Por un Olvido
Javier de Viana
Cuento
A Enrique Queirolo.
Invierno aborrecido aquel!... Era un llover que parecía que el
cielo se hubiese agujereado por todas partes; y los vientos medio como
locos, remolineaban, corriendo de aquí para allá, chiflaban con rabia y
tan pronto se agachaban, arrastrándose por el suelo, barriendo el campo,
y cacheteando bárbaramente a los árboles, como subían al cielo,
llevándose por delante a los pájaros que se inclinaban, como buque que
se va a pique.
—Y el frío!... ¡Virgen santísima!... El frío andaba suelto, mordiendo carnes con ferocidad de perro cimarrón.
A todo esto el sol, el único que podía sujetar un poco a aquellos tres bandidos,—la lluvia, el viento y el frío,—asomaba un poco la cabeza, miraba con un ojo solo, y se mandaba mudar en seguida, sin lástima, no digo por los hombres, pero al menos por los árboles y por los pobres corderitos recién nacidos.
¡Qué invierno canalla!
Recuerdo una vez, estaba anocheciendo y Paulino Suárez había desuñido junto al paso real de las Mulas. El arroyo estaba hondo, y si caía un chaparrón, el paso atrancado y un par de días de demora, pagando pastoreo en campo más pelado que badana.
Paulino Suárez, es claro, estaba con un humor de perro viejo acosado por la sabandija.
—¡Echa más leña, gurí!—de rezongó al muchacho que, arrollado junto al fogón, temblaba de frío lo mismo que cachila al pie de una masiega.—Y todavía no se había enderezado el chico, cuando ya el padre gritaba:
—¡Pero sopla el juego, haragán! ¿No ves que m'está augando el humo'?...
En eso se oyó a lo lejos el prolongado y triste rechinar de una carreta. El viejo prestó el oído y dijo:
—Son las carretas del pardo Serapio. ¡Siempre cachaciento el pardo!...
Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 26 visitas.
Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.