Prosiando
Javier de Viana
Cuento
A Bernardo Maupeu.
Como cueva de peludo era el potrero. Serpeante senda, tan angosta
que las zarzas castigaban ambos flancos del caballo, y tan bajamente
techada por el entrecruzamiento de las ramazones que debía el jinete
mantenerse todo el tiempo echado sobre las crines; larguísima y obscura
senda, en parte cortada por canalizos, en sitios obstruida por troncos
atravesados, conducía al playo liso, limpio y verde, donde los matreros
reposaban en absoluta seguridad.
Afuera, en el campo libre debía estar sobrando luz todavía, porque aún no habían vuelto las palomas de su excursión a los rastrojos, ni cantado la calandria la oración de silencio; pero allí, en el potril diminuto, enmurallado por árboles de veinte metros de altura y con más ramas que hijos tiene un matrimonio pobre, amulatábase el cielo y podía darse por ido el día.
Al pie de un vivaró que se alzaba a manera de torrejón sobre la chusma montaraz, el viejo don Tiburcio y el imberbe Saturno cimarroneaban y proseaban a la espera de los compañeros que salieron al mediodía en busca de carne.
Las circunstancias, el sitio, la hora, todo era propicio a la meditación, a pasar revista al pretérito, desgajando, descascarando, poniendo al descubierto el "cerno" del palo, lo que resiste, lo que perdura, lo que deslinda y orienta.
Decía el viejo:
—Asina es j'el destino 'e los hombre... Pero yo siempre he creído qu'el destino no es un bicho ciego que sacude palo p'acá y p'allá, sin carcular ni eligir, voltiando lo mesmo al inocente y al indino... No; qué querés: no creo. El destino no marca asina no más, al puro ñudo, sino que cuando tira una lechiguana pa un lao y desparrama la yel pal otro, razón no le ha de faltar p'hacerlo.
Dominio público
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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.