de ginebra y dió comienzo así:


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 24 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2023 por Edu Robsy.

Como Hace Veinte Años

Javier de Viana


Cuento


Con suave lentitud venía insinuándose la noche, y en el gris vespertino, una brisa salutífera aportaba un calmante a las ardentías de la tarde estival.

Pasado el sopor del bochorno, los cuerpos experimentaban la intensa satisfacción del funcionamiento de los órganos. Era uno de esos instantes en que los hombres sienten la necesidad de ser buenos por imposición de la calma, pues es sabido que la bondad es estática, así como la maldad es un sentimiento en acción.

Y en tales circunstancias se encontraron don Heriberto, cimarroneando y charlando con Pedro Luis, el donjuanesco gauchito del distrito, cuya conducta le traía avinagrada el alma. Cuando le diera cita, su espíritu ardía en rencores, dispuesto a increpar y a castigar; más allí, en la apacibilidad de la tarde moribunda, descolorida y silenciosa, vióse invadido por un sentimiento de conteporización y de perdón.

Bajo la entreabierta camisa de percal rayado, veíase un rudo pecho velloso alzarse y bajar regularmente al influjo del sereno latir del corazón. En su rostro enérgico reflejábase el alma en reposo.

—Si, amigo —dijó;— yo siempre tuve confianza en vos, porque sé que las locuras son cosa común en la mozada... Al principio, cuando me enteré de la falla de m’hija, me dió rabia... ¿a quién no le sucede lo mesmo?... pero después juí pensando que tuito se arregla, habiendo gana, y que los hombres hablando se entienden... Yo te conozco a vos... la muchacha es buena y te quiere una barbaridá... ¡Hace dos días que no come la pobrecita!... Dispués, el año ha venido bien... Doscientas reses, una majadita y población les puedo dar...

Don Heriberto había dicho lo que antecede con voz tranquila y calmosa, observando a Luis Pedro, quien con la vista en el suelo, guardaba silencio, golpeándose la caña de la bota con el rebenque. Tras una pausa interrogatoria, el viejo preguntó directamente:

—¿Qué decís?


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 24 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2023 por Edu Robsy.

Las Tormentas

Javier de Viana


Cuento


Para Artidoro de Viana.


Muere el día, estrangulado por un dogal de fuego.

En el poniente, el rojo cárdeno del sol que se va como con rabia, hace levantar de la tierra un vapor gríseo, parecido á la humareda de un asado que se quema.

En el oriente, ensombrecido ya, negrea, cual curva y enorme ceja de criolla, el monte espeso y bravío que borda las márgenes de un arroyo al que no sin razón le llaman «Malo».

Desde esa barrera obscura hasta el incendio crepuscular del occidente, la tierra y el cielo van ofreciendo suave graduación de luz, perfectamente abarcable á la vista desde el lomo empinado de la cuchilla.

En la amplia extensión del campo, sobre las lomas, los vacunos ambulan aún, indecisos, irresolutos, sin ánimo para seguir triscando la hierba y sin decisión para tenderse sobre ella y entregarse á la melancólica función de la rumia, que es, para las bestias, como prolijo recuento de lo ganado en el día.

Un ternero extraviado de la madre, bala lastimosamente á la distancia; y la madre, volviendo la pesada cabeza y buscándole con sus grandes ojos redondos, llenos de bondad y de pena, le responde con otro balido más angustioso aún.

Por los llanos, ya ennegrecidos, se encaminan lentamente hacia el rodeo, balando y tosiendo, las majadas.

Al ras de la tierra se escurren las perdices silbando con infinita melancolía, y pasan por delante de las cachilas, que de pie, inmóviles, junto á la maciega parecen esperar resignadamente algo maléfico.

En lo alto, tendidas y quietas las grandes alas potentes, planea un caraneho, ambarado el plumaje y enrojecidas, las pupilas por los reflejos del sol muriente; y, rígidas sobre los postes del alambrado, las lechuzas, esponjando el ropaje gris, lanzan de rato en rato un graznido más prolongado y más lúgubre que de costumbre.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 23 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Boba

Javier de Viana


Cuento


A Constancio C. Vigil.


De la estancia del "Vichadero" a la estancia del "Arroyito", había apenas dos leguas de buen camino salvo una zanja barrancosa, la empinada ladera de un cerro, un campo con tucu-tucus, un bañado de morondanga y el paso feo del Sarandí. Como era en invierno y había llovido con ganas, las barrancas del arroyuelo estaban resbaladizas, suelto el pedregullo de la ladera; hinchado el estero y engordados con barro los camalotes y los sarandises del paso feo del Sarandí; pero como doña Ana Manuela sabía que esos obstáculos no eran tales para sus cuatro tubianos "carretoneros", mandó atalajarlos y preparar el breack para después de medio día, dispuesta a realizar un propósito postergado durante un mes por causa de las inclemencias del tiempo, que había hecho derroches de agua...

Y poco después del medio día rodaba el breack que arrastraban velozmente por el camino encharcado, los cuatro tubianos famosos de doña Ana Manuela.

Desde hacía cerca de un siglo, la estancia del "Vichadero" pertenecía a los Castro y la estancia del "Arroyito" a los Menchaca; y desde esa época, siempre los Menchaca eran padrinos de los hijos de los Castro y los Castro padrinos de los hijos de los Menchaca: uníalos una de esas amistades de una pieza,—igual que la bota de potro,—de las que sólo son capaces las almas brutas, primitivas, opacas, de los gauchos.

Eran dos familias donde nunca hubo tuyo y mío y que, negociando continuamente, jamás habían firmado un papel, garantía de convenio, de deuda o de préstamo: eran seres inferiores, rudimentarios, imperfectos: eran gauchos. Si alguien hubiese tenido la curiosidad de llevar un registro de los servicios que mutuamente se habían prestado, formaría volúmenes, pero entre esas gentes hacer un servicio no tiene mayor mérito ni merece recordación...


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 23 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Ruptura

Javier de Viana


Cuento


A Alberto Ghiraldo.


Juan avanza pausadamente por el patio. El ruido que producen las rodajas de sus espuelas es ahogado por los compases furiosos de la polka que chiflan cuatro guitarras en la sala.

Llega á la enramada. Su moro, que lo ha reconocido, levanta la cabeza, orejea y ahoga un relincho. A la luz blanca de la luna, sus grandes é inteligentes ojos brillan rojizamente, fijándose en el amo con expresión interrogativa.

Hace ya muchas horas que la manea mortifica sus manos finas y nerviosas; hace ya mucho tiempo que el recado está sobre su lomo y que la cincha oprime sin piedad su vientre.

En la mirada que dirige al amo hay pintada extrañeza; en el impaciente tascar del freno hay como un reproche.

Juan ha comprendido: cariñosamente lo palmea en el cuello. Enseguida afloja la cincha, acomoda prolijamente el recado, ata el poncho á los tientos, desprende la manea.

El moro, que también ha comprendido, escarba alegremente el suelo.

Por cinco minutos, el gaucho permanece pensativo, las riendas en la mano y la mano apoyada en la cabezada del basto. En el instante en que alzaba el pie para estribar, una voz sonó á su espalda.

—¿Te vas asina?...

Volviendo la cabeza, pero sin cambiar de actitud, Juan respondió:

—Dejuro... ¿De qué otra laya iba á dirme?

Suspiró la moza, acercóse al jinete y exclamó con pena:

—¡Cómo has cambiao, Juan!... ¡Cómo te has vuelto malo!... ¡Qué diferencia de antes, cuando sabías bailar conmigo y decirme al oído cosas lindas!...

—Las palabras, Malvina, son como las flores cuya lindura y cuyo perfume se concluyen entre dos viajes del sol.

—Tus palabras de entonces yo las guardo en la memoria como si juesen flores secas venidas de uno que me quiso y se murió...

El gauchito fijó sus ojos de cálida mirada en la atristada fisonomía de Malvina. Con cariño, pero con firmeza, dijo:


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 3 minutos / 23 visitas.

Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Por la Petiza Lobuna

Javier de Viana


Cuento


Al Dr. Pedro Manini y Ríos.


Era un grande, un hermoso dominio—cerca de cien leguas de campo,—pero, muerto don David, liquidaba la testamentaría, pagadas las costas, el tasador, el agrimensor, el procurador, el abogado, á cada uno de los catorce hijos del brasileño ricacho, sólo le quedó un guiñapo de tierra; cinco ó seis leguas por cabeza, unas chacras como quien dice.

Se hubiesen considerado pobres con la herencia paterna; pero cada uno de ellos—machos y hembras—tenía su fortuna propia, constituida á base de matrimonios inteligentes. Los Souza, los Ribeiro y los Andrade, formaban una gran familia de estancieros millonarios. Casábanse siempre entre ellos desde tiempo inmemorial, y si la raza iba degenerando por el pernicioso efecto de la consanguinidad, en cambio acrecentábanse cada vez más las fortunas. Todos ellos eran extravagantes, desequilibrados, medio locos; pero todos conservaban incólume la virtud ancestral: la tacañería.

El viejo David, un filósofo analfabeto, como deben ser los verdaderos filósofos, un viejecito enclenque, giboso, exageradamente barbudo, solía decir:

—Os Souza, os Ribeiro y os Andrade, têm mais cornos que todos os fazendeiros da naçâo.

Y, según las estadísticas oficiales y la murmuración comarcana, no mentía.

Su hijo mayor, Hildebrando, viudo de su prima Liberata, había desertado la grande estancia que le aportó su mujer, y se había ido á poblar en el campo heredado del padre. Construyó un rancho bajo y panzudo, á la orilla misma del arroyo,—no para hacer más cómodo el baño, sino para facilitar el acarreo del agua,—y allí se instaló en compañía de una contraparente pobre.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 23 visitas.

Publicado el 24 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

En la Orilla

Javier de Viana


Cuento


Al eximio pintor nacional Pío Collivadino.


Casi en seguida de cenar, apenas absorbidos dos cimarrones, Santiago abandonó el balcón y fué á recostarse al cerco del guardapatio, recibiendo con fruición la gruesa garúa que no tardó en empaparle la camisa. Con el cuerpo en actitud de absoluto abandono, con el chambergo en la nuca, tenía la mirada persistentemente fija en el horizonte obscuro.

En su mente de baqueano desarrollábase, con precisión de detalles, todo el paisaje borrado por las sombras: la loma acuchillada; un cañadón pedregoso, tras el cual el alambrado y la cancela, abriéndose sobre el camino real que corre, casi en línea recta, cosa de cinco leguas hasta el fangoso y temido paso de la Espadaña en el sucio Cambaí; después, cortando campo —y cortando alambrados— se podía, en cuatro horas de buen galope, ganar la frontera brasileña; en total, unas veinte leguas, una bagatela, no obstante estar pesados los caminos con la persistente llovizna de tres días...

Más de veinte minutos permaneció Santiago en muda contemplación; y más tarde, trasponiendo el guardapatio, fué hasta donde pacía, atado á soga, su doradillo. Le tanteó el cogote, le palmeó el anca, le acarició el lomo, y volvió, con calmosa lentitud, hacia las casas. Penetró en su cuartito; puso sobre el cajón que le servía de baúl el cinto, la pistola y el facón; armó y encendió un cigarrillo y se tiró vestido, boca arriba, sobre el catre de cuero, aflojándole la rienda al pingo de la imaginación.

Estaba tranquilo. La agitación febril de los días anteriores desapareció cuando su espíritu se hubo detenido en una resolución irrevocable: Bonifacio no se casaría con Josefa por la suprema razón de que los muertos no pueden desposarse.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 23 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Venganza del Buey

Javier de Viana


Cuento


A Emilio Frugoni.


Pitando fuerte el colorado rionovo envuelto en chala, el viejo Sandalio borbotó una humada gris con la cual confundió en un solo tono, su faz gris, sus ojos grises, su cabello, su barba y sus grandes bigotes grises, y dijo con una voz grísea también:

—¿Hará tiempo d’eso, no?...

Desconcertado por la irónica interrupción, don Pedro Lucas truncó el relato y púsose á considerar á su compadre, medio con rabia, medio con lástima.

Es axioma zoológico, que los animales más pequeños sean los más ponzoñosos;—justa compensación, en la lucha por la existencia, concedida por la madre Natura á quienes carecen de otro medio para asegurar la supervivencia. Ella da cerebro á unos; músculo y garras á otros; agilidad á éste, hipertrofia visual ó auditiva á algunos; humildes, pero protectores mimetismos á los más indefensos, y veneno á los ínfimos, á los que condenados á vivir arrastrándose, en penosos serpeos, están siempre expuestos á ser aplastados por el tacón de un sabio ó por el casco de un bruto.

Don Juan Lucas era un hombre grande, morrudo, sin una achura de desperdicio; grande, fuerte y bueno como un buey.

Al igual de los bueyes, tenía unos bofes potentes, capaces de oxigenar muchos litros de sangre por día; y un corazón amplio, de sólidas paredes y con maravillosas válvulas,—aspirantes y expelentes, incansables é infalibles en su ruda labor de riego; y un estómago que era un concienzudo químico; y un hígado y un riñón que resultaban celosos policianos... Sólo tenía, como los bueyes, un órgano pequeño y flojo, don Juan Lucas: era el cerebro.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 23 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

El Baile de Ña Casiana

Javier de Viana


Cuento


A Héctor Gómez.


Allá por las puntas del Yaguary, cerca de la frontera brasileña, en el foñdo de un vallecito rodeado de sierras poco elevadas, pero sucias y escabrosas, estaba el campo de Elviro Santanna Riveiro Silveira da Sousa.

Doscientas cuadras de campo ruin, mal cercadas por un alambrado de tres hilos, en muchas partes cortado, flojo y con postes quebrados ó caídos, en la casi totalidad de su extensión.

Trescientas ovejas criollas, comidas por la sarna; dos yuntas de bueyes; media docena de lecheras escuálidas, cinco matungos lanudos, y un enjambre de perros, constituían la hacienda de la «Estancia».

Unos ranchos chatos, negros, despeinados, huérfanos de árboles, de jardín y de huerta, rodeados de ortigas, abrojos, cepa caballo, baldeana, cicuta y malvaviscos, eran «las casas».

Los vecinos decían: la «chacra» del portugués.

Pero Elviro Santanna Riveiro Silveira da Sousa, que, efectivamente, era portugués, decía: «Minha Estancia!»

Elviro era un viejo grandote, gordo, enormemente haragán, superlativamente sucio. Su larga melena y sus copiosas barbas, sabían del peine lo que saben del hacha las selvas amazónicas.

Su mujer, ña Casiana, era una china petiza, gorda y panzona, activa, siempre en movimiento, pero más rezongona que negra vieja y más zafada que pilluelo de arrabal.

Trabajaba sin cesar y sin cesar echaba sapos y culebras, insultando al haraganote de su marido, quien, con tal de no hacer nada, soportaba los insultos con soberana indiferencia. Con eso, y con tener caña y tabaco, era feliz.

El 5 de diciembre, santo de ña Casiana, había baile todos los años, y en aquel año ella esperaba una fiesta suntuosa. Había muerto cuatro gallinas, asado dos lechones, hecho cinco docenas de pasteles y un fuentón de arroz con leche.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 23 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

2021222324