Simple Historia
Javier de Viana
Cuento
Saturno sacudió las crines enredadas y fijando en el juez sus ojos grandes, negros, sinceros y bravos, dijo, con severidad y sin jactancia:
—«Viá declarar, ¿por qué nó?... viá declarar todito, dende la cruz a la cola. Antes no tenía porqué hablar y aura no tengo porqué callarme. Hay que rairle a la alversidad y cantar sin miedo, sin esperar al ñudo compasión, que no llega jamás pal que ha perdido la última prenda en la carpeta’e la vida.
El indio volvió a sacudir la cabeza, escupió y siguió diciendo:
—«A mí me han agarrao, y dejuramente había’e ser ansina: más tarde o más temprano se halla el aujero en que uno ha’e rodar... No me viá quejar, ni a llorar lástimas, que pa algo dijo ¡varón! la partera que me tiró de las patas. Viá contar todo, pues, pa desensillar la concencia, y disculpen si aburro, porque mi rilato va ser largo como noche’e invierno...
Velay, señor juez: Yo me crié con don Tiburcio Díaz, que, sin despreciar a los presentes, era güeno como cuchillo hallao. Supo tener fortuna y la jué perdiendo, porque le pedían y daba, le robaban y se dejaba robar; cuando vendía era al fiao. Asina se le jueron reditiendo los caudales y aconteció que al mesmo tiempo que dentraba en la vejez, entraba en la pobreza. Con eso...
—¡Concrétese a su caso! —exclamó impaciente el juez.
—¿Cómo dice? —interrogó Saturno.
—Que se ocupe de usted y su caso.
—P’allá voy rumbiando; pero precisa que me den tiempo, porque ninguna carrera se larga sin partidas.
Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 27 visitas.
Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.