La Canalla Fórmica
Javier de Viana
Cuento
Era una de esas tardes de otoño en que, tras lluvias copiosas, diáfano el cielo, los rayos solares caían sobre la tierra indefensa como agujas enrojecidas.
Momento propicio para que la sabandija troglodita, rabiosa con el obligado encierro, se echase al campo para saciar sus hambres en despiadadas depredaciones.
En el corredor de la finca,—un corredor cubierto y toldado por orgullosas frondescencias de glicinas y madreselvas,—Félix Alberto de San Fernando dormitaba en su mecedora de mimbre. El diario, que más que leer miraba, había caído de sus manos.
Absorbido en la lectura del periódico, su cuñado Pantaleón, un demócrata fanático que no creía en Dios, pero sí en la infalibilidad de la prensa,—se interrumpió de pronto para exclamar:
—¡Qué admirable!
—¿Admirable qué?—preguntó Félix Alberto, volviendo a la superficie de la vida real.
—¡El esfuerzo ruso!
—¡Ah!... ¿Reconquistaron Varsovia?
—¡Han hecho algo mucho más grande!... Han derrumbado en tres días, convertido en escombros, el tres veces centenario edificio de la autocracia. Una nueva y grande democracia nace a la faz del mundo. ¡Rusia es libre!
—¡Bravo!... ¿Ya tiene la libertad de elegir sus tiranos?... Algo es algo.
Pantaleón observó por debajo de los lentes a su cuñado, tuvo para él una mirada de suprema piedad, y diciéndose in mente: «Pobrecito, está chiflado, completamente chiflado», tornó a sumergirse en la lectura de su diario, su biblia y su oráculo.
Pantaleón era un excelente burgués, ventrudo, comilón, sin otras aspiraciones que gozar tranquilamente de los goces materiales de la vida, dentro de un perfecto egoísmo, sin que ello le impidiera ser, ideológica y platónicamente, humanitarista, igualitario, enemigo irreductible de los privilegios, en toda sus formas, desde la armada y brutal hasta la corruptora de aterciopelamientos bizantinos.
Dominio público
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Publicado el 11 de agosto de 2022 por Edu Robsy.