Compadres
Javier de Viana
Cuento
Al doctor Pedro E. Pico.
Después de escarbarse los dientes con la punta del cuchillo, y de
limpiar la grasa de éste refregándolo en la bota, y después de
envainar, Aquilino sacó la «guayaca», armó un cigarrillo, encendió,
escupió, echó una mirada al contorno para ver si estaba solo, y
entonces, dijo:
—Esto va’ tener que quebrarse!... A la larga ó á la corta no hay lazo que no se reviente...
Pitó con rabia; tragó mucho humo; casi se ahogó; tosió, carraspeó, escupió y volvió á decir:
—Las tarariras grandotas, mañeras, con más artes que un procurador, concluyen por tragar un anzuelo!... Y élla...
—¿Quién es élla, compadre?—preguntóle Etelbino, que había entrado silenciosamente al galpón.
Aquilino volvió rápidamente la cabeza; por instinto echó mano á la daga y respondió con voz áspera como lengüetazo de gato:
—¿Yo he preguntao?
—No; pero como vide que hablaba, supuse que sería con alguno.
—Era conmigo—replicó el gaucho cuadrándose en actitud provocativa y tan visiblemente decidida,—que el otro, guapo de faina, tragó saliva dió media vuelta y se fué murmurando un:
—Dispense....
Solo de nuevo, en las sombras y en el silencio del galpón vacío, sin cueros, sin lanas, sin nada más que el olor acre que venía de los bretes linderos, quedóse meditando el mozo.
Recostado á un horcón, pitó de nuevo con fuerza y á la luz roja de la brasa del cigarrillo se le antojaron extrañas y fascinantes visiones.
Dominio público
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Publicado el 22 de agosto de 2022 por Edu Robsy.