La Guitarra
Javier de Viana
Cuento
La noche cayó de súbito, como si hubiese sido un gran cuervo abatido de un escopetazo.
La atmósfera, inmóvil, tenía una humedad gomosa, mortificante, repulsiva como la baba del caracol.
Reinaba un silencio opresivo. Las cosas no tenían rumores; las bocas no tenían lenguas.
Ni un solo farolito estelar taraceaba la cúpula de lumaquela funeraria del cielo.
Tan sólo de cuando en cuando, alguna luciérnaga hacía pestañear su diminuto fanal fosforescente.
En el galpón, el hogar está apagado. El trashoguero, cubierto de ceniza, no deja sospechar ni un resto de lumbre...
En el rancho está solito Venicio.
Solito vive, sin más compañeros que sus dos perros picazos y los horneros que tienen sus abovedados palacios en la cumbrera del rancho, ornando el mojinete.
No hay otra cosa en diez leguas a la redonda.
Ningún camino conduce a la suya...
Para ahuyentar la tristeza ambiente, Venicio coge la guitarra y sentándose en un banquito de ceibo, bajo el alero del rancho, improvisa estilos y coplas, coplas y estilos que son como la expresión de una gran sensibilidad cautiva dentro de la jaula inmensa del cielo.
Los sentimientos que borbotean en el alma del gaucho solitario, se cuajan en melodías que se expanden y van decreciendo hasta morir en lo lejano, como el son de una campana de iglesia lugareña.
Canta la guitarra y cauta gemidos, penas de soledad, nostalgia de afectos.
Y en la noche caliginosa que pesa sobre el desierto, sus voces suaves, arrulladoras como canto de palomas monteses, y a veces severas en el vibrar de las bordonas, parecen salmos religiosos, ansias de un anacoreta que sueña amores, procreación, vida, patria... el futuro que su visión profética dibuja en las sombras...
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.