Resurrección
Javier de Viana
Cuento
A Juan José Soiza Reilly.
Don Fabián. Para todas las gentes de la comarca era «don» Fabián.
Y para los forasteros que solían encontrarlo en la pulpería, cebando
mate, era «don» Fabián. Y para los doctorcitos que en sus paseos de
vacaciones lo encontraban haciendo un asado en el patio de una estancia ó
en la orilla de un arroyo, era «don» Fabián. Nadie se atrevía á
nombrarlo, estuviese ó no presente, sin anteponer la respetuosa
partícula. A nadie se le ocurría reir de don Fabián, y don Fabián, sin
embargo, era una caricatura animada.
Muy alto. Lo primero que llamaba la atención eran sus pies enormes, siempre metidos en unas botas toscas, eternamente embarradas; unas veces el barro estaba fresco, otras estaba duro, pero no faltaba nunca.
Las bombachas hallábanse llenas de remiendos y costuras tan torpemente ejecutadas, que denunciaban la mano masculina. Invierno y verano cubría su torso robusto, burda camisa de lienzo coloreado, que por debajo desbordaba sobre la floja pretina de la bombacha, y por arriba, siempre desabotonada, dejaba al descubierto un pescuezo arrugado y rojizo como de viejo gallo de pelea.
La cara, larga y fina, tenía por marco una barba poco densa, canosa y enmarañada. La nariz era grande y curva, los ojos buenos, la boca triste. Por debajo del chambergo desformado, verdoso, sin cinta,—que rara vez se quitaba,—fluía en ondas la melena «tordilla», tan revuelta y descuidada como la barba.
En todos los rasgos, en todos los gestos, en la tibieza de la mirada, en la frialdad, de la voz, en la desarticulación de la frase, aquel hombre expresaba la suprema melancolía de un ser que vive á desgano, ajeno á la vida.
Dominio público
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Publicado el 21 de agosto de 2022 por Edu Robsy.