La Herencia del Tío Filemón
Javier de Viana
Cuento
I
Desde chiquitín, don Macario Bengochea había hecho maletas con sus actividades, distribuyendo por peso igual, de un lado el trabajo y del otro las diversiones.
A un hombre que es hombre, y más aún si ese hombre es un gaucho, no le debe asquear ninguna labor, así fuese más pesada que un toro padre, y más peligrosa que galopar por el campo en una de esas noches en que el cielo se entretiene en plantar rayos sobre la tierra.
Si el deber ordena pasar cuarenta y ocho horas sin apearse del caballo, sin comer y sin dormir, calado por la lluvia, amoratado por el frío, se aguanta; y a cada vez que el hambre, el sueño, el cansancio, se presentan con ánimo de interrumpir la tarea, se les pega un chirlazo, como a perro importuno, diciéndole:
—Ladiate che, que pa pintar una rodada, sobra con los tucuruces del campo y los aujeros del camino!...
Mas, cuando los clarines tocan rancho, hay que llenar la panza, con lo mucho y lo mejor, empujando hasta donde quepa, como quien hace chorizos, apretando hasta que no quede gota, de suero, como quien amasa queso.
Y cuando tocan a divertirse, en el armonioso bullicio del baile o de las carreras, o en el silencio de las carpetas y los velorios, sin preocuparse de aflojarles la cincha a los pingos de la imaginación y el sentimiento... ¡A galope tendido por el amplio y liso camino real de los placeres, con absoluta despreocupación de cuanto va quedando detrás de las ancas del caballo!...
Él lo exponía en su parla gráfica:
—La vida pa ser linda y ser como debe ser, ha de tener comparancia con las yapas de las riendas: entre argolla y argolla un corredor.
Así fué en el transcurso de muchos años, manteniendo siempre en equilibrio prudente las dos alas de la alforja. Más, al trasponer la portera de los cincuenta, empezó a romperse la armonía.
Dominio público
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Publicado el 9 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.