Textos por orden alfabético inverso de Javier de Viana etiquetados como Cuento disponibles | pág. 18

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autor: Javier de Viana etiqueta: Cuento textos disponibles


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¡Imposible!

Javier de Viana


Cuento


En aquel día el sol había hecho lo de un viejo quemado por el rescoldo de ardientes pasiones juveniles: todo el día, pero todo el día, desde la hora de ordeñar hasta la hora de acostarse las gallinas, estuvo derramando oro líquido sobre las colinas y los valles. Al caer la noche, los pastos, borrachos de luz, pálidos, ajados, se doblaban sobre sus tallos esperando la ducha restauradora del rocío nocturno.

En el cielo, las Tres Marías iban elevándose muy lentamente; y en rumbo opuesto, el Lucero, «rastaquere» del firmamento, centelleaba como brillante de coronel brasileño y avanzaba con cautela a fin de hallarse en el cénit, justo a media noche. Al sur, la Cruz Americana abría los brazos a una multitud de estrellas menores, en tanto, a su izquierda, el Saco de Carbón dibujaba tres sombras irregulares, sobre la sombra regular del todo de la tierra.

A lo lejos parpadeaba Venus en guiños de coqueta; y más lejos aún, en lo remoto de lo remoto, Sirio, sultán celeste, dominaba con el sereno fulgor de su pupila a la luz de las pupilas temblorosas de las estrellas de su harem.

Un enjambre de luces taraceaba la bóveda obscura; una diversidad de luces; blancas algunas, como gotas de argento, como ascuas otras; serenas luces de planetas, padres de familia; luces inquietas de soles vírgenes; luces infantiles de asteroides y luces opalinas de nebulosas, que pasean por el espacio con orgullosa desvergüenza el vientre inflamado en su preñez de mundos.

La luna demoraba en salir.

Tras los montes, la divina pastora juntaba nácares, perlas y lirios, esperando que el aliento de los prados y de las selvas hubiesen perfumado el ambiente, que se acallaran todos los rumores de la vigilia afanosa, a fin de que pudiese llegar hasta ella la elegía de los suspiros y la endecha de los besos.

La luna demoraba en salir.


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Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 24 visitas.

Publicado el 7 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

Huevo Guacho

Javier de Viana


Cuento


Don Plácido y doña Mariquita son dos muchachos de cabellos blancos. El anda orillando los sesenta y ella pisa ya el umbral del medio siglo.

Al verlos, bajo el verde parral del patio de la Estancia, en las mansas tardes del estío, se les tomaría por un casal de chicuelos con pelucas enharinadas.

Ambos son, en efecto, de pequeña estatura, regordetes, de rostro fresco y sonrosado, de vivos ojos y de unas dentaduras tan blancas, sanas y parejas que causarían envidia a un mocetón congolés.

Misia Mariquita tejía, con ágiles dedos, una colcha de crochet, empezada en el invierno anterior y a la fecha a medio hacer.

Don Plácido leía «Mundo Argentino», que le llegaba los viernes y que al final del viernes subsiguiente aun no lo había concluido de leer.

Durante horas y horas, hasta que empezaba a apagarse el día, la chinita Pampa «acarreaba» el mate dulce, con cáscara de naranja y azúcar quemada, para la patrona; en tanto, el negrito Tordo iba y venía incesante con el amargo para el patrón.

Y uno leía y la otra tejía, pero interrumpiendo con frecuencia sus respectivas ocupaciones para bromearse mutuamente.

—Me parece que antes que vos concluyas esa colcha va’parir la yaguané machorra...

—Y en antes que vos acabes de ler el «Mundo» van a pasar dos veranos... Cuatro, cinco, seis...

—¡Sos inorante!... ¿Te pensás qu’el «Mundo» es un campito como el nuestro, que en dos horas, se recorre al tranco?...

—¡Callate vejestorio!... Siete, ocho, nueve...

—¡Mirá, mirá! —exclamó alegremente don Plácido, cogiendo un mechón de cabellos de su esposa;— mirá, mirá!... ti ha salido un pelo negro! t’estás golviendo moza!...

—¡Sosegate, impertinente! —manifestó ella con fingido enojo;— ya m’hiciste equivocar los puntos, y tengo que deshacer la hilera... Uno, dos, tres...


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 25 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Hospitalidad

Javier de Viana


Cuento


La estancia quedaba muy a trasmano, casi en el fondo de la horqueta formada por el caudaloso Ibiracoy y su feudatario el Pintado. El único camino que cruzaba el dominio hacíalo a cerca de dos leguas de “las casas”, y por tales circunstancias eran contados los forasteros que llegasen a ellas.

El arribo de alguno, —anunciado con larga anticipación por las “toreadas” de la guardia perruna,— producía, si no alarma, recelo en la población de aquel descampado...

En lluvioso atardecer de julio comenzó a ladrar desaforadamente la jauría; y el patrón —quien, en rueda con el capataz y los peones, aprestábase a pegar el primer tajo en el dorado costillar,— prestó oído y dijo:

—Viene gente.

—Parecen varios —observó el capataz.

—No; es uno sólo. El chapaliar del campo empapado engaña.

Empero, no obstante la respetable opinión del patrón, todos se cercioraron de que llevaban las armas al cinto...

—¡Ave María Purísima!...

—Sin pecado concebida... Abajesé.

Desmonta el forastero. Tiende la mano a todos e interroga:

—Si me permite hacer noche... vengo de lejos y con el caballo pesadón...

—Desensille no más, y ate a soga pa la zurda’e las casas, que hay güen pasto...

Retorna el viajero; echa el apero en un ángulo del galpón, se quita el poncho, que chorrea agua, lo extiende sobre una pila de cueros vacunos y se acerca a la rueda, al calor del hogar.

Es un hombre como de cuarenta años. Su rostro, que expresa en alto grado la energía criolla, está intensamente pálido. Ancha venda cubre la frente y el ojo derecho. La venda está manchada de sangre, denunciando una cuchillada reciente...

Se cena. Luego circula el amargo. Se habla.

—Ha llovido mucho... Los arroyos deben venir creciendo juerte...


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1 pág. / 2 minutos / 20 visitas.

Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Horqueta en las Dos Orejas

Javier de Viana


Cuento


Para Andrés y Pablo.


El que construyó la Azotea del palo-a-pique debió ser un atormentado neurasténico: en las diez mil hectáreas, que entonces componían la heredad, no era posible hallar sitio menos apropiado para una población.

Alzábase la casa sobre un cerrillo pedregoso, casi rodeado, en curva estrecha, por un arroyo arbolado, que corría en el fondo; los vientos del sur, pasando sobre el bosque, azotaban furiosamente el cerro y la azotea que le servía de casquete; y los vientos del este, galopando en libertad por la cuchilla, iban a desparramar allí sus furias ladradoras.

El frente principal del edificio miraba al sur; el otro al oeste, como hecho expreso para que las humedades completasen la acción dañina de los vientos. Y por demás está decir que no había un sólo árbol. ¡Qué árbol iba a arraigar en aquel macizo granítico, donde fueron menester el barreno y la dinamita para abrir los cimientos!… De allí al paso real —único que existía en más de una legua de río— la distancia no era mayor de tres cuadras; pero de tal proclive y de tal modo erizado de guijarros y agrietado de zanjas, que para ir por leña al monte o por agua a la laguna, la carreta o la rastra debían ejecutar un rodeo de unos tres cuartos de legua por lo menos.

Sembrar, no se podía sembrar nada entre aquellas peñas donde la tierra, traída en las alas de un viento, se iba en alas de otro viento. Ni pasto nacía; apenas aquí y allá algunas maciegas de hierba larga, dura y rígida que hasta las chivas despreciaban.


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2 págs. / 4 minutos / 24 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Hormiguita

Javier de Viana


Cuento


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Era una pobre muchacha, muy delgada, muy pálida, con lacios cabellos negros, con grandes ojos tristes, con finos labios amargos. Era una pobre muchacha, débil como un tallo de flechilla, insignificante como uno de esos pajaritos sin colores, sin voz, casi sin vuelo, que nacen, viven y mueren en la húmeda obscuridad de los pajonales.

Llamábase Tomasa y la llamaban «Hormiguita». Se había criado en la estancia como un cachorro flaco, que caído sin que nadie supiera de donde, nadie se preocupa de averiguarlo; era como esos yuyos que nacen en lo alto del muro del patio: como no lucen, ni sirven, ni estorban, pasan inadvertidos.

Tan pequeña, tan silenciosa, hablando rara vez y con voz incolora y débil, deslizándose más que marchando, en rápidos saltitos de chingólo, nadie se daba cuenta de la enorme labor ejecutada al cabo del día por la humilde «Hormiguita». Ella ordeñaba, levantándose con la aurora; ella hacía diariamente un queso: ella amasaba todos los sábados; ella dirigía las comidas; ella cebaba todas las tardes, el amargo para el patrón, y el dulce con azúcar quemada, para la patrona y las niñas.

Y concluido el trajín diurno, recogida en su pieza, no se acostaba antes de un par de horas de trabajo de aguja, recomponiendo sus ropas, confeccionándose alguna prenda humilde.

Cuando habla baile en la estancia, o cuando las niñas iban a algún baile en estancias vecinas, «Hormiguita» pasaba lo mas del tiempo «ayudando», ofreciéndose para cebar el mate, hacer el chocolate o servir los refrescos.


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3 págs. / 5 minutos / 31 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

Hermanos

Javier de Viana


Cuento


A Eduardo Acevedo Díaz.


Era en 1870, a principios de la guerra blanca encabezada por Timoteo Aparicio, lanceador famoso.

Policarpo y Donato anduvieron por mucho tiempo en medio de la soledad tan negra y silenciosa, que el primero, a instantes, creía estar inmóvil, dormido y soñando, haciéndose necesario un esfuerzo grande de voluntad para volver al hecho real.

Parecerá exageración y no lo es. Necesítase costumbre, hábito de muchos años, para no caer en este estado de semi inconciencia, tras una larga marcha a caballo; los músculos mordidos por la fatiga, el cerebro escarbado por el sueño.

Y unido a eso, la penosa impresión del medio ambiente: las tinieblas que la mirada no consigue sondar por más que se dilaten hasta el dolor las pupilas; por todas partes el silencio, el imponente silencio del campo, que nada turba: en la grande y muda soledad hostil, el alma se estremece y se contrae en dolorosa sensación de pequeñez, de aislamiento y de impotencia.

Dominado por la inmensidad que vencía las insistencias del amor propio, Policarpo interpeló a su acompañante.

—¡Donato! —exclamó.

—¡Chut! —respondió el negro; y como éste había sofrenado su caballo, se encontraron los dos viajeros uno junto a otro.

—¡Donato!—volvió a decir el mozo; y el interpelado respondió con voz autoritaria y petulante:

—Primeramente, has de saber que quien va juyendo nunca debe hablar juerte.

—¿Y acaso nosotros vamos huyendo?

—Dejuramento: tuito aquel que yeba peligro pu'ande va, va juyendo. Acomódate en el mate esta sabiduría, que a la fija no te enseñaron los dotores de la ciudá.

Policarpo no encontró réplica y reconociendo la lógica del filósofo simiesco, dijo:

—Bueno, ¿y qué?


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 29 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Hay que Ser Justo

Javier de Viana


Cuento


A Coelho Netto.


Al montar a caballo, en la enramada, don Mateo díjole al capataz Lucero:

—Anda marcando esos cueros lanares, que tal vez el pulpero García los mande levantar esta tarde... Fíjate bien en la pesada qu'el galleguito es como luz p'hacer mentir a la romana... Yo vi'a dir hasta el fondo el campo pa bombiar cómo anda la invernada chica.

Sin esperar respuesta, don Mateo arrancó al trote y a poco desapareció en el vallecito inmediato.

Iba caviloso. El objeto de su salida al campo no era visitar la invernada, sino aislarse, buscando la solución del asunto que le traía preocupado desde meses atrás: tratábase del noviazgo de su hija Mariana con el capataz Lucero.

Ambos se querían. Lucero, era un excelente muchacho, muy trabajador, muy honrado, que había crecido en su casa y a quien profesaba un afecto paternal. Él no veía inconveniente ninguno en esa unión, a la cual su esposa oponía una resistencia inquebrantable.

¿Por qué?... Podía invocar como única razón, la pobreza del mozo; pero ante ella, don Mateo le había recordado que, treinta años atrás, la hija del rico hacendado Luciano Pérez, había concedido su mano al gauchito Mateo Sosa, peón de su padre, y sin más caudal que un par de caballos, un regular apero y un bien ganado renombre de laborioso y honesto. Se casaron y fueron enteramente felices. Luego, el argumento era inaplicable, y doña Eduviges no lo aplicaba, como no aplicaba ninguno. No quería ese casamiento; simple y llanamente, no lo quería, empacándose ahí su obstinada negativa.

—¡Eso no es justo, canejo!—vociferaba el buen paisano, que tenía el sentimiento innato de la equidad. Toda su moral reposaba en ella. Cualquiera acción, hasta el asesinato, hasta la venganza atroz, se disculpan si "son justas". El ofendido tiene siempre derecho a castigar, a matar. Es justo, aunque lo prohiba la ley, que pena, pero no desagravia.


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Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 26 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Flor del Estero

Javier de Viana


Cuento


A la orilla de un arroyuelo menguado, de aguas turbias y perezosas, una cerca de otra, Albina y Fabia lavaban en silencio.

El cielo estaba gris, húmeda la atmósfera, frío y recio el viento, uno de esos días en que parece que el sol ha dormido mal y se levanta alunado.

A pesar de ello, Fabia, una morocha fuerte, regordeta, sonrosada, conservaba su constante buen humor y su sana alegría. Fregaba sin cesar y sin cesar cantaba, desmostrando que ni la tarea ni la agriedad del tiempo conseguían contrariarla.

No así Albina, quien mustia, desganada, silenciosa, suspendía con frecuencia su trabajo para permanecer inmóvil, encorvado el dorso, caídos los brazos, cerrados los ojos.

—¡Pero mujer,—exclamó Fabia,—anímate un poco, que da lástima verte con ese aire de cordero achuchao!...

Albina volvió la cabeza y dijo:

—Y a mí me hace sufrir verte siempre alegre, siempre contenta, siempre cantando, indiferente y despreocupada como los pájaros!

—¿Querés que me ponga a llorar porque no tengo ninguna pena?...

—¡Nunca faltan dolores que hagan sufrir!...

—Ya sé. Yo sufro cuando me pincho con l'auja o me clavo una espina en un pie o tengo retorcijones de tripas; pero eso no es como p'andar tuito el tiempo llorando y con cara de viernes santo.

—¡Es que a mí a cada momento me pinchan las aújas y se me clavan espinas!...

—¡Porque siempre andas con el corazón descalzo!—respondió riendo Fabia.

La risa de la chica resonó sonora en la soledad del arroyuelo y sorprendió a Patrocinio que pescaba plácidamente quince varas más abajo, separado y oculto de las mozas por un mechón de las largas y ásperas barbas del estero.

, No pudo contenerse; arrolló la línea, recogió la pesca y se encaminó al lavadero, donde se presentó de improviso, saludando con un:

—Güeñas tardes, linduras...


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2 págs. / 3 minutos / 21 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Flor de Basurero

Javier de Viana


Cuento


Ana y el viejo cuzco «Cachila» hallábanse de tal modo habituados a insultos y aporreos, que cuando éstos escaseaban sentíanse inquietos temiendo alguna crueldad extraordinaria.

Ana, hija de una de esas almas de fango del suburbio aldeano, había sido recogida por la familia del estanciero don Andrés Aldama y fué a aumentar el número de los numerosos «güachos» criados en el establecimiento.

Como los durazneros, producto de carozos que germinan en los basureros donde fueron arrojados junto con los demás desperdicios de cosas que causaron placer, como esos hijos del desprecio engendrados al azar, Ana hubiera crecido en medio de la indiferencia de todos.

Y así fué durante ocho o diez años. Baja, flacucha, de cara menuda y siempre pálida, crecía igual que las plantas aludidas, sufriendo la ausencia de todo cultivo, nutriéndose con los escasos jugos que les deja la voracidad de los yuyos.

Esa carencia de encantos, unida a la constante adustez de su fisonomía, su parquedad de palabra, su actitud siempre huraña y recelosa, justificaban el menosprecio general de la población de la estancia.

—A más de flaca y fiera, en tuavía es más arisca que aguará,—decían de ella los peones; y en injusto castigo por defectos de que no era culpable, la acosaban con sátiras mordaces y con bromas de una grosería brutal casi siempre.

Pero ocurrió que con la llegada de una precoz pubertad se operó en su físico una repentina y radical transformación.

Las piernas de tero y los brazos de alfeñique y el pecho plano adquirieron en pocos tiempos redondeces impresentidas. Y el rostro, aun cuando se conservó flacucho y menudo, se embelleció extraordinariamente, sin perder, al contrario, acentuándose, la expresión, huraña y agresiva.

—Con la pelechada de primavera, la guacha se ha puesto cuasi linda,—expresó un peón.

—Pero sigue siendo dura de boca,—dijo otro.


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3 págs. / 5 minutos / 44 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Fin de Ensueño

Javier de Viana


Cuento


Transcurría una de esas noches de invierno, obscuras, frías, largas, silenciosas, sembradoras de miedo, en las cuales el grito de un chajá ó el ladrido de un perro resuenan con eco trágico en las soledades campesinas. Noches espesas que intensifican las angustias y aceran los insomnios; noches de gloría para los trogloditas alados y para el matrero errabundo!....

Matrero de avinagrada existencia era Paulino Aldabe, a quien una locura fugitiva impulsó al primer delito, imponiéndole el dilema de la expiación carcelaria o el triste iterinario de la perpetua zozobra: su alma criolla sólo podía decidirse por lo último, la libertad, tanto más preciada cuanto a mayores esfuerzos obligara su conservación, cuanto a más riesgos condujera su defensa.

Paulino, joven y vigoroso, experimentaba como una voluptuosidad de jugador en aquella lucha incesante, en la que el valor y la astucia eran únicas garantías de su existencia libre. Perseguido sin descanso, cuando lograba hallarse en seguridad, apenas repuesto de las fatigas o curado de las heridas, una fuerza irresistible lo empujaba de nuevo al peligro, a las aventuras temerarias. De ese modo, iba agregando al delito inicial nuevos delitos que hicieron imposible la reconciliación con la sociedad. ¡La cárcel por toda la vida!... Antes, mil muertes...

Mientras trotaba lentamente entre las sombras espesas, descuidado, seguro de no ser sorprendido, iba recordando el torbellino de los últimos cinco años de su existencia. En aquel mismo pago —al que recién regresaba después del lance fatal,— había nacido y se había criado. Fué siempre un muchacho bueno, rudo para el trabajo. Excelente camarada. Su mala suerte hizo que se prendara de Aquilina, la hija del puestero Demetrio, viejo egoísta, haragán y vicioso, que había derrochado un regular patrimonio, y soñaba con un yerno rico para recomenzar su vida de placer y de holganza.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 21 visitas.

Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.

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