Juicio de Imprenta
Javier de Viana
Cuento
La copiosa cuanto intempestiva lluvia obligó a suspender las carreras y al atardecer no quedaban arriba de 20 personas en la pulpería.
Algunos «rialudos» adueñáronse de las dos únicas carpas de vivanderos, entregándose a «trucos» barullentos o a silenciosas partidas de monte, mientras la chusma, refugiada en la «glorieta», derrochaba charla y ginebra.
Más de una docena de harapientos habíanse juntado allí; y si bien todos metían baza, gritando, como de estilo el tallador era el viejo Malaquías.
Menguando en carnes cuanto opulento en pelos, presentaba Malaquias una simpática y original fisonomía. Sus grandes ojos pardos, rebosantes de malicia, parecían reir siempre, con una risa burlona, y despectiva. Con una cara larga y flaca, con su nariz curva y fina, ofrecía un cierto aspecto de pájaro —de urraca— decían algunos.
Sus cuentos sabrosos, su charla amena, sus hirientes invectivas, permitíanle vivir de gorra, vagando de rancho en rancho y de pulpería en pulpería, sin más bien que su yegüita tubiana y su «recado de negro».
Sin ser muy vasto su repertorio, sabía él variar sus historias, renovando los dicharachos y adjuntando episodios inéditos. Pero de todas ellas, la más grata al paisanaje era la del juicio de imprenta, en que había actuado como protagonista.
Aquella tarde, el auditorio, saturado de alcohol, le había exigido relatos escandalosos —de los cuales tenía buen acopio,— pero al fin clamaron por la famosa aventura, que los encantaba, como todas las vivezas gauchas.
Condescendiente, Malaquias apuró un vaso de ginebra y dió comienzo así:
Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 25 visitas.
Publicado el 7 de enero de 2023 por Edu Robsy.