Recogida y Ronda
Javier de Viana
Cuento
Ruda fué la jornada.
El Lucero ardía aún como brasa de espinillo en la orillita del horizonte, y apenas con ocho o diez cimarrones en el buche, la peonada, obedeciendo militarmente a la orden del patrón, montó a caballo.
Había que hacer una gran recogida de hacienda baguala, arrancar el toraje bravío de su refugio en la selva semivirgen, exponerse al embiste de las astas formidables y a las temibles costaladas en los rápidos virajes impuestos para esquivarlas; pasarse todo el día sin comer, acalambrarse las piernas en el continuo galopar, transir los brazos en el manejo de la rienda, de las boleadoras y del lazo...
Cerradas estaban ya las puertas del día al terminar la “parada de rodeo”.
Mas la tarea de los centauros no había terminado aún. Ni los peligros tampoco; la ronda, en campo abierto y con torada y vacaje montaraz, resultaba más arriesgada todavía que el aparear las reses y conducirlas al ceñuelo.
El patrón distribuyó los “cuartos de ronda”.
El último enlazó, desolló, carneó una vaquillona, hizo fuego, fué al arroyo por agua para preparar las “pavas” del amargo.
Churrasquear por turno, de prisa, sin tiempo casi para desentumir las piernas, dormir dos o tres horas sobre la grama, teniendo a mano la estaca que asegura el “mancador” del caballo al cual, por precaución, sólo se le ha quitado el freno y aflojado la cincha...
Y al clarear el día siguiente enhorquetarse y marchar arreando fieras...
¿Fatiga?
¡Nunca!
¿Protestas?
¡Jamás!
¿Miedos?
¡Oh!... Una madre gaucha que hubiese parido un hijo maula sería capaz de mascar cicuta y de tragar víboras vivas para que destruyeran su vientre infamado!...
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.