La Salvación de Niceto
Javier de Viana
Cuento
Desnudos el pie y la pierna, desabrochada la camisa de lienzo listado, dejando ver el matorral de pelos grises que le cubrían el pecho, un codo apoyado sobre el suelo y sobre la mano la vieja pesada cabeza, don Liborio parecía dormido; dormido como carpincho al borde de] agua, en el crepúsculo de un atardecer tormentoso.
La línea de uno de los aparejos pasaba por entre el dedo gordo y el índice del pie derecho, de modo que la más mínima picada le sería advertida inmediatamente. El otro aparejo estaba sujeto por la mano izquierda, perezosamente extendida sobre la hierba, a lo largo del cuerpo.
Don Liborio parecía de mal humor, aquella tarde. La botella de ginebra estaba intacta; el fogón sin encender, el mate sin empezar y en los labios del viejo pescador no se veía —¡cosa asombrosa!— el pucho de cigarro negro.
Sin duda: don Liborio debía estar enfermo...
Pedro Miguez, que se había acercado con la idea de pasar un buen rato escuchando los cuentos interminables del viejo, consideró haber hecho un viaje inútil.
—¿Pescando, don Liborio? —había preguntado con afabilidad; y el otro, con dureza:
—¡No, dando 'e comer a los pescaos!... Si aura hasta los doraos y los surubises parecen dotores!... Pa comer la carnada son como cangrejos pero cuidando'e mezquinarle la jeta al fierro!...
—Vea, ahora está picando —indicó el forastero.
—¡Picando! ¿picando qué?... la gurrumina, el sabalaje no más!... pescao serio ninguno...
Ya no va quedando más qu'eso en el país, gurrumina, sabalaje, resaca!...
El viejo gritó casi la última frase. Luego, fregándose la barriga con la palma de la ancha y velluda mano, se quejó:
—¡Desde ayer que las tripas no hacen más que corcobiar dentro el corral de la panza!...
Pa mí que son los gíievos de ñandú que comí antiyer y mi han patiao...
—¿Comería muchos?...
Dominio público
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Publicado el 4 de octubre de 2022 por Edu Robsy.