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autor: Javier de Viana etiqueta: Cuento textos disponibles


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El Gato

Javier de Viana


Cuento


Ningún animal ha sido más discutido que el gato; ningún otro ha tenido a la vez tantos entusiastas panegiristas y tantos enconados detractores; prueba evidente de su superioridad. Es el primer ácrata, el fundador del individualismo, altanero, consciente de sus derechos y sus deberes. Tiene una misión que cumplir en el hogar que lo alberga, y la cumple sin agradecimientos serviles por la hospitalidad y con profundo desdén por el aplauso y la alabanza. Es altivo y valiente. Ocupa poco espacio en la casa, pero ese espacio es suyo, como lo es su personalidad. Si lo fastidian, araña y muerde; si lo provocan, hace frente y se defiende sin considerar el tamaño ni las armas del adversario. No se mete con nadie ni admite que nadie se meta con él. No carece de afectos y sabe corresponderlos a quien, se los profesa, pero sin humildades, sin bajezas, sin adulonerías; trata a todos de igual a igual. Su soberbio individualismo no se prostituye jamás, ni ante la necesidad ni ante la amenaza.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Muerte del Abuelo

Javier de Viana


Cuento


La habitación era grande; las paredes bajas y negras; el piso de tierra de “cupys”, de un color pardo obscuro; la paja del techo parecía una lámina de bronce oxidado, lo mismo que el maderamen, la cumbrera de blanquillo, las tijeras de palma, las alfajías de tacuara.

Y como la pieza tenía por únicas aberturas un ventanillo lateral y una puerta exigua en uno de los mojinetes, reinaba en ella denso crepúsculo.

En el fondo del aposento había un amplio y tosco lecho sobre el que reposaba un anciano en trance de agonía.

Debajo del poncho de paño que le servía de cobertor, advertíase lo que fuera la grande y fuerte armazón de un cuerpo tallado en tronco de un quebracho varias veces centenario.

La respetable cabeza de patriarca, de abundosa melena y su larga barba níveas, con amplia frente, de imperiosa nariz aguileña, posaba plácidamente sobre la almohada.

Una viejecita venerable, sentada a la cabecera de la cama, con el rostro compungido y los ojos agrios y las manos sarmentosas apoyadas en las rodillas, hacía pasar, oculta y lentamente, las cuentas del rosario, mientras sus labios flácidos, plegados sobre las encías desdentadas, se movían con disimulada lentitud formulando sin voz una piadosa plegaria.

Rodeando el lecho y llenando el aposento había una treintena de personas, hombres y mujeres que pintaban canas, hombres y mujeres de rostros juveniles y chicuelos que, sentados en el suelo, con los ojos muy abiertos, parecían amedrentados por la penumbra, el silencio y el aspecto solemne y compungido de los mayores...

Agonizaba el abuelo rodeado de su numerosa prole.

Agonizaba con serena energía.

Sus ochenta y nueve años lo conducían a trasponer las puertas de la vida con merecida placidez al término de tan prolongado y brioso batallar.

Intensificada la sombra, encendieron escuálida vela de sebo.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Justicia

Javier de Viana


Cuento


Dalmiro, mocetón de veintiocho años, era hijo único de Paulino Soriano, rico hacendado en las costas del Yi.

Muerta doña Inés, la patrona, la familia, compuesta de Paulino, Dalmiro y Josefa, —sobrina huérfana recogida y criada en la casa,— holgaba en el caserón.

Cierto que la servidumbre era numerosa: negras abuelas de motas blancas, negras jóvenes y presumidas con su tez de hollín y sus dientes de mazamorra, y un cardumen de negritos y negritas que al arrastrarse por el patio parecían pichones de patos picazos.

Pero todos eran silenciosos.

La adustez del patrón no necesitaba voces para imponerse.

No era malo el viejo gaucho; pero su exagerado espíritu de orden, respeto y justicia, le imponían una rígida severidad.

Amando entrañablemente a su hijo, éste creíalo hostil.

Dalmiro era indolente en el trabajo, brusco en sus maneras, provocativo en su decir; en tanto Bibiano, un peoncito de su misma edad y criados juntos, distinguíase por su incansable laboriosidad, su modestia, su comedimiento y sensatez.

Eran compañeros inseparables y con harta frecuencia don Paulino amonestaba a su flojedad y sus arrebatos, elogiando de paso a Bibiano.

—¡Usté nunca me da razón! —exclamó amoscado, cierta ocasión.

—Porque nunca la tenes, —replicó, severo, el anciano.

Desde entonces el “patroncito” comenzó a tomarle rabia al compañero. Y esa malquerencia fué subiendo de punto al enterarse de que Bibiano requería de amores a Josefa, que ella le correspondía y que don Paulino miraba con agrado la presunta unión.

Y Dalmiro, que nunca se había preocupado de su prima, quiso interponerse, y comenzó a perseguirla, más que con ruegos amorosos, con imposiciones y amenazas. Rechazólo la moza, y ante las lúbricas agresividades de Dalmiro, se vió obligada a poner en conocimiento del patrón lo que ocurría.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Come-Cola

Javier de Viana


Cuento


Malambio Ojeda tenía la mala costumbre de preparar con demasiada lentitud las cosas. En cierta oportunidad debía correr un caballo de su patrón y todo el mundo esperaba una derrota.

La más incrédula era Leonilda, la hija del capataz, quien díjole con mofa cruel:

—¡Lástima de potrillo!... ¡Tan lindo y tener que comer cola!...

—¡Le juego un pañuelo de seda y le doy el campo! —respondió el mozo.

—¡Jugado! —respondió ella en el acto.

Llegó el día de la prueba, y el moro de Malambio ganó por más de dos cuerpos el primer “terno”, no obstante haberle tocado competir con el favorito.

Por eso al volver al camino para la decisión —la lucha entre los tres ganadores de los respectivos “ternos”, nadie aceptaba, sino con gran usura, apuestas contra el moro.

Comenzaron las “partidas”, que Malambio, prudente, decidido a largar con ventaja, prolongó por largo tiempo. Su caballo, hasta entonces tranquilo, se enardeció extremadamente. Leonilda, que a orilla del camino presenciaba la lucha desde el pescante del breack, batió palmas, y gritó:

—¡Come-cola, come-cola!

Malambio púsose tan nervioso como su moro, y cuando bajaron la bandera, largó atravesado, dando lugar a que los contrarios le sacasen una ventaja que de ningún modo pudo recuperar después, y una vez más “comió cola”...

Por la noche hubo gran baile en la pulpería, y el desgraciado mozo decidió corregirse de su exceso de preparación y declararle a Leonilda el amor que de largo tiempo atrás le profesaba. Más de dos horas estuvo preparando las frases con que habría de abordarla. Entró al fin a la sala y díjole:

—Aquí le traigo el pañuelo perdido.

—Tuvo güen gusto —agradeció ella observando la prenda.

—Y espero me conceda esta polca...

Sonrió la moza y respondióle con hiriente ironía:

—¡Comió cola, Malambio!... Estoy comprometida.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

El Poncho Más Pesado

Javier de Viana


Cuento


Don Cantalicio iba con su hijo atravesando el campo. Lo notaba extraño, nervioso, violento; en esto aprovechó para hablarlo.

—¡Ruperto!

—¿Qué quiere, tata? —interrogó el mozo.

Recostados ambos en la culata de la carreta, ambos en ese instante indiferentes a la lluvia que arreciaba, el viejo fijó en su hijo la mirada severa y empezó:

—Vamo arreglar cuentas.

—Yo nunca se las he pedido.

—Porque no tenes derecho... Nunca se las pedí yo a mi padre, pero él a mí, sí, y siempre supe dárselas!

—Vaya diciendo, —rindió el mozo, sometido.

Con expresión más suave, el viejo comenzó:

—P’algo sirven los años y la esperencia. Yo sé que vos estás sufriendo de mal de amores. Palabra de mujer...

—¡Es como renguera ’e perro'... ¡Nu hay que crerla nunca!...

—Y cuando no se cre, se monta a caballo y se marcha; p’algo tiene caballo el gaucho.

—¡Y p’algo tiene facón tamién! —rugió con violencia Ruperto.

Medió un silencio. Con voz más angustiosa que el chirriar de las ruedas de la carreta girando sobre los ejes desengrasados, habló don Cantalicio:

—¡Ya me lo malisiaba!... ¡Tenes las manos manchadas de sangre!... ¡Lo compriendo!... Ella t’engañó... Fuiste en busca ’el rival, se toparon, lo peliastes y te tocó matarlo!... ¡Compriendo!... Es triste... ¡Pero el corazón es una achura que manda más que un ray!... ¡Pobre hijo mío!... ¡Compriendo!...

—¡No compriende!... ¡A quién mate no jué a él!

—¿No jué a él?...

—No. A ella. Le sumí cinco veces el facón!...

Hizo el viejo un brusco ademán, púsose muy pálido, agitó los brazos, tembláronle los dedos y se le nubló la vista. Durante varios minutos permaneció en estado de inconsciencia. Luego, con voz majestuosa, dijo:


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Charla Gaucha

Javier de Viana


Cuento


Algo más de dos horas después de cerrar la noche, habría de ser. Noche asfixiante. El sol había desparramado tanto calor durante el dia, que por la tarde, al retirarse, no lo pudo juntar todo y llevárselo para su cueva de occidente.

Entre nubes pardas, la luna subía la cuesta arriba del cielo; y al encontrarse en alguna como lagunita blanca que la dejaba visible, parecía acelerar la marcha, buscando un nubarrón donde ocultarse.

Las voces que llegaban desde el patio de la estancia, advertían la presencia del patrón y su familia bajo el toldo verde del parral, prefiriendo sin duda, el fastidio de espantar mosquitos y el peligro de los grandes gusanos verdes que suelen caer del zarzo, al horno de zinc de las habitaciones, a esas horas herméticamente cerradas, para impedir la entrada de murciélagos, terror de doña Nicomedes, la patrona.

En el playo de frente al galpón, semidesnudos, echados sobre vellones, la peonada charlaba tomando mate «tibión y labao.»

Los bichos de luz rayaban el cielo en todas direcciones; los «cascarudos» silvadores y hediondos, casi ciegos y borrachos de un todo, pechaban contra un brazo, una cabeza, un muslo, y al caer al suelo sonaban como cosa de importancia, haciendo decir a Faustino:

—Esta sabandija es como nágua’e china comadrona: mucho ruido, mucho viento y al primer apretón se aplasta.

—Pero no jiede.

—¿Qué sabés vos?..

—Es verdá... ¡disculpe, maistro!

Volando muy bajito, sin hacer ruido, los dormilones iban y venían, atiborrándose de insectos en sus, al parecer, giros idiotas.

De rato en rato lloraba algún sapo desde la garganta de alguna culebra que le tenia medio tragado. Un enjambre de insectos pequeñitos zumbaban sin tregua. A veces una lechuza castañeteaba el pico y graznaba lúgubremente desde el negro silencio de la llanura.

—¿Pa qué hará chus chus la lechuza? —interrogó Serapio.


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Publicado el 31 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Como Alpargata

Javier de Viana


Cuento


—¡Ladiate!

—¡Ay!... cuasi me descoyuntas el cuadril con la pechada!...

—¡Y por qué no das lao!...

—Lao!,.. lao!... Dende que nací nu’hago otra cosa que darles lao a tuitos, porque en la cancha e la vida se olvidaron de dejarme senda pa mí! ¡Suerte de oveja!...

Y lentamente arrastrando la pierna dolorida, escupiendo el pasto, refunfuñando reproches, Castillo se alejó; en tanto Faustino, orgulloso de su fuerte juventud triunfadora, iba a recoger admiraciones en un grupo de polleras almidonadas.

—¡Cristiano maula! —exclamó el indiecito Venancio, mirando a Castillo con profundo desprecio. Éste le oyó, se detuvo,y con la cara grande y plácida iluminada por un relámpago de coraje, dijo:

—¿Maula?... ¿Creen que de maula no le quebré la carretilla de un trompazo a ese gallito cacareador?...

—¿De prudente, entonces?...

—De escarmentao. Yo sé que dispués de concluir con ése tendría que empezar con otro y con otro, sin término, como quien cuenta estrellas. ¿Pa qué correrla sabiendo que no he'e ganar, que si me sobra caballo se me atraviesa un aujero, y que si por chiripa gano, me la ha de embrollar el juez?...

Y sin esperar respuesta, continuó alejándose aquel pobre diablo eternamente castigado por las inclemencias de la vida, cordero sin madre que no ha de mamar por más que bale, taba sin suerte que es el ñudo hacer correr!...

—¡Vida de oveja! ¡Vida de oveja! —iba mascullando mientras se alejaba en busca de un fogón abandonado donde pudiese tomar un amargo con la cebadura que otros dejaron cansada, con el agua recocida y tibia.

Allí, en cuclillas, con la pava entre las piernas, con la cabeza gacha, chupaba, chupaba el líquido insulso, sin escuchar las músicas y las risas que desparramaban por el monte las alegrías juveniles. En aquel domingo de holgorio su alma permanecía obscura y desolada. ¡Si su alma no tenía domingos!...


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Publicado el 30 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Rifa del Pardo Abdón

Javier de Viana


Cuento


Bajo el ombú centenario que cerca del galpón ofrece grata sombra en el bochorno de enero, don Ventura, en mangas de camisa y en chancletas, recién levantado de la siesta, amargueaba en compañía de dos viajeros amigos que habían pasado en su casa el medio día.

Amargueaba y charlaba, cuando, caballero en un rocín peli-rojo y pernituerto, llegó al tranquito un muchachuelo haraposo que se quitó zurdamente el chambergo informe, gruñó un «güeñas tardes» y contestó a la indicación de apearse con el siguiente rosario, cantado de un tirón:

—Muchas gracias no señor manda decir mamita que memorias y cómo sigue la señora y que si le quiere hacer el por favor de comprarle un numerito d’esta rifa qu'es una toalla bordada por las muchachas que se corre el domingo en la pulpería e don Manuel en cincuenta números de a un realito cada número porque tiene mucha necesidá y como un favor y qu’es por eso que lo incomoda y que dispense.

Resolló al fin el chico y enseñó una vieja caja de cartón donde debía estar la prenda. Pero don Ventura, sonriendo, lo detuvo con un gesto, sin darle tiempo para enseñarla; y alcanzándole una moneda:

—Toma el realito y andate, —le dijo— yo no dentro nunca en rifas.

Luego dirigiéndose a sus tertulianos:

—Palabra, —exclamó,— no dentro en rifas de ninguna laya; y eso qu’antes era mu dentrador: pero, dende una pitada machaza que me hicieron...

—Ha de ser divertido; largúela pues.

—No, es que ustedes van a decir qu’es cuento, y les asiguro qu’es más verdá qu’el bendito...

—No, don Ventura; ya sabemos que usted no miente, —dijo uno.

—Cuando ronca, — completó el otro.

Y el viejo, que se pirraba por darle a la sin hueso, haciendo caso omiso de la anticipada duda del auditorio, empezó así:


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Publicado el 31 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Oí Cuando Ella Dijo

Javier de Viana


Cuento


—¡Salí! ¡salí! ¡basura!... ¡Vos sos como la flor del cardo, que no se puede oler porque pincha!... ¡Y como la flor del cardo sólo servís pa cuajar la leche!...

—¡Sujeta, Jacinta!...

—¿Pa qué?... Yo estoy acostumbrada a galopiar en cuesta abajo y no les temo a los tucu-tucus.

—¡Jacinta!

—Como siempre he sido zonza y he andao atrás tuyo, siguiéndote como sigue un cordero estraviao de la madre a cualesquiera que cruza el campo, sé que vos tenes parentesco con los aperiases y con las culebras; que te gustan los bañaos onde hay pajas y barro, onde no dentra el sol porque le d’asco, onde no dentran las gentes porque les da repunancía.

—¡Mirá Jacinta!

—Yo m’ensuciao las patas pa seguirte y he visto que sos haragán como lagarto, blando como palo’e seibo y falso como rial d’estaño.

—Mirá china, que yo...

—Vos sos lo mesmo qu’esos sancochos de penca pobre: pura partida, y al largar quedan paraos.

—¡No me calentés, Jacinta!...

—¡Si a vos no te calienta ni el sol de enero... porque si hace sol te acostás bajo un ombú a dormir y roncar como un perro!...

—¡Si yo me enojo... Jacinta...!

—¡Enójate de una vez!.., ¿En qué topa que no dentra, mozo?... ¡Yo no tengo miedo al rayo, y entre vos y el rayo,.. fíjate sí hay que galopiar, Lucindo!

—Si yo juese rayo...

—Yo me vestiría de blanco, trotaría por las cuchillas y cuando castigase mucho el aguacero, me apearía al pie de un árbol copudo!... ¡Ja, já, já!... Si vos jueses rayo, si todos los rayos juesen como vos, los rayos, sabes, serian más mansos que terneros guachos y no harían mal a naides!

—¡Jacinta!... ¿Vos cres que yo soy maula?...


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Publicado el 4 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

No-ha-de

Javier de Viana


Cuento


La vió una tarde en que paseaba distraído por las pardas barrancas y arenosos zanjones del humilde barrio llamado—en la orgullosa ciudad de las siete Corrientes— Cambacuá; y que es, efectivamente, la cueva de los negros, de los pocos negros subsistentes en la vieja tierra indiana.

Él descendía, admirando el agreste paisaje, cuando ella ascendía, inclinado el cuerpo con el peso de la enorme cesta que llevaba al brazo. La vió y quedó fascinado.

Era muy joven y de una perfecta hermosura indígena. Los grandes ojos negros, iluminaban su esférico rostro broncíneo; bajo la naricita respingada, que dijérase la chimenea de una fragua para fundir metales de amor, abríanse en expansión florácea los carnosos labios trémulos; las cúspides de los senos nacientes se insinuaban tras el ténue percal de la bata; las caderas opulentas y los muslos torneados y firmes trasmitían extremecimientos tentadores a la roja pollera de saraza; las piernas desnudas, admirablemente modeladas, parecían dos columnas de cobre reposando sobre unos pies de princesa.

Varias mañanas, en esas luminosas mañanas correntinas en que el aire embriaga con el aliento capitoso de los azahares, la vió pasar con la cesta de chipá, torta de mandioca que la madre amasaba en la noche y ella iba a vender en el mercado.

Un día se atrevió a interpelarla.

—¿Quiere venderme todos los chipá? —le dijo.

La criolla se detuvo sorprendida, lo miró, sonrió y desdeñosamente echó a andar diciendo:

—No-ha-de.

Jacobo no atinó una respuesta, desconcertado por la actitud y por la voz de la morocha. Sin embargo, su admiración crecía y todas las mañanas y todas las tardes, iba, casi automáticamente, a pasear por las barrancas, pretextando el encanto del paisaje, pero en realidad por el deseo de verla pasar, siempre seria y huraña.


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Publicado el 5 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

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