Una Carrera Perdida
Javier de Viana
Cuento
Para Alberto Novión.
Más arriba de Concordia, sobre las barrancas que ponen valla al
río, señoreábase la estancia del «Tala Chico», llamada así, quizá porque
no habiendo piedras por ninguna parte, no existía en la comarca un solo
tala, grande, ni chico: la idiosincrasia gaucha gusta de semejantes
ironías, que hacen sonreír compasivamente á los «dotores», con la misma
razón con que los gauchos sonríen, en burla respetuosa, ante el «Doctor»
que precede al nombre de muchas calabazas.
El propietario de «Tala Chico», un criollo de ley, había muerto hacía un año, y como su hijo, único heredero, ahogaba la pena en el «Royal» y el «Casino» de Buenos Aires, la estancia quedó en manos de don Venancio, el viejo capataz, que estaba más gastado que esas tabas de oveja que sirven de botón en las colleras de bueyes.
El viejo don Venancio, ñandú criado guacho entre la empalizada de una esclavitud moral, tenía duros los caracuces y pesado el mondongo. Más que recorrer el campo, prefería quedarse en las casas, amargueando, churrasqueando, jugando al «siete y medio» y «prosiando» con los forasteros.
Como de joven, había servido de voluntario en una revolución oriental, enorgullecíase de ser blanco, y cada vez que caía á la estancia un oriental blanco, regocijábase, halagábalo y atestiguaba las mentiras heroicas del intruso, para, á su vez, presentar un testigo que confirmara sus propias mentiras...
—¿Vd. si acuerda cuando en Tacuarembó Chico corrimos la salvajada?
—No me vi á acordar!... Yo servía con el coronel Pampillón...
—Yo diba con Sipitría... Qué modo’é meter chuza!... ¿Si acuerda que había un cerrito con mucha piedra menuda, y después, un cañadón con unos sauces en los labios, que parecían bigote’é colla?...
Dominio público
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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.