Hospitalidad
Javier de Viana
Cuento
La estancia quedaba muy a trasmano, casi en el fondo de la horqueta formada por el caudaloso Ibiracoy y su feudatario el Pintado. El único camino que cruzaba el dominio hacíalo a cerca de dos leguas de “las casas”, y por tales circunstancias eran contados los forasteros que llegasen a ellas.
El arribo de alguno, —anunciado con larga anticipación por las “toreadas” de la guardia perruna,— producía, si no alarma, recelo en la población de aquel descampado...
En lluvioso atardecer de julio comenzó a ladrar desaforadamente la jauría; y el patrón —quien, en rueda con el capataz y los peones, aprestábase a pegar el primer tajo en el dorado costillar,— prestó oído y dijo:
—Viene gente.
—Parecen varios —observó el capataz.
—No; es uno sólo. El chapaliar del campo empapado engaña.
Empero, no obstante la respetable opinión del patrón, todos se cercioraron de que llevaban las armas al cinto...
—¡Ave María Purísima!...
—Sin pecado concebida... Abajesé.
Desmonta el forastero. Tiende la mano a todos e interroga:
—Si me permite hacer noche... vengo de lejos y con el caballo pesadón...
—Desensille no más, y ate a soga pa la zurda’e las casas, que hay güen pasto...
Retorna el viajero; echa el apero en un ángulo del galpón, se quita el poncho, que chorrea agua, lo extiende sobre una pila de cueros vacunos y se acerca a la rueda, al calor del hogar.
Es un hombre como de cuarenta años. Su rostro, que expresa en alto grado la energía criolla, está intensamente pálido. Ancha venda cubre la frente y el ojo derecho. La venda está manchada de sangre, denunciando una cuchillada reciente...
Se cena. Luego circula el amargo. Se habla.
—Ha llovido mucho... Los arroyos deben venir creciendo juerte...
Dominio público
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Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.