Derritiendo la Escarcha
Javier de Viana
Cuento
Después de mediodía el frío continuaba intenso, haciendo temblar a los caballos inmovilizados bajo la enramada. Junto al fogón, acurrucados, con los pies metidos entre el rescoldo, los peones cimarroneaban en silencio. Levantados a las tres de la madrugada, habían partido para parar rodeo, cuando todavía el lucero alumbraba con su roja pupila el campo dormido bajo el poncho blanco de la helada...
Hasta Maximino, el sempiterno charlatán, callaba, dando margen a que alguien observara:
—¡Cómo será el frío cuando a Cachila se le ha yeláo la lengua!...
—¿Toribio?
—Ha de andar pu ái juera, lagartiando.
En efecto, Toribio, sentado detrás del galpón, fumaba plácidamente, recibiendo vivificante baño de sol. No hizo caso alguno de Nicolasa, que se había acercado para tender una ropa en la sinasina del guardapatio. Los desnudos brazos de la chinita, que firmes, torneados y mordidos por el frío, semejaban artísticas piezas de un bronce barbedienne, lo dejaron indiferente.
Ella, terminada la tarea, se le acercó y díjole:
—¿Qu'estás haciendo, haragán?...
—Ya lo ves: rejuntando sol paguantar l'helada que va cáir esta noche.
La chinita suspiró y dijo con afectada tristeza:
—¡Qué disgracia no tener un nido ande defenderse de los chicotazos del invierno;...
—¡La culpa es tuya, que no querés dentrar en mi corazón!...
—¡Poca quincha le veo al rancho!...
—Poca pero bien hecha.
—¡Desemparejada!
—Puede... Es como nido de águilas, espinoso y áspero pu'ajuera, pero por dentro emplumao, suavecito y caliente!... Dentrá y verás...
Rió la moza y contestó:
—¡Se agradece!... Siempre peligra la paloma que dentra en nido de águila!...
Dominio público
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Publicado el 12 de agosto de 2022 por Edu Robsy.