La Seca
Javier de Viana
Cuento
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 35 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Mostrando 111 a 120 de 294 textos encontrados.
autor: Javier de Viana etiqueta: Cuento textos disponibles
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 35 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
“Entre las múltiples supersticiones gauchas —dice uno de nuestros eminentes sociólogos— se encuentra la que prejuzga las aptitudes de una cabalgadura por el color de su pelambre. Así, un “tordillo” es excelente nadador; los “overos” no tienen igual para carreras; los “tubianos” no sirven para nada; y sigue sin término la sandez de la clasificación empírica que hace depender las condiciones del equino del color de su pelo”.
Completemos, primero, —para enseñanza de quienes tienen o tengan necesidad de utilizar ca2ballos— la lista que dejó trunca el sabio:
Los “lobunos” son maulas para el “camino”, vale decir, para “parejeros”; los “moros”, los “pangarés” y los “tostados” son infatigables en las galopadas de los largos viajes; los “overos” —perdone el maestro— son ligeros, pero sin resistencia; los “tubianos” —otra vez, perdón,— resultan insuperables como “carretoneros”; los “zainos” son dóciles, vigorosos e inteligentes; los “oscuros”, excelentes para las tierras bajas, resultan inservibles en las serranías; los “blancos” son todos asustadizos, y no existe un “picazo” que no sea receloso e irreductiblemente arisco (de ahí, tal vez, el proverbio: “Montar el picazo”); los “rabicanos”, los “lunarejos”, los “entrepelaos”, resultan muy buenos o inservibles.
Todo eso es verdad; verdad relativa, como todas, pero verdad comprobada por larguísima experiencia, verdad que la ciencia explica y que nuestros sociólogos califican de “superstición”, porque en su ignorancia trastruecan los términos del fenómeno: no es el “pelo” el que da las aptitudes; son las aptitudes heredadas las que determinan el pelo, como que en la naturaleza nada es arbitrario ni caprichoso.
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 18 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
La idiosincrasia animal, como la humana, se plasma bajo la influencia combinada de factores internos y externos. Es ley fatal para las razas y los individuos, adaptarse a las mutaciones del medio ambiente o sucumbir. El perro gaucho no escapó al imperio de esa ley universal. A fin de perdurar, hubo de conformarse e identificarse con la naturaleza del suelo y las exigencias de la vida a que le sometía el trasplante. Y es así cómo el perro gaucho resultó adusto y parco, valiente sin fanfarronerías, y afectuoso sin vilezas, copia moral de la moralidad de su amo.
En la aldea con presunciones de capital, había dignatarios solemnes, clérigos engreídos, dómines pedantes, licenciados de Hipócrates y leguleyos siembrapleitos, más temibles que la lepra.
Y había tertulias familiares donde las damas discutían sobre trapos y donde los mozalbetes pelaban discretamente la pava bajo la vigilancia severa de las rígidas mamás.
Y había el cafe, donde el Corregidor y el Alcalde, el cura y el farmacéutico, el procurador y el tendero, amenizaban las partidas de tresillo con graves comentarios sobre la política.
Y hasta había la Casa de las Comedias.
En cambio, en la campaña, noche y día, todas las noches y todos los días soplaban iracundos vientos de tragedia.
Y todo era esfuerzo continuo de la imaginación y del brazo, perpetuo alerta, heroísmo permanente.
Los “bárbaros”, para labrar la tierra y mover los pesados vehículos en que debían conducir el producto de su trabajo, lo único que daba vida y hasta enriquecía a los sibaritas de la orgullosa aldea, sólo disponían de los bueyes.
Y como ellos sabían domarlo todo, domaron los toros bravíos, los toros de imponente cornamenta, de ojos de fuego, de coraje de león.
Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 17 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
En las crudas noches de invierno, la peonada que ha trabajado desde el alba hasta el crepúsculo, soportando estoicamente el frío, el viento y la lluvia, semidesnudo a veces, sin probar bocado a veces, sin tomar un amargo, olvida todas las fatigas al sentarse alrededor del fogón.
Las llamaradas del hogar secan sus ropas, calientan sus cuerpos y reavivan el buen humor, que nunca se apaga en el alma de aquellos hombros sanos, fuertes y buenos.
Mientras beben con fruición el mate, insuperable bálsamo, y observan con avidez cómo se va dorando lentamente el costillar ensartado en el asador, comienzan las guerrillas de epigramas, de retruécanos, de dicharachos.
Y terminada la cena viene la segunda tanda del cimarrón, y con ella los cuentos, siempre ingeniosos y pintorescos,
Y difícilmente escapa al relato de algún episodio de la historia de “Don Juan’’, historia interminable, porque la fecunda imaginación del gaucho le va agregando de continuo nuevos episodios en que interviene toda la fauna conocida por él.
Las aventuras, variadas al infinito, tienen siempre por protagonista a Don Juan, quien, como el negro Misericordia de los fantoches, sale siempre triunfador.
El gaucho tiene singular simpatía por Don Juan, —el zorro,— y no le guarda rencor por las muchas fechorías de que le hace víctima el astuto animalito.
¿Que en ocasiones, —en las largas travesías,— mientras duerme tranquilo sobre una loma, le corta el maneador y lo deja a pie en medio de la soledad del campo?
Una travesura que lo encoleriza por un rato y que bien pronto olvida.
Él mata corderos, asalta gallineros, roba guascas, pero su viveza, su astucia, su gracia, su audacia le hacen perdonar sus arterías.
Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 24 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Otro símbolo.
En la hoguera estival se encuentra en su elemento. La opulencia de luz lo embriaga. Su pardo plumaje se esponja, dando mayor apariencia a su cuerpccito insignificante, su vivacidad aumenta. multiplica sus acrobacias, sin que el calor lo sofoque.
Empero, los rigores del invierno tampoco lo amilanan.
Su alegría resiste a todas las inclemencias.
Vuela y revuela, salta y salta y cuando, empapado, pegadas las plumas al cuerpo, una ráfaga lo obliga a aterrizar súbitamente, lanza un gritito burlón, que semeja la eterna risa del niño sano, corre, brinca, coge de paso algún gusanillo y torna a remontarse en el aire y a piruetear, contento, seguro del valer de sus alas minúsculas.
Y si el embate es demasiado rudo, se refugia entre la ramazón de algún árbol, o bajo el alero de un rancho o entre el yuyal vecino, o se mete, confiada y familiarmente, en el galpón o en la sala.
No tiene temor. Como es bueno y no hace mal a nadie, se siente seguro entre aquellas gentes buenas...
El único miedo está en recibir la pedrada de algún chicuelo travieso, —chingolo humano;— pero era peligro pequeño, porque su habilidad sabía esquivarlo casi siempre.
Y pasado el peligro, gorjeaba, saltaba, daba volteretas en el aire, sin objeto, por puro gusto, por dar escape al exceso de fuerza vital, de la alegría de vivir, de idéntica manera que el gurí da vueltas de carnero, le tira de la oreja al perro bravo o se mete entre las patas de los redomones atados al palenque, con la confianza que tienen los buenos en la bondad de los demás.
No conciben las cimbras traidoras ocultas entre la gramilla inocente; no sospechan que existan quienes hagan mal al que solo sabe hacer bien; hechos con luz de amor, ignoran el lodo del odio...
Son los chingolos.
Los que viven felices en su insignificancia, los que se contentan con procurarse el sustento y beneficiar sin cálculo de recompensas.
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 19 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Jacobo y Servando se habían criado juntos y fueron siempre buenos amigos, no obstante la disparidad de caracteres: Jacobo era muy serio, muy reflexivo, muy ordenado, muy severo en el cumplimiento del deber. Servando, en el fondo bueno, carecía de voluntad para refrenar su egoísmo.
Jacobo amaba a Petra, y Servando le atravesó el caballo; conquistó a la moza con su charla dicharachera, con su habilidad de bailarín y con sus méritos de guitarrista. Y se casó con ella, sin pensar un solo instante en el dolor que le causaba a su amigo.
Una mañana, Jacobo hallábase en la pulpería, cuando cayó Servando. Llevaba un aire afligido y su caballo estaba bañado en sudor.
—¿Qué te pasa? —preguntó Jacobo.
—¡Dejame!... Mi mujer está gravemente enferma y tía Paula dijo que ella no respondía, y que fuese al pueblo a buscar al médico...
—Y apúrate, pues... De aquí al pueblo hay tres leguas y pico...
—¡Ya lo sé!... ¡Sólo a mí me pasan estas cosas!... ¡Mozo!... ¡Deme un vaso de ginebra!... ¿Tomás vos?
—No.
—¡Claro!... Vos sos feliz, no tenés en qué pensar... ¡Eche otra ginebra, mozo!...
Servando convida a los vagos tertulianos de la glorieta y les cuenta su aflictivo tranco.
—¡Comprendo!... —dice uno.
—¡Me doy cuenta!... —añado otro.
—Pero hay que conformarse, ser fuerte, —concluye un tercero.
—Es lo que yo digo —atesta Servando.
—¡Mozo!, ¡sirva otra vuelta!...
Jacobo observa ensombrecido y entristecido. Sale: medita; le aprieta la cincha a su pangaré, le palmea la frente y dice:
—¡Pobre amigo!... Ayer trabajaste todo el día en el rodeo... ¡Ahora un galopo de seis leguas, entre ir y venir!... ¡Vamos al pueblo!... ¡Sí los buenos no sirviéramos para remediar las canalladas de los malos, no mereceríamos el apelativo de buenos!...
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 20 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Pedro y Juan, eran dos guachos criados en la Estancia del Venteveo, conjuntamente con otros varios.
Pero ellos, casi siempre vivían en pareja aislada.
Recíproca simpatía los ligaba. Simpatía extraña, porque Pedro era morrudo, fuerte, sanguíneo, emprendedor, audaz y de excesiva locuacidad; en tanto Juan, de la misma edad que aquél, era pequeño, débil, linfático, callado y taciturno...
Desde pequeños tratábanse de “hermano”; y acaso lo fueran.
Hechos hombres, la camaradería y el afecto fraternal persistieron.
Y las cualidades de ambos, en cuerpo y espíritu, fueron acentuándose.
Sin maldad, sin intención de herir, por irresistible impulso de su temperamento, Pedro perseguía siempre a Juan con burlas hirientes.
Y Juan callaba.
Una vez dijo:
—Mañana voy a galopiar el bagual overo que me regaló el patrón.
Pedro rió sonoramente y exclamó:
—¡Qué vas a galopiar vos! ¡Dejalo, yo te lo viá domar!...
—¿Y por qué no podré domarlo yo? —dijo
Juan.
Y Pedro tornó a reir y a replicar:
—Porque sos muy maula y no te atreverás a montarlo.
Juan empalideció:
—Mirá, hermano, —dijo;— siempre me estás tratando de maula...
—Porque lo sos.
—No lo repitás.
—Lo repito... ¿Qué le vas hacer si nacistes maula?...
—No lo repitás porque me tenes cansao y mi vas obligar a probarte lo contrario!
Pedro largó una carcajada.
—¡Y va ser aura mesmo! —exclamó Juan, poniéndose de pie y desnudando la daga.
—¡Abran cancha!... —gritó Pedro aprestándose a la lucha.— ¡Abran cancha que le viá pegar un tajito a mi hermano, pa que aprienda!...
Chocaron las dagas.
Juan estaba ceñudo y nervioso.
Pedro, sereno y sonriente.
Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 23 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Los mellizos Melgarejo eran tan parecidos físicamente, que, a no estar juntos, resultaba difícil, aun a quienes a diario los trataban, saber cuál era Juan y cuál Pedro. Sus temperamentos, en cambio, contrastaban diametralmente. Expansivo, audaz y valentón, Pedro; reconcentrado, tranquilo y prudente, Juan. Pedro hería constantemente a Juan con ironías sangrientas. Cuando alguien expresaba la dificultad de distinguirlos, él acostumbraba decir:
—Es fácil: insultennós... Si es mi hermano, afloja; si soy yo, peleo. He oído decir que en el cristiano, la mitad de la sangre es sangre, y la otra mitad es agua... Cuando nosotros nacimos parece que yo me llevé toda la sangre y Juan el agua... ¡Pobre mi hermano!... ¡Es flojo como tabaco aventao!...
Cierta tarde de domingo, en la pulpería Juan estaba por comprar unas bombachas... Pedro entró en ese instante y dijo con hiriente sarcasmo:
—¿Por qué no te compras mejor unas polleras?...
Rió de la ocurrencia. Empurpúresele el rostro a Juan, quien exclamó airado:
—¿Querés probar quien de los dos es más guapo?... ¡Comprométete a acetar lo que yo proponga!. ..
—¡Acetao!
Juan extendió entonces la mano izquierda sobre el mostrador, y dijo a su hermano:
—Poné la tuya encima.
Pedro la puso... Y entonces el otro, desenvainando la daga y con un golpe rápido, dejó las dos manos clavadas al madero del mostrador...
Ninguno de los dos lanzó un quejido; ninguno de los dos hizo un ademán ni manifestó un gesto de dolor.
-Y aura... ¿qué decís? —preguntó Juan.
—Que sos mi hermano —respondió Pedro.
—¿Saco la daga?...
—Sacala o dejala... ¡a tu gusto!...
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 21 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Es un potril pequeño, de forma casi circular.
Espesa y altísima muralla de guayabos y virarós forma la primera línea externa de defensa.
Entre los gruesos y elevados troncos de los gigantes selváticos, crecen apeñuscados, talas, espinillos y coronillas, que ligados entre sí por enjambres de lianas y plantas epifitas, forman algo así como el friso del muro.
Y como esta masa arbórea impenetrable, se prolonga por dos y tres leguas más allá del cauce del Yi y las sendas de acceso forman intrincado laberinto, ha de ser excepcionalmente baqueano, más que baqueano instintivo, quien se aventure en ese mar.
Del lado del río sólo hay una débil defensa de sauces y sarandíes; pero por ahí no hay temor de sorpresa, y, en cambio, facilita la huida, tirándose a nado en caso de apuro.
Soberbio gramillal tapiza el suelo potril y un profundo desaguadero proporciona agua permanente y pura; la caballada de los matreros engorda y aterciopela sus pelambres.
Los matreros tampoco lo pasan mal.
Ni el sol, ni el viento, ni la lluvia los molestan.
Para carnear, rara vez se ven expuestos a las molestias y peligros de salir campo afuera; dentro del bosque abunda la hacienda alzada, rebeldes como ellos, como ellos matreros.
Miedo no había, porque jamás supieron de él aquellos bandoleros, muy semejantes a los famosos bandoleros de Gante.
Hombres rudos que habían delinquido por no soportar injurias del opresor.
Los yaguaretés y los pumas, en cuya sociedad convivían, eran menos temibles y menos odiosos que aquéllos...
¿Criminales?...
¿Por qué?...
¿Por haber dado muerte, cara a cara, en buena lid, a algún comisario despótico o algún juez intrigante y venal?...
No. Hombres libres, hombres dignos, hombres muy dignos.
Sarandí, Rincón e Ituzaingó se hizo con ellos.
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 18 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Largo y fino rasgo trazado con tinta roja abarca el naciente.
En la penumbra se advierten, sobre la loma desierta, veinte bultos grandes como ranchos chicos, rodeados por varios centenares de bultos más pequeños esparcidos a corta distancia unos de otros...
Clarea.
De debajo de los veinte bultos grandes, que resultan ser otras tantas carretas, empiezan a salir hombres.
Mientras unos hacen fuego para preparar el amargo, otros, desperezándose, entumidos, se dirigen hacia los bultos chicos, los bueyes, que al verlos aproximar, comprenden que ha llegado el momento de volver al yugo y empiezan a levantarse, con lentitud, con desgano, pero con su resignación inagotable.
Toda la campiña blanquea cubierta por la helada.
Las coyundas, que parecen de vidrio, queman las manos callosas de los gauchos; pero ellos, tan resignados como sus bueyes, soportan estoicamente la inclemencia...
Hace dos días que no se carnea; los fiambres de previsión se terminaron la víspera y hubo que conformarse con media docena de “cimarrones” para “calentar las tripas”.
En seguida, a caballo, picana en ristre.
—¡Vamos Pintao!... ¡Siga Yaguané!...
La posada caravana ha emprendido de nuevo la marcha lenta y penosa por el camino abominable, convertido en lodazal con las copiosas lluvias invernales.
La tropa llevaba ya más de un mes de viaje. Las jornadas se hacían cada vez más cortas, por la progresiva disminución de las fuerzas de la boyada... y todavía faltaban como cincuenta leguas para, llegar a la Capital!...
Con desesperante lentitud va serpenteando, como monstruosa culebra parda, el largo convoy. Las bestias, que aún no han calentado los testuces doloridos, apenas obedecen al clavo de la picana.
Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 26 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.