Textos mejor valorados de Javier de Viana publicados por Edu Robsy | pág. 16

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autor: Javier de Viana editor: Edu Robsy


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Horqueta en las Dos Orejas

Javier de Viana


Cuento


Para Andrés y Pablo.


El que construyó la Azotea del palo-a-pique debió ser un atormentado neurasténico: en las diez mil hectáreas, que entonces componían la heredad, no era posible hallar sitio menos apropiado para una población.

Alzábase la casa sobre un cerrillo pedregoso, casi rodeado, en curva estrecha, por un arroyo arbolado, que corría en el fondo; los vientos del sur, pasando sobre el bosque, azotaban furiosamente el cerro y la azotea que le servía de casquete; y los vientos del este, galopando en libertad por la cuchilla, iban a desparramar allí sus furias ladradoras.

El frente principal del edificio miraba al sur; el otro al oeste, como hecho expreso para que las humedades completasen la acción dañina de los vientos. Y por demás está decir que no había un sólo árbol. ¡Qué árbol iba a arraigar en aquel macizo granítico, donde fueron menester el barreno y la dinamita para abrir los cimientos!… De allí al paso real —único que existía en más de una legua de río— la distancia no era mayor de tres cuadras; pero de tal proclive y de tal modo erizado de guijarros y agrietado de zanjas, que para ir por leña al monte o por agua a la laguna, la carreta o la rastra debían ejecutar un rodeo de unos tres cuartos de legua por lo menos.

Sembrar, no se podía sembrar nada entre aquellas peñas donde la tierra, traída en las alas de un viento, se iba en alas de otro viento. Ni pasto nacía; apenas aquí y allá algunas maciegas de hierba larga, dura y rígida que hasta las chivas despreciaban.


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2 págs. / 4 minutos / 24 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Leña Seca

Javier de Viana


Cuentos, colección


La tapera del cuervo

A Julio Abellá y Escobar.

I

En la linde del camino, ancho y plano, sobre robusto pedestal de cal y canto, una lápida cuadrangular, de granito tallado, indica el límite uruguayo-brasileño. Diez metros más al norte, sobre diminuta meseta que forma como un balcón de la sierra mirando a la hondonada donde se retuerce el regato, afirma un caserón, bajo de techos, recio de muros y rico en hierros que guarnecen las exiguas ventanas. Es una venda riograndense.

El comercio, propiamente, lo forma una sala reducida y obscura, en cuya añeja anaquelería fraternizan los artículos más heterogéneos, dando pobre idea de la importancia del negocio; pero luego, en salas y galpones adjuntos, las pilas de charque y cueros, los grandes zarzos soportando miles de quesos de todas formas y tamaños, y la profusión de bultos cuidadosamente embalados, denuncian la casa fuerte, rica a la manera de los hormigueros. Las cinco carretas que se asolean junto al guardapatio, contribuyen a robustecer esa opinión.

Yo había llegado esa tarde y debía permanecer allí varios días para la realización de un negocio ganadero. Y había tragado en la jornada una docena de esas leguas brasileñas que se estiran como perro al sol, y estaba harto de trote por caminos en cuyos frecuentes atoladeros era menester tirar as botas para vadearlos. La fatiga y el sueño me rendían; y haciendo poco honor a la feijoada y al arroz hervido de la cena, gané con gusto el cuartejo donde me habían preparado alojamiento, teniendo por cama un catre de guascas, por cobijas mi poncho, por dosel un zarzo lleno de quesos y por compañía, las ratas y ratones que formaban, al parecer, enjambre. Habituado a hospitalidades semejantes, me acosté filosóficamente y el catre crujió con el peso de la fatiga acumulada en diez horas de trote por caminos brasileños.


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146 págs. / 4 horas, 16 minutos / 88 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Isto e uma porquera!

Javier de Viana


Cuento


—¿Saben a quién prendió la policía ’el Payubre?

—¿A quién?

—A Sinforiano Benítez.

—No conozco animal de esa marca...

—¿No conoces a Sinforiano Benítez, el matrero de Montiel, de más menta y más asesino que el finao Manduquiña Mascareñas?...

—¿Y quién te dijo a vos, —interrumpió don Melchor, patriarca del fogón,— qu’el finao Manduquiña fué un asesino?..

—Las malas lenguas, quizá...

—¡Como la tuya!...

—Pero no sería por santo que lo ajusilaron.

—Por santo no, pero sí por zonzo, que viene a ser cuasi lo mesmo.

—Usted conoce l'historia ’e Manduquiña Mascareñas?

—¡No vi’a conocer!... ¿Se han creído que soy ternero mamón, como ustedes?... Lo conocí dende potranco. Él era de Uruguayana, pero supo vivir mucho tiempo aquí en Corrientes, puestero del portugués Sousa Cabrera Pintos, que tuvo una gran estancia en el Batel...

—Que también anduvo enredao en el crimen...

—Que jue el verdadero criminal.

—Sin embargo, la justicia no le dió pena...

Irguióse el viejo y agitando violentamente la diestra, sentenció:

—¡Lo asolvieron los jueces!... ¡Los jueces no son la justicia!... Pónete ese pucho en l’oreja!...

—Güeno yo no porfío; pero a la fin, ¿Manduquiña mató o no mató?

—Mató.

—¿A una mujer?

—Y a la cría.

—¿Y no jué asesino?...

—No. El asesino jué l’otro.

—¿Cuál?

—Sousa Cabrera Pintos.

—Güeno, viejo; pero desenriede, porque ansina est’atando muchos tientos, pero la trenza no se ve!...

Agachó el lomo el viejo hasta casi tocar las cenizas de sus barbas las cenizas del fogón, y dijo con aspereza:

—Al eje ’e las carretas hay qu’engrasarlo pá que no se queme, y al tragadero ’el cristiano hay que remojarlo con caña pa que refalen las palabras...


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2 págs. / 4 minutos / 21 visitas.

Publicado el 3 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Herencia del Tío Filemón

Javier de Viana


Cuento


I

Desde chiquitín, don Macario Bengochea había hecho maletas con sus actividades, distribuyendo por peso igual, de un lado el trabajo y del otro las diversiones.

A un hombre que es hombre, y más aún si ese hombre es un gaucho, no le debe asquear ninguna labor, así fuese más pesada que un toro padre, y más peligrosa que galopar por el campo en una de esas noches en que el cielo se entretiene en plantar rayos sobre la tierra.

Si el deber ordena pasar cuarenta y ocho horas sin apearse del caballo, sin comer y sin dormir, calado por la lluvia, amoratado por el frío, se aguanta; y a cada vez que el hambre, el sueño, el cansancio, se presentan con ánimo de interrumpir la tarea, se les pega un chirlazo, como a perro importuno, diciéndole:

—Ladiate che, que pa pintar una rodada, sobra con los tucuruces del campo y los aujeros del camino!...

Mas, cuando los clarines tocan rancho, hay que llenar la panza, con lo mucho y lo mejor, empujando hasta donde quepa, como quien hace chorizos, apretando hasta que no quede gota, de suero, como quien amasa queso.

Y cuando tocan a divertirse, en el armonioso bullicio del baile o de las carreras, o en el silencio de las carpetas y los velorios, sin preocuparse de aflojarles la cincha a los pingos de la imaginación y el sentimiento... ¡A galope tendido por el amplio y liso camino real de los placeres, con absoluta despreocupación de cuanto va quedando detrás de las ancas del caballo!...

Él lo exponía en su parla gráfica:

—La vida pa ser linda y ser como debe ser, ha de tener comparancia con las yapas de las riendas: entre argolla y argolla un corredor.

Así fué en el transcurso de muchos años, manteniendo siempre en equilibrio prudente las dos alas de la alforja. Más, al trasponer la portera de los cincuenta, empezó a romperse la armonía.


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13 págs. / 22 minutos / 32 visitas.

Publicado el 9 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

¡Sálvate Juan!

Javier de Viana


Cuento


Sentado al borde de la hamaca, las piernas colgantes, la cabeza inclinada sobre el pecho, Juan Maidana se había olvidado de todo el medio material: del río que silenciosamente se deslizaba bajo sus pies, del bosque que empezaba a ensombrecerse, de la boya roja de la línea de pescar, llevada y traída por un cardumen de mojarras curiosas; del perro lobuno, que echado al lado suyo, aburrido, enviaba codiciosas miradas al corazón de buey, por el mozo llevado para carnada y que sólo aprovechaban las moscas.

Y quien sabe cuanto tiempo habría permanecido así Juan Maidana, si de pronto no se le hubiese presentado Alberto Medina.

—¿Qué haces abombao?—díjole cariñosamente.

—Estoy pescando,—respondió el mozo, un tanto avergonzado al ser sorprendido en aquel estado de embebecimiento.

—¿Pescando?... ¿Lo cuál?... ¡Cómo si han de rair de vos los péscaos!...

—¿Y por qué si han de rair?

—Porque si mi hace que vos pescás con anzuelo e pulpa... ¿No trujistes caña?

—Ahí, junto al sauce está la botella...

Anacleto se inclinó, tomó la botella, la miró al trasluz y exclamó:

—¡Cuasi llena!... ¿Asina querés pescar con caña...?—Bebió e interrogó con ironía:—¿Sábés por qué no sacas vos ningún pescao?

—¿Por qué?

—Porque tenés miedo.

—¿Miedo?...

—Si... Miedo de que al ver que te sumen la boya salga ensartao un cangrejo o una tortuga... ¡En tuito sos lo mesmo vos!... De tanto buscarle juego a la taba, cuando vas a largarla tenés los dedos acalambraos y se te clava un... Cuando tenes una carrera en fija, cansas el caballo en partidas, buscando ventajas y te la llevan de arriba...

—P'andar ligero hay que andar despacio.


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3 págs. / 5 minutos / 22 visitas.

Publicado el 6 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Peona

Javier de Viana


Cuento


Era un 25 de Mayo, la cosecha había sido buena, las autoridades no habían cometido muchas barbaridades y el resplandor de la gloria patria coincidía con el de un sol glorioso.

La calle principal estaba radiosa, festonada con arcos de madera y alambre, pintados de blanco y azul y adornados con gallardetes y guirnaldas tejidas con ramas de sauce y hojas de palma.

La municipalidad, deseosa de desmentir con hechos la afirmación calumniosa del periódico oposicionista de que no hacía nada en pro de la comuna, organizó, mediante una suscripción popular, los festejos, que consistirían en corrida de sortijas, fuegos artificiales y baile en el salón de la intendencia con entrada libre para todos los mozos que contribuyeran con diez pesos para el ambigú, fueran o no situacionistas.

Sobre la acera frente a la municipalidad se había construido una gradería, desde donde las más distinguidas familias del pueblo, contemplarían las carreras de sortijas en la tarde y la quema de los fuegos en la noche.

Entre esas familias privilegiadas, hallábase, en primera fila, la de don Cayetano Gambibella, excolono y en la actualidad dueño de treinta mil hectáreas de campo, dos almacenes y otros ítems.

Don Cayetano estaba, ese día, con su esposa, con sus seis hijas y con la sirvienta Balbina, quien tuvo la ligada porque el niño Genaro, el Benjamín, no quería ir a ninguna parte sin Balbina.

Balbina era una china vejancona, que debía estar ensillando los cuarenta.

El cuerpo era recio todavía; ñandubayescas las piernas y los muslos y los brazos; pero ya floja de senos, ajado el rostro, descoloridos los labios, que debieron ser brasas, y amortiguado el brillo cálido de sus enormes ojos negros, guardados por la espesa cerca de las cejas y por la doble hilera de largas y renegridas pestañas.


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3 págs. / 6 minutos / 24 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Bondad del Coronel

Javier de Viana


Cuento


Después de una marcha ininterrumpida de catorce horas, la división había hecho alto, al caer la noche, en la margen izquierda del Espinillo, un arroyuelo que defendía sus aguas fangosas estancadas con un espeso velo de caraguatas y sandíes.

La división se componía de unos ochocientos caballos y de cerca de doscientos hombres. Estos últimos se descomponían así: un coronel, cien comandantes, treinta capitanes, cincuenta tenientes. Lo demás era tropa, porque no habían mayores, ni subtenientes, ni sargentos, ni cabos.

Los jefes y la oficialidad eran buenos; pero la tropa dejaba mucho que desear. Estaba constituida, en su mayoría, por los peones del coronel y los jefes del estado mayor, por el contingente recogido a la cruzada del pueblo: un telegrafista, cinco maestros de escuela, dos periodistas, un literato, un médico, tres abogados y varios otros bultos igualmente inútiles.

En un día de pelea no serviría para nada porque por su ignorancia, siempre iba mal montado, no sabía cortar un alambrado ni rumbear con tino. Defectos graves, porque según lo había manifestado el coronel:

—«La consina era juir».

Y para huir, la división Japú tenía adquirido justísimo renombre.

El jefe, el coronel Valenciano, solía decir:

—A mí podrán redomarme, pero pa que me voltee un hombre, carece que las tercerolas del enemigo escupan muy lejos.

Y luego agregaba:

—El primer deber de un jefe es cuidar la vida a su gente y no hacerla matar al ñudo. Hay que peliar, yo no digo, pero buscando ventaja. El corajudo a quien lo dejan seco de un tiro ¿qué es?... Una osamenta lo mesmo que el maula al que lo balean porque no supo disparar a tiempo.


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3 págs. / 6 minutos / 22 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Perra Rabiosa

Javier de Viana


Cuento


Los viejos vecinos de Marmarajá conservaban buena memoria de Teresa López, que durante muchos años fué una gran fogata a cuyo alrededor iban a revolotear y a quemarse las alas los más gallardos mozos del pago, ardiendo en rivalidades y que más de una vez salpicaron con su sangre las claras zarazas de los vestidos de la coqueta.

Era muy linda, Teresa. Alta, esbelta, blanca la piel, azules los ojos, rubios los cabellos, aguileña la nariz, era, sin duda, retoño atávico de su madre, mulata brasileña de labios jetudos, nariz aplastada—herencia materna—y el oro en las motas y el celeste en las pupilas, don del «fazendeiro» alemán que fué su padre.

Y a estos contrastes fisiológicos, correspondían otros tantos contrastes morales. A veces imponíase la ardencia del café: a veces triunfaba la cebada de la cerveza. Compuesto inestable hallábase a merced de las influencias del medio ambiente.

Pero su característica era la coquetería perversa que no atraía a los hombres para gozar del homenaje sino del dolor que causaba en sus adoradores su infalible falsía, siempre manifestada con refinamientos de crueldad.

Y si engañar a un hombre constituía para ella un placer el máximum de la satisfacción era robárselo al cariño de otra mujer. Joven o viejo, lindo o feo, rico o pobre, todo era igual para ella.

—Teresa no come nunca los pescaos que saca del agua—decía un paisano sentencioso—;por eso lo mismo hecha el anzuelo a un dorao que a un bagre sapo.

De entre sus innumerables amores—trágicos muchos de ellos—uno dió amplio campo al comentario comarcano.

Julio Lara, uno de los mozos más serios y juiciosos del pago, iba a casarse con una chica muy buena. Se querían entrañablemente, con un amor sereno, tranquilo, reposado, con uno de esos amores que tienen por base la estimación recíproca y por fin ayudarse mutuamente en las luchas de la vida.


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3 págs. / 5 minutos / 27 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Saca Chispas

Javier de Viana


Cuento


Un tipo original Eloy Larraya. Bajo, delgado, nervioso, tenía un rostro fino, casi glabro, y una hermosa cabeza poblada de rubia, larga y ensortijada cabellera.

La causa más insignificante lo excitaba haciéndole proferir tremendas amenazas. Sus compañeros, que lo habían apodado «Sacachispas», gozaban urdiendo chismes, contando que fulano, en tal parte se había expresado en tales términos, ofensivos para él.

Sea que lo creyese, o que fingiera creerlo, Eloy montaba en cólera, agitábase violentamente y rompía en tremendos apóstrofes:

—¡En cuanto me tope con ese cascarudo le vi'a dejar el cuero como espumadera, a juerza 'e chuzazos!...

—¿Conque... pica al naco, aparcero?—mofóse uno de los peones.

—¡Con esta fariñera!—replicó Sacachispas, desenvainando una descomunal cuchilla, que, lo mismo que el pistolón calibre dieciséis, sólo para dormir quitábaselo de la cintura... Y eso, no siempre.

Otro peón observó burlonamente:

—No importa qu'el lazo sea largo si falta juerza en el puño pa largarlo hasta las guampas del animal!

—¡Pa sirsiorarse no tienen más que probarme!..

—Nosotros no, hermano; pero no ha'e faltar quien quiera darte un cotejo, con ganas de ver si tu daga saca chispas como tu labia.

Los enojos de Eloy se apaciguaban con la misma rapidez con que nacían.

—La corro con el qu'enfrene,—dijo, y salió del galpón tranquilamente, esperando encontrar en la cocina a Dalmacia, la chinita retrechera por la cual se derretía hacía meses.

Estaba allí, en efecto, fregando prolijamente la vajilla. Él la piropeó:

—¡A tuito lo que usté toca le saca brillo!

—Cada uno hace lo que puede—respondió irónica;—usté saca chispas, yo saco brillo.

—¡Y chispas también sabe sacar!... Hace tiempo que tengo el corazón quemao con el chisperio'e sus ojos.

Rió Dalmacia y replicó despiadada:


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2 págs. / 4 minutos / 23 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Jugada Sin Desquite

Javier de Viana


Cuento


Había llovido hasta fastidiar a los sapos.

Todo el campo estaba lleno de agua. Las cañadas parecían ríos; parecían cocineras pavoneándose con los vestidos de seda de las patronas ausentes.

En la chacra recién arada, cada surco era un flete argentado qué hizo decir al bobo Cleto:

—¡Mirá che!... Parece el papel con rayas que venden los turcos pa escribir a la novia!...

No habiendo nada que hacer en tanto no bajasen las aguas y se secasen los campos, la peonada se lo pasaba en el galpón, tomando mate, jugando al truco o contando cuentos; engordando.

Algunos, aburridos de «estar al ñudo», mataban el tiempo recomponiendo «guascas». Entre estos hallábase Setembrino Lunarejo, un forastero.

Había caído al pago unos seis meses atrás. Pidió trabajo.

El capataz lo observó atentamente; le gustó, la estampa del mozo y como le hacía falta gente para una monteada, preguntóle:

—¿Si quiere ir a voltear unos palos?... ¿Sabe?

—Yo sé hacer todo lo que saben hacer los gauchos,—respondió con altanería. Y después, sonriendo enigmáticamente:

—Y hoy por hoy, pa la salú, prefiero trabajo e'monte.

El capataz había comprendido perfectamente y sin entrar en averiguaciones indiscretas, lo tomó.

Como resultara excelente, al concluirse el trabajo de monte le ofreció tomarlo como peón de campo, y él aceptó, haciendo la advertencia de que era posible alzara el vuelo el día menos pensado.

Buen compañero, siempre servicial, Setembrino no intimaba con nadie, sin embargo. Sin ser huraño, su reserva era extrema y sólo cuando las circunstancias lo exigían, tomaba parte en las conversaciones de los camaradas, ni tampoco en sus diversiones..

Pedro Lemos, que sentía por él una gran simpatía, tentó muchas veces, inútilmente, arrancarle el secreto de su taciturnidad o arrastrarlo a bailes y jaranas.


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Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

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