Es el perro de los bañados.
Y es, entre todas las aves nativas, la más airosa.
Con su hermoso plumaje gríseo, con su gallardo penacho, con su porte
majestuoso, siempre alta la testa, siempre en llamas la mirada,
arrogante, altivo, desdeñoso, sin miedo a nada, ni a la escopeta, cuyos
chumbos difícilmente traspasan su espesa coraza de plumas, es todo un
alado cadete de Gascuña.
Severo en sus costumbres, sobrio, monógamo, es vigilante custodia de
su compañera, mientras aova o empolla, y en sus viajes por los aires, en
lo muy alto del cielo, rival en caudas con las águilas reales, siempre
va acompañado de su consorte.
Desprecia las carroñas.
La podredumbre de las osamentas, buena está para cuervos, caranchos y chimangos, inmundos rapaces, escoria de la sociedad alada.
A él le ofrece el estero variado y limpio alimento.
La podredumbre de la mentira tampoco lo infecta Su grito de alarma no es nunca expresión de infundado sobresalto.
En estado doméstico, su vigilancia es muy superior a la canina.
El perro está sujeto a pesadillas y con frecuencia arranca ladridos
que inquietan sin motivo al amo. Como todos los poetas cursis, es un
enamorado de la luna, a la cual prodiga sus ásperas e inarmónicas
baladas.
Y otras veces ladra de miedo, confundiendo el manso petizo del piquete con una feroz gavilla de bandoleros.
Y otras veces ladra de puro sabandija, para hacer méritos, para hacerse pasar por guardián insuperable.
En cambio, el chajá ni se equivoca ni miente; cuando el ave grande y
altiva lanza en la obscuridad silenciosa de la noche campesina su sonora
clarinada, él gaucho salta del lecho y prepara sus armas,
apercibiéndose a la defensa...
Hay gente que se acerca a las casas: el alerta del chajá no falla nunca.
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