La Venganza de Paula Antonia
Javier de Viana
Cuento
Al doctor Felipe Luchinetti.
El altillo era una enorme pieza de diez varas de frente por cinco
de ancho; y parecía más grande aún con la desnudez de sus muros
blanqueados a la cal y con el mísero moblaje, consistente en una vieja
otomana pintada de granate, una mesa de luz, un arcón y cuatro sillas.
Las dos ventanas que daban al campo permanecían cerradas noche y día;
pero, en cambio, estaba siempre abierta la que se abría sobre el patio, a
través de cuyos pequeños vidrios Paula Antonia contemplaba, desde el
alba hasta el obscurecer, los anquilosados paraísos, el ombú secular,
los negros parrales, que hacían curvarse las vigas apolilladas del viejo
zarzo, las higueras despeluzadas como cabeza de mulata, y el
desconchado brocal del pozo, cuya roldana, herrumbrienta y gastada por
el uso, quejábase agriamente durante toda la vigilia.
De la mañana a la noche, mientras hubiese luz, Paula Antonia tenía fijos sus grandes ojos tristes en aquel rincón familiar. En primavera seguía la hinchazón de las yemas, el crecimiento de las ramas, la expansión de las flores; en otoño calculaba el momento en que se desprendería cada hoja muerta; para seguirla en los giros lentos que la conducían hasta el suelo, poniéndola a merced de la escoba; todos los pájaros, lo mismo los espineros, que tenían su morada constante en la cúspide de un paraíso, que los mixtos cantores y los chingolos acróbatas, todos los pájaros eran conocidos suyos; había una urraca, colicorta y con pergeño de chica bohemia, que solía ir en las auroras rojas y frías del invierno a posarse en la reja, golpear el vidrio con las alas y lanzar un canto buenamente burlón, al mismo tiempo que meneaba su penacho gríseo, desflecado, semejante al chambergo de un gaucho vagabundo.
Dominio público
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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.