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¡Salga San Pedro!

Javier de Viana


Cuento


Al Dr. Ramón G. Saldaña.


Recorría yo por segunda vez el sur del Salto Oriental, atravesando nuevamente los Mataojos, los Arerunguás, los Valentines, toda esa abominación de piedra suelta y de agua brava, que traen á mi mente, el más trágico recuerdo de mi vida.

Los bordes áridos, desprovistos de vegetación, reverberaban bajo el sol calcinante, y en los lechos rocosos, corrían míseros filetes de agua, de agua como plata. Paisajes tristes, pero apacibles. Y sin embargo, yo los volvía á ver como otros tantos torbellinos espumosos, poblando de lamentos y de imprecaciones las sombras espesas de aquellas noches de maldición.

Nunca, jamás, tendrán belleza para mí aquellos aciagos parajes, y por eso, hice apresurar la marcha, rumbo al fondo de los Arapeys, donde debía pasar una temporada de campo, en la estancia de un amigo.

Hacía tiempo que me mortificaba la nostalgia de las cuchillas y de los arroyos, y sentía imperiosa necesidad de ir á «revolcar el alma sobre los pastos, para quitarle el olor apestoso de la ciudad».

Y ni buscado exprofeso hubiera podido encontrar mi deseo sitio más en armonía con las atávicas predilecciones de mi espíritu. Por aquel rincón de los Arapeices—barra de la Paloma—la naturaleza conservaba aún el agrio perfume del alma indígena.

Las cuchillas masculinizaban la aterciopelada suavidad de la gramilla, con frecuentes verrugas de piedra gris,—«belvedere» de lagartos y guarida de crótalos—y con isletas de molles y talas, cuyas ramazones inhospitalarias parecen crines de aguarás. De trecho en trecho, brilla una cañada, cuyas aguas gruñen y ruedan rabiosas, mordiendo las paredes rocosas de la zanja que las aprisiona. Y luego viene la selva, una selva huraña que todavía puede dar asilo á las pavas en lo alto de los vivarós, y á los pumas, en la húmeda penumbra de la maraña...


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Publicado el 23 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Vampira

Javier de Viana


Cuento


Extraordinariamente alto, extraordinariamente flaco, el rostro surcado en todo sentido por innumerables arrugas, los ojillos grises, ensombrecidos por el zarzal de las cejas; la cara larga y huesuda, color de cobre oxidado y salpicada de como masiegas la corta y rala barba cenicienta: tal era don Epifanio Magallanes.

Hombre malo no fué nunca; pero sí siempre adusto, avaro de las palabras hasta el punto de suplirlas por gestos las más veces.

En su casa jamás hubo una fiesta; domingo, días patrios, Navidad, carnavales, y hasta los aniversarios familiares, pasaban inadvertidos: el calendario era allí completamente innecesario

A la pulpería iba de tarde en tarde y muy de mañana, para hacer sus compras, vender sus frutos o arreglar sus cuentas, empleando en ello el menor tiempo posible, rehusando siempre cualquier invitación que se le hiciera. Si le ofertaban un cigarrillo, respondía invariablemente:

—Gracias, no sé fumar.

Si a servirse de una copa:

—Gracias, no sé beber.

Y tampoco sabía tomar mate, y, claro está, mucho menos jugar a ningún juego de naipes.

Con sus peones era un tirano manso; no los gritaba, no los retaba nunca, pero exigía el máximun del trabajo, y la falta más insignificante era motivo de inmediata destitución. Y hay que agregar el parsimonioso racionamiento, la absoluta prohibición de tertulias, de juegos y jaranas.

Y, sin embargo, no le querían mal; pues les constaba que esa severidad y aquella tacañería no provenían de él. Aquel tirano, seco de alma como de cuerpo, era un miserable esclavo de su odiosa mujer, misia Camila, a quien los peones, entre sí, y con recelosa reserva, llamaban la «Vampira».


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Publicado el 16 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Resurrección

Javier de Viana


Cuento


A Juan José Soiza Reilly.


Don Fabián. Para todas las gentes de la comarca era «don» Fabián. Y para los forasteros que solían encontrarlo en la pulpería, cebando mate, era «don» Fabián. Y para los doctorcitos que en sus paseos de vacaciones lo encontraban haciendo un asado en el patio de una estancia ó en la orilla de un arroyo, era «don» Fabián. Nadie se atrevía á nombrarlo, estuviese ó no presente, sin anteponer la respetuosa partícula. A nadie se le ocurría reir de don Fabián, y don Fabián, sin embargo, era una caricatura animada.

Muy alto. Lo primero que llamaba la atención eran sus pies enormes, siempre metidos en unas botas toscas, eternamente embarradas; unas veces el barro estaba fresco, otras estaba duro, pero no faltaba nunca.

Las bombachas hallábanse llenas de remiendos y costuras tan torpemente ejecutadas, que denunciaban la mano masculina. Invierno y verano cubría su torso robusto, burda camisa de lienzo coloreado, que por debajo desbordaba sobre la floja pretina de la bombacha, y por arriba, siempre desabotonada, dejaba al descubierto un pescuezo arrugado y rojizo como de viejo gallo de pelea.

La cara, larga y fina, tenía por marco una barba poco densa, canosa y enmarañada. La nariz era grande y curva, los ojos buenos, la boca triste. Por debajo del chambergo desformado, verdoso, sin cinta,—que rara vez se quitaba,—fluía en ondas la melena «tordilla», tan revuelta y descuidada como la barba.

En todos los rasgos, en todos los gestos, en la tibieza de la mirada, en la frialdad, de la voz, en la desarticulación de la frase, aquel hombre expresaba la suprema melancolía de un ser que vive á desgano, ajeno á la vida.


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Publicado el 21 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Última Tropa

Javier de Viana


Cuento


Al maestro don Juan Antonio Cavestany.


Física y moralmente, don Pantaleón Quesada era el arquetipo del gaucho, del gaucho originario, de la subraza motivada sin cruzamiento de ninguna especie, por el medio ambiente.

Era alto, era ancho, era recio. Tenía cabeza pequeña y la cara grande, como la mayoría de los uruguayos, como los aborígenes charrúas.

Espesa melena poblaba su cráneo; la faz arábiga, de fuerte nariz curvilínea, de grandes ojos pardos, de cejas copiosas, de labios espesos, estaba encerrada en un corral de barba densa y larga.

Era gaucho de una pieza don Pantaleón. De joven, anduvo en la guerra; después, se enamoró de María, la hija del puestero López; y como López no lo quiso por yerno, la robó. Hubo huidas, hubo tiros; pero al fin, las cosas se arreglaron. En una estancia amiga, le dieron población. No tenía plata, pero tenía crédito, el crédito que los gauchos ricos abrían á los gauchos honrados en la época bruta en que no existían, ni remotamente siquiera, los bancos ni los agiotistas.

Se hizo tropero. Llevó ganado al Brasil y realizó buen negocio. Fué tropero mucho tiempo, ganando mucha plata. Compró campo—una suerte—y lo pobló con reses escogidas; pero siguió tropeando y siguió comprando campo á los linderos y llenándolos de novillada y de vacaje flor.


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Publicado el 24 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Vuelta á la Aldea

Javier de Viana


Cuento


Para Atilio Chiapori.


Muy vaga, muy indecisa idea conservaba yo de mi pueblo. Diez años contaba cuando salí de allí, y más de treinta medí entre la partida y el retorno.

Varias veces, en distintas épocas había sentido tentaciones de visitar el sitio de mi nacimiento; pero desistí siempre. El viaje era muy largo y sólo tristezas podía ofrecerme aquel lugar; mis padres no reposaban en su camposanto; no poseía allí deudo alguno, ni amigos, ni era ya de mi propiedad la casita donde murió mi abuelo y donde nacimos mi padre y yo.

El azar de la guerra me llevó allí cuando menos lo soñaba. El ejército había acampado en las inmediaciones y como era sólo media tarde, en vez de desensillar, fuíme, solito, á visitar la aldea, esperando gozar intensas sensaciones al contemplar las canchas de mis proezas infantiles, el evocar los recuerdos remotos.

Desde que penetré en el pueblo, una tristeza infinita se apoderó de mi espíritu: todo aquello era una ruina. Los edificios cubiertos con verdinegra techumbre de teja española, presentan los muros denegridos, mostrando las injurias del tiempo en las desconchaduras del revoco. Las maderas de las puertas, que apenas presentan vestigios de la antigua pintura, se separan formando hendijas que semejan cuchilladas; tras los barrotes de las rejas, rojos de orín, las ventanas sin vidrios, con los vidrios rotos ó sustituidos con chapas de latón, pregonan la extensión de su indigencia.


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Publicado el 26 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Monologando

Javier de Viana


Cuento


A Elías Regules.


Señores, escuchenmé:
Tuvo mi yegua un potrillo...


—¡Me... caiga el rancho encima!... Yo p'aserruchar no soy güeno... Si juese pa meniar hacha, no digo diferente; pero esto, refregar ropa sucia o rascarse bichos coloraos, me fastidia, palabra!...


Señores, escuchenmé:
Tuvo mi yegua un potrillo...


—¿El qué?... ¿Qué mete ruido el serrucho?... ¿Cómo?... ¿Qué l'eche grasa?... ¡Sí!... ¡grasa!... ¡ya ni en las tripas tengo grasa yo!... Me han secao hasta la riñonada con este trabajito de cortar coronillas en miñanguitos, como chicolate, pa la cocina conómica...

¡Me caiga... en el lomo! ¡Dios redita en un tacho'e grasa a tuita la gringuería! ¡Cocina conómica!... ¡Leña cortada en piacitos como pulpa pa pichón de calandria!... Tuito por la nación, esa que el patrón se trujo de las Uropas!... ¡Pucha!... Aura acontece que hay que trair de las Uropas los toros, los carneros, los... caballos...—casi digo una mala palabra!...—Güeno... mala palabra no es...; en antes no era mala palabra, pero aura, con la cevilización... ¡Pucha, como me cansa el serrucho!...


Señores, escúchenme:
Tuvo mi yegua un potrillo...


—Ya ni ganas pa cantar tengo... ¿Y quién va tener ganas pa cantar dispués de tres horas de meterle al serrucho, cortando sernos de coronilla?...

Como si las coronillas juecen manteca!... Y a todo esto sin tener con quien prosiar... Güeno eso no, porque yo me vareo solo, pero de tuitas layas... Aijuna! ¡un ñudo! ¡uf!... Descansá un poco Tiburcio... Echate en el suelo... ¿Tenés tabaco?... Pitá un poco... Y yo pito... ¡bah!... aunque s'enoje la gringa... ¡Pucha! ¡cómo nos han echao a perder el país los gringos!...


Señores, escúchenme:
Tuvo mi yegua un potrillo...


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Venganza de Paula Antonia

Javier de Viana


Cuento


Al doctor Felipe Luchinetti.


El altillo era una enorme pieza de diez varas de frente por cinco de ancho; y parecía más grande aún con la desnudez de sus muros blanqueados a la cal y con el mísero moblaje, consistente en una vieja otomana pintada de granate, una mesa de luz, un arcón y cuatro sillas. Las dos ventanas que daban al campo permanecían cerradas noche y día; pero, en cambio, estaba siempre abierta la que se abría sobre el patio, a través de cuyos pequeños vidrios Paula Antonia contemplaba, desde el alba hasta el obscurecer, los anquilosados paraísos, el ombú secular, los negros parrales, que hacían curvarse las vigas apolilladas del viejo zarzo, las higueras despeluzadas como cabeza de mulata, y el desconchado brocal del pozo, cuya roldana, herrumbrienta y gastada por el uso, quejábase agriamente durante toda la vigilia.

De la mañana a la noche, mientras hubiese luz, Paula Antonia tenía fijos sus grandes ojos tristes en aquel rincón familiar. En primavera seguía la hinchazón de las yemas, el crecimiento de las ramas, la expansión de las flores; en otoño calculaba el momento en que se desprendería cada hoja muerta; para seguirla en los giros lentos que la conducían hasta el suelo, poniéndola a merced de la escoba; todos los pájaros, lo mismo los espineros, que tenían su morada constante en la cúspide de un paraíso, que los mixtos cantores y los chingolos acróbatas, todos los pájaros eran conocidos suyos; había una urraca, colicorta y con pergeño de chica bohemia, que solía ir en las auroras rojas y frías del invierno a posarse en la reja, golpear el vidrio con las alas y lanzar un canto buenamente burlón, al mismo tiempo que meneaba su penacho gríseo, desflecado, semejante al chambergo de un gaucho vagabundo.


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Prosiando

Javier de Viana


Cuento


A Bernardo Maupeu.


Como cueva de peludo era el potrero. Serpeante senda, tan angosta que las zarzas castigaban ambos flancos del caballo, y tan bajamente techada por el entrecruzamiento de las ramazones que debía el jinete mantenerse todo el tiempo echado sobre las crines; larguísima y obscura senda, en parte cortada por canalizos, en sitios obstruida por troncos atravesados, conducía al playo liso, limpio y verde, donde los matreros reposaban en absoluta seguridad.

Afuera, en el campo libre debía estar sobrando luz todavía, porque aún no habían vuelto las palomas de su excursión a los rastrojos, ni cantado la calandria la oración de silencio; pero allí, en el potril diminuto, enmurallado por árboles de veinte metros de altura y con más ramas que hijos tiene un matrimonio pobre, amulatábase el cielo y podía darse por ido el día.

Al pie de un vivaró que se alzaba a manera de torrejón sobre la chusma montaraz, el viejo don Tiburcio y el imberbe Saturno cimarroneaban y proseaban a la espera de los compañeros que salieron al mediodía en busca de carne.

Las circunstancias, el sitio, la hora, todo era propicio a la meditación, a pasar revista al pretérito, desgajando, descascarando, poniendo al descubierto el "cerno" del palo, lo que resiste, lo que perdura, lo que deslinda y orienta.

Decía el viejo:

—Asina es j'el destino 'e los hombre... Pero yo siempre he creído qu'el destino no es un bicho ciego que sacude palo p'acá y p'allá, sin carcular ni eligir, voltiando lo mesmo al inocente y al indino... No; qué querés: no creo. El destino no marca asina no más, al puro ñudo, sino que cuando tira una lechiguana pa un lao y desparrama la yel pal otro, razón no le ha de faltar p'hacerlo.


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

¡Sálvate Juan!

Javier de Viana


Cuento


Sentado al borde de la hamaca, las piernas colgantes, la cabeza inclinada sobre el pecho, Juan Maidana se había olvidado de todo el medio material: del río que silenciosamente se deslizaba bajo sus pies, del bosque que empezaba a ensombrecerse, de la boya roja de la línea de pescar, llevada y traída por un cardumen de mojarras curiosas; del perro lobuno, que echado al lado suyo, aburrido, enviaba codiciosas miradas al corazón de buey, por el mozo llevado para carnada y que sólo aprovechaban las moscas.

Y quien sabe cuanto tiempo habría permanecido así Juan Maidana, si de pronto no se le hubiese presentado Alberto Medina.

—¿Qué haces abombao?—díjole cariñosamente.

—Estoy pescando,—respondió el mozo, un tanto avergonzado al ser sorprendido en aquel estado de embebecimiento.

—¿Pescando?... ¿Lo cuál?... ¡Cómo si han de rair de vos los péscaos!...

—¿Y por qué si han de rair?

—Porque si mi hace que vos pescás con anzuelo e pulpa... ¿No trujistes caña?

—Ahí, junto al sauce está la botella...

Anacleto se inclinó, tomó la botella, la miró al trasluz y exclamó:

—¡Cuasi llena!... ¿Asina querés pescar con caña...?—Bebió e interrogó con ironía:—¿Sábés por qué no sacas vos ningún pescao?

—¿Por qué?

—Porque tenés miedo.

—¿Miedo?...

—Si... Miedo de que al ver que te sumen la boya salga ensartao un cangrejo o una tortuga... ¡En tuito sos lo mesmo vos!... De tanto buscarle juego a la taba, cuando vas a largarla tenés los dedos acalambraos y se te clava un... Cuando tenes una carrera en fija, cansas el caballo en partidas, buscando ventajas y te la llevan de arriba...

—P'andar ligero hay que andar despacio.


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Publicado el 6 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Saca Chispas

Javier de Viana


Cuento


Un tipo original Eloy Larraya. Bajo, delgado, nervioso, tenía un rostro fino, casi glabro, y una hermosa cabeza poblada de rubia, larga y ensortijada cabellera.

La causa más insignificante lo excitaba haciéndole proferir tremendas amenazas. Sus compañeros, que lo habían apodado «Sacachispas», gozaban urdiendo chismes, contando que fulano, en tal parte se había expresado en tales términos, ofensivos para él.

Sea que lo creyese, o que fingiera creerlo, Eloy montaba en cólera, agitábase violentamente y rompía en tremendos apóstrofes:

—¡En cuanto me tope con ese cascarudo le vi'a dejar el cuero como espumadera, a juerza 'e chuzazos!...

—¿Conque... pica al naco, aparcero?—mofóse uno de los peones.

—¡Con esta fariñera!—replicó Sacachispas, desenvainando una descomunal cuchilla, que, lo mismo que el pistolón calibre dieciséis, sólo para dormir quitábaselo de la cintura... Y eso, no siempre.

Otro peón observó burlonamente:

—No importa qu'el lazo sea largo si falta juerza en el puño pa largarlo hasta las guampas del animal!

—¡Pa sirsiorarse no tienen más que probarme!..

—Nosotros no, hermano; pero no ha'e faltar quien quiera darte un cotejo, con ganas de ver si tu daga saca chispas como tu labia.

Los enojos de Eloy se apaciguaban con la misma rapidez con que nacían.

—La corro con el qu'enfrene,—dijo, y salió del galpón tranquilamente, esperando encontrar en la cocina a Dalmacia, la chinita retrechera por la cual se derretía hacía meses.

Estaba allí, en efecto, fregando prolijamente la vajilla. Él la piropeó:

—¡A tuito lo que usté toca le saca brillo!

—Cada uno hace lo que puede—respondió irónica;—usté saca chispas, yo saco brillo.

—¡Y chispas también sabe sacar!... Hace tiempo que tengo el corazón quemao con el chisperio'e sus ojos.

Rió Dalmacia y replicó despiadada:


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Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

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