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autor: Javier de Viana etiqueta: Cuento textos disponibles


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Se Seca la Glicina

Javier de Viana


Cuento


Gasas violetas van invadiendo el cielo que tachona el valle. Espésanse en la hondonada la sombra y el silencio, mientras en lo alto de la gradería rocosa de la montaña, flotan aún, en vaho de argento, las últimas luces del sol muriente, marginando la ancha culebra del río, cuyo brillo, al igual de las nieves solemnes de las cumbres, desafía las sombras más densas de las noches más lóbregas.

En medio de ese silencio y de esa quietud, Eva avanza lentamente por el valle, arreando su majadita de chivas.

Sin par tristeza ensombrece el rostro de la linda paisana. Sus ojos parecen más grandes, más negros, más profundos, destacándose en la palidez de la piel como dos «salamancas» gemelas abiertas sobre los riscos nevados.

Mientras con la vara de jarilla acaricia, —más que castiga,— a los chivatos retozones, la criolla canta. Canta con ritmo funerario una canción de angustia que se pierde sin eco en el sosiego del valle soñoliento...


Si alguna vez en tu pecho,
¡ay! ¡ay! ¡ay!...
a mi cariño no abrigas,
engáñalo como a un niño,
pero nunca se lo digas!...
Engáñalo como a un niño,
¡ay! ¡ay! ¡ay!
pero nunca se lo digas!...


Y era cual medrosa imploración de un niño sorprendido por la noche en desconocida vereda de la montaña; imploración ténue y tristísima, pues que se sabe la ineficacia del ruego y la imposibilidad del auxilio...


Mi amor’se muere de frío...
¡ay¡ ¡ay! ¡ay!...
porque tu pecho de roca
no le quiere dar asilo...
Porque tu pecho de roca,
¡ay! ¡ay! ¡ay!
no le quiere dar asilo! ...


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2 págs. / 5 minutos / 31 visitas.

Publicado el 8 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Conversando

Javier de Viana


Cuento


—...Era pa decirle, mi tío, que me pensaba casar...

—¿Casar?

—La muchacha... usted sabe, l’hija’el puestero don Esmil... la muchacha es güeña...

—¿Güeña?...

—¡Tan güeña!.. Trabajadora como un güey, mansa como lechera de ordeñar sin manea, y como un perro ’e fiel, fiel hasta ser cargosa.

—¿Cargosa?

—Cargosa ansina, por demasíao bondá ¿compriende?

—Compriendo: es como maleta demasiao llena que fastidea al montar.

—¡Clavao!... Sólo que, usté sabe, mi tío, que una maleta hinchada, incomoda un poco la asentadera, pero se tiene la satisfación de que en llegando al rancho no le falta a uno nada.

—¡Hum!... No le falta a uno nada, o le falta todo: maleta demasiao cargada, es muy fácil de perder!... Los gauchos de aura viajan en caballo ’e tiro y si les toca hacer noche en despoblao, atan el flete a soga y un zorro les corta el maniador, quedan a pie y embobaos, cantándole un triste a la estaca. Cuando yo era gaucho, mi reserva eran las boleadoras, y, gracias a Dios, mi recao no anduvo nunca sobre mi lomo!...

—¿Y de hay colige mi tío?...


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 30 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Soledad

Javier de Viana


Cuento


Había una sierra baja, lampiña, insignificante, que parecía una arruga de la tierra. En un canalizo de bordes rojos, se estancaba el agua turbia, salobre, recalentada por el sol.

A la derecha del canalizo, extendíase una meseta de campo ruin, donde amarilleaban las masiegas de paja brava y cola de zorro, y que se iba allá lejos, hasta el fondo del horizonte, desierta y desolada y fastidiosa como el zumbido de una misma idea repetida sin cesar.

A la izquierda, formando como costurón rugoso de un gris opaco, el serrijón se replegaba sobre sí mismo, dibujando una curva irregular salpicada de asperezas. Y en la cumbre, en donde las rocas parecen hendidas por un tajo de bruto, ha crecido un canelón que tiene el tronco torcido y jiboso, la copa semejante a cabeza despeinada y en conjunto, el aspecto de una contorsión dolorosa que naciera del tormento de sus raíces aprisionadas, oprimidas, por las rocas donde está enclavado.

Casi al pie del árbol solitario, dormitaba una choza que parecía construida para servir de albergue a la miseria; pero a una miseria altanera, rencorosa, de aristas cortantes y de agujados vértices. Más allá, los lastrales sin defensa y los picachos adustos, se sucedían prolongándose en ancha extensión desierta que mostraba al ardoroso sol de enero la vergüenza de su desolada aridez. Y en todas partes, a los cuatro vientos de la rosa, y hasta en el cielo, de un azul uniforme, se notaba idéntica expresión de infinita y abrumadora soledad.

No cantaban los chajaes en el pajonal vecino, ni gritaban los teros a la vera del cañadón menguado, ni silbaban, volando al ras del suelo, sobre las masiegas de paja mansa, las tímidas perdices. La naturaleza allí, no tiene lengua; el corazón de la tierra no palpita allí. El sol abrasador del mes de enero, calcina las rocas, agrieta el suelo, achicharra las yerbas, seca los regatos, y sin embargo, se siente frío en aquel sitio.


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2 págs. / 4 minutos / 34 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

El Triunfo de las Flores

Javier de Viana


Cuento


Haces de anchas hojas de palma y guirnaldas de flores de ceibo, constituían casi el único adorno del grande y modesto salón, desde cuyo testero, en medio de un trofeo formado con banderas argentinas e italianas presidía la roja cruz de Savoya.

Era el 20 de septiembre y, como todos los años la colectividad italiana festejaba con lucidas fiestas sociales la fecha coronaria del resurgimiento.

No obstante su amplitud, el salón resultaba insuficiente, pues además de la casi totalidad de las familias de la capital chaqueña, otras muchas habían acudido de las colonias inmediatas y de la vecina Corrientes.

Veíanse mezclados, en un ambiente de franca y alegre armonía, el modesto industrial y el acaudalado capitalista; las altas autoridades y sus más modestos subordinados; los viejos comerciantes, reposados y toscos, con los elegantes y bulliciosos oficialitos de la guarnición; las esbeltas y distinguidas damas de la capital correntina, con las tímidas muchachas campesinas, frescas y lindas como las flores que amenguan la adustez de las selvas chaqueñas.

En medio de la general alegría que comunicaba la música, las luces, las expansiones juveniles y un poco también el barbera espumante, sólo Baldomero Taladríz vagaba triste, indiferente, refractario al calor de aquel ambiente de diversión y de contento.

El presidente de la comisión del Círculo, un viejito garibaldino, comunicativo y jovial, al verlo melancólicamente recostado al quicial de una puerta, se le acercó diligente, diciéndole con afabilidad:

—¿Por qué no baila, don Baldomero?

—¿Bailar yo? —replicó con aspereza Taladriz.

—Entonces, vamos a tomar un copetín, —insinuó el viejo, y tomando de! brazo al criollo adusto, lo condujo al buffet.


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2 págs. / 5 minutos / 24 visitas.

Publicado el 30 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Por el Nene

Javier de Viana


Cuento


Bien dice la filosofía gaucha que cuando un rancho se empieza a llover, es al ñudo remendar la quincha.

La vida había ofrecido a Pío Barreto un rancho pequeño pero abrigado, cómodo y lindo. Con sus ahorros de trabajador juicioso, sin vicios, logró adquirir un pedacito de campo. Una majada de quinientas ovejas, media docena de lecheras, otra media docenas de caballos, tres yuntas de bueyes y una extensa chacra —que él sólo roturaba, sembraba, carpía y recolectaba— permitíanle vivir desahogadamente.

Y su mujer, linda, buena y hacendosa, y su hijito, sano y alegre como un cachorro, y su santo padre, el viejo Exaltación, ensolecían su existencia, pagando con creces sus fatigas.

Pío contaba cuarenta años; su mujer Eva, treinta; cinco el perjeño y el abuelo... muchos.

Nunca un altercado, nunca una discordia en aquella casa, donde —bueno es decirio— no se conocían los parejeros, ni los naipes, ni las bebidas alcohólicas.

Asemejábase aquel hogar a la cañada que corría a dos cuadras de las casas: las aguas siempre puras, viajaban siempre con el mismo lento ritmo, sin remover ia piedrecillas del lecho y sin asustar con rugientes brusquedades a las plácidas plateadas mojarritas que en copiosos cardúmenes pirueteaban disputándose las hojas carnosas de los berros que enverdecían las riberas del regato.

Pero un día cayó una centella sobre el mojinete del rancho y el olor de azufre ausentó para siempre la alegría de aquel sitio: una tarde, mientras Pío recorría su compito, repuntando la majada, se sintieron desde las casas dos tiros. Y como al llegar la noche, Pío no regresara, el viejo, alarmado, ensilló y fuese al campo.

En un bajío, junto a las pajas, se encontró con el cadáver de su hijo...

Lo velaron, lo enterraron.


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3 págs. / 5 minutos / 24 visitas.

Publicado el 30 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Más Oveja que la Oveja

Javier de Viana


Cuento


Y sin hacerse rogar más, don Indalecio comenzó de esta manera:

—La justicia lo condenó pa treinta años... Yo no sé; ninguno de nosotros sabemos de esas cosas, porque la ley es muy escura y más enredada que lengua de tartamudo... pero pa mí qu’el pobre Sabiniano no era merecedor d’esa pena... ¿A ustedes que les parece? ...

—¡Qué nos va a parecer!... ¡Que p’abrír sentencia carece conocer el hecho; y hast’aura usté, se lo pasó escarsiando sin largar la carrera!

—Jué cosa simple. A Graciana, la mujer de

Sabiniano, se le antojó un día que se juese a comprar una botella'e miel de caña ...

—¿Se habrá cansao de la caña con ruda?

—No interrumpás... Ella dijo que se l’había mandao la entendida p’al mal de riñones, por culpa del cual se l'hinchaban bárbaramente los pieses.

Ese día era domingo, llovía como mundo, la pulpería distaba tres leguas, y Sabiniano había largao la víspera su lobuno cansadazo dispués de haber trabajao de sol a sol en el aparte del Rodeo Grande de la Estancia.

—«Tené pasencia hasta mañana —propuso él; y ella, enfurecida, l'escupió esto:

—«¡Siempre has de ser el mesmo cochino!... ¡Sos capaz de dejarme morir por no tomarte una molestia y gastar unos centavos pa mi salú!... ¡Y eso que yo echo los bofes pa servirte como si juese una piona! ...

Sabiniano recordó que desde veinte días atrás llevaba la misma ropa interior porque su mujer «no había tenido tiempo» de lavarle y plancharle otra muda; y que tuvo que coser él mismo el rasgón que le hizo una «uña de ñapinday» mientras «leñaba» en el monte; y que la mayor parte de los atardeceres, cuando volvía cansao del trabajo, tenía que hacer juego y calentar la comida, porque ella cenaba temprano pa tener tiempo de dir a casa de alguna comadre de la ranchería pa prosiar desollando vivos a conocidos y conocidas...


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2 págs. / 4 minutos / 23 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Cuando la Leña es Fuerte

Javier de Viana


Cuento


El puesto de don Epifanio estaba situado a quince cuadras del Arroyo Malo, que forma allí una hoz pronunciada.

Por el este, y casi desde encima de las casas, el parque de frondosos eucaliptos y el monte frutal que aquel resguarda de los vientos malos, se extienden hasta confundirse en el bosque, espeso y sucio que bordea el río. Ábrese allí la boca de una angostísima, tortuosa y escondida «picada», de muy pocos conocida. Aparte de ella no se encuentra otro vado hasta el Paso del Sauce, cinco leguas más abajo de su curso.

Al sur de las poblaciones, se extendían la huerta y la chacra, —un maizal de treinta hectáreas de extensión,— y que llegaba hasta la linde del estero, que en ese paraje, servía de vanguardia al bosque del arroyo. El pajonal era en aquel sitio, tupido como gramilla y con más de dos metros de altura. Hondos zanjones y pérfidas ciénagas dormían ocultas, como recelosos ofidios y en connivencia con ellos, dispuestos a tragarse al viajero que se aventurara temerariamente por allí.

El arroyo Malo no usurpa su nombre. Su cauce es en partes encajonado, de fondo peñascoso y de violento empuje.

Es malo, en verdad, aquel curso de agua, y reúne las tres condiciones esenciales e indispensables para ser eficazmente malo: la fuerza, la perfidia y el disimulo. Como todos lo creen insignificante, lo desprecian y él, taimado, a quien no puede estrangular con los músculos de su corriente formidable, lo sumerge y lo asfixia en el lodo pestilente del tremedal...

Como el puesto de don Epifanio estaba enclavado en aquel rincón sin tránsito, muy pocas personas conocían los secretos del arroyo en su conjunto. La margen opuesta servia de fondo a un inmenso potrero cubierto de esteros, espadaña y paja brava, donde los ganados no penetraban nunca, y las gentes menos.


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2 págs. / 4 minutos / 22 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Captura Imposible

Javier de Viana


Cuento


El hecho ocurrió en una provincia muy próxima a la capital, y en una época nada remota. Se impone esta advertencia, porque, de haber sucedido en el lejano norte, y durante el caos de la organización nacional, ofrecería un interés muy relativo.

Contó el caso ante numeroso auditorio, reunido en la trastienda de la pulpería principal del pago, don Melitón Zavaleta, viejo gaucho que, en sus ochenta años de vida campasina, «había visto —en su decir— de todo, menos caballos verdes, burros parejeros y justicia justiciera».

—En el tiempo de antes vide muchas cosas fieras: vide paisanos güenos palenquiaos como potros, p’hacerles aflojar el cogote; vide otros a quienes les sobaron los costillares a talerazos y vide otras cosas entuavía piores, que no las digo porque de sólo mentarlas me se descompone el estómago...

—¿Y a usted no le salpicó el barro?

—En aquel entonces,... y áura es cuasi lo mesmo,... defender la justicia era dir contra l’autoridá... Tapemo el cuerpo’el dijunto con el poncho del olvido... y vamo al cuento, qu’es achura de vaca ricién carniada...

—A mí me lo contó el escribiente de la polecía de... no quiero decir de ande, porque quien tiene esperiencia tiene sencia y el diablo sabe más por viejo que por lo que aprendió en la escuela.

—¿Hay escuelas en el infierno?

—¡Dejuro qui’a de haber!

—Pero máistros no, porque siendo la vida pa ellos un infierno, deben estar en el paraíso por santos.

—O en el purgatorio, por zonzos.

—Bueno —intervino el almacenero—dejenló a don Melitón que termine su cuento.

—Ya lo viá rematar... Es el caso que un gran comerciante’e la capital mardó a la provincia un... yo no mi acuerdo cómo los llaman... vichador... ambulante... no mi acuerdo...

—¿Un corredor?


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Publicado el 2 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Lo que se Escribe en Pizarras

Javier de Viana


Cuento


La sobremesa se había prolongado más de lo habitual. El fogón estaba moribundo y las grandes brasas, reducidas a como pequeños rubíes engarzados en la plata de la ceniza, carecían ya de fuerza para mantener, siquiera tibia, el agua de la pava. El sueño iba embozando las conversaciones, y con frecuencia los dedos negros y velludos tapiaban, cual una reja, las bocas, para impedir que los bostezos escaparan en tropel bullicioso.

Don Bruno, el tropero, que llevaba ya tres días de permanencia en la estancia, fue el primero en ponerse de pié, diciendo:

—Ya es hora de dir a estirar los güesos y darle un poco ’e gusto al ojo, que mañana hay qu’estar de punta al primer canto ’el gallo.

—¿De modo que ya nos deja? —preguntó por urbanidad el estanciero.

—A la juerza. Primero que ya el incomodo es mucho, y dispués, agua que no corre se pudre.

Don Bruno salió en compañía de Naverio, a quien dijo cuando estuvieron solos:

—Yo no espero más; por cumplir la promesa que le hice a tu finao padre, he venido a buscarte ofreciéndote mi ayuda. No puedo esperar más: o venís mañana conmigo, o arréglate por tu cuenta. ¿Has entendido?

—Sí, padrino,—respondió el mozo.

—Güeno ¿vamos a dormir?

—Vaya diendo, ya lo sigo.

Cuando el tropero entró al cuarto de huéspedes, Niverio fué sigilosamente hacia el portón que cerraba el patio de la estancia.

Goyita lo esperaba impaciente.

—¡Cómo has tardado! —reprochó.

—Había que decidirse, —respondió con tristeza el mozo.

—¿Te vas?


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2 págs. / 4 minutos / 19 visitas.

Publicado el 2 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Un Despertar

Javier de Viana


Cuento


Había cerrado la noche, y agotada la grasa del candil, la cocina hallábase casi en tinieblas, pues las brasas del fogón apenas iluminaban débilmente y a intervalos, el rostro de Peregrina, quien se sorprendió cuando Cleto, casi al lado suyo, le dió cariñosamente las buenas noches.

Sin acritud, pero con firmeza, advirtióle la joven:

—Ya sabes que no debemos encontrarnos solos... ¿Qué querías?

—Verte.

—Si no andás con los ojos cerrados, me podés ver todo el día; y más mejor que aura, en lo oscuro.

—Y hablarte.

—Yo no te puedo escuchar; ya te lo dije ves pasada, y vos me prometiste respetar mis razones.

—¡Pero es que no puedo olvidar! —gimió el mozo.

—Yo tampoco te olvido.

—¡No puedo resinarme a verte casada con otro!...

—¡Yo tengo que resinarme y sufrir más que vos, acollarada a un hombre que nunca podré querer, pero al cual he de serle fiel toda la vida!...

—¡Y me condenás a quedar como ternero guacho?

—Casi siempre vale más criarse guacho que alimentao por una madrasta!

Con voz ahogada por la pena, gimió el mozo:

—¡Ya no me querés!... Tu amor jué una linda fruta que se cayó verde del árbol.

—¡Quizás por demasiado grande!

—¡Tal vez por falta ’e juerza!... Dende perjeños juimos amiguitos, y eramos entuavía unos mocosos, cuando una tarde, en la orilla’el arroyo, juramos que habríamos de ser marido y mujer, que habríamos de pasar la vida juntitos como el casal de torcazas qu’en ese mesmo estante s’acariciaban sobre una rama del tala grande que cuida la boca de la picada!...

Yo te marqué en la boca con un beso y vos pusistes en mi boca la marca de tus labios!... ¡Marcas a juego, Peregrina!... y esas marcas no se borran!...

—¡Ya lo sé, ya lo sé! —respondió sollozando la moza.

Y luego, en arranque violento y desesperado, exclamó:


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3 págs. / 5 minutos / 26 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

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