Palabra Dada
Javier de Viana
Cuento
Muy de mañana, Petronila, la ahijada del patrón, fué como todos los días a llevar los baldes y los jarros al corral, donde Venancio estaba maneando las lecheras.
Recién se había instalado el dia, luminoso y fresco. Con la humedad del rocío desprendíase de las gramillas una fragancia suave y sana, que, mezclándose al olor fuerte del estiércol pulverizado del piso del corral, formaba un perfume extraño, excitante y deletéreo como el que emana de la tierra reseca en un chaparrón de estío.
A llegada de la moza, Venancio, que, en cuclillas, remangado el chiripá y al aire los brazos musculosos, terminaba de manear una barcina, respondió torpemente al saludo. Luego, enderezándose, apoyóse en el anca huesuda de la lechera y se inmovilizó contemplando en silencio a Petronila, ocupaba entonces en alinear los cachorros.
Estaba más linda que nunca, la linda morocha, cuyas mejillas, color de trigo, encendía el fresco matinal, y cuyos ojos, inquietos como cachilas, brillaban intensamente, pregonando alegría y salud.
Venancio, mortificado, como atorado por las frases que tenía prontas para decirle y que no quisieron salir de su garganta, dirigióse al chiquero inmediato, y largó un ternerito, que brincando y balando, corrió a prenderse golosamente a la ubre opulenta.
—¿Y hasta cuándo vas a dejar que mame el ternero? —interrogó ella.
Estremecióse el mozo, y retirando el mamón fué a atarlo en un palo del corral. Luego murmuró a manera de excusa:
—Estaba pensando en vos.
—Pensá en ordeñar ligero, que la patrona está esperando la leche pal mate, —replicó ella con cierta violencia.
—¿Te fastidia que piense en vos?
—¡Dejuro! Ya es tiempo que concluyás de cargociarme. Es bobo estar siempre codiciando una prenda que tiene dueño.
Dominio público
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Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.