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autor: Javier de Viana editor: Edu Robsy textos disponibles


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Como un Tiento á Otro Tiento

Javier de Viana


Cuento


A Carlos M. Pacheco.


Ladislao Melgarejo, fué uno de esos hombres-cosas, cuya existencia transcurre á merced del mundo exterior: un tronco que la corriente del arroyo arrastra y deposita en cualquier parte, una hoja seca que el viento levanta y transporta á su capricho.

No se crea por eso que Ladislao fuese un insensible, deprovisto de anhelos, obedeciendo indiferente á fuerzas extrañas, á la manera del perro que sigue al amo á donde va el amo, porque para él, tanto da ir á un lado ó á otro. Al contrario, pecaba más bien de impresionable y si de continuo sacrificaba sus preferencias, era por causa de una anemia volutiva innata.

De carácter pacífico al extremo, le obligaron á ser soldado y como tal, hizo toda la campaña del Paraguay donde cumplió con su deber, exponiendo diariamente la vida, sin un desfallecimiento, sin una rebelión y también sin una jactancia. Su comportamiento heroico no le enorgullecía; no le encontraba mérito porque no era obra suya, ni le interesaba: iba porque lo obligaban á ir y cumplía á conciencia su trabajo, obedeciendo al jefe, su Patrón en aquel momento, como había obedecido á sus patrones anteriores, como obedecería á sus patrones futuros, acatando las órdenes con la sumisión impuesta por su alma de peón. Cuando pasaba de sol á sombra hachando ñandubays, en las selvas de Montiel y cuando hacía fuego en los esteros paraguayos, el caso era el mismo. Así como volteaba árboles, sin preocuparse de lo que con ellos haría el patrón, así volteaba hombres después con igual indiferencia: siempre trabajaba por cuenta ajena.

Cuando terminó la guerra y lo licenciaron, sin ofrecerle recompensa alguna, encontró aquello muy natural, tan natural como marcharse de una estancia después de concluida la esquila ó abandonar el bosque una vez cortados los postes convenidos.


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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Como se Puede

Javier de Viana


Cuento


A Julio Sánchez Gardell.


«Hombres muy honraos, los hay dejuramente, pero ande pisa el viejo don Emiliano hay que hacerse á un lao».

Esa frase repetíase casi indefectiblemente, cada vez que en Pago Ancho se mentaba á don Emiliano Ramirez, considerado y respetado como el prototipo de la equidad, como el celoso guardador de la vieja hidalguía gaucha. Su hijo, Sebastián, la había oído cien veces, y cuando don Emiliano murió, se propuso conservar esa reputación, más valiosa que el reducido bien heredado.

Mantuvo con empeño el propósito, y los resultados le convencieron de que la deshonestidad no es nunca oficio productivo. Gracias á su conducta y á su laboriosidad extrema, logró duplicar su patrimonio y á los treinta años, poseía, no una fortuna, pero si la base de ella y por lo tanto un pasable bienestar.

Más ó menos á esa edad se casó con Etelvina, una morocha de veinte años, hija de un chacarero vecino, linda como durazno maduro y alegre como chingolo.

Durante cuatro años vivieron felices, salvo pequeñas y fugitivas tormentas domésticas, motivadas casi siempre por reproches de Sebastián á las frecuentes injusticias de Etelvina en su trato con peones y peonas. Ella era autoritaria y soberbia y las frases hirientes se escapaban á menudo de sus labios.

—¡Pa eso son peones!—respondía.

—No;—replicaba buenamente su marido—son peones p'hacerlos trabajar, no pa insultarlos.

—¿Y si no hacen las cosas bien?

—Se les despide y se buscan otros.


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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Cosas de Negro

Javier de Viana


Cuento


A Juan C. Guerreño.


El demonio de la sequía mortificaba á la comarca. Cien y taños días transcurridos sin llover, mientras el sol besaba cotidianamente la tierra con sus labios de fuego, dejaron las sementeras pálidas, lánguidas, mustias, exhaustas, sin potencia para germinar, idénticas á mujeres consumidas y esterilizadas con la excesiva prolongación del deliquio amoroso.

El hacendado opulento que veía pasar los días, consagrada la peonada a la ingrata labor del «cuereo», y que al recorrer el campo observaba el suelo amarillo, agrietado, loco de sed, sobre el cual erraban lentamente los vacunos flacos y tristes, apenábase, sin duda, porque aquella calamidad le absorbía todo el rendimiento del año, la ganancia esperada como justa recompensa del capital expuesto y del diario afanoso laborar.

Pero para el mísero chacarero, la perspectiva era más desconsoladora aún; su cosecha es su pan, el pan del año entero, el fruto obtenido á trueque de penas infinitas. La pérdida de la cosecha, era la miseria sonriéndole sarcásticamente desde aquel cielo azul, sin nubes, árido, inclemente.

¡No llovía!...

A veces nublábase el firmamento y las gentes salían al patio y observaban ansiosas, mudas, reteniendo la respiración «para no ahuyentar la tormenta». Hasta los perros se quedaban quietitos, sentados sobre las patas traseras, agitados los flancos, escarlata los ojos y media cuarta de lengua afuera.

Solían caer unas gotas de agua, á cuyo contacto la tierra dejaba encapar un vaho capitoso. Pero casi de seguida borrábase el aspecto caliginoso del cielo y tornaba el sol á vomitar fuego sobre las campiñas desesperadas.

Sólo las ovejas estaban contentas, comiendo raíces y sin importárseles un ardite de la ausencia del agua.


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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Abuela

Javier de Viana


Cuento


Al maestro Juan Zorrilla de San Martín.


Después de almorzar, se acostó á dormir la siesta inveterada; pero quizás por el cansancio de los dos «lavados» de la mañana, y quizás también por el enervante calor de la tarde, se le pasaron inadvertidas las horas, y cuando se dispuso á «poner los güesos de punta», ya el sol «íbale bajando el recado al mancarrón del día».

Eso le dió rabia.

Con malos modos, juntó la leña para hacer el fuego, y de gusto, no más, echó sobre el trashoguero, una rama verde de higuera, para que humease, dándole motivo al rezongo.

Entretanto, puso la pava junto á los troncos encendidos; limpió el asador con la falda de la pollera; ensartó un trozo de costillar de oveja, flaco, negro y reseco; clavó el fierro junto al fogón, le acercó brasas, y luego, abandonando la cocina humosa, fuese hacia el guardapatio, para recostarse en un horcón del palenque, y mirar hacia afuera, hacia lo lejos, en intensa y muda interrogación á lo infinito de las colinas y de los llanos que amarillaban por delante.

Así permaneció mucho tiempo doña Carmelina.

Excelente persona doña Carmelina, y con una de esas historias que ofrecen la interesante complicación de lo que el vulgo—incapaz de comprender tragedias anímicas—llama vida vulgar.

Era vieja doña Carmelina, muy vieja. Era alta, flaca y rígida. La edad y las penas la habían extendido, suprimiendo las curvas en que nuestra concepción estática cifra la belleza de un cuerpo femenino; ella era larga y lisa como el tronco de un álamo.


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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Jugando al Lobo

Javier de Viana


Cuento


Para Luis Vittone, mi excelente intérprete y buen amigo.


Entre el azul de ideal del cielo y el verde sativo de las colínas, el sol esparcía su cálido polvo de oro, que á ratos besa y á ratos muerde, con la ternura y con la brutalidad de un padrillo encelado.

El exceso de luz enceguecía y embriagaba, impidiendo el más leve esfuerzo. El silencio absoluto y la inmovilidad de los seres y los árboles, daban la sensación de que la vida se hubiese suspendido repentinamente.

No soplaba una brisa ni aleteaba un pájaro en la atmósfera hecha ascuas.

En la estancia, todo el mundo dormía. Es decir; todo el mundo no. Aurelio, Lucas y Matías, se paseaban silenciosos, del patio á la cocina y de la cocina al galpón, sin que la rabia solar mortificase sus cabecitas descubiertas, ni sus pies desnudos.

La siesta no había sido inventada para ellos; le profesaban odio á la siesta, cuya terminación constituía el más grande de sus deseos, á fin de que llegara cuanto antes la hora, ansiosamente esperada del baño en el arroyo.

Los pobres chicos, el mayor de los cuales solo contaba ocho años, no tenían sobra de diversiones en la casa. Hacía diez meses que había muerto la madre y las preocupaciones del padre le alejaban continuamente de ellos.

Él los adoraba y los chicos correspondían al afecto de aquel «tatita» siempre bueno y cariñoso y complaciente con ellos.

Siempre fué así, pero tornóse más extremoso desde la noche trágica en que trajeron en el carrito aguatero, bien envuelta en un poncho, á la madre, inesperada y misteriosamente fallecida en el cercano rancho de la vieja Polidora.

A partir de esa fecha ingrata, don Ricardo consagraba todos sus momentos libres á jugar, conversar, reir y llorar con sus chicos. Cuantas veces necesitaba ir á la pulpería, regresaba con las maletas llenas de cosas á ellos destinadas; ropas, juguetes, golosinas.


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Publicado el 21 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Casa de los Guachos

Javier de Viana


Cuento


Al oriental chaqueño Nicolás Sifredi.


—¿Qué es aquello?—pregunté á mi guía, indicándole un numeroso grupo de jinetes que, á lo lejos, se veía avanzar lentamente por el camino real.

—Debe ser un entierro—respondió; y en seguida:—Sí, pues; el entierro del finao don Tiburcio Morales... ¿No ve aquello que blanquea d’este lao del cerrillo?... Es el pantión de la estancia.

—Don Tiburcio Morales ¿no era un estanciero muy rico, muy querido en el pago?...

—El mesmo... Luego vamo á pasar por su casa... la «Casa ’e los Guachos»..como le dicen...

Al final de un cuarto de hora de trote llegamos al «cementerio», donde resolvimos esperar la fúnebre comitiva, observando la sencilla necrópolis gaucha. Diez varas de terreno cercado por cuatro hilos de alambre; emergiendo de la hierba alta y copiosa, varias cruces de hierro enmohecidas, inclinadas, como si ellas también ansiaran acostarse ó dormir junto á los muertos, cuyos nombres recuerdan en los corazones enclavados entre sus brazos. Al frente, sobre la orilla misma del camino, se alzaba el «panteón»: cuatro paredes ruinosas, verdes de musgo, una puerta descalabrada y un techo de hierro, comido por el orín... Poco confortable la morada, pero... ¿qué más necesitan las osamentas de quienes pasaron la vida desafiando el rigor de todas las intemperies?...

La comitiva llegaba. Delante, en un carrito de dos ruedas, llevado á la cincha, iba el modesto ataúd, la caja idéntica para todos los muertos, pobres y ricos, de la campaña: cuatro tablas de pino forradas de merino negro, y en la tapa una cruz blanca, hecha con cinta de hilera. Seguían luego, en formación de á cuatro, unas cinco docenas de personas. Iban viejos, iban jóvenes é iban niños, y todos guardaban el mismo respetuoso silencio, idéntica actitud de condolencia.


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Publicado el 22 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Crimen de Amor

Javier de Viana


Cuento


A Emilio Becher.


Cuando todavía existían en el Entre Ríos gaucho la estancia nativa, la hacienda chúcara, el potro bravo y el paisano de ley, Aquilino Platero habíase conquistado, allá en los pagos de Yuquerí, una triple fama de bravo, de diestro y de buen mozo.

Las dos cualidades primeras le fueron quizá impuestas por la última, á fin de poner á raya la mofa campera. Aquilino tenía, en efecto, una belleza demasiado femenina. Era de mediana estatura, de abultadas caderas, de cintura estrecha, de pequeñas manos y de pequeños pies. La hermosa cabellera rubia, cuyos rulos caían sobre la espalda, sombreaba suavemente un rostro ovalado, fino, con grandes ojos azules de mirar aterciopelado, con su nariz correcta, ligeramente aguileña y con su boca mujeril coronada de una rala pelusilla de oro. La voz suave y un leve ceceo, contribuían á darle el aspecto de feminidad que le obligaba á ser temerariamente bravo, para desvirituar apariencias, desdorosas en aquel medio de virilidades extremas.

Por demás está decir que Aquillino hacía valer su hermosura, realzada en el espíritu de las criollas, por sus habilidades de bailarín, de cantor y de guitarrero. Era el ídolo y el tormento de todas las buenas mozas del pago, y sobre todo de Rosa María, la linda trigueña del Puerto Chico. Cortejábala Aquilino de igual modo y sin mayor preferencia que á las demás; lo cual traía fuera de sí á la joven que experimentaba por él un amor salvaje, absoluto, intransigente, dominador.

—¡Aquilino será mío, mío; mío sola! solía exclamar en sus noches de fiebre, de rabia y de celos.

Ella multiplicaba las coqueterías á fin de rendir el corazón del desdeñoso galán; pero sus rivales luchaban también y el gauchillo se dejaba adormecer por la música de ese coro amoroso, confiado en que siempre tendría tiempo para decidirse.


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Publicado el 23 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

En la Orilla

Javier de Viana


Cuento


Al eximio pintor nacional Pío Collivadino.


Casi en seguida de cenar, apenas absorbidos dos cimarrones, Santiago abandonó el balcón y fué á recostarse al cerco del guardapatio, recibiendo con fruición la gruesa garúa que no tardó en empaparle la camisa. Con el cuerpo en actitud de absoluto abandono, con el chambergo en la nuca, tenía la mirada persistentemente fija en el horizonte obscuro.

En su mente de baqueano desarrollábase, con precisión de detalles, todo el paisaje borrado por las sombras: la loma acuchillada; un cañadón pedregoso, tras el cual el alambrado y la cancela, abriéndose sobre el camino real que corre, casi en línea recta, cosa de cinco leguas hasta el fangoso y temido paso de la Espadaña en el sucio Cambaí; después, cortando campo —y cortando alambrados— se podía, en cuatro horas de buen galope, ganar la frontera brasileña; en total, unas veinte leguas, una bagatela, no obstante estar pesados los caminos con la persistente llovizna de tres días...

Más de veinte minutos permaneció Santiago en muda contemplación; y más tarde, trasponiendo el guardapatio, fué hasta donde pacía, atado á soga, su doradillo. Le tanteó el cogote, le palmeó el anca, le acarició el lomo, y volvió, con calmosa lentitud, hacia las casas. Penetró en su cuartito; puso sobre el cajón que le servía de baúl el cinto, la pistola y el facón; armó y encendió un cigarrillo y se tiró vestido, boca arriba, sobre el catre de cuero, aflojándole la rienda al pingo de la imaginación.

Estaba tranquilo. La agitación febril de los días anteriores desapareció cuando su espíritu se hubo detenido en una resolución irrevocable: Bonifacio no se casaría con Josefa por la suprema razón de que los muertos no pueden desposarse.


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Publicado el 23 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Atanasilda

Javier de Viana


Cuento


Al maestro Lugones.


El camino real, ladereando una cerrillada, describía tres cuartos de círculo para ir a rozar la estancia del "Venteveo", donde tenían su posta las diligencias. Desde su aparición en la falda hasta su llegada a las casas, las diligencias demoraban más de media hora; y, durante cuatro años, Atanasilda sufrió media hora de angustias, tres veces en la semana.

Ella levantábase con el alba, invierno y verano, para ordeñar las lecheras; y mientras ordeñaba, —los días en que iban diligencias del "centro",—su mirada clavábase insistente en la curva gris por donde debía aparecer el ruidoso vehículo, encarnizado portador de desengaños. "Tatú", su perro favorito, se daba esos días un regalo, pues ocurría indefectiblemente que la moza, preocupada y distraída, echara fuera del tiesto todo el contenido de una teta, que el can iba golosamente "lambeteando" del suelo.

¡Cuatro años de angustiosa espera!... De tanto esperar y de tanto sufrir, recordaba ya imperfectamente los rasgos fisonómicos de Raúl Linares, el joven pueblero que había ido a pasar unas vacaciones en estancia lindera, que había bailado con ella en unas romerías, que le había mentido amores, y que se marchó jurándole pronto regreso...

Ya no lo esperaba; y sin embargo, todos los turnos de diligencia madrugaba más que de costumbre e íbase al corral, y ordeñaba inquieta, atisbando siempre el camino, mientras su pequeño Raúl, descalzo, envuelto en un harapo, jugaba con el barro y con el perro, —únicos juguetes de que podía disponer,—entre las patas de la lechera y del ternero...


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Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Como en el Tiempo de Antes

Javier de Viana


Cuento


Al gran amigo Fulgencio Pinaseo.


El techo celeste estaba como la bóveda de un horno calentado con leña de coronilla.

En el ardor de fragua de aquella siesta excepcional, hasta el aire tenía pereza de moverse.

En medio del firmamento, el sol era como una inmensa mano de hierro enrojecido, pesando sobre todo lo terrestre.

Era colosal el silencio, porque los fuelles pulmonares, alimentados por lenta corriente sanguínea, no podían efectuar su tarea de oxigenación sino mediante el casi absoluto reposo de todos los órganos.

La naturaleza entera dormía sin un susurro, la naturaleza toda respiraba apenas, sin movimiento visible, sin ruido perceptible.

En la estancia de los Eucaliptos, los peones, tirados sobre cojinillos, medio desnudos, soportaban el flechazo de los tábanos por no mover una mano; y en sus bocas abiertas, para facilitar la entrada y salida del aire sin ningún esfuerzo, solían meterse, curioseando, las moscas.

El calor, derritiendo la grasa de los maneadores, había aflojado el «ñudo», y el cuarto de oveja cayó desde la cumbrera hasta tocar el suelo del galpón... «Malaquías»—el perro viejo y artero, más ladrón que una urraca;—«Malaquías», que estaba sin comer desde la víspera, olfateó la carne, levantó la cabeza, y volvió á bajarla, sin ánimo para levantarse, arrancar un trozo y mascarla.

El gato barcino soñaba sobre una bolsa de cerda, cuando una rata le pasó atrevidamente por delante. Abrió un ojo; la raya de la pupila se dilató en círculo; pusiéronsele erécticas las orejas y las uñas... y volvió á entornar los ojos, á envainar las agujas unginales, y á hacerse un ovillo, entregándose al sueño..


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Publicado el 25 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

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