A Hilario Percibal.
Muy pocas personas conocen su verdadero nombre; yo creo que él
mismo lo ha olvidado á fuerza de sentirse llamar desde hace cerca de
medio siglo, «Carancho», el negro Carancho y nada más.
Porque Carancho hace mucho tiempo que es viejo, El cuerpo enorme,
alto y ancho se conserva siempre erguido, pero los ojos, color borra de
vino denuncian una montonera de años y, por otra parte, las motas están
casi blancas, cosa que en un negro indica la proximidad de la centuria.
Así y todo, Carancho continúa fuerte, capaz de voltear con cuatro
hachazos un coronilla de veinte postes y de quebrarle la «carretilla»,
de un «seco», al bagual más cogotudo.
Carancho vive y ha vivido siempre allá por Cerro Largo, cerca de la
frontera, y probablemente nació allí, aunque él no lo sabe, como tampoco
sabe quiénes fueron sus padres. Si alguien se lo pregunta, responde
invariablemente:
—No mi acuerdo; cuando nací era muy botija; pero carculo que debo
haber nacido en un bañao, de algún güevo guacho de ñandusá farrista,
porque á pesar de haber rodao por tuito el país, como si juese taba ’e
chancho, en tuavía no he tropezao con un pariente.
—Los parientes son los peores, cuando la familia es larga—filosofó uno, cierta vez; y el negro respondió:
—La mía es como cola ’e perdiz.
Cuando era joven, Carancho tuvo sus veleidades revolucionarias, y
como casi todos los negros, se hizo blanco. De sus campañas le quedaron
dos cosas: la fama de muy guapo y un profundo disgusto por el oficio.
El solía decir:
—Como siempre tuve una juerza ’é toro, con cada lanzazo hacía un
dijunto, y me cansé de trabajar pa los cuervos, los caranchos y los
chimangos!...
—¿Como cuanta gente habrá muerto Carancho?...
A quien le interrogó de esa manera, el negro respondió mirándolo severamente:
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