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autor: Javier de Viana etiqueta: Cuento


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Visión de Oro

Javier de Viana


Cuento


Al llegar al límite del campo, antes de pasar la última portada, don Patricio desmontó y púsose a contemplar dolorosamente la comarca.

La masa rugosa del cerro Calvo aparecía al frente; a sus plantas, junto a un regato, un gran molle alzaba su cabellera azulada; más arriba, en la faz lampiña de la gran mole granítica y luego en los picos sucesivos, y en las ramazones de las «talas» y de las «espinas de cruz», y de los «sombra de toro», y más lejos todavía, en las suaves curvas de las lomas y en la tranquila superficie de la «laguna gaucha», enceguecía el mismo resplandor azul, como si en todas partes se reflejase el inmenso toldo azul caldeado por el sol de Enero.

¡Todo azul!.... Una lluvia suave y alegre de luz azul, que era como un regocijo, como una promesa de infalibles recompensas para los que aman, creen y esperan, varones fuertes frente a la tierra pródiga. Y luego vendría el sol de la tarde,y todo resplandecería con el baño de orgullo glorioso; hebras de oro en las flechillas de las colinas; oro macizo en las asperezas rocosas; oro líquido en las lagunas; arborescencias de oro, flores de oro, reflejos dorados hasta en los lomos del laborioso caballo, hasta en la frente del buey venerable, hasta en los flancos inflados de la res fecunda. ¡Todo oro!... El oro regio, el oro coronario, el oro cobrizo, el placer del cuerpo y el deleite del alma, el triunfo, el fruto del árbol de la vida, el fruto conquistado con rudos afanes, el fruto ganado brava y noblemente!...

Insaciable en su contemplación, los labios entreabiertos, los brazos apoyados sobre el recado, nublado el rostro por una mortal tristeza, el viejo paisano esperaba la presentación del maravilloso espectáculo.

Lentamente iba descendiendo el sol y a medida que bajaba, las tintas azules cedían el puesto al esmalte dorado.


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Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.

Vida

Javier de Viana


Cuento


En la sociedad campesina, allí donde los derechos y los deberes están rígidamente codificados por las leyes consuetudinarias, para aquellas conciencias que viven, en íntimo y eterno contacto con la naturaleza; para aquellas almas que encuentran perfectamente lógicos, vulgares y comunes los fenómenos constantes de la vida, y que no tienen la insensatez de rebelarse contra ellos, consideran como un placer, pero sin entusiasmos, la llegada de un nuevo vastago.

Que el árbol eche una nueva rama mientras conserva la potencialidad de su savia, es un deber idéntico al de cada vientre femenino, que salvo causas extraordinarias debe procrear siempre.

Tener un hijo, dar la vida a un nuevo ser no constituye un orgullo sino la satisfacción del deber cumplido; del primer deber de todas las especies animales y vegetales de rendir tributo a la ley mesiánica: creced y multiplicaos.

Por eso en el ambiente campero, el advenimiento de un nuevo vástago no tiene las extraordinarias agitaciones, la exteriorización bulliciosa de la mayor parte de los hogares urbanos, que cifran el hecho como un orgullo, más que como un deber y un sentimiento.

¡Insensibilidad!

¡Atrofia sentimental!

No. Los padres, las madres sobre todo, saben que aquello significa una carga más, unida a las innumerables de sus laboriosas existencias que deben continuar como antes, sin descuidar el afectuoso cuidado y las angustias que les proporciona el recién venido.

No están seguramente desprovistos de cariño y de espíritu de sacrificio, mas en el sentido egoísta y mezquino del poseedor de una joya que guarda para su deleite personal.

Es la obligada cooperación del individuo en el dolor común, que todos debemos pagar a la humanidad para tener el derecho a vivir.


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Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Urubú

Javier de Viana


Cuento


El águila, el carancho, el chimango y el gavilán, son los filibusteros del aire.

No producen nada y sus carnes son duras y nauseabundas.

Pero son valientes, y en la lucha por la existencia se exponen, como todos los bandoleros, a múltiples riesgos.

Y, además, trabajan; porque combatir y matar implican un considerable desgaste de fuerzas.

Su laboriosidad poco apreciable sin duda, es dañina y egoísta, por igual en las rapaces citadas y en las hormigas y otras muchas sabandijas, entre las cuales cabe incluir a los profesionales de la política.

En unos prima la fuerza.

En otros la astucia.

El ingenio en los demás.

Fuerza, astucia, ingenio, constituyen valores positivos, condenables sí, pero despreciables no.

En cambio, el cuervo, el urubú indígena, ese gran pajarraco desgarbado y sombrío, rehuye el peligro de la lucha y la fatiga del trabajo.

Indolente, despreciativo, con su birrete y su negra toga, tiene la actitud desdeñosa de un dómine pedante o de un distribuidor de la injusticia codificada por los pillos, para dar caza a los incautos e inocentes.

El cuervo posee un olfato privilegiado y unas rémiges potentes.

Los temporales y las epizootias carnean para él. Desde enormes distancias siente la hediondez de las osamentas y surcando veloz el espacio, es el primero en llegar al sitio del festín.

Concurren otros holgazanes tragaldabas, pero él los mira con indiferencia despectiva. Ninguno ha de aventajarle en tragar mucho y a prisa.

Al sentirse ahito, da unas zancadas y antes de remontar el vuelo se despide de los menesterosos que quedan picoteando el resto de la carroña, diciéndoles sarcásticamente con su voz gangosa:

—Hasta la vuelta.

¡La vuelta del cuervo!...


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Una Carrera Perdida

Javier de Viana


Cuento


Para Alberto Novión.


Más arriba de Concordia, sobre las barrancas que ponen valla al río, señoreábase la estancia del «Tala Chico», llamada así, quizá porque no habiendo piedras por ninguna parte, no existía en la comarca un solo tala, grande, ni chico: la idiosincrasia gaucha gusta de semejantes ironías, que hacen sonreír compasivamente á los «dotores», con la misma razón con que los gauchos sonríen, en burla respetuosa, ante el «Doctor» que precede al nombre de muchas calabazas.

El propietario de «Tala Chico», un criollo de ley, había muerto hacía un año, y como su hijo, único heredero, ahogaba la pena en el «Royal» y el «Casino» de Buenos Aires, la estancia quedó en manos de don Venancio, el viejo capataz, que estaba más gastado que esas tabas de oveja que sirven de botón en las colleras de bueyes.

El viejo don Venancio, ñandú criado guacho entre la empalizada de una esclavitud moral, tenía duros los caracuces y pesado el mondongo. Más que recorrer el campo, prefería quedarse en las casas, amargueando, churrasqueando, jugando al «siete y medio» y «prosiando» con los forasteros.

Como de joven, había servido de voluntario en una revolución oriental, enorgullecíase de ser blanco, y cada vez que caía á la estancia un oriental blanco, regocijábase, halagábalo y atestiguaba las mentiras heroicas del intruso, para, á su vez, presentar un testigo que confirmara sus propias mentiras...

—¿Vd. si acuerda cuando en Tacuarembó Chico corrimos la salvajada?

—No me vi á acordar!... Yo servía con el coronel Pampillón...

—Yo diba con Sipitría... Qué modo’é meter chuza!... ¿Si acuerda que había un cerrito con mucha piedra menuda, y después, un cañadón con unos sauces en los labios, que parecían bigote’é colla?...


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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Una Achura

Javier de Viana


Cuento


A Enrique García Velloso.


En un ángulo del galpón—ya casi obscuro—los peones, concluidas las faenas del día, tomaban mate, á la espera de la cena.

Animaba la tertulia Ciriaco Sosa, gauchito cachafaz, andariego y decidor, que se fué del pago y volvía á él, tras años de ausencia, con los prestigios de su juventud conquistadora, rica en aventuras de daga y de amor.

Cuando se fué, montaba un «patria», viejo y maceta, y era su «apero» un lomillo «basteriador», una carona de cuero crudo, cojinillos lanudos, rienda de guasca y freno de fierro. Un «vichará» como arnero cubríale el busto endeble, y un chambergo sin forma la melenuda cabeza, y no llevaba maletas, porque no tenía nada que llevar en ellas.

Sin una moneda en el bolsillo y sin un propósito en la mente, se fué, al trote fastidioso del tordillo lisiado y al azar del destino.

Lo que hizo en las comarcas lejanas, nadie lo sabía; pero regresó al pago con buenas pilchas, dos pingos de ley, «herraje» de plata y oro, y un «capincho» en cuyo vientre inflado dibujaban circunferencias las «amarillas».

Nadie le preguntó el origen de su prosperidad, aun cuando todos la suponían proveniente del naipe, la taba ó las carreras. Como era amable, divertido y generoso, lo aceptaron y agasajaron, sin entrar en averiguaciones fastidiosas é innecesarias.

Hasta el patrón y la familia del patrón colmábanlo de amabilidades, porque los entretenía con sus historias pintorescas, y porque, además, era acordeonista, guitarrero, cantor y bailarín sin rival en todo aquel pago, que él alegraba de uno á otro extremo, vagabundeando como un señor que disfruta sus rentas. Sin embargo, su cuartel general era la estancia Portillo, donde, como dejo dicho, todos le profesaban simpática admiración.


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Publicado el 21 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Un Viaje Inútil

Javier de Viana


Cuento


La tarde ofrecía el aspecto de un reloj que se hubiese parado súbitamente. Nada ha cambiado, nada se ha transformado; pero cesaron el movimiento y el sonido: la vida quedó en suspenso.

El cielo, hasta entonces nublado, se aclaró de pronto, con una claridad opalina y la atmosfera quedó inmóvil, rígida y pálida, cual si la naturaleza hubiera sufrido un síncope.

Todo el mundo en el contorno. En el firmamento lechoso, ningún pájaro batía el aire con sus rémiges. En la campiña, las bestias, sorprendidas por aquel insólito crespúsculo, permanecieron quietas, atemorizadas. Las ovejas andariegas se apeñuscaron, formando grupos que a la distancia semejaban montículos de calcárea blancura. Los vacunos suspendieron la metódica ocupación de la rumia, y los caballos, gachas las orejas, entristecidos los ojos, parecían clavados sobre sus cuatro remos, esperando con filosófica resignación, la borrasca presentida.

En las casas imperaba igual silencio. El ambiente húmedo y cálido, apelmazaba los cerebros y sellaba los labios.

Las gallinas, creyendo con su feliz imbecilidad, que había llegado la noche, instaláronse tranquilamente en sus habituales dormideros.

En el galpón, los perros, presintiendo un peligro, echaban a los hombres miradas investigadoras y demandadoras de auxilio; mas, al notar la indiferencia de éstos, se estiraban, buscando el mayor contacto con la tierra, la buena madre, que siempre ampara y nunca castiga, que amamanta con igual cariño a los hijos buenos y a los hijos malos, a la oveja y al lobo, a la zarza dañina y al trigo sagrado...

Tal inercia plegaba los espíritus, que cuando Marina penetró en el galpón para recoger las fuentes y los platos del almuerzo, no hubo un sólo peón que se preocupara de decirle una zafaduría o darle un pellizco, caso nunca visto desde que Marina entró de peona en la estancia.


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Publicado el 11 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Un Santo Varón

Javier de Viana


Cuento


Don Cupertino Denis y don Braulio Salaverry no eran personas estimadas en el pago.

Y sin embargo eran dos viejos vecinos—pisaban los setenta—estancieros ricos, jefes de numerosa y respetable familia.

Muy trabajadores, muy económicos, quizá demasiado económicos, eran además excelentes cristianos: jamás dejaban pasar un domingo, aunque tronase, aunque lloviera, aunque amenazara desplomarse el cielo, sin levantarse al alba y trotar las doce leguas que mediaban entre sus estancias y el pueblo, para concurrir a la iglesia para escuchar una o dos misas.

Es verdad que en la casa de don Cupertino, como en la de don Braulio, las perradas daban lástima, de lo flacas que estaban.

Pero, vamos a ver. ¿Para qué son los perros?

Para defensa de la casa.

Para que esa defensa sea efectiva es necesario que los perros sean malos.

Ahora bien: el psicólogo menos perspicaz sabe que los perros, lo mismo que los hombres, no son nunca malos cuando tienen la barriga llena. Es decir, pueden seguir siendo malos pero tienen pereza de hacer daño.

Tanto don Cupertino como don Braulio habían tenido oportunidad de constatar que todos los curas son mansos.

También se acusa al primero—y al segundo—de estos honrados estancieros, de dar a los peones comida escasa y mala. Era cierto; pero no lo hacían por tacañería, sino porque la experiencia les había demostrado que lo que se gana en alimentación se pierde en tiempo, y como es axioma que el trabajo dignifica al hombre, el corolario es que será más digno el que trabaje más. Y era a impulsos de ese piadoso concepto que don Cupertino y su colega mezquinaban la comida a sus peones y les hacían echar los bofes trabajando... ¿Qué importan las penas corporales cuando con ellas se hacen méritos ante el Señor?


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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Sacrificio

Javier de Viana


Cuento


Presumido y arrogante, tendido en triángulo sobre la espalda el pañuelo de seda blanco, en cuya moña llevaba engarzado un clavel bermejo, terciado sobre la oreja el chambergo, alegre, sonriente, Jesús María se presentó de improviso en el comedor de sus padres.

Como si volviese de un paseo de la víspera, exclamó:

—¡Bendición, tata!...

Y luego abrazando y besando a la madre con bulliciosa efusión:

—¡Güenos días, viejita!...

En seguida se detuvo ante Leopoldina, la miró sonriendo, y dijo alegremente:

—¡Como se ha estirao la primita!... ¡Ya no me atrevo a besarla!...

Y, abrazándola, la besó repetidas veces, mientras ella, empurpurada, se debatía protestando:

—¡No te atreves, pero me besas lo mesmo!...

—¡Siempre loco este muchacho!... —manifestó embelesada la madre; en tanto don Porfirio interrogaba severamente:

—¿Di ande venís vos?...

—¿Comistes? —interrumpió solícita misia Basualda; y Jesús María contestó riendo:

—¡Gambetas y tajadas de aire! ...

—Tomá, entretenete con este asao, que yo no apetesco; y vos, Leopoldina, andá, preparale algo... ¡Espérate!, vamos las dos!... ¡Pobre muchacho, a estas horas sin comer, él que siempre jué un tragaldabas!...

Salieron las dos mujeres, y entonces don Porfirio, siempre severo, tornó inquirir:

—¿Di ande salís?...

—Anduve corriendo mundo, tata ... En Paraná me rilacioné...

—¡Con las chinas orilleras y los borrachos de las pulperías! ...

—¡No diga, tata! ... Mire que yo...

—¡Vos sos como las tarariras, que no saben vivir más qu’en lagunas sucias, ande haiga mucho barro y mucho camalote!...

—Vea, tata, cuando yo le cuente...

—¡Sofrená!... Conozco tus cuentos como los animales de mi marca y los rincones de mi campo, y vas a perder tiempo al ñudo enjaretando mentiras...


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1 pág. / 2 minutos / 20 visitas.

Publicado el 9 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Un Negocio Interrumpido

Javier de Viana


Cuento


El «Almacén, Tienda y Ferretería de la Villa de Venrell» encontrábase atestado por los parroquianos.

Era un sábado; antes de mediodía se esperaba la galera en viaje a la capital provinciana, y allí habían de merendar los pasajeros. Con tal motivo afluía la gente del pago; quienes para embarcarse, otros para despachar correspondencias y encomiendas, muchos por simple curiosidad y los más buscando un pretexto para llenar las horas ociosas con interminables partidas de truco y copiosas libaciones de ginebra y caña.

En el interior de la pulpería, sentado junto al mostrador, estorbando a los mozos y a los parroquianos, encontrábase don Sempronio, estanciero de las inmediaciones, rico en otro tiempo, arruinado ahora por sus vicios, el alcohol y el juego, engendradores de la pereza y el despilfarro.

Ralas y descuidadas las barbas de un rubio de flor de choclo, la mirada vidriosa e incierta, multiarrugada la pie! del rostro, terrosos e inexpresivos los labios, era una de esas piltrafas humanas para quienes no se puede experimentar compasión porque asquean e indignan.

Por cuarta o quinta vez, golpeó con el puño el mostrador, gritando a un mozo, con voz enronquecida:

—¿Cuándo me vas a trair la caña?... ¿L'han mandao buscar a l'Habana o l'están haciendo en l'estiba?...

—¡No s'apure, don Sempronio, c'ai mocha genta!—. respondió don Jaime, el catalán pulpero, con mucha menor grosería de la que acostumbraba a gastar con sus parroquianos en general, y particularmente con aquel que pertenecía a la clase de los que ordenan: «Apunte... y no haga fuego»..

Y la sorpresa del estanciero subió de punto cuando vió que, pocos minutos después, don Jaime servía y le aportaba personalmente un cuartillo de caña

—¿De qué lao me pensará chumbiar, porq'el noy no da puntada sin ñudo?—pensó con cierto recelo.

Y luego bebiendo, concluyó con filosófica despreocupación:


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3 págs. / 5 minutos / 21 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Un Despertar

Javier de Viana


Cuento


Había cerrado la noche, y agotada la grasa del candil, la cocina hallábase casi en tinieblas, pues las brasas del fogón apenas iluminaban débilmente y a intervalos, el rostro de Peregrina, quien se sorprendió cuando Cleto, casi al lado suyo, le dió cariñosamente las buenas noches.

Sin acritud, pero con firmeza, advirtióle la joven:

—Ya sabes que no debemos encontrarnos solos... ¿Qué querías?

—Verte.

—Si no andás con los ojos cerrados, me podés ver todo el día; y más mejor que aura, en lo oscuro.

—Y hablarte.

—Yo no te puedo escuchar; ya te lo dije ves pasada, y vos me prometiste respetar mis razones.

—¡Pero es que no puedo olvidar! —gimió el mozo.

—Yo tampoco te olvido.

—¡No puedo resinarme a verte casada con otro!...

—¡Yo tengo que resinarme y sufrir más que vos, acollarada a un hombre que nunca podré querer, pero al cual he de serle fiel toda la vida!...

—¡Y me condenás a quedar como ternero guacho?

—Casi siempre vale más criarse guacho que alimentao por una madrasta!

Con voz ahogada por la pena, gimió el mozo:

—¡Ya no me querés!... Tu amor jué una linda fruta que se cayó verde del árbol.

—¡Quizás por demasiado grande!

—¡Tal vez por falta ’e juerza!... Dende perjeños juimos amiguitos, y eramos entuavía unos mocosos, cuando una tarde, en la orilla’el arroyo, juramos que habríamos de ser marido y mujer, que habríamos de pasar la vida juntitos como el casal de torcazas qu’en ese mesmo estante s’acariciaban sobre una rama del tala grande que cuida la boca de la picada!...

Yo te marqué en la boca con un beso y vos pusistes en mi boca la marca de tus labios!... ¡Marcas a juego, Peregrina!... y esas marcas no se borran!...

—¡Ya lo sé, ya lo sé! —respondió sollozando la moza.

Y luego, en arranque violento y desesperado, exclamó:


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3 págs. / 5 minutos / 26 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

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