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autor: Javier de Viana etiqueta: Cuento textos disponibles


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Horqueta en las Dos Orejas

Javier de Viana


Cuento


Para Andrés y Pablo.


El que construyó la Azotea del palo-a-pique debió ser un atormentado neurasténico: en las diez mil hectáreas, que entonces componían la heredad, no era posible hallar sitio menos apropiado para una población.

Alzábase la casa sobre un cerrillo pedregoso, casi rodeado, en curva estrecha, por un arroyo arbolado, que corría en el fondo; los vientos del sur, pasando sobre el bosque, azotaban furiosamente el cerro y la azotea que le servía de casquete; y los vientos del este, galopando en libertad por la cuchilla, iban a desparramar allí sus furias ladradoras.

El frente principal del edificio miraba al sur; el otro al oeste, como hecho expreso para que las humedades completasen la acción dañina de los vientos. Y por demás está decir que no había un sólo árbol. ¡Qué árbol iba a arraigar en aquel macizo granítico, donde fueron menester el barreno y la dinamita para abrir los cimientos!… De allí al paso real —único que existía en más de una legua de río— la distancia no era mayor de tres cuadras; pero de tal proclive y de tal modo erizado de guijarros y agrietado de zanjas, que para ir por leña al monte o por agua a la laguna, la carreta o la rastra debían ejecutar un rodeo de unos tres cuartos de legua por lo menos.

Sembrar, no se podía sembrar nada entre aquellas peñas donde la tierra, traída en las alas de un viento, se iba en alas de otro viento. Ni pasto nacía; apenas aquí y allá algunas maciegas de hierba larga, dura y rígida que hasta las chivas despreciaban.


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

El Triunfo de las Flores

Javier de Viana


Cuento


Haces de anchas hojas de palma y guirnaldas de flores de ceibo, constituían casi el único adorno del grande y modesto salón, desde cuyo testero, en medio de un trofeo formado con banderas argentinas e italianas presidía la roja cruz de Savoya.

Era el 20 de septiembre y, como todos los años la colectividad italiana festejaba con lucidas fiestas sociales la fecha coronaria del resurgimiento.

No obstante su amplitud, el salón resultaba insuficiente, pues además de la casi totalidad de las familias de la capital chaqueña, otras muchas habían acudido de las colonias inmediatas y de la vecina Corrientes.

Veíanse mezclados, en un ambiente de franca y alegre armonía, el modesto industrial y el acaudalado capitalista; las altas autoridades y sus más modestos subordinados; los viejos comerciantes, reposados y toscos, con los elegantes y bulliciosos oficialitos de la guarnición; las esbeltas y distinguidas damas de la capital correntina, con las tímidas muchachas campesinas, frescas y lindas como las flores que amenguan la adustez de las selvas chaqueñas.

En medio de la general alegría que comunicaba la música, las luces, las expansiones juveniles y un poco también el barbera espumante, sólo Baldomero Taladríz vagaba triste, indiferente, refractario al calor de aquel ambiente de diversión y de contento.

El presidente de la comisión del Círculo, un viejito garibaldino, comunicativo y jovial, al verlo melancólicamente recostado al quicial de una puerta, se le acercó diligente, diciéndole con afabilidad:

—¿Por qué no baila, don Baldomero?

—¿Bailar yo? —replicó con aspereza Taladriz.

—Entonces, vamos a tomar un copetín, —insinuó el viejo, y tomando de! brazo al criollo adusto, lo condujo al buffet.


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Publicado el 30 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Lazo

Javier de Viana


Cuento


Ocho tientos, nada más que ocho tientos...

¡Cuánta ciencia se requiere para elegir y preparar el cuero, cortar, emparejar y sobar a mordaza esos largos y delgados filamentos de piel, que el arte del trenzador convertirá luego en cable de acero.

El cuchillito “mangorrero” hace prodigios en la labor preliminar de afinar y emparejar. El trenzador es generalmente un gaucho de barbas tordillas, —tordillas blancas, como el pelo de los tordillos viejos,— pero el pulso es sereno y firme; para el gaucho de ley hay dos cosas que no tiemblan nunca por más llenas de años que lleven las maletas de la vida: el pulso y el corazón.

Preparados los tientos, entra a operar el artista, que, aparte de su habilidad, parece tener mucha fuerza en las muñecas y mucha saliva en la boca...

Una buena friega con hígados de novillo recién carneado, y ya está pronto el admirable instrumento campero, con el cual harán prodigios la destreza y el temerario arrojo de los centauros.

Esa obra prolija y sabia del viejo paisano va a ser factor importantísimo en la fundación de la industria nacional.

Substituyendo con frecuencia la brutalidad de las boleadoras, él capturará el potro que defiende su libertad en frenéticas carreras por las llanuras y por las serranías.

Y él cautivará al toro indómito que ha de convertirse, bajo el peso del yugo, con el arado o la carreta, en eficaz colaborador del hombre en aquella lucha titánica de la civilización del desierto.

Y con su ayuda las vacas montaraces serán domesticadas, convertidas en bondadosas lecheras.

Y, en casos dados, también servirá para pelear con las fieras, los yaguaretés y los pumas y los perros cimarrones, que sembraban el terror en el despoblado.

Y en el vado de un arroyo crecido, será maroma para jardineras y diligencias.


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Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Las Tormentas

Javier de Viana


Cuento


Para Artidoro de Viana.


Muere el día, estrangulado por un dogal de fuego.

En el poniente, el rojo cárdeno del sol que se va como con rabia, hace levantar de la tierra un vapor gríseo, parecido á la humareda de un asado que se quema.

En el oriente, ensombrecido ya, negrea, cual curva y enorme ceja de criolla, el monte espeso y bravío que borda las márgenes de un arroyo al que no sin razón le llaman «Malo».

Desde esa barrera obscura hasta el incendio crepuscular del occidente, la tierra y el cielo van ofreciendo suave graduación de luz, perfectamente abarcable á la vista desde el lomo empinado de la cuchilla.

En la amplia extensión del campo, sobre las lomas, los vacunos ambulan aún, indecisos, irresolutos, sin ánimo para seguir triscando la hierba y sin decisión para tenderse sobre ella y entregarse á la melancólica función de la rumia, que es, para las bestias, como prolijo recuento de lo ganado en el día.

Un ternero extraviado de la madre, bala lastimosamente á la distancia; y la madre, volviendo la pesada cabeza y buscándole con sus grandes ojos redondos, llenos de bondad y de pena, le responde con otro balido más angustioso aún.

Por los llanos, ya ennegrecidos, se encaminan lentamente hacia el rodeo, balando y tosiendo, las majadas.

Al ras de la tierra se escurren las perdices silbando con infinita melancolía, y pasan por delante de las cachilas, que de pie, inmóviles, junto á la maciega parecen esperar resignadamente algo maléfico.

En lo alto, tendidas y quietas las grandes alas potentes, planea un caraneho, ambarado el plumaje y enrojecidas, las pupilas por los reflejos del sol muriente; y, rígidas sobre los postes del alambrado, las lechuzas, esponjando el ropaje gris, lanzan de rato en rato un graznido más prolongado y más lúgubre que de costumbre.


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Publicado el 21 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Saca Chispas

Javier de Viana


Cuento


Un tipo original Eloy Larraya. Bajo, delgado, nervioso, tenía un rostro fino, casi glabro, y una hermosa cabeza poblada de rubia, larga y ensortijada cabellera.

La causa más insignificante lo excitaba haciéndole proferir tremendas amenazas. Sus compañeros, que lo habían apodado «Sacachispas», gozaban urdiendo chismes, contando que fulano, en tal parte se había expresado en tales términos, ofensivos para él.

Sea que lo creyese, o que fingiera creerlo, Eloy montaba en cólera, agitábase violentamente y rompía en tremendos apóstrofes:

—¡En cuanto me tope con ese cascarudo le vi'a dejar el cuero como espumadera, a juerza 'e chuzazos!...

—¿Conque... pica al naco, aparcero?—mofóse uno de los peones.

—¡Con esta fariñera!—replicó Sacachispas, desenvainando una descomunal cuchilla, que, lo mismo que el pistolón calibre dieciséis, sólo para dormir quitábaselo de la cintura... Y eso, no siempre.

Otro peón observó burlonamente:

—No importa qu'el lazo sea largo si falta juerza en el puño pa largarlo hasta las guampas del animal!

—¡Pa sirsiorarse no tienen más que probarme!..

—Nosotros no, hermano; pero no ha'e faltar quien quiera darte un cotejo, con ganas de ver si tu daga saca chispas como tu labia.

Los enojos de Eloy se apaciguaban con la misma rapidez con que nacían.

—La corro con el qu'enfrene,—dijo, y salió del galpón tranquilamente, esperando encontrar en la cocina a Dalmacia, la chinita retrechera por la cual se derretía hacía meses.

Estaba allí, en efecto, fregando prolijamente la vajilla. Él la piropeó:

—¡A tuito lo que usté toca le saca brillo!

—Cada uno hace lo que puede—respondió irónica;—usté saca chispas, yo saco brillo.

—¡Y chispas también sabe sacar!... Hace tiempo que tengo el corazón quemao con el chisperio'e sus ojos.

Rió Dalmacia y replicó despiadada:


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Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Inmolación

Javier de Viana


Cuento


La vieja ciudad provinciana se había remozado en un reducido perímetro social. Allí, la casa de gobierno, de la legislatura, de la municipalidad, del colegio normal y de algunos edificios particulares, atestiguaban con sus varios pisos, sus boardillas y sus torrecillas pretenciosas, la modernización que tiende a hacer las ciudades todas iguales, como trajes de confección.

Empero, alejándose cuatro o cinco cuadras de la plaza central, reaparecía la ciudad antigua, campechana y alegre, las casitas bajas con ventanillas enrejadas y techumbres de teja, sobrepasadas por las cabezas de los grandes árboles que protegían la opulenta vegetación floreal, encanto de los amplios patios.

Poco antes de llegar a la orilla del pueblo, había una de esas casitas blancas, semi escondidas entre frondosas acacias y tupidas trepadoras.

Moraba allí la familia Ramírez, la familia más feliz del mundo, según la aseveración unánime de los habitantes del pueblo.

Don Silvestre era un sesentón robusto, obeso y de rostro fresco aún, plácido y alegre.

Su esposa, misia Anita, era gruesa también; los años habían deformado su cuerpo, que no conservaba ni vestigio de cintura; empero, dentro del marco de una copiosa cabellera casi blanca, veíase una cara fina, un cutis terso, sin una arruga y unos lindos ojos castaños, vivaces y de bondadosa expresión.

Llevaban más de veinticinco años de casados, y el mutuo cariño que se profesaban iba en aumento a medida que declinaban sus existencias transcurridas en la felicidad nada común.


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Publicado el 1 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

En las Cuchillas

Javier de Viana


Cuento


Dedicado a Fructuoso del Puerto

La primera vez que le bolearon el caballo tuvo tiempo para tirarse al suelo, cortar las sogas y montar de salto; pingo manso, blando de boca y ligero para partir, el tordillo recuperó de un solo bote el corto tiempo perdido. El segundo tiro de bolas lo paró en el astil de la lanza, donde las tres marías se enroscaron á la manera de culebras que juegan en las cuchillas durante el sol de las siestas, y como el jinete viera que las piedras eran bien trabajadas—piedras charrúas, seguramente—, que el "retobo" era nuevo y en piel de lagarto y las sogas de cuero de potro, delgadas y fuertes, pasó rápidamente bajo los cojinillos la prenda apresada. Y siguió huyendo, con las piernas encogidas, sueltos los estribos que cencerreaban por debajo de la barriga del caballo, y el cuerpo echado hacia adelante, tan hacia adelante, que las barbas largas del hombre se mezclaban con las abundosas crines del bruto. Con la mano izquierda sujetaba las bridas, tomadas cerquita del freno, por la mitad de la segunda "yapa", tocando á veces las orejas del animal. En la mano derecha llevaba la lanza, cuyo regatón metálico iba arrastrando por el suelo y cuya banderola blanca, manchada de rojo, flotaba arriba, castigando el rejón, sacudida por el viento. De la muñeca de la misma mano iba pendiente por la manija de cuero sobado un rebenque corto, grueso, trenzado, con grande argolla de plata y ancha "sotera" dura.

Alentado por los repetidos ¡hop!... ¡hop!... del jinete, el tordillo se estiraba—"clavaba la uña"—con sordo golpear de cascos sobre la cuchilla alta, dura, seca, quemada, lisa como un arenal y larga como el río Negro: todo igual, lo andado y lo por andar.


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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Filosofía

Javier de Viana


Cuento


—Nunca carece apurarse pa pensar las cosas, pero siempre hay que apurarse p'hacerlas, —explicaba el viejo Pancho.— Antes d'emprender un viaje se debe carcular bien el rumbo y dispués seguirlo sin dir pidiendo opiniones que con seguridá lo ostravean.

Y si hay que vandiar un arroyo crecido y que uno no conoce, por lo consiguiente, cavilar pu'ande ha de cáir y pu’ande v'abrir y cerrar los ojos: Dios y el güen tino lo han de sacar en ancas.

Dicen que “vale más rodiar que rodar”, pero yo creo que quien despunta un bañao por considerarlo fiero, o camina río abajo esperando encontrar paso mejor, o quien ladea una sierra temiendo espinar el caballo, no llega nunca o llega tarde a su destino.

—¿Y pa casarse? —preguntó irónicamente al narrador, celibatario irreductible, don Mateo.

—Pa casarse hay que pensar muchísimo. De día cuando se ve la novia y está cerca; de noche cuando está lejos y no ve... Pa casarse hay que pensar muchísimo, y...

—¿Y?...

—Y cuando se ha pensao muchísimo, sólo un bobeta se casa.


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1 pág. / 1 minuto / 92 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Los Inservibles

Javier de Viana


Cuento


Alto, flaco, cargado de espaldas, la cara ancha, larga, color ocre, el labio inferior perezosamente caído, los grandes ojos pardos llenos de inteligencia, solitario y silencioso de costumbre, sin duda porque sus frases eran ideas, y desdeñaba echarlas—margaritas a los puerco—a la multitud ignara a que hallábase mezclado, constituía uno de los tantos exóticos, pieza sin objeto, elemento inútil, en aquella efervescencia pasional colectiva, donde ni su corazón ni su cerebro conseguían armonizar.

En un atardecer hermoso llegóse a mi carpa y mesándose los largos cabellos lacios con sus dedos afilados, en un gesto habitual, me preguntó con su voz extraña, que tenía un timbre varonil aterciopelado por un yo no sé qué de femenino:

—Hermano, ¿no te han traído pulpa?

—No, respondí; sé que carnearon y he visto varios fogones donde los asados se chamuscan, pero para nosotros...

—¡Nosotros somos los maporras!—interrumpió con una sonrisa amarga;—tenemos derecho a comer lo que sobra, como los perros!...

Y sentándose en el suelo, sobre el pasto, agregó:

—Alcanzame un amargo: para regenerar el país hay que alimentarse de alguna manera, aun cuando más no sea con agua sucia...

Tosió. Volvió a sacudir con sus finos dedos de tuberculoso la negra melena y dijo con agria ironía:

—De esta vez lo regeneramos. La indiada se pone panzona y puede quedarse quieta un año; después del año, si hay vacas gordas...

En ese momento se presentó el doctor X., médico ilustre, patriota insigne, descollante, personalidad del partido.

—¿Tiene carne?—preguntó.

—No, ¿y ustedes?

—Tampoco. Parece que nosotros no tenemos derecho a comer.

—¡Para lo que servimos!—replicó con su amarga sonrisa el hombre alto, flaco, cargado de espaldas.


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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Puesta de Sol

Javier de Viana


Cuento


Sinforoso y Candelario, eran los dos peones más viejos de la Estancia. Debían ser zonzos los dos, porque ya empezaban a envejecer, en una vejez que atesoraba trabajos sin cuento, y seguían tan pobres como cuando, jóvenes ambos, entraron en el establecimiento para recojer la tropilla en las mañanas, encerrar en la tarde los terneros de lecheras y hacer mandados a toda hora.

Eran viejos ya, Candelario y Sinforoso.

Como sus existencias habían bostezado juntas, pegada una a la otra, se conocían de la cruz a la cola y no tenían nada que decirse. Sin embargo, todas las tardes, concluido el trabajo de aradores a que finalmente les habían destinado, se iban al galpón, avivaban el fuego, calentaban agua, verdeaban y charlaban.

¿Qué podrán decirse aquellos dos hombres? Nada. Pero hablaban, hablaban, diciendo «nada o, lo cual en ocasiones y para ciertas personas, resulta lo más difícil de decir. Ellos lo ejecutaban por hábito...


* * *


El galpón, largo de veinticinco metros, tenía al frente una arcada mirando al campo. Puerta no tenía. En el fondo se amontonaban los cueros de oveja y los cueros de vacuno, juntos con herramientas de labranza. Allá por el medio, el fogón. Junto al fogón, mateando, Sinforoso y Candelario, charlaban.

—Ta dura la tierra.

—A sigún ... pal bajo no'stá mala.

—Si no apuramo, va venir tarde la siembra.

—Pal cañadón va precisar tres fierros por qu’está plagao de abrojos.

—¿Y en el aito?... ¡La chinchilla d'asco!... ¿No está medio frión?. ..

—No, tuavía está güeno... ¡Pucha! ¡los bichos coloraos m'están comiendo!...

—Frieguesé con caña.

—Se m’acabao. Pue que mañana baya a la pulpería, ansina le doy tempranito un galope al pangaré, pa bajarle la panza. Ta medio pesao.

—Dejuro, de ocioso... Tengo ganas de firmarlo en la penca'e Palacios...


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Publicado el 4 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

910111213