Una Porquería
Javier de Viana
Cuento
Amigos, pero entrañablemente amigos, eran Lindolfo y Caraciolo; amigos de aquellos entre quienes carecen de valor las palabras tuyo y mío.
Si Lindolfo no encontraba su cinchón al ensillar, tomaba el de Caraciolo; si Caraciolo, en un apuro, hallaba más a mano el freno de Lindolfo, con él enfrenaba. Por eso andaban casi siempre con las «garras» misturadas.
Común de ambos eran los escasos bienes que poseían, siendo, como eran, humildes peones de estancia, y además, mocetones despreocupados y divertidos. Pero común de ambos era también el opulento caudal de sus corazones.
A pesar de esto llegaron a ser rivales. El caso ocurrrió del modo siguiente:
Con motivo de una hierra frutuosa el patrón regaló un potrillo a cada uno de los peones. Lindolfo eligió un pangaré; Caraciolo eligió un overo. Un año después ellos mismos domaron sus pingos, y para probarlos decidieron una carrera por un cordero «ensillado», es decir, el almuerzo: un cordero al asador, el pan, el vino y lo demás.
Corrieron y ganó el overo.
Lindolfo no se dió por satisfecho y concertaron otra prueba, tiro igual, plazo de un mes.
Volvió a perder el pangaré, pero tampoco quedó convencido su dueño.
—Me has ganao por la largada.
—¡Qué quiere, hermano! Cuando se corre un caballo hay que cerrar la boca y abrir los ojos. Aunque te advierto que no me vas a ganar ni haciendo vaca con el diablo.
—¿Querés jugarla pal otro domingo?
—¿Las mismas trecientas varas?
—Dejuro.
—Ta güeno.
Y al domingo siguiente corrieron con igual suerte. Esta vez Lindolfo quedó amoscado. No pudo, como antes, soportar impasible las burlas de su amigo. Este comprendió «que estaba demasiado caliente el horno y que había peligro de que se arrebatase el amasijo», y calló.
Dominio público
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Publicado el 31 de diciembre de 2022 por Edu Robsy.