Ruptura
Javier de Viana
Cuento
A Alberto Ghiraldo.
Juan avanza pausadamente por el patio. El ruido que producen las
rodajas de sus espuelas es ahogado por los compases furiosos de la polka
que chiflan cuatro guitarras en la sala.
Llega á la enramada. Su moro, que lo ha reconocido, levanta la cabeza, orejea y ahoga un relincho. A la luz blanca de la luna, sus grandes é inteligentes ojos brillan rojizamente, fijándose en el amo con expresión interrogativa.
Hace ya muchas horas que la manea mortifica sus manos finas y nerviosas; hace ya mucho tiempo que el recado está sobre su lomo y que la cincha oprime sin piedad su vientre.
En la mirada que dirige al amo hay pintada extrañeza; en el impaciente tascar del freno hay como un reproche.
Juan ha comprendido: cariñosamente lo palmea en el cuello. Enseguida afloja la cincha, acomoda prolijamente el recado, ata el poncho á los tientos, desprende la manea.
El moro, que también ha comprendido, escarba alegremente el suelo.
Por cinco minutos, el gaucho permanece pensativo, las riendas en la mano y la mano apoyada en la cabezada del basto. En el instante en que alzaba el pie para estribar, una voz sonó á su espalda.
—¿Te vas asina?...
Volviendo la cabeza, pero sin cambiar de actitud, Juan respondió:
—Dejuro... ¿De qué otra laya iba á dirme?
Suspiró la moza, acercóse al jinete y exclamó con pena:
—¡Cómo has cambiao, Juan!... ¡Cómo te has vuelto malo!... ¡Qué diferencia de antes, cuando sabías bailar conmigo y decirme al oído cosas lindas!...
—Las palabras, Malvina, son como las flores cuya lindura y cuyo perfume se concluyen entre dos viajes del sol.
—Tus palabras de entonces yo las guardo en la memoria como si juesen flores secas venidas de uno que me quiso y se murió...
El gauchito fijó sus ojos de cálida mirada en la atristada fisonomía de Malvina. Con cariño, pero con firmeza, dijo:
Dominio público
1 pág. / 3 minutos / 23 visitas.
Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.