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autor: Javier de Viana editor: Edu Robsy textos disponibles


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Yo Siempre Fui Así

Javier de Viana


Cuento


El invierno siempre es feo, porque siempre es malo. Pero cuando su maldad no se manifiesta franca y violentamente, con lluvias, con vientos, con truenos y rayos; cuando le da por hacerse el manso y el bueno, es cuando resulta más feo; cuando se presenta apacible, cuando tiene una sonrisa de sol que no calienta, cuando está preparando la escarcha para el amanecer siguiente!...

En un día así, Baldomera estaba encerrada en su habitación, trabajando, sin entusiasmos, en su ajuar de novia.

Llevaba cerca de tres meses en la obra, que adelantaba con suma lentitud, pues sólo podía consagrarle los ratos perdidos, y éstos eran pocos. Casi toda la labor de la casa pesaba sobre ella. Misia Rosaura, su tía y madrina, estaba ya muy viejita y sin fuerzas; su prima Delfína era una pobre enferma, incapaz de servirse a sí misma y la negra tía María, negra ya de motas blancas, chocheaba casi.

Ella tenía, pues, que hacerlo todo y lo hacía sin protestas, aun que sin entusiasmo también.

Pero lo último era debido a su temperamento, que en una ocasión, hizo decir a su primo Camilo:

—Esta muchacha debe haber nacido un viernes trece, en el mes de Julio, durante una noche de helada!...

—Dejala, pobrecita,—había respondido don Timoteo;—ella es asina, pero es muy güena.

—Muy güena, no hay duda; pero lisa y fría como la escarcha.

Y si alguien se lo reprochaba, ella respondía invariablemente, con su voz pálida, impersonal:

—¡Yo siempre fui así!...

Y efectivamente, siempre fué así, desde chiquita.

Cuando hacían caso omiso de ella en los juegos o cuando le arrebataban un juguete suyo, nunca tenía una protesta. No lloraba, siquiera: desde un rincón, inclinada la cabecita, mordiendo la punta del delantal, se quedaba quietita mirando jugar a los demás.

Después, ya moza, concurría a los paseos y a los bailes con la misma indiferente tranquilidad.

Siempre fué así.


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2 págs. / 4 minutos / 22 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Ranchos (Costumbres del Campo)

Javier de Viana


Cuentos, Colección


EL ALMA DEL PADRE

Por la única puerta de la cocina,—una puerta de tablas bastas, sin machimbres, llena de hendijas, anchas de una pulgada, el viento en ráfagas, violentas y caprichosas, se colaba a ratos, silbaba al pasar entre los labios del maderamen, y soplando con furia el hogar dormitante en medio de la pieza, aventaba en grísea nube las cenizas, y hacía emerger del recio trashoguero, ancha, larga y roja llama que enargentaba, fugitivamente, los rostros broncíneos de los contertulios del fogón y el brillador azabache de los muros esmaltados de ollin.

Y de cuando en cuando, la habitación aparecía como súbitamente incendiada por los rayos y las centellas que el borrascoso cielo desparramaba a puñados sobre el campo.

El lívido resplandor cuajaba la voz en las gargantas y los gestos en los rostros, sin que enviara para nada la lógica reflexión de don Matías,—expresada después de pasado el susto.

—Con los rayos acontece lo mesmo que con las balas; la que oímos silbar es porque pasa de largo sin tocarnos; y con el rejucilo igual: el que nos ha'e partir no nos da tiempo pa santiguarnos...

Y no hay para qué decir que en todas las ocasiones, era el primero en santiguarse; aún cuando rescatara de inmediato la momentánea debilidad, con uno de sus habituales gracejos de que poseía tan inagotable caudal como de agua fresca y pura, la cachimba del bajo,—pupila azul entre los grisáceos párpados de piedra, que tenían un perfumado festón de hierbas por pestañas.

El tallaba con el mate y con la palabra, afanándose en ahuyentar el sueño que mordía a sus jóvenes compañeros, a fuerza de cimarrón y a fuerza de historias, pintorescas narraciones y extraordinarias aventuras, gruesas mentiras idealizadas por su imaginación poética.


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97 págs. / 2 horas, 50 minutos / 275 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Los Perros Gauchos

Javier de Viana


Cuento


La idiosincrasia animal, como la humana, se plasma bajo la influencia combinada de factores internos y externos. Es ley fatal para las razas y los individuos, adaptarse a las mutaciones del medio ambiente o sucumbir. El perro gaucho no escapó al imperio de esa ley universal. A fin de perdurar, hubo de conformarse e identificarse con la naturaleza del suelo y las exigencias de la vida a que le sometía el trasplante. Y es así cómo el perro gaucho resultó adusto y parco, valiente sin fanfarronerías, y afectuoso sin vilezas, copia moral de la moralidad de su amo.


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1 pág. / 1 minuto / 53 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

¡Lindo Pueblo!

Javier de Viana


Cuento


Ivirapitá es una aldea que se parece a los viejos: cada año que trascurre se achica algo más.

Tiene muchas calles y pocas casas, un par de docenas de ranchos, a lo sumo; cuentan que antes hubo más; pero se fueron secando como los paraísos de la plaza.

Y a medida que disminuye la población humana, aumenta la perruna. Hay en el pueblo una enormidad de perros; pero como todos son perros pobres, le temen a la policía y no se meten con las personas. De qué viven, nadie lo sabe, lo mismo que nadie sabe de qué viven las tres cuartas partes de los habitantes del pueblo. Don Macario—a quien interrogamos al respecto—nos ilustró diciendo:

—En verano, de siesta, mate amargo y máiz asao.

—¡Pero si yo no veo aquí ninguna planta de maíz!

—No; pero a media legua, o tres cuartos de legua de aquí, hay estancias que tienen chacras.

—¡Comprendo!... ¿Y en invierno?...

—En invierno, es fácil agenciarse una o dos ovejas por semana.

—¿Cómo?

—Pues... carniando como los zorros, en las noches oscuras.

La siesta era, en efecto, algo así como un vicio en Ivirapitá. Debían dormir durante todo el día, pues aparte de algunos chicos haraposos y de los perros famélicos, rara vez se veía un transeunte por la calle, cuyas pasturas proporcionaban abundante alimento a los matungos de la policía y a las mulas del pulpero, único comerciante del pueblo.

Allí no había iglesia, ni farmacia, ni panadería, ni carnicería, ni mucho menos escuela; y en cuanto a la policía, estaba constituída por un cabo y dos milicos, quienes, día y noche, lo pasaban en la trastienda de la pulpería, chupando ginebra y jugando al truco.

—¡Parece mentira que ni gallinas se vean en este pueblo!—exclamamos.

—Antes habían muchas; pero se acabaron.

—¿Alguna peste?


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2 págs. / 3 minutos / 97 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Lanza Seca

Javier de Viana


Cuento


Profundamente abatido, Ponciano resistió aún:

—¡No Nerea!... Eso no; ¿pa qué comprometerme al ñudo?... ¿Tenés ganas de comer una ternera gorda?... Yo tengo muchas en mi rodeo y no viá dir a carniar la ternerita blanca del vasco Anselmo, exponiéndome a un disgusto...

—¡Compraselá!

—Ya te dije que no quiere venderla.

—Robaselá, entonces...

Y luego, con esa expresión de insolente fiereza que sólo saben tener las mujeres, exclamó:

—¡No ha de ser el primer zorro que desollés!...

La bofetada hizo empurpurar sus flacas mejillas tostadas por todos los soles estivales y por todas las heladas invernales. Pero la pasión, una pasión casi senil, le maneó la voluntad y el orgullo. Guardó silencio.

Envalentonada, la china impuso:

—Ya sabés: el lunes que viene, de aquí cinco días, es mi santo, y yo quiero festejarlo comiendo la ternerita blanca del vasco Anselmo.

Ponciano se despidió contristado, sin aventurar una respuesta. En el momento de montar a caballo, ella insistió:

—Si el lunes no venís con la ternera, es al ñudo que vengás...

Era él un gaucho alto y flaco, que parecía más alto y más flaco debido a la eterna vestimenta negra. Tenía una cabeza perfectamente árabe; denegridos el pelo, la barba y los ojos; aguileña y afilada la nariz; salientes los pómulos, hundidas las quijadas, obscura la tez, finos los labios, blanquísimos los dientes.

Su flacura le había valido el mote generalizado de «Lanza seca» y pasaba en el pago por un personaje misterioso.

Su oficio era el de acarreador de ganado para invernadas y saladeros, y tenía gran crédito debido a su pericia y a su honradez.

En los veinte años que llevaba trabajando en el pago, nadie había tenido de él la más mínima queja.


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4 págs. / 8 minutos / 40 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Vencedura

Javier de Viana


Cuento


I

Continuas y copiosas habían sido las lluvias durante aquel invierno. Poco habían podido hacer los estancieros para reorganizar sus propiedades asoladas por la guerra. Los que llevaron ganados y tropillas al Brasil, regresaron con ellos flacos y enfermos. Los que tomaron parte en la lucha tenían sus campos despoblados: apenas una majadita para el consumo diario, unos cuantos jamelgos escuálidos y derrengados, y la esperanza en la primavera próxima para ver el engorde de los escasos vacunos, comprados á peso de oro, á pesar de su flacura.

De las huertas no quedaban más que uno que otro horcón del valladar de palo-á-pique, y el terreno desigual, rugoso, cuya fecundidad aprovechaban el cepa-caballo y la cicuta, la manzanilla cimarrona y el yugo colorado. Vacíos estaban los galpones, tapizados de polvo y ornados con grandes cenefas de telarañas.

Las lluvias y los vientos habían trabajado de firme en los techos de paja y en los muros de adobe de los ranchos que, respetados por el salvajismo partidario, no fueron reducidos á escombros por el fuego. En el redondel de las "mangueras" había crecido hierba, y el extenso playo que existió frente á la tranquera, cubierto de gramillas, se confundía con el terreno verde, no dejando más que una mancha blanca, á un lado, donde, en los ya distantes tiempos de labor, encendíanse los fogones para calentar los hierros de las marcas.

Ya no pacía cerca de las casas el ganado tambero, ni hozaban los porcinos, rodeados de patos y gallinas; y hasta la trillada senda que conducía á la enramada se había casi borrado, invadida por el pasto.

Dura había sido la prueba, y duro debía de ser el trabajo para recuperar lo perdido. El país era un enfermo que entraba en convalecencia tras los sacudimientos de dos años de convulsiones histéricas que agotaron sus fuerzas.


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14 págs. / 25 minutos / 25 visitas.

Publicado el 21 de noviembre de 2023 por Edu Robsy.

La Rifa del Pardo Abdón

Javier de Viana


Cuento


Bajo el ombú centenario que cerca del galpón ofrece grata sombra en el bochorno de enero, don Ventura, en mangas de camisa y en chancletas, recién levantado de la siesta, amargueaba en compañía de dos viajeros amigos que habían pasado en su casa el medio día.

Amargueaba y charlaba, cuando, caballero en un rocín peli-rojo y pernituerto, llegó al tranquito un muchachuelo haraposo que se quitó zurdamente el chambergo informe, gruñó un «güeñas tardes» y contestó a la indicación de apearse con el siguiente rosario, cantado de un tirón:

—Muchas gracias no señor manda decir mamita que memorias y cómo sigue la señora y que si le quiere hacer el por favor de comprarle un numerito d’esta rifa qu'es una toalla bordada por las muchachas que se corre el domingo en la pulpería e don Manuel en cincuenta números de a un realito cada número porque tiene mucha necesidá y como un favor y qu’es por eso que lo incomoda y que dispense.

Resolló al fin el chico y enseñó una vieja caja de cartón donde debía estar la prenda. Pero don Ventura, sonriendo, lo detuvo con un gesto, sin darle tiempo para enseñarla; y alcanzándole una moneda:

—Toma el realito y andate, —le dijo— yo no dentro nunca en rifas.

Luego dirigiéndose a sus tertulianos:

—Palabra, —exclamó,— no dentro en rifas de ninguna laya; y eso qu’antes era mu dentrador: pero, dende una pitada machaza que me hicieron...

—Ha de ser divertido; largúela pues.

—No, es que ustedes van a decir qu’es cuento, y les asiguro qu’es más verdá qu’el bendito...

—No, don Ventura; ya sabemos que usted no miente, —dijo uno.

—Cuando ronca, — completó el otro.

Y el viejo, que se pirraba por darle a la sin hueso, haciendo caso omiso de la anticipada duda del auditorio, empezó así:


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2 págs. / 5 minutos / 24 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Injusticia de un Justo

Javier de Viana


Cuento


Durante tres días, Servando Jupes había viajado serena, tranquilamente, a trote metódico que le rendía quince leguas por jornada, sin cansancio para él ni para su rosillo.

Por el contrario, nunca como en el transcurso de esos tres días sintióse, física y moralmente, mejor: desaparecidos sus crueles dolores en la espalda y muy raros los desgarradores accesos de tos, y ausente la fiebre, hasta entonces inevitable y atroz compañero de lecho.

Su alma disfrutaba de igual bienestar. No pensaba. Cuando de improvisto resolvió aquel viaje de regreso al pago, a los veintiún años justos, ni un día más ni un día menos de la partida, no hubo en su cerebro la trama de ningún razonamiento que explicara su decisión; preparó las maletas, ensilló el caballo y partió, de la misma manera inconsciente con que se sacan los avíos, se arma, se enciende y se fuma un cigarrillo.

Una razón y una causa, y un objeto hay siempre, es claro; pero no teniendo conciencia de ellos, no hay esperanza, y no habiendo esperanza no hay duda y no habiendo duda no hay pena.

Él emprendió el viaje sin saber por qué ni para qué; y en lo largo de las cuarenta y cinco leguas andadas no lo fastidió el mangangá de ningún recuerdo, ni de ninguna aspiración de futuro. El mayor encanto de los viajes está en eso, en que mientras el cuerpo se traslada, cambiando de regiones, el alma permanece inmóvil, adormecida en el tibio nido de un paréntesis.

Pero si se pudiera vivir siempre esa vida estátitica, la vida seria linda; y nadie ha pensado seguramente en que la vida sea linda. «Parirás con dolor tu hijo...» y el libro no dice, porque era innecesario decirlo: «Y trasmitirás con tu sangre a tus hijos el dolor de tu parto; y malaventurados quienes no tengan fortaleza para soportar el dolor».


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3 págs. / 5 minutos / 43 visitas.

Publicado el 9 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Justicia

Javier de Viana


Cuento


Dalmiro, mocetón de veintiocho años, era hijo único de Paulino Soriano, rico hacendado en las costas del Yi.

Muerta doña Inés, la patrona, la familia, compuesta de Paulino, Dalmiro y Josefa, —sobrina huérfana recogida y criada en la casa,— holgaba en el caserón.

Cierto que la servidumbre era numerosa: negras abuelas de motas blancas, negras jóvenes y presumidas con su tez de hollín y sus dientes de mazamorra, y un cardumen de negritos y negritas que al arrastrarse por el patio parecían pichones de patos picazos.

Pero todos eran silenciosos.

La adustez del patrón no necesitaba voces para imponerse.

No era malo el viejo gaucho; pero su exagerado espíritu de orden, respeto y justicia, le imponían una rígida severidad.

Amando entrañablemente a su hijo, éste creíalo hostil.

Dalmiro era indolente en el trabajo, brusco en sus maneras, provocativo en su decir; en tanto Bibiano, un peoncito de su misma edad y criados juntos, distinguíase por su incansable laboriosidad, su modestia, su comedimiento y sensatez.

Eran compañeros inseparables y con harta frecuencia don Paulino amonestaba a su flojedad y sus arrebatos, elogiando de paso a Bibiano.

—¡Usté nunca me da razón! —exclamó amoscado, cierta ocasión.

—Porque nunca la tenes, —replicó, severo, el anciano.

Desde entonces el “patroncito” comenzó a tomarle rabia al compañero. Y esa malquerencia fué subiendo de punto al enterarse de que Bibiano requería de amores a Josefa, que ella le correspondía y que don Paulino miraba con agrado la presunta unión.

Y Dalmiro, que nunca se había preocupado de su prima, quiso interponerse, y comenzó a perseguirla, más que con ruegos amorosos, con imposiciones y amenazas. Rechazólo la moza, y ante las lúbricas agresividades de Dalmiro, se vió obligada a poner en conocimiento del patrón lo que ocurría.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Juicio de Imprenta

Javier de Viana


Cuento


La copiosa cuanto intempestiva lluvia obligó a suspender las carreras y al atardecer no quedaban arriba de 20 personas en la pulpería.

Algunos «rialudos» adueñáronse de las dos únicas carpas de vivanderos, entregándose a «trucos» barullentos o a silenciosas partidas de monte, mientras la chusma, refugiada en la «glorieta», derrochaba charla y ginebra.

Más de una docena de harapientos habíanse juntado allí; y si bien todos metían baza, gritando, como de estilo el tallador era el viejo Malaquías.

Menguando en carnes cuanto opulento en pelos, presentaba Malaquias una simpática y original fisonomía. Sus grandes ojos pardos, rebosantes de malicia, parecían reir siempre, con una risa burlona, y despectiva. Con una cara larga y flaca, con su nariz curva y fina, ofrecía un cierto aspecto de pájaro —de urraca— decían algunos.

Sus cuentos sabrosos, su charla amena, sus hirientes invectivas, permitíanle vivir de gorra, vagando de rancho en rancho y de pulpería en pulpería, sin más bien que su yegüita tubiana y su «recado de negro».

Sin ser muy vasto su repertorio, sabía él variar sus historias, renovando los dicharachos y adjuntando episodios inéditos. Pero de todas ellas, la más grata al paisanaje era la del juicio de imprenta, en que había actuado como protagonista.

Aquella tarde, el auditorio, saturado de alcohol, le había exigido relatos escandalosos —de los cuales tenía buen acopio,— pero al fin clamaron por la famosa aventura, que los encantaba, como todas las vivezas gauchas.

Condescendiente, Malaquias apuró un vaso de ginebra y dió comienzo así:


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2 págs. / 4 minutos / 25 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2023 por Edu Robsy.

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